El Papa Francisco nos dice que: “Juan y Santiago, le piden a Jesús sentarse, en su gloria, uno a su derecha y otro a su izquierda, lo que provocó una discusión entre los demás sobre quién era el más importante en la Iglesia. Pero una iglesia que solo piensa en los triunfos, en los éxitos, no sabe de aquella regla de Jesús: la regla del triunfo a través del fracaso, el fracaso de la Cruz. Y esta es una tentación que todos tenemos.
“Recuerdo que una vez, cuando estaba en un momento oscuro de mi vida espiritual, yo le pedía una gracia al Señor. Luego me fui a predicar los ejercicios a unas religiosas y el último día se confiesan. Y vino a confesarse una monja anciana, con más de ochenta años, pero con los ojos claros y brillantes: era una mujer de Dios.
“Al final vi en ella a una mujer de Dios, a la que le dije: “Hermana, como penitencia, ore por mí, porque necesito una gracia. Si usted se lo pide al Señor, me la concederá con toda seguridad.” Se detuvo un momento, como si orara, y me dijo: “Claro que el Señor le dará la gracia, pero no se engañe: lo hará a su divina manera.”
“Esto me hizo muy bien. Sentir que el Señor siempre nos da lo que pedimos, pero a su divina manera. Y la divina manera consiste en la cruz, pero no por masoquismo: ¡No, no! Por amor. Por amor hasta el extremo.
“Pidamos al Señor la gracia de no ser una iglesia ‘a mitad de camino’, una iglesia triunfalista, de grandes éxitos, sino de ser una iglesia humilde, que camina con decisión, como Jesús. Adelante, adelante, adelante… Un corazón abierto a la voluntad del Padre, como Jesús. Pidamos esta gracia.” (Homilía de S.S. Francisco, 29 de mayo de 2013, en la residencia Santa Marta).
En el Evangelio de hoy, Jesús va caminando hacia Jerusalén delante de los discípulos. Esto es lo más importante y el motivo por el cual podemos vencer el miedo. El Señor nunca abandona a sus discípulos ni les deja a la deriva, más aún, ni siquiera los envía a ellos solos, indefensos y desprotegidos. Cristo mismo va delante de ellos y así mismo va delante de nosotros en el caminar de la vida. Por eso, confía, querido lector, en la bondad, el amor y la fidelidad del Señor. Él nunca te dejará solo, nunca se cansará de guiarte, consolarte y aconsejarte. Él te ama de verdad.
“Señor, tú eres el amigo que nunca falla y en quien puedo confiar ciegamente. Guía mis pasos, Señor.”
1 Pedro 1, 18-25
Salmo 147, 12-15. 19-20
Salmo 147, 12-15. 19-20
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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