sábado, 30 de noviembre de 2019

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 4,18-22


Evangelio según San Mateo 4,18-22
Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar porque eran pescadores.
Entonces les dijo: "Síganme, y yo los haré pescadores de hombres".
Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron.
Continuando su camino, vio a otros dos hermanos: a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca con Zebedeo, su padre, arreglando las redes; y Jesús los llamó.
Inmediatamente, ellos dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron.


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos hermanos:

Los Apóstoles no son unos santos cualesquiera; son el cimiento de la iglesia. El Apocalipsis dice que bajó del cielo la ciudad santa (la Iglesia ideal), y que tenía “doce cimientos con doce nombres, los nombres de los Doce Apóstoles del Cordero” (Ap 21,14). Con muy buen criterio, en la liturgia el recuerdo de los Apóstoles tiene siempre rango de “fiesta”, mientras que de la mayor parte de los demás santos sólo se hace “memoria”. La Iglesia celebra el recuerdo de los Apóstoles siempre con gozo agradecido: gracias a lo que ellos iniciaron ha llegado hasta nosotros la salvación de Dios, y sigue llegando “a toda la tierra, hasta los límites del orbe, su lenguaje” (Rm 10,18).

La categoría histórica de San Andrés es muy especial, pues no sólo forma parte de la primera pareja de seguidores de Jesús, sino que él fue el intermediario para que su hermano Pedro creyese en Jesús; según Jn 1,41-42, Andrés condujo a Pedro hasta Jesús, de quien le había dicho previamente: “hemos encontrado al Mesías”. Andrés queda así convertido en el evangelizador modélico: puede llevar a otros a Jesús porque tiene la experiencia de haberse “encontrado” personalmente con Él.

Otro recuerdo de San Andrés que el evangelio nos ha conservado es su apertura a otras culturas o formas de pensamiento. En Juan 12,20-22 se nos informa de que unos judíos helenistas (grecoparlantes) que querían encontrarse con Jesús se valieron de la mediación de Andrés y Felipe; casualmente Andrés y Felipe son los únicos discípulos de Jesús que tienen nombre griego, signo seguramente de su apertura a ese mundo tan distante del judío. Esto hará que, en el futuro, Andrés consiga muchos adeptos a la fe cristiana; el misionero debe tener corazón grande, universal,

Andrés fue, como todo apóstol, un seguidor de Jesús, posteriormente un difusor del evangelio, y por fin –se sospecha- un mártir de la fe, que amó más su adhesión a Jesús que su propia vida. En la iglesia siempre se ha considerado que los obispos son los sucesores de los apóstoles; les toca conservar cuidadosamente el legado de aquellos, animar a las comunidades creyentes, impulsar la misión hacia nuevos pueblos. Pero, en lo más profundo, todos los cristianos somos sucesores de los apóstoles; nuestro rasgo principal no puede ser otro que la adhesión vital a Jesús, la seducción por su causa y la entrega a la misma, y el deseo de que le conozcan todos los pueblos. Que la fiesta de San Andrés avive en nosotros el recuerdo de lo más noble que nos ha tocado en suerte.

Nuestro hermano en la fe
Severiano Blanco cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

COMPRENDIENDO LA PALABRA 301119


San Andrés sigue a Cristo hasta en su muerte

Una tradición... narra la muerte de Andrés en Patras, donde sufre el suplicio de la crucifixión. Pero en este momento supremo, de manera análoga a su hermano Pedro, pide ser puesto en una cruz diferente a la de Jesús. En su caso se trata de una cruz en forma decusada, es decir con el palo transversal inclinado, que por eso se la nombra «cruz de san Andrés».

Según una vieja narración, parece que el apóstol habría dicho en esta ocasión: «Salve, oh cruz, inaugurada con el cuerpo de Cristo y llegada a ser ornamento de sus miembros, como si se tratara de piedras preciosas. Antes que el Señor subiera a ti, inspirabas un temor terrestre. Ahora, por el contrario, dotada de un amor celeste, eres recibida como un don. Los creyentes saben, respecto a ti, qué gozo posees, qué regalos tienes preparados. También yo, seguro y lleno de gozo, vengo a ti para que, tú también, me recibas exultante como a aquel que de ti fue suspendido... Oh cruz bienaventurada, que has sido revestida con la majestad y belleza de los miembros del Señor... Tómame y llévame lejos de los hombres y devuélveme a mi Maestro para que, por mediación tuya, me reciba el que me rescató. Salve, oh cruz, sí, en verdad, salve!» 

Como se ve hay aquí una espiritualidad cristiana muy profunda que ve en la cruz, no precisamente un instrumento de tortura sino más bien el medio incomparable de una plena asimilación al Redentor, al grano de trigo caído en tierra (Jn 12,24). De ahí debemos aprender una lección muy importante: nuestras cruces tienen valor si son consideradas y acogidas como una parte de la cruz de Cristo, si son un reflejo de su luz. Es solamente por esta cruz que nuestros sufrimientos quedan ennoblecidos y adquieren su verdadero sentido.


Benedicto XVI
papa 2005-2013
Audiencia general del 14/06/06

viernes, 29 de noviembre de 2019

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 21,29-33


Evangelio según San Lucas 21,29-33
Jesús hizo a sus discípulos esta comparación:
"Miren lo que sucede con la higuera o con cualquier otro árbol.
Cuando comienza a echar brotes, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano.
Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el Reino de Dios está cerca.
Les aseguro que no pasará esta generación hasta que se cumpla todo esto.
El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán."


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos hermanos:

Nos encontramos un día más con el lenguaje simbólico de la apocalíptica, tanto en el libro de Daniel como en el tercer evangelio.

Dirijamos en primer lugar una mirada rápida a la visión simbólica de las cuatro fieras. Líneas después de lo que hoy leemos, el mismo libro de Daniel nos desvela el símbolo; se trata de cuatro imperios, para nosotros bien conocidos: el babilónico, el persa, el de Alejandro Magno y el siro-seleúcida. Los cuatro han sido opresores de Israel, pero el último, del momento en que se escribe el libro, es el más cruel; en él se han dado cambios de dinastía, lo que se designan mediante la imagen de los cuernos que son arrancados, que brotan de nuevo etc.

Lo verdaderamente importante, aquello en lo que el autor pone el acento, es el final de la visión: uno como “Hijo de Hombre”, muy cercano al Altísimo, priva a las fieras de todo su poder y a él se le da el imperio, el honor y el reino. Nuevamente nos encontramos con la finalidad consoladora del lenguaje apocalíptico: la última palabra la tiene el bien; el plan de Dios termina siendo realidad, a pesar de las zancadillas que la maldad humana le haya puesto. El cristiano no puede leer aquí otra cosa que el triunfo de Jesús, el “Hijo del Hombre”, su resurrección y su exaltación a la gloria del Padre, gloria que, finalmente, compartirá con “los santos del altísimo” (Dn 7,18), es decir, con sus fieles, con todos los creyentes.

El texto del evangelio es igualmente una llamada a vivir esperanzados, aun en medio de calamidades. El autor sabe que “todas esas cosas” (en su pensamiento, la guerra judía con la destrucción de Jerusalén y su templo) han sucedido, las han sufrido muchos de la generación de Jesús; porque la palabra de Jesús se cumple. Pero no todo es destrucción; pesan más los signos de salvación. En esto el pensamiento del evangelista y el de Jesús coinciden: estamos invitados a percibir en torno a nosotros mil pequeños detalles que nos muestran la acción creadora y salvadora de Dios ya en el presente: “levantad los ojos y mirad los campos ya dorados para la siega” (Jn 4,35).

Jesús interpretaba sus exorcismos y curaciones como signos de que “el Reino de Dios ha llegado a vosotros” (Lc 11,20). Y Lucas sabe que en su iglesia hay creyentes desprendidos, como Zaqueo, compasivos, como el buen samaritano, generosos, como la viejecita que echó todo en el cepillo de los pobres… Todo ello son signos del mundo nuevo. Con razón pudo transmitirnos el dicho de Jesús, seguramente actualizado, de que “el Reino de Dios no viene con aparatosidad… pues está en medio de vosotros” (Lc 17,21). Jesús invitaba a ver en lo pequeño la presencia anticipada de lo más grande: en la semilla, en una pizca de levadura… Ojalá sus palabras sigan vivas en nosotros, “no pasen”, y seamos como Él portadores de esperanza, heraldos de buenas noticias, creadores de ganas de vivir.

Nuestro hermano en la fe
Severiano Blanco cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

COMPRENDIENDO LA PALABRA 291119


«El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán»

«Bebe el agua de tu cisterna, la que brota de tu pozo, que sean para ti solo» (Pr 5,15.17). Tú que me escuchas, procura tener un pozo y una cisterna que sean tuyos; de manera que, cuando cojas el libro de las Escrituras, llegues a descubrir, también tú, de ti mismo, alguna interpretación. Sí, con lo que has aprendido en la Iglesia, procura beber, también tú, de la fuente que mana de tu espíritu. En el interior de ti mismo está... «el agua viva» (Jn 4,10); hay en ti los canales inagotables y les ríos henchidos del sentido espiritual de la Escritura, con tal que no estén obstruidos por la tierra y los escombros. En este caso, lo que hay que hacer, es cavar y limpiar, es decir, quitar la pereza del espíritu y sacudir el adormecimiento del corazón... 

Purifica, pues, tu espíritu para que un día bebas de tus fuentes y saques el agua viva de tus pozos. Porque si has recibido en ti la palabra de Dios, si has recibido de Jesús el agua viva, y si la has recibido con fe, en ti llegará a ser «un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna» (Jn 4,14).


Orígenes (c. 185-253)
presbítero y teólogo
Homilías sobre el Génesis, nº 12,5

jueves, 28 de noviembre de 2019

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 21,20-28


Evangelio según San Lucas 21,20-28
Jesús dijo a sus discípulos:
"Cuando vean a Jerusalén sitiada por los ejércitos, sepan que su ruina está próxima.
Los que estén en Judea, que se refugien en las montañas; los que estén dentro de la ciudad, que se alejen; y los que estén en los campos, que no vuelvan a ella.
Porque serán días de escarmiento, en que todo lo que está escrito deberá cumplirse.
¡Ay de las que estén embarazadas o tengan niños de pecho en aquellos días! Será grande la desgracia de este país y la ira de Dios pesará sobre este pueblo.
Caerán al filo de la espada, serán llevados cautivos a todas las naciones, y Jerusalén será pisoteada por los paganos, hasta que el tiempo de los paganos llegue a su cumplimiento.
Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, los pueblos serán presa de la angustia ante el rugido del mar y la violencia de las olas.
Los hombres desfallecerán de miedo por lo que sobrevendrá al mundo, porque los astros se conmoverán.
Entonces se verá al Hijo del hombre venir sobre una nube, lleno de poder y de gloria.
Cuando comience a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación".


RESONAR DE LA PALABRA 

Queridos hermanos:

Continuamos con el género apocalíptico de todos los días de esta semana, género aparentemente truculento y aterrador. En nuestro lenguaje habitual designamos como apocalíptico lo terrible y pavoroso; pero esto es un gran error. La palabra apocalipsis significa sencillamente revelación, y el género apocalíptico revela el sentido y el desenlace de la historia, convirtiéndose en un género de consolación. Este tipo de literatura se cultiva en Israel precisamente en épocas de gran tribulación, y el apocalipsis del Nuevo Testamento surge también como respuesta a las persecuciones del imperio romano que pretendían eliminan a los creyentes porque se negaban a practicar los cultos imperiales y confesaban que sólo Jesús se merece el título de Rey, que es el Rey de Reyes y Señor de Señores (Ap 19,16).

Hoy los textos subrayan fundamentalmente el señorío de Dios sobre la historia y sobre la creación: la guerra judeo-romana y los cataclismos cósmico-astrales no suceden al margen del plan divino. A pesar de tanto desorden y confusión, el Hijo del Hombre está sobre la nube, lleno de poder y de gloria. Viene como juez de la historia, pero como juez de misericordia, de modo que los creyentes se sienten libres de toda opresión y pueden andar “con la cabeza alta”.

Para nosotros, el lenguaje apocalíptico tiene otras posibilidades de aprovechamiento. Los cataclismos cósmicos y las tribulaciones bélicas son la metáfora del surgir de un cosmos nuevo y de una sociedad diferente, de un nuevo nacimiento a gran escala. San Pablo daba por hecho que esto, en parte, ya había sucedido en los creyentes, que el bautismo los había hecho pasar por un proceso de muerte-resurrección, de modo que “el que está en Cristo es una criatura nueva; lo antiguo ha pasado, todo es nuevo” (2Cor 5,17).

Desde la desmitologización de la biblia y su interpretación existencial, tan en boga hace pocas décadas y, en algunos aspectos, nada despreciable, volvemos a creer y desear un “fin del mundo” para nosotros: la superación de miserias, inautenticidades, tendencias pecaminosas… y el surgir de una sensibilidad diferente y unos ojos nuevos para contemplar la historia, el mundo, los hermanos y a nosotros mismos como nuevas criaturas.

Nos faltan sólo tres días para iniciar el Adviento, ese llamado “tiempo fuerte” de la liturgia, con su reiterativa invitación a dejar que Dios nos haga nacer de nuevo. Sería un proceso semejante al de la semilla que se descompone y brota lozana y pujante. Un gran poeta, contemplando a un sembrador, experimentó en su interior ese deseo: 

“Lento, el arado, paralelamente, / abría el haza oscura, y la sencilla /
mano abierta dejaba la semilla/ en su entraña partida honradamente. /
Pensé arrancarme el corazón, y echarlo, / pleno de su sentir alto y profundo, /
al ancho surco del terruño tierno;/
a ver si con romperlo y con sembrarlo, / la primavera le mostraba al mundo /
el árbol puro del amor eterno” (J. Ramón Jiménez).

Nuestro hermano en la fe
Severiano Blanco cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

COMPRENDIENDO LA PALABRA 281119


Cristo volverá con gran gloria

«Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y vivos» (Rm 14,9). La Ascensión de Cristo al cielo significa su participación, en su humanidad, en el poder y en la autoridad de Dios mismo. Jesucristo es Señor: posee todo poder en los cielos y en la tierra. Él está «por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación» porque el Padre» bajo sus pies «sometió todas las cosas» (Ef 1, 20-22). Cristo es el Señor del cosmos y de la historia. En él la historia de la humanidad e incluso toda la Creación encuentra su recapitulación (Ef 1,10), su cumplimiento trascendente.

Como Señor, Cristo es también la cabeza de la Iglesia que es su Cuerpo (Ef 1,22). Elevado al cielo y glorificado, habiendo cumplido así su misión, permanece en la tierra en su Iglesia... «La Iglesia, o el reino de Cristo presente ya en misterio «constituye el germen y el comienzo de este Reino en la tierra» (Vaticano II: LG 3,5). Desde la Ascensión, el designio de Dios ha entrado en su consumación. Estamos ya en la «última hora» (1Jn 2,18). 

«El Reino de Cristo, presente ya en su Iglesia, sin embargo, no está todavía acabado «con gran poder y gloria» (Lc 21,17) con el advenimiento del Rey a la tierra. Este Reino aún es objeto de los ataques del poder del mal, a pesar de que estos poderes hayan sido vencidos en su raíz por la Pascua de Cristo. Hasta que todo le haya sido sometido (1C 15,28), y «mientras no haya nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia, la Iglesia peregrina lleva en sus sacramentos e instituciones, que pertenecen a este tiempo, la imagen de este mundo que pasa. Ella misma vive entre las criaturas que gimen en dolores de parto hasta ahora y que esperan la manifestación de los hijos de Dios» (LG 48; Rm 8,19.22). Por esta razón, los cristianos piden, sobre todo en la Eucaristía, que se apresure el retorno de Cristo cuando suplican: «Ven, Señor Jesús» (1C 16, 22; Ap 22,17.20).

Catecismo de la Iglesia Católica
§668 – 671

martes, 26 de noviembre de 2019

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 21,5-11


Evangelio según San Lucas 21,5-11
Como algunos, hablando del Templo, decían que estaba adornado con hermosas piedras y ofrendas votivas, Jesús dijo:
"De todo lo que ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido".
Ellos le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo tendrá lugar esto, y cuál será la señal de que va a suceder?".
Jesús respondió: "Tengan cuidado, no se dejen engañar, porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: 'Soy yo', y también: 'El tiempo está cerca'. No los sigan.
Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones no se alarmen; es necesario que esto ocurra antes, pero no llegará tan pronto el fin".
Después les dijo: "Se levantará nación contra nación y reino contra reino.
Habrá grandes terremotos; peste y hambre en muchas partes; se verán también fenómenos aterradores y grandes señales en el cielo."


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos hermanos:

Estamos en los últimos días del año litúrgico y los textos de la celebración eucarística pertenecen a un género llamado apocalíptico, género hoy en desuso excepto en algunas sectas o en grupos que se alimentan de apariciones y mensajes frecuentemente muy discutibles. Pero fue un género muy socorrido en el judaísmo de la época de Jesús y en el cristianismo de las primeras décadas. Y no era sólo un modo de expresión, sino toda una mentalidad histórico-religiosa: contaban con una muy próxima intervención de Dios sobre la historia, intervención que pondría fin a una época y que tendría espectaculares manifestaciones cósmicas.

El evangelista Lucas no quiere que en la Iglesia se pierda una serie de dichos de Jesús y de reflexiones de las comunidades más antiguas, pero él no se siente cómodo con dicho material, debido a que en su tiempo (por los años 80-90 o incluso más tarde) ya no se espera una pronta vuelta del Señor o “Parusía”, sino que se cuenta con una iglesia duradera en una historia duradera (aunque no eterna). Esta duración la plasma el autor en una frase que él sitúa precisamente en el centro del pequeño discurso de Jesús: “el final no llegará todavía”. Y eso él lo puede decir con buen conocimiento de causa; todo el mundo sabe que en los años 66-74 tuvo lugar la guerra suicida de los judíos contra Roma, en la que hubo desórdenes y tribulaciones, e incluso se produjo la destrucción del templo de Jerusalén; pero la historia continuó su curso.

A pesar de esa falta de sintonía del autor con el material apocalíptico heredado, encuentra en él unos cuantos pensamientos que le resultan de utilidad para su iglesia, como lo siguen siendo para nosotros:
Precaución frente a los falsos mesías o salvadores que querrían ocupar el puesto de Jesús. En aquella época eran embaucadores o iluminados. Hoy tienen otros nombres. Todos corremos el riesgo de dar culto al bienestar económico, a la propia imagen o prestigio personal, a amoríos ilícitos y engañosos, incompatibles con opciones más serias, a algunos artistas o deportistas a quienes consagramos nuestro tiempo y nuestras emociones, o hasta a los personajes más menospreciables de la farándula… ¡Qué propensión la del ser humano a erigir altares!
Disposición a manifestar nuestra adhesión absoluta al Señor. Las guerras vienen acompañadas de todo tipo de calamidades, con mucha frecuencia de persecuciones religiosas. Cuando escribe el tercer evangelista ya han tenido lugar muchos rechazos y descalificaciones de Jesús y sus seguidores. La firmeza en la fe, a pesar de los rechazos que nos pueda granjear, será el signo de que la causa de Jesús toca nuestras entrañas. En el comentario a la parábola del sembrador impertérrito se habla de semilla que cae sobre piedra y sólo produce una fe momentánea y superficial, que con ocasión de cualquier persecución o contratiempo desaparece (Lc 8,13). El papa Francisco usaba hace pocas semanas otra imagen: existe una fe que no pasa de ser “un barniz externo”; y existe, naturalmente, la que impregna todas las fibras de nuestro ser. Hacia ésta hay que caminar.

Nuestro hermano en la fe
Severiano Blanco cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

COMPRENDIENDO LA PALABRA 261119


«Cuando oigáis hablar de guerras y catátrofes, no temais»

Cuanto más se acerca el rey, hay que prepararse más. Cuanto más cercano es el momento en que se le concederá el premio al combatiente, hay que combatir mejor. Así que hagamos como en las carreras: cuando llega el final de la carrera, cuando se acerca el fin, estimulemos con más ardor a los caballos. Por eso dijo San Pablo: " Ahora la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe. La noche está avanzada, el día ya se acerca" (Rm 13,11-12).

Ya que la noche se acaba y el día aparece, hagamos las obras del día; dejemos las obras de las tinieblas. Así como hacemos en esta vida: cuando vemos que la noche deja paso a la aurora y que empieza el canto la golondrina, nos despertamos los unos a otros, aunque todavía sea de noche... apresurándonos en las tareas del día; nos vestimos dejando atrás el sueño, para que el sol nos encuentre preparados. Lo que hicimos entonces, hagamoslo ahora: sacudamos la modorra, arranquemos los sueños de la vida presente, salgamos de nuestro sueño profundo y revistámonos con el traje de la virtud. Esto es lo que el apóstol nos dice claramente: " Rechacemos las obras de las tinieblas y revistámonos con las armas de la luz" (v. 12). Ya que el día nos llama a la batalla, en el combate.

¡No os alarméis al oír estas palabras de combate y lucha! Si revestirse de una armadura pesada es doloroso, en cambio es deseable revestirse de una armadura espiritual, porque es una armadura de luz. Así brillarás con un resplandor mayor que el del sol, y brillando con un intenso resplandor, estarás segura, porque estas son las armas..., las armas de la luz. Entonces, ¿estamos dispensados de luchar? ¡No! Hay que combatir, pero sin llegar al cansancio y sin pesadumbre. Ya que esto es menos que una guerra, a la que se nos invita, como una fiesta y una celebración.


San Juan Crisóstomo (c. 345-407)
presbítero en Antioquía, después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia
Homilía sobre la carta a los Romanos, n°24

lunes, 25 de noviembre de 2019

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 21,1-4


Evangelio según San Lucas 21,1-4
Levantando los ojos, Jesús vio a unos ricos que ponían sus ofrendas en el tesoro del Templo.
Vio también a una viuda de condición muy humilde, que ponía dos pequeñas monedas de cobre,
y dijo: "Les aseguro que esta pobre viuda ha dado más que nadie.
Porque todos los demás dieron como ofrenda algo de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir."


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos hermanos:

Anthony de Mello cuenta la siguiente historieta: “Un vagabundo se presentó en el despacho de un acaudalado hombre de negocios a pedir una limosna. El hombre llamó a su secretaria y le dijo: ¿Ve usted a este pobre desgraciado? Fíjese como le asoman los dedos a través de sus horribles zapatos; observe sus raídos pantalones y su andrajosa chaqueta. Estoy seguro de que no se ha afeitado ni se ha duchado ni ha comido caliente en muchos días. Me parte el corazón ver a una persona en estas condiciones, de manera que... ¡Haga que desaparezca inmediatamente de mi vista!

Había un hombre sin brazos y sin piernas mendigando en la acera. La primera vez que lo vi me conmovió de tal modo que le di una limosna. La segunda vez le di algo menos. La tercera vez no tuve contemplaciones y lo denuncié a la policía por mendigar en la vía pública y dar la lata”.

En nuestras ciudades donde es frecuente el encuentro con menesterosos, nos puedemos ir insensibilizando paulatinamente sin darnos cuenta; lo que se hace costumbre deja de ser impactante. Por otra parte, en los países del primer mundo nos hemos ido acostumbrando a que de esas cosas se encarguen las diversas administraciones del Estado (“ya están los albergues del Ayuntamiento”); eso no es malo, pero nos puede descargar la conciencia con demasiada facilidad. El Estado lo hace con nuestros impuestos, que pagamos no de muy buena gana y, por supuesto, de manera impersonal e insensible. El cumplimiento de las obligaciones fiscales no nos suele llevar a ninguna emoción profunda, a ningún encuentro humano; no nos toca el corazón.

San Lucas pudiera ser designado como “el evangelista de la limosna”. Es el que más relevancia le da, hasta tomarla como criterio de verdadera conversión; hace pocos días leíamos su historia de Zaqueo, en la que subraya que ese recién convertido da la mitad de sus bienes a los pobres. Pero el evangelio de hoy nos lleva más allá: la viejecita da todo, literalmente –dice el texto griego- “toda la vida que tenía”. En esta página web hemos leído alguna vez una anécdota de la gigante Teresa de Calcuta; a alguien que le preguntó cuánto hay que dar a los pobres, ella respondió sin apenas pensarlo: “hasta donde duela”. Dar los “excedentes” es demasiado fácil. Algún Padre de la iglesia dijo que eso no es “dar”, sino “devolver”.

Pero el dar limosna necesita su arte; existe un dar agresivo y humillante, un dar paternalista, desde una actitud de superioridad; y existe un dar gozoso y creador de comunión, donde la dádiva va acompañada de conversación, de interés por la situación de quien pide, por entrar en sus sentimientos. San Vicente de Paul decía a Santa Luisa de Marillac y a su congregación de Hijas de la Caridad: “Sólo por el amor que pongáis en ello os perdonarán los pobres el pan que les deis”.

Nuestro hermano en la fe
Severiano Blanco cmf

fuente del comentario  CIUDAD REDONDA

COMPRENDIENDO LA PALABRA 251119


“Ella dio todo lo que tenía para vivir.”

Acordémonos de esta viuda que se olvidaba de sí misma para socorrer a los pobres, hasta dar todo lo que le quedaba para vivir, pensando sólo en la vida futura, como lo dice el mismo Señor. Los otros habían dado de lo que les sobraba, pero ella, más pobre quizá que muchos pobres, ya que su fortuna se reducía dos piezas de moneda, en su corazón era más rica que todos los ricos. 

Ella sólo miraba las riqueza perdurables. Deseosa de los tesoros celestiales, renunciaba a todo lo que ella poseía como bienes que vienen de la tierra y a ella vuelven. (Gn 3,19) Daba lo que tenía para poseer lo que no tenía. Daba de los bienes perecederos para adquirir bienes inmortales. Esta pobre mujercilla no había olvidado los medios previstos y dispuestos por Nuestro Señor para obtener la recompensa futura. Por esto, el Señor tampoco la olvida, y como juez del mundo ha pronunciado por adelantado la sentencia: hace el elogio de aquella que será coronada en el día del juicio.


San Paulino de Nola (335-431)
obispo
Carta 34, 2-4; PL 61, 345-346

domingo, 24 de noviembre de 2019

VIDA NUEVA


«Este lugar es ante todo un monumento que anuncia la Pascua, pues proclama que la última palabra —a pesar de todas las pruebas contrarias— no pertenece a la muerte sino a la vida. No estamos llamados a la muerte sino a una Vida en plenitud; ellos lo anunciaron. Sí, aquí está la oscuridad de la muerte y el martirio, pero también se anuncia la luz de la resurrección, donde la sangre de los mártires se convierte en semilla de la vida nueva que Jesucristo, a todos, nos quiere regalar. Su testimonio nos confirma en la fe y ayuda a renovar nuestra entrega y compromiso, para vivir el discipulado misionero que sabe trabajar por una cultura, capaz de proteger y defender siempre toda vida, a través de ese “martirio” del servicio cotidiano y silencioso de todos, especialmente hacia los más necesitados»

Francisco
Ángelus 24-11-2019 


RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 23,35-43


Evangelio según San Lucas 23,35-43
El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían: "Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!".
También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre,
le decían: "Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!".
Sobre su cabeza había una inscripción: "Este es el rey de los judíos".
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: "¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros".
Pero el otro lo increpaba, diciéndole: "¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él?
Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo".
Y decía: "Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino".
El le respondió: "Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso".


RESONAR DE LA PALABRA

¿Jesús Rey? ¿Está usted seguro?

La lectura del Evangelio que la Iglesia nos propone para este día nos deja un poco confusos. Es el último domingo del año y la liturgia lo dedica a Cristo Rey. La Iglesia quiere que le veamos en triunfo, como aquel en quien llegan a plenitud todas las cosas. Con él, el Reino de Dios dejará de ser un sueño para empezar a ser realidad plena. ¿Cómo es posible que el Evangelio nos presente a Jesús en la cruz? Los condenados a muerte no han triunfado nunca a lo largo de la historia. Como mucho han conseguido que algunos nostálgicos derramaran algunas lágrimas por ellos. Pero nada más. Los gobernantes de cualquier país saben que lo mejor que se puede hacer con la oposición es eliminarla.

Pero el caso de Jesús es diferente. Da la impresión de que su reinado no es exactamente igual que los gobiernos y reinos de este mundo. Jesús es un hombre que, a punto de morir en la cruz, todavía despierta pasiones opuestas. Unos se ríen de él y otros afirman su inocencia. Más todavía. En el momento de la cruz el mismo Jesús es capaz de prometer el paraíso al hombre que está crucificado a su lado. 

Es que su reino no es de este mundo. Su reino es el reinado de Dios que junta y recoge a todos sus hijos e hijas dispersos para convertirlos en una familia. En el reino de Dios no somos súbditos. Tampoco somos ciudadanos. Somos hijos. Absolutamente diferente. 

Desde esa perspectiva entendemos mejor la plenitud a que se refiere la lectura de la carta a los Colosenses. Cuando ahí se afirma la superioridad de Jesús sobre todas las cosas y sobre todas las personas, cuando se nos dice que en él el Reino de Dios va a llegar a su plenitud, no significa que en su tiempo ese reino vaya a ser próspero económicamente. Tampoco significa que se vayan a hacer unas grandiosas obras y monumentos como acostumbran a hacer nuestros gobernantes para perpetuar su memoria. Ni siquiera que vaya a tener el mejor y más poderosos ejército del mundo. Ninguna de esas cosas. En un reino donde todos somos hermanos y Dios, el centro y origen de todo, es nuestro padre, la plenitud se verá al realizarse de verdad la fraternidad, la solidaridad y la justicia entre todos y todas. La plenitud llegará porque, como en una buena familia, todos pondremos nuestra confianza en el padre de quien procedemos y en quien encontramos el amor que nos hace falta para vivir y llegar a nuestra propia plenitud. Y todo eso sin fronteras, sin divisiones por razón de raza, cultura, religión o nacionalidad, porque toda la humanidad, junto con toda la creación, está llamada a participar de esa plenitud. Jesús es el rey de ese reino. Precisamente por eso murió en la cruz. Precisamente por eso, Dios, el Padre que ama la vida, lo resucitó y hoy mantenemos viva la esperanza del Reino. 

Para la reflexión

¿Estamos todos los que formamos nuestra comunidad al servicio unos de otros? ¿Nos esforzamos para que entre nosotros reinen la fraternidad, la solidaridad y la justicia? ¿Mantenemos la esperanza a pesar de las dificultades que nos encontramos en el camino?
Fernando Torres cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

COMPRENDIENDO LA PALABRA 241119


“Acuérdate de mí cuando entres en tu Reino”

El paraíso, cerrado durante miles de años, ha sido abierto por la cruz “hoy”. Porque hoy Dios ha introducido en el paraíso al buen ladrón. Se realizan dos milagros: abre el paraíso para que entre un ladrón. Hoy, Dios nos ha devuelto a nuestra vieja patria, hoy nos ha reunido en la ciudad de nuestro origen, hoy ha abierto su casa a la humanidad entera. “Hoy estarás conmigo en el paraíso.” (Lc 23,43) ¿Qué dices, Señor, aquí? Estás crucificado, clavado ¿y prometes el paraíso?—Sí, para que aprendas cuál es mi poder en la cruz...

Porque no fue resucitando a un muerto, dominando la tempestad del mar, echando demonios, sino crucificado, clavado, cubierto de salivazos e insultos, burlado y ultrajado que ha podido cambiar la situación espiritual del ladrón, para que veas los dos aspectos de su poder. Hizo estremecer a toda la creación, hendió las rocas y atrajo hacia si al ladrón, más duro que una piedra...

Seguro que ningún rey no permitiría nunca que un ladrón u otro malhechor se siente con él a la hora de la solemne entrada en una ciudad. Pero Cristo lo ha hecho: cuando entra en su santa morada lleva consigo al ladrón. Actuando así no menosprecia el paraíso, no lo deshonra por la presencia de un ladrón. Bien al contrario, honra el paraíso, porque es una gloria para el paraíso tener un amo que pueda convertir a un ladrón en un ser digno de gustar sus delicias. Lo mismo cuando conduce al reino de los cielos a los publicanos y prostitutas, no es un desprecio sino un honor, ya que muestra que el amo del reino de los cielos, es poderoso como para hacer dignos de tales dones y honores a los publicanos y prostitutas.


San Juan Crisóstomo (c. 345-407)
presbítero en Antioquía, después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia
Homilía 1ª sobre la cruz y el buen ladrón, para el viernes santo, 2; PG 49, 401

sábado, 23 de noviembre de 2019

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 20,27-40


Evangelio según San Lucas 20,27-40
Se acercaron a Jesús algunos saduceos, que niegan la resurrección,
y le dijeron: "Maestro, Moisés nos ha ordenado: Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda.
Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos.
El segundo
se casó con la viuda, y luego el tercero. Y así murieron los siete sin dejar descendencia.
Finalmente, también murió la mujer.
Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?".
Jesús les respondió: "En este mundo los hombres y las mujeres se casan,
pero los que sean juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casarán.
Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección.
Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob.
Porque él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para él".
Tomando la palabra, algunos escribas le dijeron: "Maestro, has hablado bien".
Y ya no se atrevían a preguntarle nada.


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos hermanos:

“Como no hay más vida que esta terrena, se trata de aprovecharla al máximo y disfrutarla, coronémonos de rosas que mañana moriremos”, se dice que decían los antiguos y también los modernos descreídos. Algo así era pensaban los saduceos, que no creían en la resurrección. Quieren justificarse ante Jesús e intentan enredarlo con una pregunta de tipo casuístico basados en la ley del levirato establecida en el libro del Deuteronomio 25, 5-10. La respuesta de Jesús hace ver, en primer lugar, que el matrimonio es una realidad natural y necesaria para la prolongación de la especie humana en la tierra, además de ser origen de la vida de las familias.

En segundo lugar, la resurrección no es la simple prolongación de esta vida terrena con sus necesidades y deficiencias, sino un estado de vida absolutamente pleno donde ya no habrá necesidades que satisfacer.

En tercer lugar, Jesús prueba con la Escritura, que también los saduceos aceptaban como base de su fe judía, que Dios es un Dios de vivos y que por lo tanto el destino de todo hombre y de toda mujer es llegar a compartir esa vida plena con Dios.

“Jesús les contestó: «En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor "Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob". No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos.»
El Dios de los antepasados, el Dios de la alianza, es un Dios fiel a sus promesas de una vida sin fin. Por eso, Dios no puede abandonar al hombre al poder de la muerte. En su fidelidad tiene que resucitarlo. La resurrección de Jesús es el cumplimiento de esta promesa de vida plena y total

La costumbre de cuidar y adornar las tumbas de nuestros familiares difuntos no es sólo una expresión de cariño hacia ellos. Es más. Es la expresión de que el amor no puede morir para siempre: hemos sido creados para amar, para vivir una vida que no tiene fin.

Nuestros Mártires son testigos extraordinarios de esta fe en la vida eterna, en la resurrección. Continuamente aparecen en sus escritos expresiones como ésta: ¡Adiós, hasta el cielo! Por eso eran capaces de afrontar tantos sufrimientos en esta tierra sin renegar de su fe.

Carlos Latorre
Misionero Claretiano

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

COMPRENDIENDO LA PALABRA 231119


«No es Dios de muertos, sino de vivos»

El máximo enigma de la vida humana es la muerte. El hombre sufre con el dolor y con la disolución progresiva del cuerpo. Pero su máximo tormento es el temor por la desaparición perpetua. Juzga con instinto certero cuando se resiste a aceptar la perspectiva de la ruina total y del adiós definitivo. La semilla de eternidad que en sí lleva, por ser irreductible a la sola materia, se levanta contra la muerte. Todos los esfuerzos de la técnica moderna, por muy útiles que sean, no pueden calmar esta ansiedad del hombre; la prórroga de la longevidad que hoy proporciona la biología no puede satisfacer ese deseo del más allá que surge ineluctablemente del corazón humano.

Mientras toda imaginación fracasa ante la muerte, la Iglesia, aleccionada por la Revelación divina, afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz situado más allá de las fronteras de la miseria terrestre. La fe cristiana enseña que la muerte corporal, que entró en la historia a causa del pecado, será vencida cuando el omnipotente y misericordioso Salvador restituya al hombre en la salvación perdida por el pecado. Dios ha llamado y llama al hombre a adherirse a Él con la total plenitud de su ser en la perpetua comunión de la incorruptible vida divina. Ha sido Cristo resucitado el que ha ganado esta victoria para el hombre, liberándolo de la muerte con su propia muerte. Para todo hombre que reflexione, la fe, apoyada en sólidos argumentos, responde satisfactoriamente al interrogante angustioso sobre el destino futuro del hombre y al mismo tiempo ofrece la posibilidad de una comunión con nuestros mismos queridos hermanos arrebatados por la muerte, dándonos la esperanza de que poseen ya en Dios la vida verdadera.

Concilio Vaticano II
Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual «Gaudium et spes», § 18 - Copyright © Libreria Editrice Vaticana

viernes, 22 de noviembre de 2019

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 19,45-48


Evangelio según San Lucas 19,45-48
Jesús al entrar al Templo, se puso a echar a los vendedores,
diciéndoles: "Está escrito: Mi casa será una casa de oración, pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones".
Y diariamente enseñaba en el Templo. Los sumos sacerdotes, los escribas y los más importantes del pueblo, buscaban la forma de matarlo.
Pero no sabían cómo hacerlo, porque todo el pueblo lo escuchaba y estaba pendiente de sus palabras.


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos hermanos:

La primera lectura de hoy termina diciendo: Por entonces, muchos bajaron al desierto para instalarse allí, porque deseaban vivir según derecho y justicia.

También hoy los cristianos nos encontramos con ambientes difíciles donde poder vivir nuestra fe, pero no se trata de huir o de esconderse. Sabemos que lo que convence y arrastra no son las lindas palabras, sino las obras de amor hacia los demás, la solidaridad con el más débil y abandonado.

Con frecuencia aparecen noticias de enfrentamientos entre cristianos y musulmanes en Egipto, entre cristianos e hindúes en la India… Y ciertamente da mucha pena ese odio por motivo del credo religioso. Por eso es más llamativa la obra de la Beata Teresa de Calcuta que supo ganarse el corazón de personas nada amigas de los cristianos. A Madre Teresa de Calcuta le fue confiada la misión de proclamar la sed de amor de Dios por la humanidad, especialmente por los más pobres entre los pobres. “Dios ama todavía al mundo, decía, y nos envía a ti y a mí para que seamos su amor y su compasión por los pobres”. Fue un alma llena de la luz de Cristo, inflamada de amor por Él y ardiendo con un único deseo: “saciar su sed de amor y de almas”. Ese mensaje todos lo entendieron y respetaron. No son las ideas las que nos hacen hermanos, sino los sentimientos y afectos, los gestos de amor.

San Lucas en el evangelio nos pone delante a Jesús que llora y se lamenta por su querida ciudad de Jerusalén que no ha reconocido ni aceptado la visita de Dios que la quiere salvar y preservar de la destrucción. Él, como buen judío, ama con un cariño especial a la Ciudad Santa, en cuyo templo reside la gloria del Dios de Israel. Jesús sabe que allí están todos los elementos necesarios para realizar el plan de Dios; pero la realidad es que la ciudad se ha convertido en símbolo de la obstinación y el rechazo a todo lo que tuviera que ver con la voluntad divina, y esto le atraerá la perdición, pues de ella «no dejarán piedra sobre piedra».

Ver llorar a una persona nos conmueve, ver llorar a Jesús, el Hijo de Dios, nos desconcierta por su profundísima humanidad: se ha hecho en todo semejante a cualquiera de nosotros y ama no sólo a personas concretas, sino también a aquella ciudad, Jerusalén, cuyos dirigentes la van a llevar a la destrucción y ruina total.

Carlos Latorre
Misionero Claretiano

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

COMPRENDIENDO LA PALABRA 221119


“La Escritura dice: ‘Mi casa es una casa de oración.”

Os exhorto a caminar según el pensamiento de Dios. Porque Jesucristo, príncipe indefectible de nuestra vida es el pensamiento de Dios. Del mismo modo, los obispos, extendidos por toda la tierra, están en el pensamiento de Cristo Jesús. De manera que os conviene caminar según el pensamiento de vuestro obispo. Es lo que ya hacéis. El conjunto de vuestros presbíteros, dignos de Dios, está unido al obispo como las cuerdas lo son a la cítara. Así, en el acorde de vuestros sentimientos y en la armonía de vuestra caridad, cantáis a Jesucristo. Que cada uno de vosotros se haga miembro del coro para que, en la armonía de vuestros acordes y sobre el tono de Dios, cantéis a una sola voz las alabanzas del Padre, por Jesucristo.

Sois las piedras del templo del Padre, talladas para el edificio construido por Dios el Padre, elevadas hasta la cumbre por Jesucristo, que es la piedra angular, por el Espíritu Santo. Vuestra fe os eleva a las alturas y la caridad es el camino que os eleva hasta Dios. Sois todos compañeros de ruta, portadores de Dios y de su templo, portadores de Cristo, llevando los objetos sagrados, adornados de los preceptos de Jesucristo. Con vosotros me siento lleno de alegría... Mi gozo consiste en ver que viviendo en una vida nueva, no aspiráis a nada fuera del amor de Dios.


San Ignacio de Antioquia (¿- c. 110)
obispo y mártir
Carta a los Efesios, 3-4, 9

jueves, 21 de noviembre de 2019

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 19,41-44


Evangelio según San Lucas 19,41-44
Cuando estuvo cerca y vio la ciudad, se puso a llorar por ella,
diciendo: "¡Si tú también hubieras comprendido en este día el mensaje de paz! Pero ahora está oculto a tus ojos.
Vendrán días desastrosos para ti, en que tus enemigos te cercarán con empalizadas, te sitiarán y te atacarán por todas partes.
Te arrasarán junto con tus hijos, que están dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has sabido reconocer el tiempo en que fuiste visitada por Dios".


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos hermanos:

Parece ser que para Lucas esta escena de la purificación del templo se convierte en el objetivo de la entrada de Jesús en Jerusalén. Y así prepara el templo como lugar de su enseñanza, atentamente seguida por el pueblo, pero rechazada por sus dirigentes.

Con esta acción de la expulsión de los vendedores Lucas quiere subrayar varias cosas: Jesús no es contrario al Templo; en el corazón de cada judío está inscrito el Templo como el más importante emblema religioso de la nación. Él sólo reclama que se utilice para lo que es: «casa de oración», como está escrito en Isaías 56,7.

Al purificar el Templo, Jesús desenmascara el extremo al que había llegado la «casa de Dios» que, de emblema religioso y lugar de encuentro de la comunidad con su Dios, había pasado a ser emblema de opresión y centro de traficantes.

Pero el “atrevimiento” de Jesús no va a quedar impune ante las autoridades religiosas que utilizan el templo para acumular sus riquezas. Ese mismo día deciden eliminar a Jesús. No pueden hacerlo de inmediato porque «todo el pueblo estaba pendiente de sus palabras». Pero la decisión está ya más que tomada.

Es interesante observar la importancia social que adquieren los lugares de culto. Los cristianos a lo largo de los siglos han cuidado estos lugares hasta en las épocas más oscuras de las persecuciones en Roma, por ejemplo, en las catacumbas.

Yo he vivido en el interior del Paraguay durante años acompañando a comunidades campesinas. Sí, lo primero era la escuela para enseñar a los niños, pero enseguida venía el Oratorio o la Capilla para honrar a su santo patrono. Y así iba tomando forma y organización la comunidad.

Me acuerdo que cuando se trataba de emprender estas obras comunitarias siempre había algunos que pensaban en recurrir a algún estanciero vecino o a alguna autoridad que mostraba en sus discursos interés por apoyar las iniciativas del pueblo. Pero la gente con mucha sabiduría y experiencia siempre me decían: “Pa’i (Padre), ya sabe, ¡¡¡la escuela y el Oratorio se construyen con las promesas de los ricos y la platita de los pobres!!!” Y por eso nadie como el pueblo humilde sabe cuidar y enriquecer sus lugares comunitarios. Es la casa común que da identidad, allí se encuentran los vecinos y rezan, cantan, escuchan la Palabra de Dios. Y está siempre al servicio de todos.

Carlos Latorre
Misionero Claretiano

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

COMPRENDIENDO LA PALABRA 211119


«¡Si al menos tú, Jerusalén, comprendieras en este día lo que te conduce a la paz!»

«¡Qué alegría cuando me dijeron: 'Vamos a la casa del Señor'. Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén!» (Sl 121, 1-2). ¿De qué Jerusalén habla? En la tierra hay una ciudad con este nombre, pero no es más que la sombra de la otra Jerusalén. ¿Qué dicha tan grande hay en estar en la Jerusalén de aquí abajo de la que se habla con tanto amor y tanto fervor siendo así que no ha podido mantenerse firme y ha sido arruinada?... No es de la Jerusalén de aquí debajo de la cual habla el apóstol Pablo con tanto amor, tanto fervor, tanto deseo de llegar a la Jerusalén «nuestra madre» cuando dice que es «eterna en los cielos» (Ga 4,26; 2C 5,1)...

«Oh Jerusalén, que haya paz dentro de tus muros, seguridad en tus palacios» (Sl 121,7). Es decir, que tu paz se encuentre en tu amor, porque el amor es la fuerza. Escuchad lo que dice el Cantar de los Cantares: «El amor es fuerte como la muerte» (8,6)... Efectivamente, el amor destruye lo que hemos sido, para permitirnos, por una especie de muerte, llegar a ser lo que no éramos... Es esta muerte la que actuaba en aquel que decía: «El mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo» (Ga 6,14). Es de esta misma muerte de la que habla el mismo apóstol cuando dice: «Habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios» (Col 3,3). Sí, «el amor es fuerte como la muerte». Si el amor es fuerte, es poderoso, tiene mucha fuerza, es la fuerza misma... Que tu paz esté, pues, en tu fuerza, Jerusalén; que tu paz esté en tu amor.


San Agustín (354-430)
obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia
Sermones sobre los salmos, sl 121, §3,12

miércoles, 20 de noviembre de 2019

REFLEXIONES


RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 19,11-28


Evangelio según San Lucas 19,11-28
Jesús dijo una parábola, porque estaba cerca de Jerusalén y la gente pensaba que el Reino de Dios iba a aparecer de un momento a otro.
El les dijo: "Un hombre de familia noble fue a un país lejano para recibir la investidura real y regresar en seguida.
Llamó a diez de sus servidores y les entregó cien monedas de plata a cada uno, diciéndoles: 'Háganlas producir hasta que yo vuelva'.
Pero sus conciudadanos lo odiaban y enviaron detrás de él una embajada encargada de decir: 'No queremos que este sea nuestro rey'.
Al regresar, investido de la dignidad real, hizo llamar a los servidores a quienes había dado el dinero, para saber lo que había ganado cada uno.
El primero se presentó y le dijo: 'Señor, tus cien monedas de plata han producido diez veces más'.
'Está bien, buen servidor, le respondió, ya que has sido fiel en tan poca cosa, recibe el gobierno de diez ciudades'.
Llegó el segundo y le dijo: 'Señor, tus cien monedas de plata han producido cinco veces más'.
A él también le dijo: 'Tú estarás al frente de cinco ciudades'.
Llegó el otro y le dijo: 'Señor, aquí tienes tus cien monedas de plata, que guardé envueltas en un pañuelo.
Porque tuve miedo de ti, que eres un hombre exigente, que quieres percibir lo que no has depositado y cosechar lo que no has sembrado'.
El le respondió: 'Yo te juzgo por tus propias palabras, mal servidor. Si sabías que soy un hombre exigentes, que quiero percibir lo que no deposité y cosechar lo que no sembré,
¿por qué no entregaste mi dinero en préstamo? A mi regreso yo lo hubiera recuperado con intereses'.
Y dijo a los que estaban allí: 'Quítenle las cien monedas y dénselas al que tiene diez veces más'.
'¡Pero, señor, le respondieron, ya tiene mil!'.
Les aseguro que al que tiene, se le dará; pero al que no tiene, se le quitará aún lo que tiene.
En cuanto a mis enemigos, que no me han querido por rey, tráiganlos aquí y mátenlos en mi presencia".
Después de haber dicho esto, Jesús siguió adelante, subiendo a Jerusalén.


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos hermanos:

La primera lectura del libro de los Macabeos nos narra el martirio de los siete hermanos y su madre. Es un relato que por su dramatismo conmueve y edifica. La familia representa la unidad que debe mantener el pueblo. La mujer y sus hijos representan al pueblo de Israel frágil, inocente e indefenso.

Esta narración nos presenta una primera enseñanza para entender la radicalidad del martirio cristiano; por ejemplo: el verdadero creyente prefiere morir antes que quebrantar la ley o el proyecto de Dios. Pero los que mueren por Él, resucitarán a una vida eterna en sus cuerpos mortales. Sí, Dios nos da la vida y por su causa hay que estar dispuesto a perderla. La fuerza y la ternura de la mujer, la madre de estos jóvenes, simboliza ese aliento de Dios, esa gracia que anima la decisión de los que se preparan para el martirio: sólo con la ayuda que viene de lo alto es posible el acto heroico del martirio.

Yo me siento especialmente interpelado por esta historia de la familia de los Macabeos, pues vivo en una comunidad dedicada a custodiar y transmitir el mensaje del Seminario Mártir de los Misioneros Claretianos en Barbastro en España. Si alguien está interesado en visitarlo virtualmente puede entrar en www.martiresdebarbstro.org. ¡Vale la pena!

Justamente hoy también recordamos la memoria del martirio de los beatos José Trinidad Rangel Montaño, presbítero, Leonardo Pérez Larios, laico, mexicanos y del claretiano Andrés Solá Molist, español, asesinados por su fe en México el año 1927. A todos ellos los unió, a pesar de la distancia geográfica la misma aclamación antes de morir: “¡Viva Cristo Rey!”

El texto del evangelista Lucas nos presenta una parábola muy semejante a la de los talentos. Es una llamada a trabajar incansablemente por el reinado de Dios en esta tierra. Y esta es la tarea que debe llevar adelante la comunidad cristiana en todos los lugares y en todos los tiempos.

La tarea del Mesías para muchos de los paisanos contemporáneos de Jesús, era un asunto que correspondía exclusivamente al Mesías, nadie tenía que intervenir ni para bien ni para mal, porque el Mesías se encargaría de todo y de un solo golpe su reinado quedaría instaurado, en una especie de golpe de suerte.

Con esta parábola, a las puertas de Jerusalén, justo antes de su entrada triunfal, Lucas advierte que Jesús el Mesías no ve así las cosas. Para Jesús en la tarea del Mesías y en la instauración del reinado de Dios están involucrados todos y cada uno de los creyentes, según sus capacidades y dones; todos debemos poner empeño en la instauración del proyecto de Dios. Nadie estamos dispensados. Pero ese reinado de Dios no llegará si nosotros no somos capaces de dar la vida por él.

Carlos Latorre
Misionero Claretiano

fuente del comentario CIUDAD REDONDA