En 1925, el Papa Pio XI instituyó la Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, con la que se inicia la última semana del año litúrgico.
El objetivo de esta fiesta es celebrar la soberanía universal de Jesucristo, nuestro Señor, cuyo Reino es para nosotros la salvación del engaño mortal del pecado que abunda en el mundo, así como la revelación de Dios y nuestra reconciliación con él.
El Reino de Jesucristo no es de este mundo, pero es el Reino de la paz y el amor que él estableció en la tierra y a todos los creyentes nos invita a entrar en él. Cristo Rey anuncia la verdad y la verdad es la luz que ilumina el camino angosto, pero recto, que él, con su Vía Crucis, nos abrió hacia el Reino de Dios.
Pero qué es el año litúrgico. El año litúrgico es el calendario de los diversos tiempos y solemnidades que celebra la Iglesia según la vida, la muerte y la resurrección de Cristo y las celebraciones de los santos durante el año. Es un camino de fe que nos adentra en el misterio de la salvación.
El año litúrgico comprende los distintos tiempos de la Iglesia, de acuerdo con la celebración de alguno de los misterios de la vida de Cristo, a saber: Comienza con el Adviento y sigue con la Navidad, Epifanía, primer Tiempo Ordinario, Cuaresma, Semana Santa y Triduo Pascual, Tiempo Pascual, Pentecostés, segundo Tiempo Ordinario, para terminar con la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo.
En cada tiempo litúrgico, la casulla del sacerdote es de un color diferente: blanco en el tiempo de Navidad y Pascua, verde en el Tiempo Ordinario, morado en Adviento, Cuaresma y Semana Santa y rojo en las fiestas de los santos mártires y Pentecostés.
Ahora, al concluir el año litúrgico, conviene hacerse un examen personal para ver si durante el tiempo transcurrido hemos vivido de acuerdo con la voluntad y el ejemplo de nuestro Rey. Preguntémonos: ¿Estoy yo contribuyendo a la evangelización de la sociedad, estoy buscando mi santificación personal y la de mis seres queridos, y estoy glorificando a Dios con mis actos y palabras?
“Señor y Rey mío, Jesucristo, toma tu lugar en el trono de mi corazón para que ejerzas allí tu soberanía, te lo ruego.”
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