Evangelio según San Juan 15,18-21.
Jesús dijo a sus discípulos:
«Si el mundo los odia, sepan que antes me ha odiado a mí.
Si ustedes fueran del mundo, el mundo los amaría como cosa suya. Pero como no son del mundo, sino que yo los elegí y los saqué de él, el mundo los odia.
Acuérdense de lo que les dije: el servidor no es más grande que su señor. Si me persiguieron a mí, también los perseguirán a ustedes; si fueron fieles a mi palabra, también serán fieles a la de ustedes.
Pero los tratarán así a causa de mi Nombre, porque no conocen al que me envió.»
RESONAR DE LA PALABRA
Contrariamente a lo que exponía Jesús en los días anteriores, hoy su evangelio nos centra en una profecía escalofriante: Comunica a sus discípulos que les sobrevendrán odios y persecuciones por su causa. Lo mismo que hicieron con Él, lo harán con sus seguidores. Esa profecía se viene cumpliendo. La historia de la Iglesia lo ratifica fehacientemente. El odio del mundo nos sirve hoy de meditación.
¿Qué es el odio? Es un intenso sentimiento de repulsa hacia alguien que desata aversión y violencia. El odio del que habla Jesús no se refiere a las críticas y reproches que pueden recibir los suyos por causa de sus conductas inauténticas, sino a esa persecución (sorda o abierta) de la que serán objeto simplemente “a causa de su nombre”. Jesús habla sin tapujos. Estamos llamados a correr la misma suerte de nuestro Señor, que fue perseguido hasta la muerte. El “mundo” que odia a sus discípulos no es el conjunto de los seres creados o la sociedad sin más, sino ese ambiente que rechaza a Jesús y a lo que representa.
¿Por qué ese odio? En su famoso discurso: “La anatomía del odio”, Vaclav Havel ofrece una explicación interesante: “En el subconsciente de los que odian dormita la perversa sensación de que ellos son los únicos auténticos portadores de la verdad absoluta”. Así pues, la razón última del odio estriba en una mentira, en una falsedad insalvable en muchas ocasiones: Acusan a los discípulos de ser malos, porque no coinciden ni abrazan su manera de pensar. Así lo dice con exactitud Jesús: “no conocen al que me envió”. Ese odio es el resultado del choque del evangelio con muchos de los criterios de este mundo.
¿Qué hacer ante ese odio? Ante todo, no extrañarnos de que estas cosas ocurran. Existirá siempre un odio irracional contra los verdaderos seguidores de Jesús. Tenemos que estar preparados para afrontarlo. Indica, por otra parte, la autenticidad de nuestra vida. Pero hemos de evitar el volvernos violentos. Somos enviados como corderos en medio de lobos… y hay peligro real de que nos convirtamos en lobos. Por el contrario, tratemos de resistir unidos a Cristo, fijando nuestra mirada en Él y en su Reino.
Juan Carlos Martos, cmf
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