Si llamas al sábado tu delicia… si lo honras absteniéndote…de buscar tu interés… entonces el Señor será tu delicia.
Isaías 58, 13-14
El pueblo judío se congrega el día sábado para adorar a Dios, recibir instrucción y descansar. Entonces, ¿por qué los cristianos consideramos el domingo como el “Día del Señor”?
Entendemos que la práctica comenzó muy temprano en siglo I de la Iglesia y se debe a varios factores. Cuando se escribía el Nuevo Testamento, el cristianismo y el judaísmo se iban separando cada vez más. Muchos gentiles, ajenos a la religión judía, se convertían al cristianismo y no tenían objeción en aceptar el domingo para dedicarlo a Dios. Pero, ¿por qué el domingo?
La razón se remonta al Génesis, donde se presenta el domingo como el amanecer de la Creación. Es el primer día de la semana, cuando Dios creó la luz en la oscuridad. Es también el día en que Jesús resucitó de entre los muertos, como lo atestiguan los cuatro evangelios. Por eso los primeros cristianos tomaron esta imagen de la luz que rompe y disipa las tinieblas para describir la resurrección de Cristo y nuestra entrada en una vida nueva. Ese fue el amanecer de la era de la Iglesia, el día en que las tinieblas del pecado fueron disipadas y las puertas del cielo se abrieron para los creyentes. El poder del pecado y de la muerte fue destruido para siempre un día domingo hace dos mil años, cuando Jesús resucitó victorioso.
Este fin de semana, cuando reposes del ajetreo semanal del trabajo, la escuela u otros deberes, recuerda que Dios ya terminó el trabajo de su creación. “En el principio”, Dios creó el universo y por medio de Cristo lo redimió para sí mismo aquel primer día de la semana. ¡El Señor es digno de toda nuestra adoración!
Por lo tanto, hazte el propósito de reservar un momento de tranquilidad mañana domingo, antes o después de la Misa, para reposar con el Señor. Eleva la mirada al cielo, o al crucifijo, y deja que el amor y la misericordia de Cristo infundan en ti un sentido de maravilla y admiración. Por eso, sea lo que sea que hagas para mantener al Señor presente en tu pensamiento y tu corazón día tras día verás que la presencia constante de Cristo será para ti un gozo y alimento para tu espíritu.
“Señor y Salvador mío, tú eres mi mejor delicia, por eso dejo de lado mis deberes para reposar contigo.”
Salmo 86(85), 1-6
Lucas 5, 27-32
Fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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