A primera vista, la parábola del administrador infiel podría suscitar cierto asombro e incluso cierto escándalo, precisamente porque Jesús alaba su conducta, a pesar de la actitud astuta y deshonesta del empleado. Con todo, no debemos escandalizarnos en absoluto: el Señor no nos presenta como modelo a un estafador o un pillo; lo que hace, más bien, es recordarnos que todos somos responsables de unos bienes que hemos recibido pero que realmente no nos pertenecen, sino que hemos de considerarlos como dones de Dios y, en consecuencia, hemos de tratarlos con la prudencia y la audacia dignas de los hijos de Dios.
El administrador de la parábola había abusado de la confianza de su amo subiendo las cantidades adeudadas en beneficio propio. Ante las quejas de los clientes y la amenaza de despido, recapacita, aunque solo sea por conveniencia, y renuncia a su propio beneficio, pidiendo lo justo a los clientes.
Ante esta situación, nosotros pensamos que ese administrador, aunque haya cambiado de actitud, no es de fiar. En cambio, Jesucristo conoce nuestras caídas, pero basta un sincero arrepentimiento y la petición de perdón, para que nos devuelva su confianza y se sienta orgulloso de nosotros, como el amo de la parábola con su administrador.
Jesús nos invita y exhorta a ser sagaces. Esta cualidad debe ser una expresión de la caridad cristiana. La astucia, relacionada siempre con el maligno, significa fingir, mentir, engañar, para lograr lo que queremos. En cambio, la virtud humana de la sagacidad consiste en la habilidad de encontrar los medios justos y más eficaces para alcanzar un objetivo noble, como puede ser vivir nuestra fe y amor a Dios.
Llama la atención ver cómo algunos son muy capaces de obtener lo que se proponen en el ámbito del trabajo, de la familia o con las amistades. En cambio, se comportan con temor y se sienten impotentes a la hora de hablar de Jesucristo y de su doctrina, o de hacer algo por la edificación y avance de la justicia y del amor cristiano.
Si Cristo fuera de verdad el valor más importante para nosotros, ¿no deberíamos comportarnos con más inteligencia e imaginación?
“Amado Señor Jesucristo, ilumina mi mente y mi corazón para saber actuar con sabiduría en el servicio a mi Salvador y a mi prójimo.”
Romanos 15, 14-21
Salmo 98 (97), 1-4
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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