domingo, 31 de mayo de 2020

COMPRENDIENDO LA PALABRA 310520


“Envías tu espíritu, los creas, y renuevas la faz de la tierra.” (Sal 103,30)

Según el designio de Dios, al principio, el Espíritu de Dios llenaba el universo, “...despliega su fuerza de un extremo a otro, y todo lo gobierna acertadamente” (Sab 8,1). Pero, en cuanto a su obra de santificación, es a partir de este día de Pentecostés que “el Espíritu llenó toda la tierra” (Sap 1,7). Porque hoy, el Espíritu de dulzura es enviado desde el Padre y el Hijo para santificar a toda criatura según un plan nuevo, una manera nueva, una manifestación nueva de su poder y de su fuerza.

Antes, “el Espíritu no había sido dado porque Jesús no había sido glorificado” (Jn 7,39)... Hoy, bajando del cielo, el Espíritu es dado a las almas de los mortales con toda su riqueza, toda su fecundidad. Así este rocío divino se extiende sobre toda la tierra, en la diversidad de sus dones espirituales. Está bien que la plenitud de sus riquezas haya llovido desde el cielo sobre nosotros, porque pocos días antes, por la generosidad de nuestra tierra, el cielo había recibido un fruto de una maravillosa dulzura..., la humanidad de Cristo, que es toda la gracia de la tierra. El Espíritu de Cristo es toda la dulzura del cielo. Se produjo, en efecto, un intercambio muy saludable: la humanidad de Cristo subió de la tierra al cielo. Hoy, del cielo desciende hacia nosotros el Espíritu de Cristo...

El Espíritu actúa por doquier. Por todas partes el Espíritu toma la palabra. Sin duda, antes de la Ascensión, el Espíritu del Señor ha sido dado a los discípulos cuando el Señor les dijo: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes les perdonéis los pecados, Dios se los perdonará; y a quienes se los retengáis, Dios se los retendrá.” (Jn 20,22) Pero antes de Pentecostés, no se oyó la voz del Espíritu Santo, no se vio brillar su poder. Y su conocimiento no llegó a los discípulos de Cristo que no habían sido confirmados en su coraje, ya que el miedo los tuvo encerrados en una sala con las puertas cerradas. Pero, a partir de este día de Pentecostés, “la voz del Señor se cierne sobre las aguas, la voz del Señor descuaja los cedros, la voz del Señor lanza llamas de fuego...en su templo, un grito unánime: Gloria!” (cf Sal 28,3-9).


San Elredo de Rieval (1110-1167)
monje cisterciense
Sermón sobre la siete voces del Espíritu Santo en Pentecostés.

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 20,19-23


Evangelio según San Juan 20,19-23
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!".
Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes".
Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo.
Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan".


RESONAR DE LA PALABRA

Testigos del Espíritu, testigos del amor

En nuestro mundo se hablan muchos idiomas. Muchas veces no nos entendemos. Seguro que en nuestra ciudad también nos encontramos por la calle con personas que hablan otras lenguas. Quizá nosotros mismos hemos pasado por la experiencia de no encontrar a nadie que entendiese nuestro idioma cuando necesitábamos ayuda o de no poder ayudar adecuadamente a alguien porque sencillamente no le entendíamos. 

Hoy celebramos Pentecostés, la venida del Espíritu Santo sobre aquel primer grupo de apóstoles y discípulos que, después de la muerte y resurrección de Jesús se seguían reuniendo para orar y recordar al maestro. La venida del Espíritu Santo tuvo un efecto maravilloso. De repente, los que habían estado encerrados y atemorizados se atrevieron a salir a la calle y a hablar de Jesús a todos los que se encontraron. En aquellos días Jerusalén era un hervidero de gente de diversos lugares y procedencias. Por sus calles pasaban gentes de todo el mundo conocido de aquellos tiempos. Lo sorprendente es que todos escuchaban a los apóstoles hablar en su propio idioma de las maravillas de Dios, del gran milagro que Dios había hecho en Jesús resucitándolo de entre los muertos. 

Desde entonces el Evangelio ha saltado todas las fronteras de las naciones, de las culturas y de las lenguas. Ha llegado hasta los más recónditos rincones de nuestro mundo, proclamando siempre las maravillas de Dios de forma que todos lo han podido entender. Junto con el Evangelio ha llegado también la paz a muchos corazones y la capacidad de perdonar, tal y como Jesús en el Evangelio les dice a los apóstoles. 

Hoy son muchos los que se siguen dejando llevar por el Espíritu y con sus palabras y con su forma de comportarse dan testimonio de las maravillas de Dios. Con su amor por todos y su capacidad de servir a los más pobres y necesitados hacen que todos comprendan el amor con que Dios nos ama en Jesús. Con su capacidad de perdonar van llenando de paz los corazones de todos. El Espíritu sigue alentando en nuestro mundo. Hay testigos que comunican el mensaje por encima de las barreras del idioma o las culturas. ¿No ha sido la madre Teresa de Calcuta un testigo de dimensiones universales? Su figura pequeña y débil era un signo viviente de la preferencia de Dios por los más débiles, por los últimos de la sociedad. 

Hoy el Espíritu nos llama a nosotros a dejarnos llevar por él, a proclamar las maravillas de Dios, a amar y a perdonar a los que nos rodean como Dios nos ama y perdona, a encontrar nuevos caminos para proclamar el Evangelio de Jesús en nuestra comunidad. Hoy es día de fiesta porque el Espíritu está con nosotros, ha llegado a nuestro corazón. ¡Aleluya!

Para la reflexión

¿Qué me llamaba más la atención de la madre Teresa de Calcuta? ¿Qué otras personas me parece que son hoy testigos del amor de Dios en nuestro mundo? ¿Cómo podría yo ser testigo del amor y perdón de Dios para los que me rodean?
Fernando Torres cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

sábado, 30 de mayo de 2020

JESÚS AMA A QUIEN LO SIGUE


Jesús ama a quien lo sigue

El amor de Jesús a su fiel discípulo está indicado en estas palabras: “Pedro, volviéndose, vio que lo seguía el discípulo al que Jesús amaba, el mismo que durante la Cena se había reclinado sobre Jesús” (Jn 21,20).

Quien sigue verdaderamente al Señor, desea que todos lo sigan. Por eso se vuelve hacia su prójimo con atenciones, oración y anuncio de la palabra. El “volverse” de Pedro significa todo esto. Encontramos el mismo pensamiento que en el Apocalipsis: “El Espíritu y la Esposa -Cristo y la Iglesia- dicen: “¡Ven!”, y el que escucha debe decir: “¡Ven!” (Apoc 22,17). Cristo, por inspiración interior, y la Iglesia por la predicación, dicen al hombre: ¡Ven! Quien escucha estas palabras dice a su prójimo: ¡Ven!, es decir ¡Sigue a Jesús! Pedro, volviéndose, vio que lo seguía el discípulo al que Jesús amaba. Jesús ama a quien lo sigue.

Aunque su nombre no es dicho, Juan se distingue de los otros no porque Jesús lo amara sólo a él, sino porque él lo amaba más que los otros. Jesús amaba a todos, mas este discípulo le era más familiar. (…) Era él “el mismo que durante la Cena se había reclinado sobre Jesús” (Jn21,20). Fue un gran signo de amor el hecho que fuera el único que se había reclinado sobre el pecho de Jesús, “en quien están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (Col 2,3).

Así, durante la Cena del Cielo, seremos plenos por la eternidad, reposaremos con Juan sobre el pecho de Jesús. El corazón está en el pecho, el amor en el corazón. Reposaremos en su amor porque lo amaremos de todo nuestro corazón y nuestra alma y encontraremos en él todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento. (…) A él sean la alabanza y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.


San Antonio de Padua (1195-1231)
franciscano, doctor de la Iglesia
Sermón para la fiesta de san Juan evangelista, (“Une Parole évangélique”, Franciscaines, 1995), trad. sc©evangelizo.org

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 21,20-25


Evangelio según San Juan 21,20-25
Pedro, volviéndose, vio que lo seguía el discípulo al que Jesús amaba, el mismo que durante la Cena se había reclinado sobre Jesús y le había preguntado: "Señor, ¿quién es el que te va a entregar?".
Cuando Pedro lo vio, preguntó a Jesús: "Señor, ¿y qué será de este?".
Jesús le respondió: "Si yo quiero que él quede hasta mi venida, ¿qué te importa? Tú sígueme".
Entonces se divulgó entre los hermanos el rumor de que aquel discípulo no moriría, pero Jesús no había dicho a Pedro: "El no morirá", sino: "Si yo quiero que él quede hasta mi venida, ¿qué te importa?".
Este mismo discípulo es el que da testimonio de estas cosas y el que las ha escrito, y sabemos que su testimonio es verdadero.
Jesús hizo también muchas otras cosas. Si se las relata detalladamente, pienso que no bastaría todo el mundo para contener los libros que se escribirían.


RESONAR DE LA PALABRA

DISCÍPULO AMADO

Llegamos a la páginas final del Cuarto Evangelio, donde nos encontramos junto a Jesús a dos de sus principales seguidores: Pedro y el «discípulo amado», del que no tenemos noticias por los otros evangelios. En este se le nombre en dos ocasiones como "el otro discípulo" (Jn 18,15-16; 20,3-4.8) y seis veces como "el discípulo a quien Jesús amaba". Y entre ambos parece haber una cierta tensión.

¿Quién es este discípulo amado? No encontramos en ningún lugar una referencia a su nombre. Por distintas razones que no es oportuno desarrollar aquí, muy pocos estudiosos consideran que pueda tratarse de «Juan», el pescador de Galilea, el hijo del Zebedeo. Se han propuesto distintas hipótesis, pero no hay un acuerdo general. Sí parece bastante seguro que no formaba parte del grupo estable de los Doce apóstoles. Bien sabemos que Jesús tenía otros muchos seguidores que no formaban parte de ese grupo tan especial.

Seguramente nos ayude más para nuestra reflexión y oración, fijarnos en algunos de sus rasgos, tal como nos los presenta este Evangelio.

+ La intimidad con Jesús. Quien redactara este capítulo final nos lo recuerda literalmente recostado «en el seno de Jesús». Es un modo bien expresivo de describir la intimidad del discípulo con su Maestro. Precisamente en el Prólogo de este Evangelio, se dice de Jesús que estaba «en el seno del Padre». Son las dos únicas veces que aparece esta expresión. Es, por tanto, una intimidad, una relación de amor sumamente especial y única. Y evidente para el resto de discípulos. Precisamente Pedro lo aprovechó para sonsacarle quién sería el traidor. y por tanto, no es casualidad que el «Amor» esté tan presente por todas partes: Tanto amó Dios al mundo... el mandamiento nuevo, nadie tiene amor más grande que el que da la vida... vosotros sois mis amigos... y tantos otros.

+ Las «presencias» del Discípulo Amado. Ya hemos apuntado antes su cercanía, su proximidad física con Jesús en la última Cena (donde Jesús establece su Nueva Alianza, invita a la unidad y al servicio mutuo, y constituye la Comunidad de hermanos llamados a dar testimonio con su propia vida). El discípulo amado está muy cerca del Señor en la Eucaristía.

También está presente (el único varón) en el Calvario, junto a algunas mujeres. El Discípulo Amado no huye ante el dolor de su Maestro. El Amor se expresa por la cercanía con el que sufre. Una presencia silenciosa, pero importante. Tuvo que ser un alivio y un consuelo. Cuánto ayuda en momentos tan duros como la muerte, la cercanía física de los que nos aman. Así tuvo la oportunidad de ver cómo el soldado traspasaba su costado con la lanza, de la que brotaban sangre y agua. La vida-sangre derramada por amor, y el agua del Espíritu.

Esa cercanía la aprovecha el Crucificado para encomendarle a su Madre. Y viceversa. Es un regalo, una misión y una responsabilidad. La acogió en su casa. La presencia de María y el cariño mutuo definen al Discípulo de Jesús.

+ El primero. El primero en llegar al sepulcro vacío. Al ver los «signos», las vendas, y la falta del cadáver... vio y creyó. Pedro también había llegado a la tumba, y vio los mismos signos. Pero fue el Discípulo amado quien supo interpretar los signos de vida de Jesús. Probablemente por eso no encontramos una «aparición» del resucitado a este Discípulo. No la necesitaba. Ya tenía la fe. Hoy la Iglesia invita repetidamente a leer «los signos de los tiempos»....

+ El testigo de la verdad. La Verdad aparece repetidamente en este escrito. Entre otras cosas afirma del mismo Jesucristo: «Yo soy la Verdad». Al concluir el Evangelio, deja constancia: «Éste es el discípulo que da testimonio de todo esto y lo ha escrito; y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero». El testimonio no se reduce a contar hechos, como podría hacerlo un periodista o un historiador. Son hechos «experimentados», que le han afectado, que le han cambiado, que le han convertido en Discípulo. Es decir: son hechos interpretados, meditados y compartidos. Por eso es capaz de ayudar a creer a otros: ese «nosotros» que sabe que su testimonio es de fiar. Antes había escrito: «Éstas quedan escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida por medio de él. (Jn 20, 31). Lo que ayuda a creer no es la biografía, los hechos de la vida de Jesús: sino el testimonio de fe.

Si en esto consiste el ser «discípulo amado de Jesús», si nosotros lo pretendemos... nos queda enorme, y nos podemos desanimar. Quizá Pedro se sentía «pequeño» a su lado, y se preguntaba cómo debía tratarle, qué pintaría en la nueva Comunidad de Jesús. Pues... «¿a ti qué?». Tú preocúpate de seguirme, apacienta a mis ovejas... y no te compares con nadie, ni pretendas controlar a otros que me siguen y me aman. Hay muchos modos de seguir al Maestro, pero la función de Pedro no será controlarnos... sino cuidarlos.

Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

viernes, 29 de mayo de 2020

PENSAMIENTOS


¿ME AMAS?


¿Me amas?

Percibo a todos los pastores buenos en el Pastor único (Jn 10,14). Los pastores buenos, a decir verdad, no son varios; son uno en un único. Si fueran varios, estarían divididos; si el Señor le confió su rebaño a Pedro, era para poner la unidad como un valor en él. Los apóstoles eran varios, pero sólo le dijo a uno de ellos: "apacienta mis ovejas"...

Efectivamente cuando Cristo le confiaba sus ovejas como a sí mismo, quería que se hiciera sólo uno con él. El Salvador sería la Cabeza, Pedro representaría el cuerpo de la Iglesia (Col 1,18)... Así, pues, para poder encomendar a Pedro sus ovejas, sin que con ello pareciera que las ovejas quedaban encomendadas a otro pastor distinto de sí mismo, el Señor le pregunta: “Pedro, ¿me amas?” Él respondió: “Te amo”. Y le dice por segunda vez: “¿Me amas?” Y respondió: “Te amo”. Y le pregunta aun por tercera vez: “¿Me amas?” Y respondió: “Te amo”. Quería fortalecer el amor para reforzar así la unidad.

No fue por falta de pastores –como anunció el profeta que ocurriría en futuros tiempos de desgracia– que el Señor dijo: Yo mismo apacentaré a mis ovejas, como si dijera: “No tengo a quien encomendarlas”. Porque, cuando todavía Pedro y los demás apóstoles vivían en este mundo, aquel que es el único pastor, en el que todos los pastores son uno, dijo:"Tengo otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo Pastor". Que todos se identifiquen con el único pastor y hagan oír la única voz del pastor, para que la oigan las ovejas y sigan al único pastor, y no a éste o a aquél, sino al único. Y que todos en él hagan oír la misma voz, y que no tenga cada uno su propia voz: "Os ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo: poneos de acuerdo y no andéis divididos". Que las ovejas oigan esta voz, limpia de toda división y purificada de toda herejía, y que sigan.


San Agustín (354-430)
obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia
Sermón 46, Sobre los pastores, §30 (trad. cf breviario viernes 25 tiempo ordinario)

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 21,15-19


Evangelio según San Juan 21,15-19
Habiéndose aparecido Jesús a sus discípulos, después de comer, dijo a Simón Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?". El le respondió: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis corderos".
Le volvió a decir por segunda vez: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?". El le respondió: "Sí, Señor, sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas".
Le preguntó por tercera vez: "Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?". Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: "Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas.
Te aseguro que cuando eras joven, tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras".
De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: "Sígueme".


RESONAR DE LA PALABRA

«¿Me quieres más que...?»

Parece que en el corazón de Pedro hay un problema que dificulta sus futuras responsabilidades comunitarias. Lo podríamos llamar «el-más-que». Es como una herida mal curada, que tiene que ver en parte con su orgullo personal, derivado de haber sido elegido por el Señor como «piedra» de su comunidad, y en parte con una mala comprensión de su autoridad o responsabilidad en ella. Y Jesús, con una infinita ternura y discreción, procura sanarlo y hacerle comprender su verdadera misión. Es una tentación siempre acechante para los pastores y responsables del Pueblo de Dios (clérigos y laicos), porque nos aleja del estilo y las opciones de Jesús.

Resulta que Jesús -siendo el Hijo de Dios- nació en una cueva: fue «menos que» los demás, que sí habían encontrado acomodo en la posada o en algún otro lugar digno. Jesús en su primera noche en la tierra, y después tantas otras veces, fue"menos que" otros que sí tenían «dónde reclinar la cabeza». Y en el punto final de su vida, en la dura experiencia de la cruz, «muchos se espantaron de él, porque desfigurado no parecía hombre». «Menos-que» un hombre.

Los discípulos, nada menos que en plena última cena, discutían «quién era el más importante». Jesús les preguntó: ¿Quién es el más importante, el que se sienta a la mesa o el que la sirve? No es acaso el que se sienta a la mesa? Sin embargo, yo estoy entre vosotros como el que sirve (Lc 22,27), como el menos importante, el «menos-que». 

Podemos recordar también aquella parábola del fariseo y el publicano que suben al templo a orar. El fariseo no era como los demás, era «más-que», era «mejor que» el pobre desgraciado publicano que oraba en el último banco. Y su oración no fue escuchada. 

Y sin olvidar que Jesús se rodeó durante su vida de los que «menos» importaban a los ojos de la sociedad y de la religión de entonces: prostitutas, leprosos, publicanos, cojos, ciegos...

Pedro, en su impulsividad, había dejado salir una desagradable autosuficiencia, al considerarse «más-que» el resto de los discípulos: «Aunque todos te abandonen, yo no. Estoy dispuesto a dar mi vida por ti». O sea: «Yo más valiente y fiel que los demás». Pero a la hora de la verdad ni estaba tan dispuesto como pensaba, ni fue «más-que» ni mejor que los demás.

Fue en el momento del lavatorio de pies cuando Pedro rechazó abiertamente la opción de Jesús por el «menos-que». Aquel gesto de lavar los pies, propio de esclavos, pretendía corregir la idea de «Maestro y Señor» que tenían los Doce: «Si yo, que soy el Maestro y Señor, os he lavado los pies»... Haced vosotros lo mismo. Poneos a los pies de los demás, servid, aliviad, cuidad... Sabéis que ningún esclavo es más importante (el «más-que») que su amo, y que ningún mensajero es más importante que quien lo envía. Si entendéis estas cosas, hacedlas. (Jn 13, 13-17. 37-38).Pero Pedro parece que no terminaba de entenderlo.

Y Jesús decide ayudarle a bajarse de su «pedestal» antes de confirmarle en sus tareas como jefe del colegio apostólico. Empieza por preguntarle: «¿Me amas más que éstos?». Formula la pregunta hasta tres veces. Y por tres veces, cuando Pedro le responde (sin aludir a los demás, sin afirmar su «más que»), Jesús le dice: «pastorea, apacienta» a mis ovejas. Lo que necesito de ti no es que seas «más-que» nadie, ni mejor que los demás, sino que aprendas que el Buen Pastor es el que da la vida por sus ovejas, el que está pendiente de ellas, el que ni se mira a sí mismo, ni se compara con nadie, ni se considera más digno. Es decir: Pedro, ya que dices que me amas... que se te note en lo que yo te mando: que ames a los míos. Que, al igual que yo he guardado a los que me han sido encomendados por el Padre, ahora tú, Pedro (y luego el resto de apóstoles) tenéis la tarea de guardar y cuidar, apacentar un rebaño que es suyo, y al que tenemos que servir como si fuéramos el mismo Jesús. Sólo así puede entenderse la misión de Pedro, y de todo pastor o agente de pastoral. 

Esta encomienda de Jesús debiera afectar mucho más a nuestro modo de estar con, entre y al servicio de la ovejas. Con menos «dignidades, distinciones, distancias, títulos....» y mucho más pendientes del rebaño, a pesar de todas nuestras fragilidades, y precisamente partiendo de ellas, porque eso nos hará más compasivos, más servidores, más humildes, más «pastores según el corazón de Dios».

Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

jueves, 28 de mayo de 2020

MEDITACIÓN PARA HOY: JUAN 17, 20-26

Padre, no solo te pido por mis discípulos,
sino también por los que van a creer en mí por la palabra de ellos. 
(Juan 
17, 20)
La Palabra de Dios nos enseña que el eterno propósito de Dios quedó revelado claramente en la plegaria de Jesús. Cristo, el Hijo del Padre, que tuvo su propia gloria divina desde antes del amanecer de los tiempos, vino al mundo como encarnación viva del amor del Padre a la humanidad. Cuando Jesús derramó su sangre por nosotros en la cruz, fuimos hechos uno con el Padre, mientras el Espíritu Santo nos llenaba el corazón de amor divino. Ahora, que esperamos la segunda venida de Cristo, somos fortalecidos por el Espíritu Santo y llamados a compartir la amistad divina con Dios y el prójimo.

Jesús rogó para que los creyentes tuviéramos la misma comunión que él tiene con el Padre (Juan 17, 20-21), una comunión que podemos imitar. Para ello, debemos presentarnos humildemente ante Jesús, en oración, y pedirle una revelación de ese amor, que nuestra mente natural es incapaz de comprender: “Les he dado a conocer todo lo que mi Padre me ha dicho” (Juan 15, 15). El amor que une al Padre con el Hijo es la Persona del Espíritu Santo, que viene a ser para nosotros la fuente y experiencia del amor divino, cuando nos sometemos a su poder transformador.

Al disponernos a celebrar Pentecostés, la gracia se derrama sobre nosotros para que tengamos más fe en que el Espíritu Santo tiene poder para hacernos ver y experimentar la realidad de Jesús. Así podemos participar en una unidad viva con él y con nuestro Padre celestial.

El hecho de encontrarnos con Cristo en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía, y dedicar tiempo a la oración y a leer la Escritura robustece y transforma nuestro ser interior, al punto de que podemos asemejarnos a Jesús, si imitamos sus cualidades de humildad y obediencia; así también desearemos la unidad que el Señor pidió en su oración sacerdotal, porque él quiso que sus discípulos manifestaran ante el mundo, por su unidad, el amor que él experimentaba con el Padre.

Y ¿cómo podemos demostrar este amor? Haciendo la voluntad de Dios, que conocemos a través de la Iglesia, y amando a Dios y al prójimo, ayudando al necesitado y perdonando las ofensas.
“Amado Jesús, ilumíname y dame fuerzas, Señor, para mantenerme siempre fiel.”
Hechos 22, 30; 23, 6-11
Salmo 16 (15), 1-2. 5. 7-11

fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

PENSAMIENTOS


EL MOVIMIENTO DEL AMOR


El movimiento del amor

Dios mismo ha suscitado y engendrado el “ágape” y el “eros”. Es él quien ha llevado hacia el exterior, es decir hacia las criaturas, el amor que está en él. Por eso está escrito: “Dios es amor (ágape)” y también “Su paladar reboza dulzura y todo en él es delicia” (Cant 5,16), es decir “eros”. Lo que es amado y realmente amable es él mismo. El “eros” amoroso se derrama de él y él mismo, que lo ha engendrado, es amado y realmente amable, deseado y digno de ser elegido. Pone en movimiento a los seres que velan a eso. A quienes lleva la fuerza de su deseo, lo desean en la misma medida. (…) 

El movimiento amoroso del bien, que preexiste en el bien, es simple, se mueve por él mismo y proviene del bien, retorna enseguida a su lugar porque no tiene ni final ni principio. Tal movimiento significa nuestro impulso hacia lo divino y nuestra unión a él. Porque la unión amorosa con Dios, se eleva y se sitúa encima de toda unión.


San Máximo el Confesor (c. 580-662)
monje y teólogo
Filocalia, Centurias sobre la teología VII, 87, 89, (Philocalie des Pères neptiques; DDB-Lattès), trad. sc©evangelizo.org

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 17,20-26


Evangelio según San Juan 17,20-26
Jesús levantó los ojos al cielo y oró diciendo:
"Padre santo, no ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su palabra, creerán en mí.
Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste.
Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno
-yo en ellos y tú en mí- para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que tú me has enviado, y que yo los amé cómo tú me amaste.
Padre, quiero que los que tú me diste estén conmigo donde yo esté, para que contemplen la gloria que me has dado, porque ya me amabas antes de la creación del mundo.
Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te conocí, y ellos reconocieron que tú me enviaste.
Les di a conocer tu Nombre, y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me amaste esté en ellos, y yo también esté en ellos".


RESONAR DE LA PALABRA

UNIDOS PARA QUE EL MUNDO CREA

Buena parte del tiempo y de las energías de Jesús estuvieron dedicadas a formar un grupo con los discípulos que eligió para que le acompañaran en su misión. No era suficiente el vínculo individual con él, el estar cerca de él y vivir juntos muchas cosas. Jesús quería que ese grupo fuese por sí mismo un mensaje y un testimonio de comunión, una «visibilización» o «parábola viviente» de lo que podía ser el mundo, las relaciones humanas, vividas a partir del Evangelio. Qué quería decir que todos éramos hijos de un mismo Padre, y por lo tanto, hermanos. Cómo ese Reino del que hablaba tenía que irse haciendo realidad por el modo de tratarse unos a otros. No era nada fácil, porque los Doce eran muy diferentes entre sí. Los evangelios nos cuentan sus envidias, sus ansias de poder, su torpeza y sus miedos, su incomprensión... Los Hechos de los Apóstoles nos han dejado ver los primeros conflictos en la Comunidad Primitiva. Podemos afirmar sin duda, que el seguimiento de Jesús, el aceptarle como Salvador... implica aceptar a otros, implica una vida de comunidad, implica vivir fraternalmente.

Y así se comprende su inquietud y su deseo, pues al orar por ellos en su despedida, pide al Padre: «Que sean uno, como nosotros somos uno». El listón lo pone muy alto: no es simplemente que se organicen bien, que distribuyan tareas, que trabajen en lo mismo. Se trata del esfuerzo que necesitamos para que nuestro seguimiento de Jesús sea reflejo, imagen de la unidad en el Amor que reina entre el Padre y el Hijo..., ayudados, eso sí, por la fuerza y el don del Espíritu. Sin este don, esa unidad se vuelve tarea imposible para nuestras pobres fuerzas.

Jesús le expresa al Padre su profundo deseo de que también ellos (y los que creeremos en él por medio de ellos) experimenten el mismo amor que a él le ha sostenido, enviado, acompañado, guiado... y que es más fuerte que la muerte (Pascua). Y ya que los discípulos han conocido su Nombre (Padre-Amor), le ruega que «el amor que me tenías esté con ellos, como también yo estoy con ellos»... Precisamente ese Amor es la raíz y el impulso para ir al mundo, al que son enviados como él mismo fue enviado por el Padre. Es un amor que «lanza» hacia fuera. San Lucas describirá a las primeras comunidades diciendo que tenían un solo corazón y una sola alma. Y Tertuliano comenta que los paganos, viéndoles, exclamaban: «Mirad cómo se aman».

Las tres culturas que rodeaban a Jesús en su tiempo, eran excluyentes. Para los judíos, la salvación de Dios era exclusivamente para los que cumplían la Ley y estaban circuncidados. Todos los demás eran paganos. No recibían la salvación de Dios. Los griegos, por su parte, despreciaban a los que no tenían sabiduría, y en cuanto a los romanos, diferenciaban muy bien quién tenía la «ciudadanía romana» y quién no. La historia es testigo de cómo las religiones, los grupos de cualquier identidad, los sistemas políticos, las empresas, las etnias, etc... tienden a afirmarse a base de excluir a «los otros» e incluso enfrentarse con ellos: procuran absorberlos, silenciarlos, ningunearlos, anularlos, manejarlos... Y así se multiplican los conflictos y violencias. 

Jesús, en cambio, que quiere la paz, la fraternidad, la comunión entre los hombres, opta abiertamente por la «inclusión», la unión, el amor... teniendo como modelo su propia experiencia de comunión. Reconoce que «El Padre es más grande que yo», «Él me ha enviado», «hago su voluntad»... y no por ello pierde su libertad, ni su identidad personal. La Unidad de Dios es a la vez Trinidad de amor y fuente de Vida.

El camino de la unidad y de la comunión, el camino de una integración no excluyente ni destructiva, está lleno de obstáculos. El egoísmo y la autoafirmación a ultranza acaba por destruir cualquier «nosotros» posible. La unidad que Jesús quiere para nosotros y para todos los hombres nunca será el resultado de imponernos por medio del poder, de la fuerza, de alianzas humanas... Sólo el poder del amor, del servicio, de la generosidad, de la humildad...

Y cuando surjan las naturales e inevitables diferencias, seguir aquel consejo de San Agustín: «En las cosas necesarias debe reinar la unidad; en otros temas, la libertad; y siempre la caridad, o sea, el amor». 

En todo caso, si tenemos que ser Uno para que el mundo crea en el enviado de Dios, tenemos que empeñarnos más a fondo en edificar comunidades fraternas, en vivir nuestro seguimiento «con otros», mostrar en nuestro estilo de vida que el «Príncipe de este mundo» ha quedado vencido. Y orar intensamente para que se cumpla en nosotros la oración de Jesús.

Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA 

miércoles, 27 de mayo de 2020

SEMBRAR LA VIDA


«La oración es una cadena de vida, siempre: muchos hombres y mujeres que rezan, siembran la vida. La oración siembra vida, la pequeña oración: por eso es tan importante enseñar a los niños a rezar. Me duele cuando me encuentro con niños que no saben hacerse la señal de la cruz. Hay que enseñarles a hacer bien la señal de la cruz, porque es la primera oración. Es importante que los niños aprendan a rezar. Luego, a lo mejor, pueden olvidarse, tomar otro camino; pero las primeras oraciones aprendidas de niño permanecen en el corazón, porque son una semilla de vida, la semilla del diálogo con Dios»

Francisco
Audiencia General
27-05-2020 


COMPRENDIENDO LA PALABRA 270520


“Por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados en la verdad” (Jn 17,19)

Quienes veneran ídolos, perderán la misericordia que les es ofrecida (cf. Jon 2,9). Dios es misericordioso por naturaleza y está pronto para salvar por clemencia a quienes no puede salvar por justicia. Mas nosotros, por nuestros vicios, derrochamos y perdemos la misericordia preparada y que se ofrece ella misma. (…) Aunque sea ofendida la Misericordia, que es el mismo Dios, como “el Señor es bondadoso y compasivo, lento para enojare y de gran misericordia” (Sal 144, 8), no abandona a quienes se apegan a las vanidades, ni maldice. Mientras que ellos abandonan deliberadamente la misericordia que está delante de ellos, ella espera que vuelvan. (…)

“Yo, en acción de gracias, te ofreceré sacrificios y cumpliré mis votos: ¡La salvación viene del Señor!” (Jon 2,10). (…) Yo, que fui devorado por la salvación de una multitud, te ofreceré un sacrificio de alabanza y acción de gracias, ofreciéndome yo mismo. “Porque Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado” (1 Cor 5,7). Pontífice verdadero y cordero, se ofreció por nosotros, afirmando: “Te rendiré gracias como te rendí gracias cuando dije “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra” (Mt 11,25) y cumplo los votos formulados por la salvación de todos de no perder nada de lo que me diste, sino que lo resucitaré en el último día (cf. Jn 6,39)”. 

Vemos que en su Pasión el Señor se comprometió por nuestra salvación. No hagamos de Jesús un mentiroso y seamos puros y desapegados del pecado, para que nos ofrezca a Dios, a quien ya nos ha consagrado.


San Jerónimo (347-420)
sacerdote, traductor de la Biblia, doctor de la Iglesia
Sobre Jonás II 2,9 (Sur Jonas, Cerf, 1956), trad. sc©evangelizo.org

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 17,11b-19


Evangelio según San Juan 17,11b-19
Jesús levantó los ojos al cielo, y oró diciendo:
"Padre santo, cuida en tu Nombre a aquellos que me diste, para que sean uno, como nosotros.
Mientras estaba con ellos, cuidaba en tu Nombre a los que me diste; yo los protegía y no se perdió ninguno de ellos, excepto el que debía perderse, para que se cumpliera la Escritura.
Pero ahora voy a ti, y digo esto estando en el mundo, para que mi gozo sea el de ellos y su gozo sea perfecto.
Yo les comuniqué tu palabra, y el mundo los odió porque ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno.
Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad.
Así como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo.
Por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados en la verdad."


RESONAR DE LA PALABRA

SANTIFICADO, SANTIFICADOR, SANTIFICADOS

Jesús, elevando los ojos al cielo, comienza su oración pronunciando: «Padre Santo». Una invocación con la que recuerda y subraya que su origen (Padre) está en el Dios trascendente, «fuera» o diferente del mundo y de sus criterios (Santo). Y también que ese Padre Santo es su destino definitivo («ahora voy a ti»). Fue el Padre quien le envió al mundo para salvarlo («tanto amó Dios al mundo»), y a tal fin, Jesús mismo fue «santificado», es decir, que recibió el Espíritu del Amor (recordemos su Bautismo en el Jordán, y de paso también nuestro propio bautismo), que le hizo experimentarse en todo momento como «hijo amado del Padre». Así Jesús queda «santificado» o «consagrado» a Dios, para poder llevar a cabo la misión encomendada: hacer presente en el mundo el Amor de Dios, y transformarlo todo con los criterios, y los deseos de Dios, ese proyecto que llamamos «Reino». Así también él será «santificador», como su Padre. Jesús santificado, consagrado por el Padre será santificador, encargado de consagrar el mundo.

Cuando decimos que algo (o alguien) es «santo», estamos diciendo que pertenece al ámbito de Dios, que Dios se hace allí presente de alguna forma, que a través de ese algo o alguien encontramos a Dios. Jesús es el «Santo» por excelencia, porque él es la presencia y la revelación de Dios en nuestro mundo, que llegará a su punto culminante en la «hora» de su muerte y resurrección. 

Entonces se mostrará lo que significa que Dios es Amor, que Dios es Vida, que Dios Salva... y también sabremos cuál es la plenitud y el destino del hombre, al ser totalmente «santificado», lleno de Dios. Es lo que aquí se llama «la Verdad»: santifícalos en la Verdad.

Por eso, cuando Jesús ora pidiendo al Padre Santo que los suyos sean consagrados en la verdad, está pidiendo por una parte que entren en nosotros, hasta el fondo, transformándonos, los valores y criterios del Evangelio y haciéndonos evangelizadores, portadores de Dios... Pero a la vez está rogando para que haya una profunda intimidad personal, una comunión plena con el propio Jesús, que es la Verdad.

Dicho con otras palabras: perteneceremos a Dios, seremos santificados, santos y santificadores, como el mismo Jesús, y mantendremos en nosotros los criterios y valores de Dios... en la medida en que mantengamos la comunión, el Amor de Dios en nosotros (precisamente ese Amor es el Espíritu). Como dice el propio Jesús: Tu «palabra» es verdad (el Evangelio), pero también tu «Palabra» (Jesucristo) es verdad.

Así entendemos la oración y el deseo de Jesús: «Que sean uno». La intimidad-unidad de Jesús con el Padre Santo le ha resguardado, apoyado y guiado en su tarea en el mundo. Y los que somos enviados por Jesús y en su nombre, sólo saldremos adelante en nuestra misión si mantenemos la unidad con el Padre y el Hijo en el Espíritu... y ¡también la unidad entre nosotros! Mañana lo meditaremos.

Palabras densas, profundas, gozosas... no tanto para pensarlas o razonarlas, cuanto contemplarlas, orarlas, saborearlas despacio, y descubrirlas como claves de nuestro caminar cristiano de santificación. Para que ninguno de nosotros «se pierda».

Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

martes, 26 de mayo de 2020

COMPRENDIENDO LA PALABRA 260520


«Por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dará la vida eterna a los que le has confiado»

El gran Credo de la Iglesia, en la parte central, que trata del misterio de Cristo desde su nacimiento eterno del Padre y de su nacimiento temporal de la Virgen María para llegar, pasando por la cruz y la resurrección, hasta su retorno, se concluye con las siguientes palabras: «Volverá glorioso para juzgar a vivos y muertos». Ya desde los tiempos primitivos, la perspectiva del Juicio ha tenido influencia sobre los cristianos incluso en su vida cotidiana en tanto que era el criterio que les permitía ordenar su vida presente, como una llamada a su conciencia y, al mismo tiempo, como esperanza en la justicia de Dios. La fe en Cristo jamás ha mirado sólo hacia atrás ni tampoco jamás hacia sólo lo alto, sino que siempre ha ido hacia la hora de la justicia que el Señor había anunciado muchas veces...

En él, el Crucificado, lleva al extremo la negación de las falsas imágenes de Dios. Es ahora que Dios revela su propio rostro precisamente en la figura del que sufre y comparte la condición del hombre abandonado de Dios, cargándola sobre sí mismo. Este hombre inocente que sufre llega a ser esperanza-certeza: Dios existe y Dios sabe crear la justicia de una manera que nosotros no somos capaces de concebir y que, sin embargo, podemos intuirla en la fe. Sí, existe la resurrección de la carne. Existe una justicia. Existe la «revocación» del sufrimiento pasado, la reparación que restablece el derecho.

Por eso la fe en el Juicio final es, ante todo y por encima de todo, esperanza; esta esperanza cuya necesidad se ha hecho evidente en las convulsiones de los últimos siglos. Estoy convencido que la cuestión de la justicia constituye el argumento esencial, en todo caso el argumento más fuerte, a favor de la fe en la vida eterna. La necesidad meramente individual de una satisfacción plena que en esta vida se nos niega, la inmortalidad del amor que esperamos, es ya ciertamente un motivo importante para creer que el hombre está hecho para la eternidad; pero solamente en relación con el reconocimiento que la injusticia de la historia no puede ser la última palabra, llega a ser plenamente convincente la necesidad del retorno de Cristo y de la vida nueva.


Benedicto XVI
papa 2005-2013
Encíclica «Spe salvi» § 41

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 17,1-11a


Evangelio según San Juan 17,1-11a 
Jesús levantó los ojos al cielo, diciendo:
"Padre, ha llegado la hora: glorifica a tu Hijo para que el Hijo te glorifique a ti,
ya que le diste autoridad sobre todos los hombres, para que él diera Vida eterna a todos los que tú les has dado.
Esta es la Vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu Enviado, Jesucristo.
Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste.
Ahora, Padre, glorifícame junto a ti, con la gloria que yo tenía contigo antes que el mundo existiera.
Manifesté tu Nombre a los que separaste del mundo para confiármelos. Eran tuyos y me los diste, y ellos fueron fieles a tu palabra.
Ahora saben que todo lo que me has dado viene de ti,
porque les comuniqué las palabras que tú me diste: ellos han reconocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me enviaste.
Yo ruego por ellos: no ruego por el mundo, sino por los que me diste, porque son tuyos.
Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío, y en ellos he sido glorificado.
Ya no estoy más en el mundo, pero ellos están en él; y yo vuelvo a ti."


RESONAR DE LA PALABRA

PREPARAR LA HORA FINAL

Dos despedidas nos presentan las lecturas de hoy: de Pablo y de Jesús. Ambos, rodeados de discípulos-compañeros. Son conscientes de que se les acaba el tiempo, que llega su «hora». Y hacen un balance general de lo que ha sido su vida.

Entre nosotros no es frecuente plantearnos estas cosas. Sobre todo porque no pocas veces no vemos cuándo se acerca esa hora, y nos sorprende ocupados en vivir las cosas de cada día. También es cierto que las circunstancias que nos están tocando vivir últimamente han llevado a muchos hermanos a hacer un alto, a «darse cuenta» de que la vida la podemos perder en cualquier momento, y a revisar sus planteamientos y estilos de vida. Muchos quieren hacer cambios, replantear opciones... aunque a menudo no saben por dónde empezar o qué pasos dar para que las cosas sean distintas. Se abre aquí un reto grande para la comunidad cristiana (pastores y laicos): acompañar, ayudar a discernir, darles herramientas para que sus buenas intenciones no se queden en eso, o incluso acaben desanimados por no encontrar el camino adecuado.

Es verdad que empezar a vivir es empezar a morir... y que nuestra vida tiene punto final, aunque desconozcamos cuántas serán las páginas escritas. Algunas veces quizá lo intuimos, o nos lo dicen abiertamente los profesionales de la salud... Lo ideal sería poder prepararse a tiempo, poder decir -como Jesús y Pablo- que el balance es globalmente positivo. Estos días he tenido ocasión de escuchar varias veces a personas mayores: «he vivido bastante, he cumplido con mis deberes como madre, esposa, trabajadora, he hecho muchas cosas, y de muchas estoy orgullosa... y sé que podría contagiarme con este virus y marcharme pronto al otro barrio: pues no me importa, creo que estoy preparada». Impresionante y sincero testimonio...

Es bueno hacer balance de lo vivido, y prepararse interiormente para el desenlace más o menos lejano. No hay que esperar a estar mayores para ello. 

Como a Pablo y a Jesús, nos gustaría en los últimos momentos, vernos acompañados y rodeados de las personas que han sido más importantes en nuestro recorrido vital, y poder dirigirles unas palabras pensadas y apropiadas. ¡Tantos no han podido hacerlo en estas últimas semanas! Pero tal vez tengamos la ocasión de acompañar y ayudar a algunos hermanos en sus últimos momentos. 

En todo caso, estos balances y preparativos no son sólo para el momento final, sino para vivir con sentido cada día, para que nuestra vida vaya mereciendo la pena. Las palabras de Pablo y Jesús nos ayudan.

+ Pablo puede decir al final de su vida que ha servido al Señor con toda humildad, en las penas y pruebas que ha ido encontrando por el camino. Pablo fue un personaje controvertido, tuvo sus más y sus menos tanto con sus compañeros de misión, como con los apóstoles de la Iglesia de Jerusalem (Pedro, Santiago...), como con las comunidades que fue acompañando. Tenía un carácter fuerte, como fuertes eran sus convicciones. No era «perfecto». Sin embargo, al menos en estos momentos, no pide perdón, ni disculpas, ni expresa arrepentimiento. Lo que pone en el centro para hacer balance de su vida es el haber sido«testigo del Evangelio de la gracia» o «el plan de Dios». En esto coincide con Jesús: «les he dado a conocer tu Nombre» o también «las palabras que Tú me diste».

He aquí un criterio fundamental para revisar y valorar continuamente nuestra vida: ante el Dios de la gracia, el Dios de la misericordia, el que siempre nos acompaña y hacia el que vamos poco a poco. Es un Dios Salvador, un Dios de la vida que lo tiene todo en sus manos. Y por eso no se empeñan en retener su vida, sino ofrecerla hasta el final.

+ El Evangelio subraya en Jesús su constante conciencia de que ha salido del Padre y al Padre vuelve. Y pendiente del Padre ha vivido cada hora. ¡Tantas veces lo repite a lo largo del Evangelio! Mi alimento es hacer la voluntad del Padre. Él quiere que tengamos esa misma conciencia y experiencia, y a ello se ha dedicado totalmente: la vida eterna es que conozcamos al Padre y al Hijo. Que podamos participar de su profunda experiencia de intimidad con el Padre, que nos incorporemos a su intimidad con él. Que recibamos y acojamos sus palabras para ser uno con él, y «por eso» con el Padre. Una comunión que ni la muerte puede destruir.

Pero mientras llega el momento de la glorificación, de la plenitud de esa comunión, nosotros seguimos en el mundo, ora para que el Padre esté con nosotros y nos cuide. 

Él marcha al Padre, nos precede y nos espera, y nos ama tanto que no podemos faltarle a su lado. La vida eterna de la que él ya goza... nosotros ya la empezamos a vivir aquí... hasta que llegue el paso final, el amor pleno. 

Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

lunes, 25 de mayo de 2020

PENSAMIENTOS


Evangelio en imagenes Juan 16, 29 al 33


MEDITACIÓN PARA HOY: JUAN 16, 29-33

Tengan valor, porque yo he vencido al mundo. (Juan 16, 33)

El Señor trató de preparar a sus discípulos para lo que vendría más tarde: su pasión y su muerte en la cruz. Los discípulos creyeron finalmente que Jesús venía de Dios, pero no podían entender aún todo el mensaje del sufrimiento y la cruz. Jesús les dijo que serían víctimas de malentendidos, contradicciones y rechazo, pero que sin embargo tendrían gozo porque el Padre estaría con ellos. También les anunció que uno lo traicionaría.

El Evangelio de San Juan tiene una forma singular de presentar mensajes de presagio que al mismo tiempo expresan esperanza. La esperanza radica en el hecho de que el Padre está con Jesús y, por eso, Cristo ha vencido al mundo: “Les he dicho estas cosas, para que tengan paz en mí. En el mundo tendrán tribulaciones; pero tengan valor, porque yo he vencido al mundo” (Juan 16, 33).

¿Cómo ha vencido Cristo al mundo? Por su obra en la cruz. Allí derrotó al pecado, a Satanás y al mundo. Por su pasión, su muerte y su resurrección, Jesús doblegó todos los poderes del mal y la oscuridad. Dios nunca nos obliga a abandonar nuestra libertad, de modo que, pese a la victoria de Cristo, todavía podemos preferir el mal y la oscuridad en nuestras decisiones y relaciones. Pero unidos a Jesús —la unión que comienza con nuestro Bautismo y crece mediante la vida de la fe— también podemos tener la victoria.

Esta es la esperanza de los cristianos: la victoria que nos ha merecido Jesucristo, nuestro Señor. Unidos a él, podemos vencer el temor, el rechazo, la persecución y todas las cosas de este mundo que nos privan de la paz, el gozo y el amor. Al hacer los deberes hogareños, realizar el trabajo diario, contribuir a la iglesia y cumplir las responsabilidades con la familia, las amistades y la comunidad, pidámosle al Espíritu Santo los dones de la fortaleza, la perseverancia y la paciencia. Este don del Espíritu nos permite perseverar en la fe y en el servicio a Dios y al prójimo.
“Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía, Señor, tu Espíritu, y renueva la faz de la Tierra.”
Hechos 19, 1-8
Salmo 68 (67), 2-7
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

MOSTREMOS UN ALMA VALIENTE


¡Mostremos un alma valiente!

Nada debe impedir la carrera de quienes sobre la tierra son compañeros de ruta en esta vida evangélica. Aunque la ruta sea despareja y ardua, debemos caminar con agilidad, mostrar un alma valiente y viril, franquear los obstáculos, pasar de sendero en sendero y de colina en colina hasta subir sobre la montaña del Señor y estar establecidos en el santo lugar de su impasibilidad.

En la ruta, los compañeros se ayudan. Entonces, mis hermanos, como dice el Apóstol, “Ayúdense mutuamente a llevar las cargas” (Gal 6,2) y suplan las necesidades de ellos (cf. 2 Cor 8,14; Flp 2,39). A la negligencia que quizás reina hoy, sucederá mañana un noble coraje. Ahora estamos en la tristeza, mañana remontaremos y encontramos la alegría. En este momento las pasiones se levantan, mas dentro de poco el Señor viene a nuestro socorro, ellas son vencidas y la calma retorna. No te veremos igual ayer y antes de ayer y no serás siempre el mismo, querido mío. Sino que la gracia de Dios vendrá cerca de ti, el Señor combatirá por ti. Quizás dirás como el gran Antonio: “¿Dónde estabas tú recién?”. Te responderá: “Quería verte combatir”.

En adelante hijos, perseveremos, tengamos un poco de paciencia, hermanos, mis hermanos. (…) ¿Quién será coronado sin haber combatido? ¿Quién reposará sin estar fatigado (cf. 2 Tm 2,5-6)? ¿Quién recogerá los frutos de vida sin haber plantado las virtudes en su alma? Cultívenlos, preparen la tierra con gran cuidado. ¡Penen y suden, hijos, trabajadores de Dios, imitadores de los ángeles, émulos de los seres incorporales, antorchas de quienes están en el mundo (cf. Flp 2,15)!


San Teodoro el Estudita (759-826)
monje en Constantinopla
Catequesis 28, (Les Grandes Catéchèses, Spiritualité Orientale n° 79, Bellefontaine, 2002), trad. sc©evangelizo.org

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 16,29-33


Evangelio según San Juan 16,29-33
Los discípulos le dijeron a Jesús: "Por fin hablas claro y sin parábolas.
Ahora conocemos que tú lo sabes todo y no hace falta hacerte preguntas. Por eso creemos que tú has salido de Dios".
Jesús les respondió: "¿Ahora creen?
Se acerca la hora, y ya ha llegado, en que ustedes se dispersarán cada uno por su lado, y me dejarán solo. Pero no, no estoy solo, porque el Padre está conmigo.
Les digo esto para que encuentren la paz en mí. En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo".


RESONAR DE LA PALABRA

YO TE RUEGO POR ELLOS

Comenzamos unos días de preparación intensos para el gran acontecimiento de Pentecostés, pasando antes por la Ascensión, como momento en que la presencia de Jesús entre los suyos toca a su fin, para comenzar a estar presente de otra manera: por su Espíritu. Lo haremos de la mano del discurso/oración sacerdotal de Jesús. Toda una meditación orante sobre la obra de Jesús y sus implicaciones, tanto para sí mismo, como para sus discípulos, que habrán de continuarla.

No estamos muy acostumbrados a encontrarnos con un Jesús orando por sus discípulos. Bueno sería visualizarlo, imaginarlo, meditar a este Jesús en plan orante por nosotros. Una oración que ha de ser bien poderosa, teniendo en cuenta quién la pronunciar, a quién se dirige y lo que ruega por nosotros. Es importante que tengamos presente que es una oración «por los discípulos», por el grupo como tal, que conformará la futura comunidad cristiana, la Iglesia. Aún no son Iglesia, pues les falta precisamente el «don de la Unidad y del Amor», el Espíritu. Pero ése es el interés de Jesús al orar: la fraternidad comunitaria de sus seguidores. Y tener esto presente supone que repasemos, profundicemos, concretemos nuestro lugar y nuestra misión en esa Comunidad grande que es la Iglesia, y las comunidades más pequeñas donde vivimos cada día nuestra fe.

Es muy adecuado que intensifiquemos nuestra oración personal, pidiendo ese Espíritu, o mejor, preparándonos para recibir ese Espíritu que Dios nunca niega a los que se lo piden (Evangelio de Mateo). Podemos hacerlo con ayuda de la «Secuencia de Pentecostés», que no es difícil encontrar por Internet si no la tienes a mano. Y hacerlo de la mano de María, la mujer del Espíritu, la que tanto sabe de acogerlo con docilidad, y que acompaña a los discípulos siempre y particularmente en este tiempo tan especial.

En cuanto al Evangelio de hoy, quiero fijarme en lo que dice Jesús: «Me dejaréis solo». 

Dura experiencia esa en la que, en los momentos más duros (soledad, enfermedad, dificultades laborales o apostólicas, fracasos, rupturas...) aquellos de quienes más esperas y necesitas la cercanía y el apoyo... te la juegan, te fallan, se apartan de ti: tus amigos, tu familia, tu comunidad, tu pareja... «no están», o incluso están en contra. La madurez y fortaleza de las relaciones se comprueba y demuestra precisamente en esos momentos. Fue duro para Jesús, como es duro para cualquier persona. Es fácil hundirse, tirar la toalla... 

Sin embargo Jesús cuenta con ello y además no les retira su confianza. Y reza por ellos. Dispersarse cada cual por su lado le preocupa. La dispersión, la falta de unidad, la huida, el dejarle solo. Y también el dejarse vencer por «el mundo». Tentaciones que son nuestras, y en las que fallaremos con toda seguridad. Aún así, el Señor quiere seguir contando con nosotros.

«Pero no estoy solo, porque está conmigo el Padre». Preciosa la confidencia y enseñanza de Jesús. Ante la experiencia de fracaso, de oscuridad y de soledad, cuando la fe es puesta a prueba, la fe a de volverse confianza: aquello que tan a menudo encontramos en la Escritura: el Señor es mi fuerza, Dios mío en ti confío, aunque todos me abandonen.., y tantas otras. Es el momento de repetir con San Pablo «sé de quién me he fiado». Sí, el «mundo» del que habla Jesús y las luchas en que nos vemos envueltos (intereses económicos, la imagen, el poder y los cargos, la falta de valentía para pelear por la justicia, los silencio cómplices, el miedo, el evitar las complicaciones y riesgos....) parecen vencernos, y no pocas veces nos vencen. Oportuno es que nos agarremos a nuestro Padre, aunque su presencia sea oculta y discreta, aunque nos parezca que «no está». Oportuno es que oremos estas palabras, que las dejemos calar en el fondo del corazón... porque sólo así podremos vencer, como Jesús: «Y encontraréis la paz en mí». Que así sea. Amén

Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA