30 minutos para cambiar tu día a día
SEÑOR, ¿QUÉ QUIERES QUE HAGA?
“¡Busquen al Señor mientras se deja encontrar,
llámenlo mientras está cerca!”.
Isaías 55,6
El secreto para una vida más segura y decidida es descubrir lo que Dios quiere de nosotros en todo lo que hacemos. El Señor desea siempre revelarnos su voluntad, pero quiere que le busquemos con perseverancia aún más. Pídele constantemente: “Señor, enséñame a escucharte”.
Algunas veces, El nos revela sus planes durante la oración; otras, Él se vale de las personas para hablar con nosotros. De una manera u otra, el Señor está siempre orientándonos. Somos nosotros quienes tenemos dificultades para oírle.
Muchos errores serían evitados si educásemos mejor los oídos del corazón para captar lo que Dios está por decirnos.
Tal vez te preguntes: “Pero, ¿cómo? ¿De qué manera es posible oír a Dios?” Comienza procurando escuchar más, dedicándote a prestar más atención a las personas y a los acontecimientos que llegan a ti. Para eso, evita la charlatanería. Responde con simplicidad cuando alguien te consulte, principalmente en lo que se refiere a cosas delicadas de la vida y de Dios. Cuando te pidan que te posiciones sobre algunas cuestiones importantes y no sepas qué decir, entonces, pide un tiempo para pensar. Después encuentra un lugar tranquilo, sin distracciones, y consulta a Dios en oración. Simplemente, oye la voz del Señor dentro de ti. La respuesta vendrá.
Existen personas que no consiguen admitir que no saben todo. No quieren reconocer que no tienen todas las respuestas. En lugar de eso, comienzan a especular, a discutir y a pelear, por el simple placer de exhibirse “moviendo la boca”. Huye de eso.
Esas cosas solo nos disipan, causan alboroto, desvían de la verdad y nos atrapan para distinguir la voz de Dios. Escucha más y habla menos. Dios aprovechará esa actitud para conducirte y afirmarte en el camino correcto. No tengas recelo de oír a las personas, pues existen ciertas cosas que solo conseguimos percibir por medio de los ojos de los otros. Y Dios aprovecha eso para ayudarnos.
La gente aprende muchas cosas con las personas sabias, la gente aprende mucho con los amigos. Y ¡cuánto aprendemos con nuestros hijos! Es muy triste alguien que piensa no tener nada que aprender con los otros, sobre todo con los de su casa.
Cuando encuentres una persona de bien, orante, instruida y sabia, piensa: “Qué debo hacer para volverme como ese hombre o como esa mujer?” Cuando te topes con una persona perdida, desperdiciando su propio tiempo y energía, actuando mal, haciendo el mal; piensa: “Mi Dios, ¿será que yo también me porto de ese modo?” Y procura con la fuerza del Espíritu Santo volverte un ser humano mejor.
El amor puro no está en lo que hablas; sino en lo que haces. Y sólo el amor puede llevarnos al encuentro de Dios, hacernos entender lo que Él quiere para nosotros y volvernos sabios. Por lo tanto, cuando estés con las personas, no te olvides de lo que Dios te inspiró en la oración. Y cuando estés en oración no te olvides de que Dios habló contigo por medio de personas. Siempre y en todo lugar procura oír lo que el Espíritu Santo está diciéndote. ¿Estás perdido, confundido, o inseguro de tus decisiones? Reza.
Recurre al Señor que perdona nuestros desvíos y nos lleva por caminos mejores.
Dile: “¡Habla conmigo, Señor! Necesito oír tu voz. ¿Qué quieres de mi? ¿Qué debo hacer en este día para agradarte? ¿En qué debo mejorar ahora? ¿En qué debo corregirme? ¿Qué iniciativas debo tener?
También puedes pedir, con fe y reverencia, que el Señor te de una palabra de la Escritura que te sirva de apoyo, confirmación o te dé coraje. En seguida, abre la Biblia aleatoriamente. Es probable que un versículo o un trecho de aquella página te llame más la atención. Haz una lectura orante y procura discernir en lo que ese pasaje de la Escritura tiene que ver con lo que Dios ya te había inspirado.
Graba las directrices, revelaciones, enseñanzas, órdenes y promesas de Dios en este tiempo de oración. Anótalas y retómalas en otros momentos hasta que tu corazón te asegure que ellas ya cumplieron su misión.
Aprovecha para hacer un examen de conciencia y pedir perdón por los errores y pecados del día presente o del día anterior. Seguidamente asume con Dios el propósito de enmendar los errores, reparar los pecados y retomar las buenas inspiraciones e iniciativas que fueron dejadas atrás. Pregunta al Señor: “Mi Dios, ¿cual es la buena obra que has reservado de antemano para que practique hoy?. En la medida en que la respuesta venga a tu mente, toma posesión de ella y comprométete con Dios a realizarla todavía en aquel día lo antes posible. Ingresarás en una atmósfera de amor tan profunda que renovará tu ánimo, fortalecerá tu voluntad y te curará.
Como las otras oraciones ya han preparado tu interior, es posible oír la voz de Dios en esos minutos de escucha. Pero si puedes y quieres permanecer quieto y en silencio en la presencia de Dios por más tiempo, ten la certeza de que valerá cada segundo.
Recemos entonces:
ORACIÓN DE ESCUCHA A DIOS
Abre, Señor, los oídos de mi alma, como hiciste con el profeta Samuel, para que sepa distinguir tu voz y también responder: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”
No sólo los oídos de la mente, sino sobre todo los del corazón precisan ser tocados y abiertos por tu Espíritu Santo. No quiero solamente entender, quiero más que eso, quiero si comprender todo lo que me dices.
Por la experiencia de las heridas no sanadas, del egoísmo, de la vanidad, del rencor, me fui cerrando en mi mismo. Fui, así, atrofiando mi capacidad de escuchar con amor y oír tu voz.
Jesús, como pusiste tus manos sobre los ojos del ciego para que se abriesen, coloca tus manos llagadas sobre mi para que todo mi ser sea puro acogimiento a lo que me quieres revelar.
Estos oídos míos más dispuestos a escuchar cosas inútiles y maldades que a tu Santa Palabra; más abiertos para acoger la ilusión de las mentiras que las verdades; tan resistentes a las mociones de tu Espíritu por estar más preocupados en satisfacer sus propios caprichos -Señor, son estos oídos que necesitan ser sanados por ti.
Todo mi ser ansía por esta unción de tu Espíritu Santo -mi mente, mi corazón, mi cuerpo, todos mis sentidos -tan prisioneros de sí mismos- aguardan que Tú los liberes.
Señor, ¡habla conmigo! ¡Necesito escucharte! ¡Necesito ser conducido por ti! Estaré enteramente atento en este momento. Que todo bloqueo, miedo, frialdad, resistencia o negación a la escucha de tu voluntad para mi vida sea envuelta ahora en el fuego ardiente del Espíritu de Dios y disueltas de una vez por todas. Que los ángeles de Dios combatan por mi, y que el Santo Espíritu abra los más íntimos recintos de mi ser para que la voz del Señor y su Palabra me sumerjan en un amor incesante y en la alegría de tus inspiraciones.
¡Amén!
Marcio Mendes
30 minutos para cambiar tu día a día.
Adaptación de original en portugués.
Editorial Canción Nueva.