lunes, 27 de julio de 2015

Ejercer el propio don - Parte II

Los celos son un azote que destruye la comunidad. Provienen de los que ignoran sus propio don o de los que no creen bastante en él. Si estuviéramos convencidos de nuestro propio don, no tendríamos celos del de los demás que siempre nos parece mejor.Bastantes comunidades forman (¿deforman?) a sus miembros intentando que todos se parezcan, como si eso fuera una cualidad, basada en la abnegación. Están fundadas en la ley, en el reglamento. Por el contrario, hace falta que cada uno crezca en el ejercicio de su don para construir la comunidad, volverla mejor y más dinámica, como signo del reino.No hay que mirar únicamente el don más externo, el talento.Hay algunos escondidos, latentes, mucho más profundos, ligados a los dones del Espíritu Santo y al amor, que están llamados también a florecer.Algunas personas tienen talentos excepcionales: son escritores, artistas o administradores competentes. Estos talentos pueden convertirse en don. Pero a veces la personalidad de esa persona está tan implicada en su actividad que esos talentos los ejerce más o menos para su gloria o con un deseo de afirmarse o de poder. 
En ese caso, es mejor no ejercer esos talentos en comunidad. Es preciso descubrir un don más profundo. Otros están por el contrario demasiado flexibles y receptivos o su personalidad puede estar menos formada o cuajada. Deben utilizar su competencia como un don al servicio de la comunidad.

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