A Julián le parecía que ya llevaba tiempo en una especie de parálisis espiritual y quiso cambiar. Por eso, una mañana rezó diciendo: “Señor, te pido que me reveles tu presencia de una manera milagrosa hoy día.” Oró con toda intensidad y mucha esperanza, y tuvo una sensación de que algo importante iba a pasar ese día, así que se preparó para lo que sucediera.
Cuando iba llegando al trabajo, un hombre se le acercó y le dijo: “Soy nuevo en esta ciudad. ¿Podría usted decirme donde queda la farmacia más cercana?” Nada difícil, así que Julián se lo indicó amablemente. Más tarde, durante el almuerzo, una compañera de trabajo le confidenció que no se sentía bien por lo que iría al médico en la tarde. “Por favor, reza por mí”, fue la petición. Julián le aseguró que por supuesto lo haría. El día siguió su curso y finalmente llegó la hora de irse a casa. Por el camino, se encontró con un antiguo amigo que había perdido su trabajo y decidió prestarle algún dinero.
Al caer la noche, Julián pensó que su oración de una experiencia más profunda con Jesús había quedado sin respuesta, pues no había visto ningún milagro asombroso ni recibido ningún sentido abrumador de la presencia de Dios. Pero al parecer Dios había respondido su oración de una manera demasiado “normal” para que él la percibiera.
El Señor quiere que seamos un poco más conscientes de él durante el día y esto sucede más a menudo cuando realizamos las actividades ordinarias de la vida. Es en estos sucesos cotidianos que podemos percibir que el Señor está con nosotros, no en el esplendor de lo extraordinario, sino en nuestros seres queridos y vecinos, o en los pobres y necesitados.
A veces estamos tan acostumbrados a los hechos milagrosos que leemos en la Escritura y en las vidas de los santos que no esperamos que Dios haga algo espectacular en la época actual. Pero el Señor actúa a veces de modos misteriosos e inesperados, incluso en la cotidianidad de la vida. En efecto, bien haríamos en estar conscientes de que él quiere actuar milagrosamente en nuestra propia vida. Por eso, no dejes nunca de invocar su presencia y su protección.
“Señor, tú siempre te hiciste pobre para que nosotros fuéramos ricos. Ayúdame a reconocerte en toda la gente ‘pobre’ que yo encuentre hoy.”
Levítico 19, 1-2. 11-18
Salmo 19(18), 8-10. 15
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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