Evangelio según San Lucas 21,20-28.
Jesús dijo a sus discípulos: "Cuando vean a Jerusalén sitiada por los ejércitos, sepan que su ruina está próxima.Los que estén en Judea, que se refugien en las montañas; los que estén dentro de la ciudad, que se alejen; y los que estén en los campos, que no vuelvan a ella.Porque serán días de escarmiento, en que todo lo que está escrito deberá cumplirse.¡Ay de las que estén embarazadas o tengan niños de pecho en aquellos días! Será grande la desgracia de este país y la ira de Dios pesará sobre este pueblo.Caerán al filo de la espada, serán llevados cautivos a todas las naciones, y Jerusalén será pisoteada por los paganos, hasta que el tiempo de los paganos llegue a su cumplimiento.Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, los pueblos serán presa de la angustia ante el rugido del mar y la violencia de las olas.Los hombres desfallecerán de miedo por lo que sobrevendrá al mundo, porque los astros se conmoverán.Entonces se verá al Hijo del hombre venir sobre una nube, lleno de poder y de gloria.Cuando comience a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación".
RESONAR DE LA PALABRA
Queridos amigos y amigas:
Juan pide gritar a pleno pulmón junto a la muchedumbre que canta: "Aleluya, la victoria, la gloria y el poder pertenecen a nuestro Dios". Para cantar es preciso tener el corazón reconciliado y en armonía con todo lo creado. Hay dos formas de vivir, pero sólo una para quien canta la belleza de Dios. Valga la explicación con la siguiente historia.
"Había dos hombres en un pueblo y uno siempre estaba en los lugares públicos y siempre estaba calumniando a sus vecinos y levantando testimonios falsos de sus hermanos del pueblo, y nada más llegar algo a sus oídos lo agrandaba diez veces cuando salía de su boca, y nada más saber algo que dejaba mal a alguien, decía: ya lo sabía... si esto no podía salir bien... Y siempre estaba colérico y los días eran amargos para él y las noches eran tristes. Sólo le escuchaban aquellos que en sus corazones eran iguales que él, y entre ellos se justificaban y no echaban en ver sus torpezas.
Y había otro que todas las mañanas se sentaba en la plaza pública y sonreía a todos y a todos les daba ánimo, y a todos sus hermanos que le pedían ayuda los socorría con el corazón y no pedía nada a cambio. Y cuando se enteraba de algún problema iba y, en silencio, pedía por el que lo tenía para que le vinieran fuerzas y los trascendiera. Y su rostro se llenaba de virtud cuando estas cosas hacía. Y cuando le preguntaban de qué parte sacaba tanta felicidad, él respondía: Cuando levanto mi cuerpo por la noche, no debo nada al día por venir. Cada día me trae lo que necesito y se lleva lo que no necesito. Cuando mi mente quiere volar, me monto en ella, pero nunca la dejo ir sola: éste es el secreto".
El salmo 99 despierta el gozoso recuerdo de nuestro origen: "Sabed que el Señor es Dios: que él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño", y la promesa de Dios con nosotros: "El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades".
Tu vida, tu casa, los que más quieres, tu Jerusalén, puede estar cercada por ejércitos y amenazada por la desolación. Puede que te sorprendan señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas, muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo; puede que las fuerzas de los cielos sean sacudidas… A lo que hemos de temer es a no vernos sorprendidos por la sacudida del corazón que ha perdido sensibilidad para descubrir la bondad y la fidelidad del Señor. Lucas nos pide cobrar ánimo y levantar la cabeza ante aquello que nos trae liberación. Es posible el adormecimiento del corazón deslumbrado con tanta luz que nos obliga a consumir, y puede ser que la verdadera estrella -no de neón- pase por nuestro cielo y pase desapercibida. No vendría nada mal en esos momentos una sacudida de nuestro cielo.
Dichoso quien entiende que la posesión de un bien no es grata si no se comparte (SÉNECA, Epístolas 6, 4). "Si quieres vivir para ti, debes vivir para otro" (SÉNECA, Epístolas 48, 2)
Hoy se cumplen ocho años de la muerte del obispo Vicente Enrique y Tarancón, creyente y pastor comprometido -con más o menos acierto- en la búsqueda de lugares de diálogo y de tolerancia. Leyó las señales del tiempo que le tocó vivir y aceptó su reto, por eso el Señor lo hizo bueno.
CR
fuente del comentario CIUDAD REDONDA