sábado, 25 de julio de 2015

Don de Fe y Milagros - Parte IX

LO QUE SIGNIFICA VIVIR POR LA FE
Parte IX


De vez en cuando oigo a alguien decir que la familia está en crisis. Pero el problema no es la familia, es el ser humano. Una familia es formada por personas y las personas de nuestra época andan muy perdidas en sus convicciones. Tiempo extraño este que vivimos, cuando la infidelidad se vuelve algo corriente, normal y hasta justificable; cuando tomas todas las precauciones legales y aún así eres burlado; cuando las personas desconocen la palabra compromiso y se casan pensando en separarse. Quien no gusta del compromiso jamás debería pensar en el matrimonio. Es de la crisis de la fe que nacen las crisis morales. Una familia se construye en el amor, en la confianza y en la fidelidad; pero, por todos lados, encontramos personas heridas por adulterios, mentiras, desatención, falta de compromiso, inmadurez afectiva y psicológica. Algunas víctimas caen en depresión y se entregan a la tristeza, otras ceden a la fuerte tentación de no creer más en nadie. Cierran el corazón y creen que no necesitan más creer. En una sociedad en que las personas confían solamente en sí mismas, en las propias habilidades, en el dinero que juntaron, en sus proyectos de vida y, decididamente, luchan por confiar en cualquier otra persona, no es de sorprender que no tengan fe en lo sobrenatural. Si no confían en alguien que pueden ver, ¿cómo confiarán en alguien a quien no se ve? Tal vez exista quien conteste argumentando sobre un “retorno a lo espiritual” en nuestros tiempos. Aún así, existe una gran diferencia entre fe en Dios y espiritualidades.

Dentro del corazón de todo hombre y de toda mujer, existe un deseo de felicidad, de infinito y de encontrar algo divino para adorar, existe cierta espiritualidad, más ese anhelo, algunas veces se mezcla y hasta aún se pierde en creencias confusas, vacías, subjetivas y superficiales. Cuando el ser humano suelta la mano a la “verdad” y se rehúsa a doblegarse delante de su Creador, acaba por postrarse delante de cualquier cosa. En una ciudad de Japón, millares de personas se reúnen anualmente para salir en procesión, hacer sus oraciones, prestar culto y adoración a la estatua de un pene gigante. Es sabido que es una especie de celebración a la vida y a la fertilidad. Por lo tanto, insisto, cuando el hombre no se afirma en Dios acaba siempre por curvarse delante de cosas que le son inferiores (piedras, animales, astros, partes del cuerpo, etc.) Siempre hay quien quiera justificar cualquier cosa en nombre de las raíces culturales, mas olvida que no todo patrimonio cultural es saludable.

Basta recordar las prácticas de mutilación femenina donde se arranca parte del órgano genital para que la mujer no sienta placer en las relaciones, los ritos de iniciación de varias culturas que envuelven con drogas fuertes pueden dejar secuelas en la mente para el resto de la vida, más allá de envenenamientos, perforaciones, torturas, enclaustramientos, entre otras cosas que ni vale la pena citar. Pero no es necesario ir lejos. Para muchos cristianos, creer no significa aceptar la revelación por estar convencido de que sea verdadera, ni siquiera es combinar las verdades de la fe con aquello que le es conveniente, porque implicaría cambiar la propia vida, convertirse. Algunos llegan a decir: “Soy cristiano a mi manera”, o “Tengo fe, pero no soy religioso” o “acepto unas cosas, en eso de ser cristiano, pero otras no”.

La fe es como un hecho de luz que Dios enciende sobre el corazón del hombre. Pero, de nada sirve estar en la luz para quien insiste en quedarse con los ojos cerrados. Así también de poco sirve abrir los ojos si la persona insiste en permanecer en las tinieblas.

No basta descubrir la verdad, es necesario actuar de acuerdo con ella. La fe no está en la boca que dice amén, sino en el corazón que se decide. El motivo que nos lleva a creer no es el hecho de que las cosas que Dios reveló aparezcan como incontrolables o fáciles de probar para convencer a las personas. Creemos por causa de la autoridad de Dios que las revela. De este Dios maravilloso que no se puede engañar ni nos engaña. A pesar de eso, para ayudar a nuestra comprensión, Dios quiso que aquello que el Espíritu Santo nos revela interiormente fuese acompañado de las pruebas exteriores. Los milagros de Jesús y de los santos, las profecías, la propagación y la santidad de la Iglesia, su fecundidad y estabilidad son señales clarísimas que muestran que la fe cristiana es una cosa sensata. No pongas en dudas, decía Santo Tomás, si es o no verdad, acepta con fe las palabras del Señor, porque El, que es la verdad no miente. La fe es cierta, más verdadera que cualquier conocimiento humano, porque se funda en la propia Palabra de Dios que no puede mentir. Sin dudas, las verdades reveladas pueden en un primer momento, parecer difíciles de ser comprendidas, pero la certeza dada por el Espíritu Santo es mayor que aquella que el hombre alcanza solamente por medio de su inteligencia. La fe siempre busca comprender. Cuando el Espíritu Santo enciende esa llama en un corazón, hace que la persona desee conocer mejor a Dios y comprender todavía más lo que Él reveló. Entonces, un conocimiento más penetrante despertará, una fe mayor, cada vez más ardiente de amor. La gracia de la fe abre los ojos del corazón (cfr. Ef. 1,18) para conocer y amar la voluntad de Dios, para aceptar el plan de amor que Él creó para nuestra vida y de ella participar. Es creer para comprender, y comprender para creer todavía mejor. Pero para crecer en la fe es necesario escuchar la predicación de la Palabra de Dios. Y considerando que es imposible confiar en esa Palabra si el Espíritu Santo no nos ilumina, necesitamos pedir, como los Efesios, un Espíritu de sabiduría y de revelación para poder realmente conocerlo (cfr. Ef 1,17)

Si alguien piensa que sabe mucho sólo porque leyó algunos libros en que asuntos importantes fueron tratados de manera liviana y dudosa, corre un serio riesgo de tomar la mentira como verdad, y cambiar lo cierto por algunas ideas deshonestas y fantasiosas: “Pues va a llegar un tiempo en que muchos no soportarán la sana doctrina, más aún, conforme a su gusto se acercarán a una serie de maestros que solo atizan el oído. Y así, dejando de oír la verdad, ellos se desviarán hacia fábulas” (2 Tim 4, 3-4).

Mucha gente se pierde por falta de conocimiento (cfr. Os 4,6) y, por no cultivar el amor a la verdad acaba víctima de un poder que se engaña y la induce a creer en el error (cfr. 2 Tes 2, 10-11). Esa es una necesidad de todo el pueblo de Dios. Conforme las palabras del padre José Comblin, en su libro “El Espíritu Santo es la liberación”: No son apenas los laicos los que deben tener fe y nacer a la fe; la jerarquía también recibe el Espíritu para llegar a la fe. Debe obedecer al Espíritu para entender la Palabra de Dios. Pues el sentido de la palabra no se comunica por transmisión simplemente humana o por la imposición de las manos. Esta no confiere la comprensión de las palabras. Se necesita de una obediencia al Espíritu semejante a la de todos los cristianos” Que la fe es el camino para ser esclarecidos, afirmados en la verdad y atendidos en todas nuestras necesidades, lo confirma con todo vigor el propio Jesús cuando dice que todo lo que pedimos en oración creyendo que ya lo recibimos, nos será dado (cfr. Mc 11,24) La misma cosas enseña Santiago: “Si a alguno de ustedes le falta sabiduría, pida a Dios que la conceda generosamente a todos, sin imponer condiciones, y ella le será dada. Mas pida con fe, sin dudar, porque aquel que duda es semejante a una ola de mar, empujada y agitada por el viento. No piense tal persona que recibirá alguna cosa del Señor” (Sant 1, 5-7) El secreto de la oración es la fe.

Es la falta de decisión y la inconstancia en nuestro proceder que nos impiden de experimentar los dones del Espíritu Santo. No es Dios quien necesita que creamos para que El pueda hacer alguna cosa, somos nosotros quienes precisamos creer y reconocer la necesidad que tenemos de contar con El a fin de recibir en el momento oportuno los socorros que nos preservan. Si es grande el problema, con fe, recurre a Dios. Si la preocupación y el sufrimiento amenazan aplastar tu vida, no vaciles, clama a Él, que no te desamparará. Confía. El es fiel y va a actuar. La confianza nos hacer reconocer a Dios como el único autor de todas las gracias y nos lleva a buscar en el todos los bienes que precisamos. Así como el Señor quiso que el hombre y la mujer necesitasen uno del otro para generar un hijo, quiso también que los milagros nacieran del encuentro entre su bondad y la fe del hombre. La fe, como ya dijimos es un carisma. Y el carismático vive de la fe.

Cuando una persona queda llena de la Presencia de Dios, cuando tiene la experiencia de la efusión del Espíritu Santo, las verdades reveladas por la Escritura y confesadas por la Iglesia, de manera inexplicable, se presentan incomparablemente encantadoras, grandiosas, lúcidas y esclarecedoras. Los designios de Dios, que antes nos parecían paredes impenetrables, saltan a los ojos del alma como un río burbujeante de agua viva que nos desafía a bucear con alegría. Los misterios de Dios no son barreras, y sí, invitaciones, desafíos.

Abrirse a la fe es comprender que Dios siempre se hace presente, se hace amigo y se deja tocar. Creer es entender que solamente por la gracia poseemos aquello que recibimos de Dios. Así como sin agua no se mantiene la vida del cuerpo, sin fe no se mantiene la vida interior, el ser humano no se realiza y su corazón no encuentra descanso. Como el alma mantiene el cuerpo vivo, la fe mantiene la vida del alma. Eso es tan serio y verdadero que la Sagrada Escritura llega a afirmar que una fe falsa, mantenida solo en apariencias, hace que el alma de esa persona exhale como un olor a muerte (cfr. 2 Cor 2,14-16) Pues, en el exacto momento en que la criatura rompe con su Creador, comienza a estropearse. Lo que nos alimenta y da vida espiritual no es comida ni cualquier especie de sensación. Nuestro espíritu se alimenta de fe, esperanza y caridad. Si el ser humano no consigue sustentar el propio cuerpo al pasar mucho tiempo sin alimentarse, mucho menos se sustentará espiritualmente si no pide a Dios la fuerza que lo lleva a creer, amar y esperar. Fue lo que Jesús enseñó cuando dijo que no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Como esa Palabra alimenta a quien en ella cree! Para el cristiano, la fe antes que nada.

Del libro: “Dons de Fé e Milagres”
Márcio Mendes
Editorial Cançao Nova
Adaptación Del original em português.

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