viernes, 22 de agosto de 2025

Cuaresma de San Miguel: una experiencia de gracia en lo cotidiano

La Cuaresma de San Miguel Arcángel no es una fórmula, ni un conjunto de prácticas rígidas. Es una invitación a entrar en el misterio, a dejarse transformar por el Espíritu en el desierto del corazón. Es una cuaresma penitencial, sí, pero no triste: es una penitencia que purifica, que abre espacio, que prepara el alma para la adoración.

Quienes somos devotos de San Miguel sabemos que no es solo un guerrero celestial: es el perfecto adorador, el que se postra ante la Trinidad y nos enseña a hacerlo también. En su humildad ardiente, nos guía hacia el centro de todo: Dios Uno y Trino, que merece adoración en espíritu y en verdad.


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Vivir la Cuaresma de San Miguel:

una experiencia de gracia en lo cotidiano


Las propuestas oracionales: ayudas, no exigencias

Durante esta cuaresma, se ofrecen esquemas, jaculatorias, reflexiones, ritmos diarios. Pero es importante recordar: son propuestas, no mandatos. No hacen al centro de la experiencia, sino que acompañan al alma en su camino. Lo esencial es el espíritu del día, ese motor interior que nos invita a unir lo cotidiano con lo eterno.


Cada jornada tiene una intención, una herida que se presenta ante Dios, una súplica que se eleva desde lo profundo. Pero lo más valioso es cuando esa intención se entrelaza con nuestra vida real: con el trabajo, el cansancio, la alegría, el silencio, la familia, el dolor. Ahí la cuaresma se vuelve viva. Ahí San Miguel nos toma de la mano.


Contemplativos en la acción

Vivir esta cuaresma es aprender a ser contemplativos en la acción. No se trata de huir del mundo, sino de verlo con ojos nuevos. Cada gesto puede ser oración. Cada herida puede ser ofrecida. Cada encuentro puede ser adoración.


Como decía San Juan Pablo II, el sufrimiento ofrecido con amor se convierte en redención. Y como enseñaba el Padre Pío, la amistad con San Miguel es refugio y fuerza. En 1917, el santo capuchino peregrinó a la gruta del Gárgano para venerarlo. Caminó con dolor, con los pies heridos, pero con el alma encendida. “Yo también fui a pie hasta esa gruta”, decía con ternura a quienes querían seguir sus pasos. Y allí, ante la “Puerta del Paraíso”, se recogía en oración profunda, temblando de frío pero lleno de fuego interior1.


Sumergirse en esta gracia

Esta cuaresma no exige perfección. Solo pide disponibilidad. Que cada uno, desde donde está, se anime a entrar. Que no se quede afuera por miedo, por cansancio, por dudas. Que sepa que San Miguel intercede, que acompaña, que combate por nosotros.


Sumergirse en esta experiencia es dejarse mirar por Dios. Es permitir que el dolor se transforme en ofrenda. Es descubrir que la adoración no es solo para los templos, sino también para las cocinas, los hospitales, los escritorios, los caminos.


Hoy, más que nunca, necesitamos esta cuaresma. Necesitamos volver al corazón. Y San Miguel, el adorador perfecto, nos espera.