martes, 18 de agosto de 2015

Mateo 19, 23-30

Los discípulos deben haberse asombrado cuando Jesús les dijo que las riquezas traían consigo ciertos peligros

En este pasaje del Evangelio, Jesús explica que el Padre desea que sus hijos lo amen por encima de todo, porque de esa forma le darán menos importancia a los bienes terrenales y al dinero.

Quien se entregue de corazón a Cristo estará dispuesto a renunciar a todo obstáculo en su relación con el Señor. La acumulación de bienes, el prestigio social o la posición económica e incluso las amistades deben ser menos importantes que Dios. Ninguna de estas cosas puede salvarnos. En ciertas ocasiones, los bienes pueden ayudarnos a acercarnos a Dios, pero también pueden alejarnos de él con la misma facilidad. Todo depende de que el Señor sea lo más importante en nuestro corazón.

Los que dedican su vida a procurarse fortuna, aquellos de los que hablaba Jesús, son los prepotentes de este mundo, los que no confían en nadie sino en sí mismos; los que atribuyen más importancia a su posición social y sus bienes, su influencia y tal vez a la estima de los demás. Pero en el Sermón de la Montaña, Jesús dijo: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos” (Mateo 5, 3). El Padre quiere que todos sus hijos vivan en comunión con él; que reconozcan sus faltas y errores y le pidan perdón por medio de su Hijo Jesucristo; que admitan sus debilidades y su ignorancia y confíen en que sólo el Señor puede guiarlos y darles fortaleza.

Jesús sabía que para nosotros es imposible renunciar a todas las cosas de este mundo; por eso nos aconsejaba que, cuando nos viéramos atribulados, no recurriéramos a nadie más que a Dios. Esto es lo que quiso decir con su afirmación: “Por parte de los hombres, eso es imposible; pero para Dios todas las cosas son posibles.” Así, pues, pidámosle al Señor que haga aquello que para nosotros es imposible realizar. Sólo él puede hacer que el corazón se nos llene de amor. Pidámosle ayuda para renunciar a las aspiraciones mundanas, de manera que sólo él sea la fuente de nuestras alegrías y progresos espirituales.
“Señor, Salvador nuestro,ven y purifica nuestros corazones de todo apego terreno.Envía a tu Espíritu Santopara que la llama de tu amor arda en nuestro corazóny así amemos al Padre por encima de todo.”

No hay comentarios:

Publicar un comentario