Lucas 21, 28
La lectura del Evangelio de hoy tiene una doble enseñanza. Primero, que Jesús profetizó que la ciudad de Jerusalén sería destruida completamente, lo cual ocurrió en el año 70 d.C. La ciudad santa quedaría vacía, pisoteada por los invasores paganos y reducida a ruina absoluta. Segundo, que Jesús describió los sobrecogedores hechos que se suscitarán cuando se concrete su Segunda Venida, y añadió que, al final de los tiempos, todos los seres del cielo y de la tierra “verán venir al Hijo del hombre en una nube, con gran poder y majestad” (Lucas 21, 27).
Probablemente el temor se apoderó de los oyentes al escuchar semejantes perspectivas de ruina y devastación. Nosotros también podemos sentir temor o inseguridad ante los rápidos cambios y sucesos que ocurren actualmente, no solo cuando la familia crece o fallece algún ser querido, sino también cuando hay incendios, inundaciones, terremotos, disturbios políticos, guerras y trastornos sociales. Ante tan drásticos eventos, difícilmente pensamos en la Segunda Venida de Cristo.
Si deseamos paz y quietud en nuestra vida, debemos confiar en “Jesucristo… el mismo, ayer, hoy y siempre” (Hebreos 13, 8), y no en las cosas de este mundo, que son pasajeras. La vida en esta tierra significa un tiempo de preparación, una oportunidad para conocer a Cristo, con quien esperamos pasar la eternidad. Nos sentimos tan cautivados por las cosas terrenales que nos cuesta mucho centrar la atención y llegar a conocer la magnificencia del amor de Cristo.
El Espíritu Santo desea enseñarnos todas las cosas, hablarnos en la oración y las Escrituras, y darnos muchas oportunidades para acercarnos al Señor con confianza y amor. La fiel participación en la liturgia de la Iglesia, especialmente en la santa Misa , nos unirá aún más con los bienaventurados del cielo en sus alabanzas y adoración a Dios. El servicio en nuestra parroquia nos llevará a la comunión fraterna con otros cristianos, para que todos juntos lleguemos al conocimiento de Cristo, apoyándonos en él cada vez con mayor firmeza y seguridad.
Entonces, cuando Jesús vuelva para llevarse a los suyos a la gloria eterna, no hemos de tener miedo, sino por el contrario estar gozosos de presenciar su venida y podremos levantar la cabeza, porque sabremos que ya estará cerca nuestra redención.
“¡Maranatha! ¡Ven Señor Jesús! Te esperamos con los brazos abiertos, porque sabemos que vendrás a buscar a tus fieles para llevarlos contigo al cielo.”
Apocalipsis 18, 1-2. 21-23; 19, 1-3. 9
Salmo 100(99), 1-5
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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