martes, 31 de mayo de 2016

Liturgia Viva al atardecer


Cinco panes y dos peces - Parte VIII

Segundo pez:
He elegido a Jesús

POR CARDENAL FCO. XAVIER NGUYEN VAN THUAN

Un mensaje que vosotros, jóvenes de hoy, estáis llamados a acoger y gritar a vuestros coetáneos: ¡El hombre es amado por Dios!
Este es el simplicísimo y sorprendente anuncio del que la Iglesia es deudora respecto del hombre
(Christifideles Laici 34); (Juan Pablo II, Mensaje para la XII Jornada Mundial de la Juventud, 1997, n. 9).

Les he hablado de mis experiencias en el seguimiento de Jesús, para encontrarlo, vivir junto a Él y, por consiguiente, llevar su mensaje a todos.

Me preguntarán ustedes: ¿Cómo poner en práctica la unión total con Jesús en una vida lastimada por tantos cambios? No se los he ocultado, pero por claridad ¡les vuelvo a escribir mi secreto! (cfr. El camino de la esperanza, 979-1001).

Al principio de cada párrafo están unos números, del 1 al 24: he querido hacer que correspondan a las horas de un día. En cada número, he repetido la palabra «uno»: una revolución, una campaña, un slogan, una fuerza... Son cosas muy prácticas. Si de 24 horas vivimos 24 radicalmente por Jesús, seremos santos. Son 24 estrellas que iluminan el camino de la esperanza.

No les explico estos pensamientos, los invito a meditarlos serenamente, como si Jesús les hablara dulcemente, íntimamente al corazón. No tengan miedo de oírlo ni de hablar con Él. No duden, vuelvan a leerlos cada semana. Encontrarán que la gracia brillará transformando su vida.

Como conclusión, oremos con la oración «He elegido a Jesús», y no descuiden los catorce pasos en la vida de Jesús.

1. Tú quieres hacer una revolución: renovar el mundo. Podrás realizar esta preciosa y noble misión, que Dios te ha confiado sólo con «el poder del Espíritu Santo». Todos los días, allí donde vives, prepara un nuevo Pentecostés.

2. Comprométete en una campaña que tenga como fin hacer felices a todos. Sacrifícate continuamente con Jesús, para traer paz a las almas, desarrollo y prosperidad a los pueblos. Esta debe ser tu espiritualidad, discreta y concreta al mismo tiempo.

3. Permanece fiel al ideal de un apóstol: «dar la vida por los hermanos». De hecho «nadie tiene mayor amor, que el que da su vida por sus amigos» Un 15, 13). Gasta sin parar todas tus energías y está siempre listo a darte a ti mismo para conquistar a tu prójimo para Dios.

4. Grita un solo slogan: «Todos uno», es decir, unidad entre los católicos, unidad entre los cristianos y unidad entre las naciones. «Como el Padre y el Hijo son uno» (cfr. Jn 17, 22-23).

5. Cree en una sola fuerza: la Eucaristía, el cuerpo y la sangre del Señor que te dará la vida: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» Un 10, 10). Como el maná alimentó a los israelitas en su viaje a la tierra prometida, así la Eucaristía te alimentará en tu camino de la esperanza (cfr. In 6, 50).

6. Viste un solo uniforme y habla un solo lenguaje: la caridad: La caridad es la señal de que eres discípulo del Señor (cfr. In 13, 35). Es el distintivo menos costoso, pero es el más difícil de encontrar. La caridad es la «lengua» principal. San Pablo decía que es más preciosa que «hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles» (1 Co 13, 1). Será la única lengua que sobrevivirá en el cielo.

7. Mantente en un solo principio guía: la oración. Nadie es más fuerte que la persona que ora, porque el Señor ha prometido conceder todo a los que oran. Cuando ustedes están unidos en la oración el Señor está entre ustedes (cfr. Mt 18, 20). Te aconsejo con todo el corazón: además del tiempo «oficial» de oración, retírate cada día una hora, o mejor dos, si puedes, para la oración personal. ¡Te aseguro que no será tiempo mal empleado! En mi experiencia de todos estos años, he visto confirmadas las palabras de santa Teresa de Ávila: «El que no ora no necesita que el demonio lo saque del camino: él solo se arrojará al infierno».

8. Observa una sola regla: el Evangelio. Esta «Constitución» es superior a todas las demás. Es la regla que Jesús dejo a los Apóstoles (cfr. Mt 4, 23). No es difícil, complicado o legalista como las otras: al contrario, es dinámica, amable y estimulante para tu alma. ¡Un santo alejado del Evangelio es un santo falso!

9. Sigue lealmente a un solo jefe: Jesucristo y sus representantes: el Santo Padre, los obispos, sucesores de los Apóstoles (cfr. In 20, 22-23). Vive y muere por la Iglesia es lo único que pide sacrificio: también vivir por la Iglesia exige mucho.

10. Cultiva un amor especial por María. San Juan Bautista María Vianney decía en confianza: «Después de Jesús, mi primer amor es para María». Si la escuchas, no perderás el camino; no fallarás en nada de lo que emprendas en su nombre. Hónrala y ganarás la vida eterna.

11. Tu única sabiduría será la ciencia de la Cruz (2 Co 2, 2). Mira a la Cruz y encontrarás la solución a todos los problemas que te preocupan. Si la Cruz es el criterio con el que haces tus decisiones tu alma estará en paz.

12. Conserva un solo ideal: estar vuelto hacia Dios Padre, un Padre que es todo amor. Toda la vida del Señor, todo su pensamiento y su acción tuvieron un solo fin: «Que el mundo sepa que yo amo al Padre y que hago lo que Él me ha mandado» (Jn 14, 31), y «Yo hago siempre lo que a Él le agrada» Un 8, 29).

13. Hay un solo mal que temer: el pecado. Cuando la corte del emperador de Oriente se reunió para discutir el castigo que debía darse a san Juan Crisóstomo por la franca denuncia dirigida a la emperatriz, se sugirieron las siguientes posibilidades:

a) Encarcelarlo, «pero, decían, tendría la oportunidad de orar y de sufrir por el Señor, como siempre lo ha deseado»;

b) exiliarlo, «pero, para él no hay ningún lugar donde no habite el Señor»;

c) condenarlo a la muerte, «pero así se hará un mártir y satisfará su aspiración de ir al Señor».

«Ninguna de estas posibilidades es para él un castigo; al contrario, las aceptará con gozo».

d) hay una sola cosa que él teme mucho y que odia con todo su ser: el pecado; «¡pero sería imposible forzarlo a cometer un pecado!».

Si temes sólo al pecado, tu fuerza será inigualable.

14. Cultiva un solo deseo: «Venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo» (Mt 6, 10). Que en la tierra puedan los pueblos conocer a Dios como es conocido en el cielo; que en ésta todos empiezan a amar a los demás como se ama en el cielo; que también en la tierra haya la felicidad que hay en el cielo.

Esfuérzate por difundir este deseo. Comienza a llevar la felicidad del cielo a cada uno en este mundo.

15. Te falta una cosa: «Ve y vende todo lo que tienes, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; después ven y sígueme» (Mc 10, 21), es decir, debes decidirte de una vez por todas. El Señor quiere voluntarios, libres de todo apego.

16. Para tu apostolado usa el único método eficaz: el contacto personal. Con este método entras en la vida de los otros, los comprendes y los amas. Las relaciones personales son más eficaces que las predicaciones y que los libros. El contacto entre las personas y el intercambio «de corazón a corazón» son el secreto de la permanencia de tu obra y de su éxito.

17. Hay sólo una cosa verdaderamente importante: «María ha elegido la mejor parte» cuando se sentó a los pies del Señor (cfr. Lc 10, 41-42). Si no tienes una vida interior, si Jesús no es verdaderamente el alma de tu actividad, entonces... bueno, tú ya sabes bien, no tengo necesidad de que te lo repita.

18. Tu único alimento: «La voluntad del Padre» Un 4, 34); con ella debes vivir y crecer, tus acciones deben brotar de la voluntad de Dios. Ella es como un alimento que te hace vivir más fuerte y más feliz; si vives lejos de la voluntad de Dios, morirás.

19. Para ti el momento presente es el más hermoso (Mt 6, 34; St 4, 13-15). Vívelo plenamente en el amor de Dios. Tu vida será maravillosamente bella y como un gran cristal formado por millones de esos momentos. ¿Ves cómo es fácil?

20. Tienes una «carta magna»: las bienaventuranzas (Mt 5, 3, 12) que Jesús pronunció en el sermon de la montaña. Vívela en plenitud: experimentarás una gran felicidad que podrás luego comunicar a todos los que encuentres.

21. Ten un solo objetivo importante: tu deber. No importa si es pequeño o grande, porque tú colaboras con la obra del Padre celestial. Él ha establecido que éste sea el trabajo que debes cumplir para realizar su plan en la historia (cfr. Lc 2, 49; Jn 17, 4). Muchas personas se inventan modos complicados de practicar la virtud y luego se lamentan de las dificultades que de ellos se derivan. Pero cumplir el deber del propio estado es la forma más segura y más simple de perfección espiritual que podamos seguir.

22. Ten un solo modo de llegar a ser santo: la gracia de Dios y tu voluntad (cfr. 1 Co 15, 10). Dios no dejará que te falte su gracia: pero ¿tu voluntad es suficientemente fuerte?

23. Una sola recompensa: Dios mismo. Cuando Dios le dijo a santo Tomás de Aquino: «Has escrito bien acerca de mí, Tomás: ¿qué recompensa quieres?», santo Tomás respondió: «¡Sólo a Ti, Señor!».

24. ...tienes una patria.

La campana suena, grave, profunda,
Vietnam ora.
La campana sigue sonando, lacerante, llena de conmoción,
Vietnam llora.
La campana se oye de nuevo, vibrante, patética,
Vietnam triunfa.
La campana vuelve a tocar, cristalina, Vietnam espera.

Tú tienes una patria, Vietnam.
Un país muy querido,
que a través de los siglos
es tu orgullo, tu gozo,
ama sus montañas y sus ríos,
sus paisajes de brocado y de raso,
ama su historia gloriosa,
ama a su pueblo laborioso,
ama a sus heroicos defensores.

Los ríos corren impetuosos
como corre la sangre de su pueblo,
sus montañas son elevadas,
pero más elevados aún son los huesos
que allí se amontonan.
¡La tierra es estrecha, pero amplia tu ambición,
Pequeño País tantas veces nombrado!
Ayuda a tu patria con toda tu alma séle fiel,
defiéndela con tu cuerpo y con tu sangre,
constrúyela con tu corazón y tu mente,
comparte el gozo de tus hermanos
y la tristeza de tu pueblo.
Un Vietnam, un pueblo,
un alma,
una cultura,
una tradición.

¡Católico vietnamita!
¡Ama mil veces tu patria!
El Señor te lo enseña,
la Iglesia te lo pide.
¡Que el amor por tu país, pueda ser un todo con la sangre
que corre por tus venas!

Oración
«He elegido a Jesús»

Catorce pasos del camino con Jesús

Señor Jesús, en el camino de la esperanza,
desde hace dos mil años,
tu amor, como una ola,
ha arrollado a tantos peregrinos.

Ellos te han amado con un amor palpitante,
con sus pensamientos,
sus palabras y sus acciones.
Te han amado con un corazón
más fuerte que la tentación,
más fuerte que el sufrimiento
y más aún que la muerte.

Ellos han sido en el mundo tu palabra.
Su vida ha sido una revolución
que ha renovado el rostro de la Iglesia.

Contemplando desde mi infancia,
estos fúlgidos modelos,
he tenido un sueño;
ofrecerte mi vida entera,
mi única vida que estoy viviendo,
por un ideal eterno e inalterable.

¡Lo he decidido!
Si cumplo tu voluntad,
Tú realizarás este ideal
y yo me lanzaré en esta
maravillosa aventura.

Te he elegido,
y nunca he tenido añoranzas.
Siento que Tú me dices:
«¡Permanece en mí.
Permanece en mi amor!».

Pero ¿podría permanecer en otro?
sólo el amor puede realizar
este misterio extraordinario.
Comprendo que Tú quieres toda mi vida.
«¡Todo! ¡Y por amor a ti!»

En el camino de la esperanza
sigo cada uno de tus pasos.

1. Tus pasos errantes que caminan hacia el establo de Belén.

2. Tus pasos inquietos en el camino a Egipto.

3. Tus pasos veloces a tu casa de Nazaret.

4. Tus pasos gozosos para subir con tus padres al Templo.

5. Tus pasos fatigados en los treinta años de trabajo.

6. Tus pasos solícitos
en los tres años de anuncio de la Buena Nueva.

7. Tus pasos ansiosos que buscan a la oveja perdida.

8. Tus pasos dolorosos al entrar a Jerusalén.

9. Tus pasos solitarios ante el pretorio.

10. Tus pasos pesados bajo la Cruz en el camino al Calvario.

11. Tus pasos fracasados,
muerto y sepultado,
en una tumba que no es tuya.

Despojado de todo,
sin vestidos, sin un amigo,
abandonado de tu Padre
pero siempre sometido al Padre.

Señor Jesús, arrodillado,
de tú a tú ante el tabernáculo, comprendo:
no podría elegir otro camino,
otro camino más feliz,
aunque, en apariencia,
hay otros más gloriosos.
Pero Tú, amigo eterno,
único amigo de mi vida,
no estás allí presente.
En ti está todo el cielo con la Trinidad,
el mundo entero y la humanidad entera.

Tus sufrimientos son los míos.
Míos todos los sufrimientos de los hombres.
Mío todo lo que no tiene paz ni gozo,
ni belleza ni comodidad ni amabilidad.
Mías todas las tristezas, las desilusiones,
las divisiones, el abandono, las desgracias.
Mío es todo lo tuyo, porque Tú tienes
todo lo que hay en mis hermanos, porque
Tú estás en ellos.
Creo firmemente en Ti, porque tú has dado

12. pasos de triunfo.
«Sé valiente. Yo he vencido al mundo».
Tú me has dicho:

13. «Camina con pasos de gigante.
Ve por todo el mundo,
proclama la Buena Nueva,
enjuga las lágrimas del dolor;
reanima los corazones desalentados,
reúne los corazones divididos,
abraza el mundo con el ardor de tu amor,
acaba con lo que debe ser destruido,
deja en pie sólo la verdad, la justicia,
el amor».

Pero, Señor, iyo conozco mi debilidad!
Líbrame del egoísmo,
de mis seguridades,
para que no tema el sufrimiento
que desgarra.
Soy muy indigno de ser apóstol.
Hazme fuerte ante las dificultades.
Haz que no me preocupe
de la sabiduría del mundo.
Acepto ser tratado como loco
por Jesús, María, José...
Quiero ponerme a prueba,
dispuesto a todas las consecuencias,
despreocupado de todas ellas,
porque me has enseñado
a afrontar todo.
Si me ordenas dirigir valerosos mis pasos
hacia la Cruz,
me dejaré crucificar.
Si me ordenas entrar en el silencio
de tu tabernáculo hasta el fin de los tiempos.

14. Entraré en él
con pasos aventurados.
Perderé todo:
pero me quedarás Tú.
Allí estará tu amor
para inundar mi corazón.
Mi felicidad será total..
Y por eso repito:
Te he elegido.
Sólo te quiero a Ti
y tu gloria.

En la residencia obligatoria
en Giang-xá (Vietnam del Norte),
19 de marzo de 1980, solemnidad de san José.

Escogidos, santificados y destinados

Cómo redescubrir nuestra herencia de cristianos

Es interesante imaginarse cómo habrá sido la vida de los primeros cristianos en aquellos meses y años después de la resurrección de Jesucristo, nuestro Señor.



El temor y la desolación que experimentaron los apóstoles el Viernes Santo se esfumaron rápidamente cuando vieron a Jesús resucitado el Domingo de la Resurrección, tras lo cual se pasaron los 40 días siguientes absorbiendo ávidamente lo que el Señor les enseñaba acerca del Reino de Dios de una manera totalmente nueva. Ahora tenían plena conciencia de que no estaban sólo escuchando las enseñanzas reveladoras de un maestro muy inspirado, porque el Reino del cual Jesús les había hablado se había hecho una realidad patente y transformadora delante de sus ojos. El Señor les había comunicado el Espíritu Santo soplando sobre ellos, y eso les habilitaba ahora para recibir la promesa de cielo.
Exiliados en este mundo, pero escogidos por Dios. Los primeros apóstoles tuvieron una experiencia directa y personal de Jesús, tanto antes como después de la resurrección, y sabían personalmente que ellos eran los herederos de las promesas de Dios, porque habían visto y tocado al Señor resucitado y habían caminado con él. Estos dramáticos encuentros con Jesús llevaron a los apóstoles a llenarse de valor y la Iglesia empezó a crecer a grandes zancadas. La fe y las experiencias de estos pocos hombres y mujeres se manifestaron en curaciones y milagros que se sucedían casi a diario, y de allí surgió una enorme oleada de apostolado misionero que se extendió desde Jerusalén y llegó hasta la India y Roma y a todo el mundo del Mediterráneo y Asia Menor.
Pero, con el tiempo, los apóstoles tuvieron que lidiar con un nuevo dilema: ¿Cómo lograr que los nuevos conversos mantuvieran la fe viva y dinámica que les había llevado a creer en Cristo, puesto que en su mayoría nunca habían visto al Señor en persona? ¿Cómo deberían los primeros discípulos enseñar y guiar a toda esta nueva gente de tal modo que pudieran incorporarla a una experiencia tan similar como fuera posible a las cosas que ellos mismos habían visto y oído?
Si bien es posible señalar varios pasajes de la Escritura para comprender de qué modo los apóstoles intentaron resolver esta situación, pero, en este tiempo de Pascua, queremos destacar uno solo de ellos, la Primera Carta de San Pedro. En esta epístola escuchamos la voz de Pedro, el jefe de los apóstoles, que exhorta a los nuevos creyentes de toda el Asia Menor a que abran los ojos para contemplar la noble vocación que han recibido. Desde sus versículos iniciales —que suenan mucho como un himno de alabanza y gratitud a Dios— hasta sus líneas finales —que contienen la promesa de que un día Dios los resucitará— esta carta anima a los cristianos jóvenes a mantenerse firmes en su fe, con plena confianza en que Jesucristo está realmente actuando en el corazón de cada uno.
Hoy, los cristianos afrontamos un dilema similar. Estamos en medio de la temporada de Pascua, pero así y todo se nos puede pasar por alto la magnífica gracia que el Señor quiere derramar sobre nosotros, la alegría de ser resucitados con él, la libertad que emana de su perdón y la paz que produce el saber que Dios nos ama con amor eterno e incondicional. Esta es precisamente la razón por la cual resulta tan adecuado leer la Primera Carta de San Pedro y reflexionar sobre sus afirmaciones. Así como el principal apóstol trataba de enseñar a la siguiente generación de creyentes cuál era la verdadera vocación que ellos tenían como cristianos, del mismo modo esta carta es capaz de despertar nuestra conciencia hoy para hacernos ver todo lo que Dios ha hecho por sus hijos y lo que quiere seguir haciendo.
Un saludo sencillo. “… a los que viven esparcidos fuera de su patria… a quienes Dios el Padre había escogido anteriormente conforme a su propósito. Por medio del Espíritu los ha santificado a ustedes para que lo obedezcan y sean purificados con la sangre de Jesucristo” (1 Pedro 1, 1-2).
El apóstol comienza su carta con dos frases que a primera vista no parecen ser más que una simple expresión de saludo a unos amigos; pero si lo pensamos mejor vemos que en este sencillo saludo Pedro plantea los dos temas principales en torno a los cuales desarrollará el resto de su carta: el gran regalo que recibimos de Dios y el desafío de vivir nuestra fe en la práctica diaria.
Para comenzar, Pedro les recuerda a sus lectores que Dios los ha llamado de una manera especial a todos ellos. Los llama “escogidos” y que “viven esparcidos”; son escogidos porque han sido designados por Dios para un propósito especial, y “viven esparcidos” porque este mundo no es su hogar definitivo. Estas palabras son vitales para nosotros también hoy, si permitimos que ellas definan y conformen nuestro modo de vivir en este mundo. Entonces, puesto que Dios nos ha escogido y nos ha destinado a algo sublime, lo que nos toca hacer ahora es iniciar una amistad personal y directa con el Señor. Esta es la vocación que nos hace caminar hacia el cielo y por la cual somos exiliados y peregrinos en esta tierra.
A continuación, Pedro introduce una tercera verdad que es tan vital como las otras y también muy alentadora y prometedora. A sus lectores, y también a nosotros, nos dice que Dios nos ha infundido su propio Espíritu Santo para santificarnos; vale decir, que las puertas del cielo se han abierto para todos los fieles y nos han dado acceso a la gracia divina.
La paradoja de la fe. En todo esto, lo que trata de hacer el apóstol es levantar la visión de sus lectores, y quiere animarlos a elevar el corazón hacia el cielo y darse cuenta de que Dios está plenamente comprometido a hacer realidad los propósitos que tiene para ellos. Y lo mismo es válido para nosotros. Dios no nos exige hacer algo imposible. No, el Señor nos ha escogido para algo grande y nos ha santificado con toda su gracia y su poder. Todo esto debe ser para nosotros causa de gran alegría, la misma “alegría tan grande y gloriosa que no pueden expresarla con palabras” a la cual Pedro invita a sus lectores (1 Pedro 1, 8).
Con todo, el apóstol trata no sólo de levantar la visión de sus lectores para que perciban las maravillas de lo que Dios ha hecho por ellos; también espera que sus lectores, de entonces y de ahora, sepamos que nuestra cooperación y obediencia son tan importantes como la gracia que Dios ha derramado sobre nosotros. Entonces, ¿qué es lo que Dios nos pide que hagamos? “Que le obedezcamos y seamos purificados con la sangre de Jesucristo” (v. 1 Pedro 1, 2).
Esta es una de las mayores paradojas de la vida cristiana: concentrar toda nuestra energía en ser obedientes a la vocación que Dios nos da, pero al mismo tiempo confiar plenamente que el Señor nos confiere la capacidad de obedecerle. Es cierto que podemos vivir siendo sumisos al Señor sólo en la medida en que confiemos en su gracia; pero también es verdad que cada vez que tenemos que tomar una decisión muy difícil, somos nosotros los que hemos de decidir cómo vamos a actuar, y a la vez estar conscientes de si lo que hacemos se conforma a los mandatos de Dios. Y con esta paradoja en mente, Pedro presenta el resto de su carta, guiando a sus lectores por el doble camino de la fe y la obediencia.
Una herencia imperecedera. ¿Por qué nos escogió Dios? El Señor escogió a sus elegidos para que recibieran una herencia imperecedera que no puede destruirse, ni mancharse, ni marchitarse (1 Pedro 1, 3-4). Cuando escuchamos la palabra “herencia”, por lo general pensamos en dinero o bienes que pensamos recibir o legar a nuestros hijos; pero, en un sentido más profundo, nuestros hijos ya comenzaron a recibir la herencia que les dejamos desde el día en que fueron concebidos. ¿Cómo? Claro, porque recibieron nuestra propia constitución genética, y durante sus años de formación heredaron nuestro estilo de vida, nuestros valores y nuestras enseñanzas, todo lo cual es más importante que los bienes y el dinero. Esta es la verdadera herencia que los padres dejan a sus hijos.
Del mismo modo, el hecho de haber sido creados a imagen y semejanza de Dios equivale a recibir la marca de la “constitución genética” de Dios, y se supone que, con el tiempo, esa semejanza crezca y se haga más evidente, si dejamos que el Espíritu Santo actúe libremente en nosotros, nos forme y nos moldee. Esto significa que día a día, año tras año, todos podemos llegar a asemejarnos más a nuestro Padre celestial.
Pastor para siempre. ¡Cuánto nos ama Dios que nos ha concedido una vocación tan extraordinaria y ennoblecedora! ¡Y cuán hermoso y útil es su don del Espíritu Santo, que nos ayuda a cumplir la misión que dicha vocación conlleva! Cuando leemos esta carta nos imaginamos ver a Pedro dirigiéndose a un grupo de nuevos cristianos y haciéndoles preguntas muy incisivas y alentadoras: “¿Acaso no saben que ustedes estaban en la mente del Padre antes de la creación del mundo? ¿No saben que el Señor los creó personalmente y les otorgó una vocación y un destino concretos en este mundo? ¿No saben que ustedes fueron creados para el cielo y que este mundo, con toda su hermosura, no es más que un anticipo de la mansión que el Señor les está preparando en su gloria?”
En esta carta se aprecia el retrato de un apóstol que tiene corazón de pastor, alguien que quiere ayudar a sus lectores a atesorar la herencia que han recibido de Dios; es el retrato de un hombre que quiere transmitir a la nueva generación las bendiciones y milagros que él experimentó personalmente cuando acompañaba a Jesús. Y lo hace porque sabe que ellos deberán afrontar dificultades y sufrimientos en este mundo tal como él los ha hecho, y que ellos tendrán que aprender a caminar por fe en Alguien a quien él conoció personalmente.
Nosotros, al igual que aquella segunda generación de creyentes de hace mucho tiempo, tampoco hemos tenido una experiencia tan directa y personal con Cristo como la tuvo el primer Papa. Sin embargo, pese a toda la distancia cronológica que hay entre la actualidad y la época de los apóstoles, y pese a la diferencia que hay entre nuestra experiencia y la de Pedro, los fieles de hoy seguimos siendo un pueblo escogido y un sacerdocio real; todavía estamos destinados a recibir una herencia real, y Dios Todopoderoso nos ama a cada uno de nosotros. Y, aparte de todo eso, tal como Pedro y todos los creyentes que se han ido antes que nosotros lo experimentaron personalmente, también tenemos el Espíritu Santo, que habita en nosotros, nos consuela, nos anima y nos comunica su fortaleza para vivir en este mundo como un pueblo escogido y destinado a la grandeza.
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

Meditación: Lucas 1, 39-56

La Visitación de la Virgen María

La visitación de la Santísima Virgen María a su parienta Isabel es una prueba irrefutable de que la fe en las promesas de Dios es fuente de un gozo enorme y una gran bendición. Hubo una serie de eventos que sucedieron cuando María fue a visitar a su prima Isabel. El pequeñito Juan Bautista, aun antes de nacer, reconoció la presencia de Jesús en el saludo de la Virgen, se llenó del Espíritu Santo y brincó de gozo en el vientre de su madre Isabel. Ésta también se llenó del Espíritu y proclamó con gran fe y alegría: “Bendita tú entre las mujeres” (Lucas 1, 41.42). Viendo que Isabel estaba igualmente encinta, María se alegró tanto de comprobar que el plan de Dios para la salvación del mundo entraba en acción prorrumpió en jubilosas alabanzas al Altísimo.

¡Qué extraordinaria escena debe haber sido ésta, porque Juan, Isabel y María expresaban un gozo inefable como resultado de su fe en Dios! El Todopoderoso cumplía, en la Santísima Virgen, lo que había prometido desde antaño (Miqueas 5, 1-4); ella confiaba en que Dios cumpliría fielmente su promesa, y se llenaba de alegría al comprobarlo. María creía en Dios y por eso tuvo ojos de fe para ver el plan divino bajo la luz de la divinidad; vio y entendió que Dios, actuando así, se hacía presente en el mundo de un modo totalmente nuevo.

Es cierto, pues, que el Todopoderoso se ha hecho presente en el mundo y está con nosotros en Jesucristo, nuestro Señor. Lo hizo derribando el muro divisorio que el pecado había levantado entre el ser humano y la divinidad, y devolviéndonos la heredad que nos pertenecía como hijos suyos. Ahora podemos experimentar la paz, el amor, el gozo y la presencia de Dios todos los días. ¡Y podemos confiar que Dios nos sostiene con su mano victoriosa! (Isaías 41, 10)

En efecto, en Cristo recibimos todo lo que Dios nos ha prometido. Si le pedimos según su voluntad, el Señor iluminará nuestra mente para que al leer sus promesas en la Escritura y escucharlas en la liturgia, entendamos la grandeza de lo que Jesús ha hecho por nosotros. Nuestro corazón también saltará de gozo por la inmensa gratitud que sentiremos
“Dios todopoderoso, que inspiraste a la Virgen María el deseo de visitar a su prima Isabel, concédenos, te rogamos, ser dóciles al Espíritu para que con ella también cantemos tus maravillas.”
Sofonías 3, 14-18
(Salmo) Isaías 12, 2-6
Devocionario Católico La Palabra con nosotros.

Comprendiendo La Palabra 31052016

«¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?»

    «En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre e Isabel se llenó del Espíritu Santo.» Es así como obra la voz de María, que llena a Isabel del Espíritu Santo. Como una fuente eterna, con su lengua profética anuncia a su prima un río de gracias, y hace remover y saltar de gozo los pies del niño retenido en su seno: ¡Figura de una danza maravillosa! Cuando aparece María, llena de gracias, todo desborda de gozo. 

    «Entonces Isabel dijo a voz en grito: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?» Eres bendita entre las mujeres. Eres el principio de su regeneración. Nos has abierto el acceso libre al paraíso y has disipado nuestros antiguos dolores. No, después de ti, la multitud de mujeres ya no sufrirá más. Las herederas de Eva ya no temerán más su vieja maldición, ni los dolores de parto. Porque Jesucristo, el redentor de nuestra humanidad, el Salvador de toda la naturaleza, el Adán espiritual que cura las heridas del hombre terrestre, Jesucristo, sale de sus sagradas entrañas.  «¡Bendita eres entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!»

Una homilía griega del siglo 4º
Atribuida, erróneamente, a S. Gregorio de Neocesarea, llamado el Taumaturgo, nº 2; PG 10, 1156s

Buen día, Espíritu Santo 31052016

¡Buen día, Espíritu Santo!
Si el amanecer me encuentra en las orillas de la vida, de mi vida...
¡Llévame a Aguas Profundas!
Dame el bucear en las profundidades de Tu Amor.
Bien sé que la Diestra del Padre me sustenta,
Que Su alianza es eterna;
que es La Palabra quien me alimenta...
por eso vuelvo a clamarte en la mañana: ¡llévame a aguas profundas!
¡Avívame de nuevo, Espíritu de Amor!
Habla a mi corazón,
Y Si mi boca se calla, si no anuncio Tus preceptos,
si mi vida no cambia... ¿de qué valdría Tu Soplido...?
¡llévame a Aguas Profundas!
¡Avívame de nuevo, Señor!



RESONAR DE LA PALABRA - 31052016

Evangelio según San Lucas 1,39-56. 
María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor". María dijo entonces: "Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz". Porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo! Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre". María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa. 

RESONAR DE LA PALABRA
Severiano Blanco, cmf
Queridos hermanos:

Los evangelistas Mateo y Lucas anteponen a la actividad profético-mesiánica de Jesús algunas narraciones sobre su infancia; son narraciones de muy difícil valoración histórica, pero llenas de unción religiosa y penetración teológica. Particularmente Lc 1-2 tiene un encantador sabor a “ingenuidad”, y es una permanente invitación a la alegría. Algunos especialistas creen que esos capítulos, en buena medida, surgieron en un grupo judeo-cristiano de anawim o “pobres de Yahvé”, que celebran gozosamente la redención acontecida en Jesús: el Dios fiel a la alianza ha cumplido las promesas. El tercer evangelista habría aprovechado ese material para hacerlo obertura de su evangelio.

La María grávida del Mesías de Dios personifica a la antigua “Hija de Sion” (que es Sion misma); en ella es realidad incluso biológica la expresión “Yahvé está en medio de ti”. Y así como Israel, o Sion, estaba llamado a ser portador de Dios para todas las gentes, así María, cuando entra en casa de sus parientes, los sorprende con la presencia del Hijo de Dios, llena el espacio de alegría, hace pregustar la redención.

El Vaticano II presenta a María como figura de la Iglesia; expresamente le dedica el último capítulo de la Constitución sobre la Iglesia y entre otras cosas afirma: “la Madre de Jesús, glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es imagen y principio de la Iglesia que habrá de tener su cumplimiento en la vida futura”. Por lo mismo considera que las diversas funciones desempeñadas históricamente por María deben ser prolongadas por la Iglesia; y ello gracias a que también la Iglesia lleva en sus mismas entrañas a Jesús.

¿Qué puede decirnos a nosotros esta fiesta de la presentación? Algo elemental salta a la vista: María, pequeña esclava, está llena de gozo, proclama la bondad de Dios para con ella y contagia la alegría de su corazón. Su visita llena la casa de un aroma diferente. Como creyentes nos toca celebrar igualmente esa bondad de Dios para con nosotros y transmitir el gozo de la salvación a quienes aparezcan en nuestro camino.

Por su carácter candoroso y aparentemente ingenuo, estas narraciones del evangelio de la Infancia han sido designadas como el “apócrifo canónico”. Tal designación nos invita a asimilar con sencillez el elemento edificante; la llaneza y el candor no excluyen la profundidad teológico-espiritual

Tu hermano
Severiano Blanco cmf
fuente del Comentario: Ciudad Redonda

lunes, 30 de mayo de 2016

Liturgia viva al atardecer


Cinco panes y dos peces - Parte VII

Primer pez:
María Inmaculada: mi primer amor

POR CARDENAL FCO. XAVIER NGUYEN VAN THUAN

A María encomiendo... las esperanzas y deseos de los jóvenes que, en cada rincón del mundo, repiten con Ella: «He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra» (cfr. Lc 1, 38)...

preparados para anunciar después a sus coetáneos, como los Apóstoles:«Hemos encontrado al Mesías» Un 1, 41).

«María Inmaculada mi primer amor»: este pensamiento es de Juan Bautista María Vianney, el cura de Ars. Lo leí en un libro de Francois Trochu, cuando yo estaba en el seminario menor.

Mi madre infundió en mi corazón este amor a María desde que era niño. Cada noche mi abuela,

después de las oraciones de familia, todavía reza un rosario. Le pregunté por qué: «Rezo un rosario pidiendo a María por los sacerdotes». Ella no sabe leer ni escribir, pero son estas mamás y estas abuelas las que han forjado la vocación en nuestros corazones.

María ha tenido un papel especial en mi vida. Fui arrestado el 15 de agosto de 1975, fiesta de la Asunción de María. Salí en el automóvil de la policía, con, las manos vacías, sin un centavo en el bolsillo, solo con el rosario, y estaba en paz. Esa noche en la larga carretera de 450 kilómetros, recité muchas veces el Acuérdate, oh piadosísima virgen María.

Me preguntaréis quizá, cómo me ayudo María a superar las abundantísimas pruebas de mi vida. Les contaré algunos episodios que permanecen aún muy vivos en mi memoria.

Cuando estudiaba en Roma siendo sacerdote, una vez, en septiembre de 1957, fui a la gruta de Lourdes para orar a la Virgen. La palabra que la Inmaculada dirigió a Bernadette me pareció que también estaba dirigida a mí: «Bernadette, no te prometo gozos y consolaciones en esta tierra, sino pruebas y sufrimientos». Acepté, no sin miedo, este mensaje. Después de haberme doctorado regresé a Vietnam como profesor, después fui rector del seminario, luego vicario general y obispo de Nhatrang desde 1967. Se podía decir que mi ministerio estaba coronado por el éxito, gracias a Dios.

Varias veces regresé a orar a la gruta de Lourdes. Me preguntaba con frecuencia: «¿Acaso las palabras dirigidas a Bernadette no serán para mí? ¿Son insoportables mis cruces de cada día? De cualquier manera, estoy dispuesto a hacer la voluntad de Dios».

Llegó el año de 1975 y con él el arresto, la prisión, el aislamiento y más de trece años de cautiverio. ¡Ahora comprendo que la Virgen quiso prepararme desde 1957!: «No te prometo gozos y consolaciones en esta tierra, sino pruebas y sufrimientos». Cada día comprendo más íntimamente el sentido profundo de este mensaje, y me abandono con confianza en las manos de María.

Cuando las miserias físicas y morales en la cárcel se hacían demasiado pesadas y me impedían orar, entonces decía el Ave María, repetía centenares de veces el Ave María; ofrecía todo en las manos de la Inmaculada, pidiéndole que distribuya gracias a todos cuantos las necesiten en la Iglesia. Todo con María, por María yen María.

No sólo pido a María su intercesion, sino con frecuencia también le pido: «Madre, ¿qué cosa puedo hacer por ti? Estoy listo para seguir tus órdenes, para realizar tu voluntad por el Reino de Jesús». Entonces invade mi corazón una inmensa paz, no tengo miedo.

Cuando oro a María no puedo olvidar a san José, su esposo: es un deseo de María y de Jesús, que tienen un amor grande a san José, por razones especialísimas.

María Inmaculada no me ha abandonado. Me ha acompañado a lo largo de todo mi camino en las tinieblas de las cárceles. En esos días de pruebas indecibles, oré a María con toda simplicidad y confianza: «¡Madre, si ves que ya no podré ser útil a tu Iglesia, concédeme la gracia de consumar mi vida en la prisión. Pero, en cambio, si tú sabes que todavía podré ser útil a tu Iglesia, concédeme salir de la prisión en un día que sea fiesta tuya!».

Un día de lluvia, mientras preparaba mi comida, oí sonar el teléfono de los guardias. «¡Quizá esta llamada es para mí! Y, verdaderamente, hoy es 21 de noviembre, fiesta de la Presentación de María en el Templo».

Cinco minutos más tarde llegó mi guardia:

Señor Thuan, ¿ya comió?

— Todavía no, estoy preparando la comida.

Después de comer, vístase bien y vaya a ver al jefe.

¿Quién es el jefe?

No sé, pero me dijeron que se lo avisara.

¡Buena suerte!

Un automóvil me condujo a un edificio en el que encontré al Ministro del Interior, es decir, de la policía. Después de los saludos de cortesía, me preguntó:

¿Tienes algún deseo que expresar? — Sí, quiero la libertad.

¿Cuándo?

Hoy.

Se quedó muy sorprendido. Y le expliqué:

¡Excelencia, he estado en prisión por mucho tiempo, bajo tres pontificados, el de Pablo VI, el de Juan Pablo I y el de Juan Pablo II. Y además, bajo cuatro secretarios generales del Partido Comunista soviético: Breznev, Andropov, Chernenko, Gorbachov!

Él se rió e hizo una señal con la cabeza:

¡Es verdad, es verdad!

Y dirigiéndose a su secretario, dijo:

Hagan lo necesario para acceder a su deseo.

De ordinario, los jefes tienen necesidad de tiempo para despachar al menos las formalidades. Pero en ese momento pensé:

Hoy es la fiesta de la Presentación de la virgen. María me libera ¡Gracias a ti María!

El momento en que me siento más hijo de María es en la Santa Misa, cuando pronuncio las palabras de la consagración. Estoy identificado con Jesús, en la persona de Cristo.

Me preguntarán ustedes quién es María para mí en mi elección radical de Cristo. En la Cruz, Jesús dijo a Juan: «Ahí tienes a tu madre» (In 19, 27). Después de la institución de la Eucaristía el Señor no podía dejarme nada más grande que su Madre.

Para mí, María es como un evangelio viviente, «de bolsillo», de amplia difusión, más accesible que la vida de los santos. Para mí, María es mi Madre, que me dio Jesús. La primera reacción de un niño que siente miedo, que está en dificultades o sufre, es la de clamar: «mamá, mamá», esta palabra es todo para el niño.

María vive plenamente para Jesús. Su misión fue la de compartir su obra de redención. Toda su gloria le viene de Él. Es decir, mi vida no valdrá para nada si me separo de Jesús.

María no se preocupaba sólo por Jesús, sino que mostró su cuidado por Isabel, por Juan y por los esposos de Caná.

Me gustan mucho las palabras de santa Teresa del Niño Jesús: «Cómo deseo ser sacerdote para poder hablar de María a todos».

Primero recurría a María Madre del Perpetuo Socorro, ahora escucho a María que me dice: «Hagan todo lo que Jesús les diga» (Jn 2, 5) y con frecuencia pregunto a María: «Madre, ¿qué puedo hacer por ti?». Siempre permanezco niño, pero un niño responsable que sabe compartir las preocupaciones de su mamá.

La vida de María se resume en tres palabras: Ecce, Fiat, Magníficat (He aquí, Hágase, Glorifica).

«He aquí la esclava del Señor» (Lc 1, 38).
«Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38).
«Glorifica mi alma al Señor» (Lc 1, 46).

Oración
María, mi Madre

María, Madre mía, Madre de Jesús, Madre nuestra, para sentirme unido a Jesús y a todos los hombres, mis hermanos, quiero llamarte Madre nuestra. Ven a vivir en mí, con Jesús tu Hijo amantísimo, este llamado de renovación total, en el silencio y en la vigilia, en la oración y en la ofrenda, en la comunión con la Iglesia y con la Trinidad, en el fervor de tu Magníficat, en unión con José, tu santísimo esposo, en tu humilde y amoroso trabajo de llevar a cabo el testamento de Jesús, en tu amor por Jesús y José, por la Iglesia y la humanidad, en tu fe inquebrantable en medio de tantas pruebas soportadas por el Reino, en tu esperanza —que actúa ininterrumpidamente— de construir un mundo nuevo de justicia y de paz, de felicidad y de verdadera ternura, en la perfección de tus virtudes, en el Espíritu Santo, para llegar a ser testigo de la Buena Nueva, apóstol del Evangelio.

Continúa, Madre, obrando en mí, orando, amando, sacrificándome; continúa haciendo la voluntad del Padre, continúa siendo la Madre de la humanidad. Continúa viviendo la Pasión y la Resurrección de Jesús. ¡Oh Madre, me consagro a Ti, todo a Ti, ahora y para siempre. Viviendo en tu espíritu y en el de José, viviré en el espíritu de Jesús, con Jesús, José, los ángeles, los santos y todas la almas. Te amo, Madre nuestra, y compartiré tu fatiga, tu preocupación y tu combate por el Reino del Señor Jesús. Amén!

En el aislamiento de Hanoi
(Vietnam del Norte), 1 de enero de 1986,
Solemnidad de María Madre de Dios.

Comprendiendo La Palabra 30052016

Santa Catalina de Siena (1347-1380), terciaria dominica, doctora de la Iglesia, copatrona de Europa 
El Diálogo, 24
«Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador» (Jn 15,1)

     [Dios ha dicho a santa Catalina:] ¿Sabes lo que yo hago cuando mis servidores quieren seguir la doctrina del dulce Verbo de amor? Les podo para que produzcan mucho fruto y para que sus frutos sean dulces y ya no sean más salvajes. El labrador poda los sarmientos de la vid para que produzcan un vino mejor; ¿no es eso mismo lo que hago yo, el verdadero labrador (Jn 15,1)? A mis servidores, los que están conmigo, les podo a través de muchas tribulaciones para que produzcan frutos más abundantes y mejores, y para probar su virtud; pero a los que se quedan estériles los corto y los echo al fuego (Jn 15,6). 

    Los auténticos trabajadores trabajan bien su alma; arrancan de ella todo lo que es amor propio y remueven la tierra de su amor por mí. Así vuelven fértil y hacen crecer la semilla de la gracia que han recibido en el santo bautismo. Cultivando su viña, cultivan al mismo tiempo la de su prójimo; no pueden cultivar un sin cultivar la otra. Acuérdate que todo mal y todo bien se hacen siempre a través y por el prójimo. Por eso vosotros sois mis viñadores, salidos de mí, el eterno viñador. Soy yo quien os ha unido e injertado a esta vid gracias a la unión que he establecido con vosotros... Todos juntos sois una sola vid universal...; estáis unidos a la vid del cuerpo místico de la santa Iglesia de la que sacáis la vida. En esta vid está plantada la cepa de mi Hijo único sobre el que habéis sido injertados para tener vida para siempre.

Buen día, Espíritu Santo - 30052016

BDES


RESONAR DE LA PALABRA 30052016

Evangelio según San Marcos 12,1-12. 
Jesús se puso a hablarles en parábolas: "Un hombre plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero. A su debido tiempo, envió a un servidor para percibir de los viñadores la parte de los frutos que le correspondía. Pero ellos lo tomaron, lo golpearon y lo echaron con las manos vacías. De nuevo les envió a otro servidor, y a este también lo maltrataron y lo llenaron de ultrajes. Envió a un tercero, y a este lo mataron. Y también golpearon o mataron a muchos otros. Todavía le quedaba alguien, su hijo, a quien quería mucho, y lo mandó en último término, pensando: 'Respetarán a mi hijo'. Pero los viñadores se dijeron: 'Este es el heredero: vamos a matarlo y la herencia será nuestra'. Y apoderándose de él, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña. ¿Qué hará el dueño de la viña? Vendrá, acabará con los viñadores y entregará la viña a otros. ¿No han leído este pasaje de la Escritura: La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: esta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos?". Entonces buscaban la manera de detener a Jesús, porque comprendían que esta parábola la había dicho por ellos, pero tenían miedo de la multitud. Y dejándolo, se fueron. 

RESONAR DE LA PALABRA
Severiano Blanco, cmf
Queridos hermanos:

La Iglesia primitiva se encontró de sopetón con la ardua tarea de administrar la herencia doctrinal y vivencial de Jesús en un contexto nuevo, diferente al del Maestro. Quiso conservar el mayor número posible de recuerdos, y no mantenerlos como piezas de museo, sino haciéndolos vida propia. Y, en este punto, una dificultad muy especial debió de surgirle al intentar aplicarse a sí misma –el grupo de amigos de Jesús– cosas que él había dicho a los adversarios. Es el caso de la parábola que acabamos de oír, y que en ese sentido también implica dificultad para nosotros, el nuevo grupo de adeptos a Jesús.

Al narrar esta parábola demuestra Jesús su excelente dotación pedagógica. La situación que describe era exactamente la de su tiempo y espacio, bien inteligible a sus oyentes: gran parte del terreno de Palestina está en propiedad de romanos; los judíos son arrendatarios, siempre propensos a la rebelión, muy seguros de que el dueño –que vive muy lejos– no se molestará en ir en persona a cobrar los frutos del arriendo. Es el trasfondo sociológico.           

Pero Israel contaba además con un buen trasfondo religioso-moral. Por medio de Isaías, Yahvé se había presentado como el dueño de una viña ingrata y estéril; la había cultivado con primor, pero ella, en vez de uvas, sólo había producido agrazones. Y Él se lamentaba: “¿qué más se puede hacer por mi viña que yo no haya hecho?” (Is 5,4).  Y todavía especifica: esa viña es “la casa de Israel”, y, vista su ingratitud, la va a convertir en un erial.

Al igual que el profeta Isaías, Jesús amenazó a Israel con un rechazo definitivo por su infidelidad e “improductividad religiosa”. Y el evangelista intenta despertar a su Iglesia de sus posibles letargos. ¿Qué uso hace de los dones recibidos? ¿Cuál es su producto? Debe tener en cuenta que el que se presenta ahora a percibir los frutos no es un criado (un profeta del AT…), sino que es Jesús mismo, el “Hijo querido”, que vive en medio de ella.

Don y respuesta. Es el binomio que recorre todas las páginas de la Escritura; es el resumen de la vida cristiana. La segunda carta de Pedro, probablemente composición pseudónima y la más tardía de todo el Nuevo Testamento, recoge en otros términos el mismo mensaje: tenemos “gracia y paz por el conocimiento de Dios y de Jesús”; el poder de Dios nos ha concedido “todo lo que conduce a la vida y a la piedad”, “inapreciables y extraordinarios bienes”. En consecuencia, de nosotros se espera mucho: honradez, autodominio, constancia, amor fraterno… Dios mismo nos ha capacitado para ello.

No seamos la viña ingrata que sólo produce agrazones, ni los arrendatarios que se niegan a entregar el fruto. No ignoremos la presencia permanente (no mera visita) del “Hijo querido” que vive entre nosotros y que nos impulsa a trabajar cada día por un mundo mejor, por una viña más bella y frondosa.

Vuestro hermano
Severiano Blanco cmf

Liturgia Viva - Oración COLECTA


domingo, 29 de mayo de 2016

Liturgia viva al atardecer


Cinco Panes y dos peces - Parte VI

Quinto pan:
Amar hasta hacer la unidad
es el testamento de Jesús

POR CARDENAL FCO. XAVIER NGUYEN VAN THUAN


Queridísimos jóvenes, estáis llamados a ser testigos creíbles del Evangelio de Cristo, que hace nuevas todas las cosas... Os amaréis los unos a los otros
(Jn 13, 35); (Juan Pablo II, Mensaje para la XII Jornada Mundial de la Juventud, 1997, n. 8).

Una noche, cuando me encontraba enfermo en la prisión de Phú Khánh, vi pasar un policía y le grité:

«Por caridad, estoy enfermo, déme algo de medicina». Él me respondió: «Aquí no hay caridad ni amor, sólo hay responsabilidad». Esta era la atmósfera que se respiraba en la prisión.

Cuando me pusieron en un separo, primero me asignaron un grupo de cinco guardias: dos de ellos estaban siempre conmigo. Cambiaban a los jefes cada dos semanas a otro grupo para que yo no los «contaminara». Después decidieron no cambiarlos más, porque entonces ¡todos quedarían contaminados!

Al principio los guardias no me hablaban, respondía sólo «sí» o «no». Esto era verdaderamente triste; quería yo ser amable con ellos, pero era imposible, evitaban hablar conmigo. No tengo nada que regalarles: soy prisionero, hasta la ropa, toda, está marcada con grandes letra cai—tao, es decir, «campo de reeducacion». ¿Qué debo hacer?

Una noche me vino un pensamiento: «Francisco, tú todavía eres muy rico. Tú tienes el amor de Cristo en tu corazón. Ámalos como Jesús te ama. A la mañana siguiente empecé a amarlos, a amar a Jesús en ellos, sonriendo, intercambiando palabras amables. Entonces empecé a contarles de mis viajes al extranjero, de cómo viven en los países como Estados Unidos, Canadá, Japón, Filipinas, Singapur, Francia, Alemania... les platiqué sobre la economía, la libertad, la tecnología. Esto estimuló su curiosidad y los animo a preguntarme muchísimas cosas. Poco a poco nos hicimos amigos. Querían aprender lenguas extranjeras, francés, inglés... ¡Mis guardias se convirtieron en mis alumnos! Cambió mucho el ambiente de la prisión, mejoró mucho la calidad de nuestras relaciones. Hasta con los jefes de la policía. Cuando vieron la sinceridad de mis relaciones con los guardias, no solo me pidieron que continuara ayudándolos en el estudio de las lenguas extranjeras, me mandaron nuevos estudiantes.

Un día un jefe me preguntó:

¿Qué piensa usted del periódico El Católico?

Ese periódico no hace bien ni a los católicos ni al gobierno más bien ha ampliado la fosa de separación.

Porque se expresa mal; usan mal los vocablos religiosos, y hablan de manera ofensiva. ¿Cómo se podrá remediar esta situacion?

Primero, hay que comprender bien qué significan las palabras, esa terminología religiosa... — ¿Puede usted ayudarnos?

Sí, les propongo escribir un pequeño vocabulario del lenguaje religioso, de la A a la Z, y cuando tengan un momento libre les explicaré. Espero que así puedan comprender mejor la estructura, la historia, el desarrollo de la Iglesia, sus actividades...

Me dieron papel y escribí un vocabulario de 1,500 palabras, en francés, inglés, italiano, latín, español y chino, con las explicaciones en vietnamita. Así poco a poco, con la explicación, mi respuesta a las cuestiones sobre la Iglesia, y aceptando también las críticas, este documento llego a ser «una catequesis práctica».

Tenían mucha curiosidad en saber qué es un abad, un patriarca, cuál es la diferencia entre ortodoxos, católicos, anglicanos, luteranos; de dónde provienen los fondos financieros de la Santa Sede...

Este diálogo sistemático de la A a la Z ayudó a corregir muchos errores, muchas ideas preconcebidas; cada día se hizo más interesante y hasta fascinante.

En una ocasión me enteré que un grupo de 20 jóvenes de la policía estudiaba latín con un ex catequista, para tener capacidad de comprender los documentos eclesiásticos. Uno de mis guardias pertenecía a este grupo; un día me pidió si podía enseñarle un canto en latín.

— Hay tantos y tan hermosos, le respondí. — Usted cante y yo elijo, me propuso.

Canté Salve Regina, Veni Creator, Ave Maris Stella... ¿Pueden adivinar cuál canto eligió? El Veni Creator.

No puedo decir cuán conmovedor era oír cada mañana a un policía comunista bajar las escaleras de madera, hacia las 7, para ir a hacer gimnasia, y después lavarse cantando el Veni Creator en la prisión.

Cuando hay amor se siente el gozo y la paz, porque Jesús está en medio de nosotros. «Viste un sólo uniforme y habla una sola lengua: la caridad» (El camino de la esperanza, n. 984).

En las montañas de Viñh Phú, en la prisión de Viñh Quang, un día lluvioso tuve que cortar leña. Pregunté al guardia:

¿Puedo pedirle un favor?

— ¿Qué es? Lo ayudaré.

Quiero cortar un pedazo de madera en forma de cruz.

— ¿No sabe que está severamente prohibido tener cualquier signo religioso?

Lo sé, pero somos amigos, y prometo esconderla.

Sería extremadamente peligroso para nosotros dos.

Cierre los ojos, lo voy a hacer ahora y seré muy cauto.

Él se fue y me dejó solo. Corté la cruz y la tuve escondida en un pedazo de jabón hasta mi liberacion. Con un marco de metal, este pedazo de madera llegó a ser mi cruz pectoral. En otra prisión, pedí un pedazo de alambre eléctrico a mi guardia que ya se había hecho mi amigo. Él, asustado, me dijo:

He estudiado en la escuela de policía que si alguno quiere un alambre eléctrico significa que quiere suicidarse.

Le expliqué:

Los sacerdotes católicos no se suicidan. — Pero ¿qué va a hacer con un alambre eléctrico?

Quiero hacer una cadenilla para llevar mi cruz.

¿Cómo puede hacer una cadena con un alambre eléctrico? Es imposible.

Si me trae unas pinzas pequeñas se lo mostraré.

¡Es muy peligroso!

¡Pero somos amigos!

Dudó y luego dijo:

Le responderé en tres días.

Después de tres días me dijo:

Es difícil negarle a usted cualquier cosa. He pensado así: esta noche le traigo las pinzas pequeñas de las 7 a las 11 y tenemos que terminar el trabajo en este tiempo. Dejaré ir ami compañero a «Hanoi de noche». Si él nos viera tendríamos una denuncia peligrosa para los dos.

Cortamos el alambre en pedazos del tamaño de un fósforo, los enzarzamos... y antes de las 11 la cadena ya estaba hecha.

Esa cruz y esa cadena las llevo conmigo todos los días, no porque son un recuerdo de la prisión, sino porque indican una convicción mía profunda, son un constante reclamo para mí: sólo el amor cristiano puede cambiar los corazones, no las armas, las amenazas, los medios de comunicación.

Ha sido muy difícil para mis guardias comprender cómo se puede perdonar, amar a los enemigos, reconciliarse con ellos:

¿De veras nos ama?

Sí, los amo sinceramente.

¿A pesar de que le hacemos mal? ¿Aun sufriendo por haber estado años en prisión sin haber sido juzgado?

— Piensen en los años en que hemos vivido juntos. ¡Realmente los he amado!

— Cuando quede en libertad, ¿no mandará a los suyos a hacernos el mal, a nosotros o a nuestras familias?

No, continuaré amándolos, aunque me quisieran matar.

Pero, ¿por qué?

Porque Jesús me ha enseñado a amarlos. Si no lo hiciera, no sería digno de ser llamado cristiano.

No hay suficiente tiempo para contarles otras historias, muy conmovedoras, que son testimonios del poder liberador del amor de Jesús.

En el Evangelio, viendo Jesús a la multitud que lo seguía durante tres días, dijo: «Siento compasión de la gente» (Mt 15, 32) porque estaban «como ovejas que no tienen pastor» (Mc 6, 34)... En los momentos más dramáticos en la prisión, cuando estaba casi agotado y sin fuerza para orar ni meditar, busqué un modo para recuperar lo esencial de mi oración, del mensaje de Jesús y usé esta frase: «Vivo el testamento de Jesús», es decir, amar a los otros como Jesús me amó, en el perdón, en la misericordia, hasta la unidad, como oró Él: «Que todos sean uno como Tú, Padre, en mí y yo en ti» (Jn 17, 21). He orado con frecuencia: «Vivo el testamento de amor de Jesús». Quiero ser el muchacho que ofreció todo lo que tenía. Casi nada, cinco panes y dos peces, pero era «todo» lo que tenía, para ser «instrumento del amor de Jesús».

Queridos jóvenes, el Papa Juan Pablo II les lanza su mensaje: «Encontraréis a Jesús allí donde los hombres sufren y esperan: en los pequeños pueblos diseminados en los continentes, aparentemente al margen de la historia, como era Nazaret cuando Dios envió su Ángel a María; en las grandes metrópolis donde millones de seres humanos frecuentemente viven como extraños... Jesús vive junto a nosotros... su rostro es el de los más pobres, de los marginados, víctimas casi siempre de un modelo injusto de desarrollo, que pone el beneficio en el primer puesto y hace del hombre un medio en lugar de un fin... Jesús vive entre los que le invocan sin haberlo conocido... Jesús vive entre los hombres y las mujeres 'que se honran con el nombre de cristianos'... En vísperas del tercer milenio, cada día es más urgente reparar el escándalo de la división entre los cristianos» (Mensaje para la XII Jornada Mundial de la Juventud, 1997, n. 4 y 5).

El más grande error es el no darse cuenta que los otros son Cristo. Hay muchas personas que no lo descubrirán sino hasta el último día.

Jesús fue abandonado en la Cruz y ahora lo sigue estando en el hermano y en la hermana que sufre en cualquier rincón del mundo. La caridad no tiene límites; si los tiene no es caridad.

Oración
Consagración

Padre de inmenso amor, omnipotente, fuente de mi esperanza y de mi gozo.
1. «Todo lo mío es tuyo» (Lc 15, 31). «Pidan y se les dará» (Mt 7, 7).
Padre, creo firmemente que tu amor nos sobrepasa infinitamente. ¿Cómo puede el amor de tus hijos competir con el tuyo?
¡Oh! ¡La inmensidad de tu amor paterno! Todo lo tuyo es mío: Me has aconsejado orar con sinceridad. Por eso me confío a Ti, Padre lleno de bondad.
2. «Todo es gracia». «Su Padre sabe lo que ustedes necesitan antes de que se lo pidan» (Mt 6.8).
Padre, creo firmemente que desde siempre has ordenado todas las cosas para nuestro mayor bien. No dejas de guiar mi vida. Me acompañas en cada uno de los pasos de mi vida. ¿Qué puedo temer? Postrado adoro tu voluntad. Me pongo totalmente en tus manos, todo viene de Ti. Yo, que soy tu hijo, creo que todo es gracia.

3. «Todo lo puedo en Aquel que me conforta» (Flp 4, 13). «Para alabanza de la gloria de su gracia» (Ef 1, 6).
Padre, creo firmemente que nada supera el poder de tu Providencia. Tu amor es infinito y yo quiero aceptar todo con corazón gozoso. Eterna es la alabanza y eterno el agradecimiento. Unidos a la Virgen María y asociando sus voces a las de todas las naciones, san José y los ángeles cantan la gloria de Dios por los siglos de los siglos. Amén.
4. «Hacedlo todo para gloria de Dios» (1 Co 10, 31). «Hágase tu voluntad» (Mt 6, 10).
Padre, creo firmemente y sin dudar que Tú obras y actúas en mí. Soy objeto de tu amor y de tu ternura. ¡Realiza en mí todo lo que puede darte aún más alabanza!
No pido otra cosa que tu gloria, esto basta para mi satisfacción y mi felicidad. Esta es mi más grande aspiración, el deseo más intenso del alma.
5. «¡Todo por la misión! ¡Todo por la Iglesia! Padre, creo firmemente que me has confiado una misión, toda ella marcada por tu amor. Me preparas el camino. Yo no dejo de purificarme y de afirmarme en esta decisión.
Sí, estoy decidido: seré una ofrenda silenciosa, serviré de instrumento en las manos del Padre.
Consumaré mi sacrificio, momento a momento, por amor a la Iglesia: «Aquí estoy, estoy listo».
6. «Ardientemente he deseado comer esta Pascua con ustedes» (Le 22, 15). «Todo está cumplido» Un 19, 30).
¡Amadísimo Padre! Unido al santo Sacrificio que continúo ofreciendo, me arrodillo en este instante y por Ti pronuncio la palabra que sube de mi corazón: «Sacrificio».
Un sacrificio que acepta la humillación como la gloria, un sacrificio gozoso, un sacrificio integral... Canta mi esperanza y todo mi amor.

Prisión de Phú Khánh
(Vietnam central),
1 de septiembre de 1976,
fiesta de los santos mártires vietnamitas.

Buen día, Espíritu Santo 29052016

bdes


RESONAR DE LA PALABRA - 29052016

Evangelio según San Lucas 7,1-10. 
Cuando Jesús terminó de decir todas estas cosas al pueblo, entró en Cafarnaún. Había allí un centurión que tenía un sirviente enfermo, a punto de morir, al que estimaba mucho. Como había oído hablar de Jesús, envió a unos ancianos judíos para rogarle que viniera a curar a su servidor. Cuando estuvieron cerca de Jesús, le suplicaron con insistencia, diciéndole: "El merece que le hagas este favor, porque ama a nuestra nación y nos ha construido la sinagoga". Jesús fue con ellos, y cuando ya estaba cerca de la casa, el centurión le mandó decir por unos amigos: "Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres en mi casa; por eso no me consideré digno de ir a verte personalmente. Basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque yo -que no soy más que un oficial subalterno, pero tengo soldados a mis órdenes- cuando digo a uno: 'Ve', él va; y a otro: 'Ven', él viene; y cuando digo a mi sirviente: '¡Tienes que hacer esto!', él lo hace". Al oír estas palabras, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la multitud que lo seguía, dijo: "Yo les aseguro que ni siquiera en Israel he encontrado tanta fe". Cuando los enviados regresaron a la casa, encontraron al sirviente completamente sano. 
RESONAR DE LA PALABRA
Julio César Rioja, cmf
Queridos hermanos:
Celebrábamos hace unos días el quinto aniversario del 15-M, el pueblo no siempre acierta, pero en ocasiones suele ser sabio y nos ha vuelto a recordar frases de entonces: “No nos representan”, “No hay pan para tanto chorizo”… La realidad que es tozuda, nos viene diciendo que algunos de aquellos eslóganes tienen una gran actualidad. El número de chorizos aumenta, sobre todo entre grandes patriotas que besan escudos y banderas, deportistas, actores, políticos a mansalva, personas cercanas a la Casa Real, que  no cotizan aquí o hacen que el dinero público pase directamente a sus bolsillos.
Los demás incluso nos atrevemos a decir, si yo tuviera tanto dinero cerca, también haría lo mismo, mejor sin IVA, trabajo en negro, empleo sumergido, llamo desde el trabajo… la corrupción es el ambiente en el que parece que nos desenvolvemos todos. La ilusión es que nos bajen los impuestos, aunque sabemos que eso es una mala noticia para los pobres, son ellos los que no pueden seguir el ritmo. En una sociedad así, donde los valores se han perdido, es muy difícil celebrar el próximo domingo el Corpus.
Peinetas y custodias aparte, ese día también salimos a la calle, antes, en la liturgia recordaremos la multiplicación de los panes y los peces, y aunque sobraron doce cestos, el Evangelio nos sigue diciendo: “Dadles vosotros de comer”. El milagro se obró probablemente, cuando todos se pusieron a compartir lo poco o lo mucho que tenían. Vivir la fraternidad, el sentido comunitario, (cuando el capitalismo se ha encargado de hacernos saber que todo es individualismo), parece algo muy poco real, ¿se habrá quedado el cristianismo para gritar en las plazas como el 15-M: “Que otro mundo es posible”?
Y al salir a la calle, el Santísimo irá buscando a los jóvenes sin trabajo, recordará a los que se fueron, a los de la dependencia, a los ancianos y enfermos, a los que viven en el paro, a los de la plataforma de apoyo contra la hipoteca y a los desahuciados, a los extranjeros y refugiados, a los toxicómanos, a la madre que saca a los hijos adelante, a las prostitutas y las de la trata de blancas y a tantos otros. Mirará con cariño detrás de Él, a los políticos, los sacerdotes, los niños de primera comunión, la gente de orden, los que justifican esta economía y esta situación y esperará que su presencia nos cambie. No en vano es el día de Cáritas y se mostrarán en las plazas aquellos eslóganes, que no desentonarían en la Puerta del Sol: “Vive sencillamente, para que otros sencillamente puedan vivir”, “¿Qué has hecho con tú hermano?” y este año “Practica la justicia, deja tu huella”.
“¡A la calle!, que ya es hora de pasearnos a cuerpo y mostrar que, pues vivimos, anunciamos algo nuevo”, nos decía Gabriel Celaya. “Todos somos llamados a esta nueva «salida» misionera. Cada cristiano y cada comunidad discernirá, cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias”, nos recuerda el Papa en la Evangelii Gaudium.  Salgamos: y en nuestras ciudades, pueblos, barrios, en nuestros trabajos, con nuestros vecinos, en la familia, con nuestros hijos, en la escuela y en todos los sitios donde estemos, anunciemos algo nuevo. La Buena Noticia, el Evangelio, el Reino, que consiste en ser, no en tener, y en ser para los otros. Si somos capaces, de lograr un equilibrio entre nuestra forma de vivir, de pensar y de actuar, lograremos mejorar nuestro entorno, haciendo posible que nuestra huella sea capaz de transformar la realidad actual.
Terminemos con unos versos de Pedro Casaldáliga:
"Mi cuerpo es comida
Mis manos y Tus manos, 
hacemos este Gesto, 
compartida la mesa y el destino, 
como hermanos. 
Las vidas en Tu muerte y en Tu vida. Unidos en el pan los muchos granos, 
iremos aprendiendo a ser/la unida Ciudad de Dios, 
Ciudad de los humanos. 
Comiéndote sabremos ser comida. 
El vino de sus venas nos provoca. 
El pan que ellos no tienen nos convoca
a ser Contigo el pan de cada día. 
Llamados por la Luz de Tu memoria,
/marchamos hacia el Reino haciendo Historia, 
fraterna y subversiva Eucaristía."
Comentario publicado por Ciudad Redonda