miércoles, 22 de julio de 2015

SED PACIENTES




'No somos dueños de nuestras sensibilidades, atracciones y repulsas que nacen en lo más profundo de nuestro ser, allí donde tenemos más o menos el control. Todo lo que podemos hacer es esforzarnos en no seguir esas pendientes que constituyen las barreras en el interior de la comunidad. Será preciso esperar a que el Espíritu Santo venga a perdonar, purificar y podar las ramas un poco torcidas de nuestro ser. Nuestra sensibilidad desde nuestra infancia se ha formado a base de miles de miedos y egoísmos; también está hecha por los gestos de amor y el don de Dios.

Es una mezcla de tinieblas y luz. En un día no se podrá rectificar esa sensibilidad porque exige mil purificaciones y perdones, esfuerzos cotidianos y sobre todo el don del Espíritu que nos renovará en el interior.

Transformar poco a poco nuestra sensibilidad para poder empezar a amar realmente al enemigo es un trabajo de larga duración.

Tenemos que ser pacientes con nuestras sensibilidades y miedos, misericordiosos con nosotros mismos. Para dar este paso hacia la aceptación y el amor al otro, a todos los demás, hay que empezar simplemente por reconocer nuestros bloqueos, nuestros celos, nuestra forma de compararnos, nuestras preguntas, y nuestros odios más o menos conscientes y reconocernos como somos. Y pedir perdón al Padre. Y después es bueno hablar con un hombre de Dios que nos puede hacer comprender, quizá, lo que está pasando, confirmarnos en nuestro esfuerzo de rectitud y ayudarnos a descubrir el perdón de Dios.

Una vez que hemos reconocido que la rama está torcida, que estamos bloqueados por la antipatía, se trata de dirigir los esfuerzos hacia la lengua, evitando dejarla libre para que siembre cizaña, que no indague las faltas y errores de los demás y se regocije cuando constata que se han equivocado. La lengua es uno de los órganos más pequeños, pero que puede sembrar la muerte. Para esconder nuestros propios defectos, engrandecemos los de los demás. «Se» han equivocado. Cuando aceptamos los defectos propios, nos es más fácil aceptar los de los demás.

Al mismo tiempo hay que tratar lealmente de ver las cualidades del «enemigo». ¡También tendrá alguna! Pero como tengo miedo de él, también él lo tendrá de mí. Si yo estoy bloqueado también lo estará él. Cuando dos personas se tienen miedo es difícil que se puedan descubrir mutuamente las cualidades. Es necesario un mediador, un reconciliador, un artesano de la paz, una persona en quien se tenga confianza, y que se entienda con el enemigo. Si confío a esta tercera persona mis dificultades, ella podrá ayudarme a descubrir las cualidades del «enemigo» o al menos a comprender mis actitudes y mis bloqueos y después de haber visto sus cualidades, podré algún día utilizar mi lengua para hablar bien de él. Será un largo camino que terminará en un gesto final, pediré al enemigo antiguo un consejo o un servicio. El que se nos pida un consejo o un servicio impacta mucho más que el hecho de que se nos preste un servicio o se nos haga algún bien.

Durante todo este tiempo, el Espíritu Santo puede ayudarnos a orar por el «enemigo» para que también crezca como Dios quiere, para que un día pueda realizarse el gesto de reconciliación.

El Espíritu Santo vendrá un día para liberarme de este bloqueo de antipatía o puede ser también que me deje seguir con esta espina en mi carne que me humilla y me obliga a hacer cada día nuevos esfuerzos. No se trata de inquietarse por los malos sentimientos
y aún menos de sentirse culpable. Se trata de pedir perdón a Dios como niños pequeños y seguir andando. Si el camino es largo, no hay que desanimarse. Uno de los papeles de la
vida comunitaria es justamente el de ayudarnos a continuar la ruta con esperanza, el aceptarnos tal como somos y aceptar a los otros como son.

La paciencia, como el perdón, está en el corazón de la vida en común: paciencia con nosotros mismos y las leyes de nuestro crecimiento, y paciencia con los demás. La esperanza comunitaria se funda en la aceptación y el amor de la realidad de nuestro ser y del de los otros, y en la paciencia y confianza necesarias para el crecimiento.

Jean Vanier

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