En el Evangelio de hoy, Jesucristo establece una norma cuya luz vemos resplandecer en la liturgia: Si nuestro Padre celestial es misericordioso, nosotros, los hijos suyos, también debemos serlo.
En cuatro momentos sucesivos, el Señor nos enseña, primero, aconsejándonos no hacer algo: “No juzguen y no serán juzgados… No condenen y no serán condenados…” y luego hacer algo: “Perdonen y serán perdonados… Den y se les dará.”
Esto lo podemos aplicar prácticamente en la vida cotidiana mediante un sincero examen de conciencia: Si el Señor fuera a juzgar algo de nuestra vida familiar, cultural, económica y política del mismo modo como el mundo juzga y condena, ¿podríamos sostenernos ante el tribunal? Con Dios, si damos algo, ¿recibiremos en la misma proporción? No. Si damos algo, recibiremos “una medida buena, bien apretada, remecida y rebosante” (Lucas 6, 38). ¡Qué hermosa y bendita desproporción la que nos ofrece el Señor, siempre que nosotros demos algo antes!
A veces es difícil vivir esta “ley del talión al revés”: devolver bien por mal, poner amor donde hay crítica, rechazo o incluso odio. Jesús nos enseña que, para el cristiano, esta es la única solución. Para Dios todo es posible y nos da su gracia para vivir, y nos ha dicho que los incrédulos nos reconocerán por la manera como nos amemos y vivamos la caridad. Su mandamiento nuevo es que nos amemos como él nos ama. Debido al pecado original —desde el principio manifestado en la soberbia, el egoísmo, la envidia, el rencor, etc.— la convivencia humana se ha hecho más difícil; pero, con la gracia de Dios, el hombre puede llegar a amar al prójimo como el Señor lo ama.
El Catecismo nos enseña que: “Observar el mandamiento del Señor es imposible si se trata de imitar desde fuera el modelo divino. Se trata de una participación, vital y nacida ‘del fondo del corazón’, en la santidad, en la misericordia y en el amor de nuestro Dios… El perdón es cumbre de la oración cristiana; el don de la oración no puede recibirse más que en un corazón acorde con la compasión divina. Además, el perdón da testimonio de que el amor es más fuerte que el pecado.” (CIC 2842, 2844).
“Dios mío, me cuesta mucho perdonar cuando me injurian, me causan dolor o me ofenden. Concédeme tu gracia, Señor, y tu fortaleza para perdonar así como tú perdonas mis propios pecados.”
Daniel 9, 4-10
Salmo 79 (78), 8-9. 11. 13
Fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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