30 MINUTOS PARA CAMBIAR TU DÍA A DÍA
SEÑOR, ¡CÚRAME!
“Al verlos, Jesús les dijo: «Vayan a presentarse a los sacerdotes».
Y en el camino quedaron purificados.”.
Lc 17, 14
¿Cómo y dónde procuraba Jesús conocer los planes de Dios para su vida? ¿Dónde Él buscaba sanar las heridas de su corazón? En la oración. Los cristianos de los primeros siglos sabían que la oración es fuente de sanación y recurrían a la espiritualidad para entender lo que estaba sucediendo en su alma. Al orar, buscaban la sanación de las heridas emocionales que hoy intentamos solucionar con tratamientos mentales y comportamentales.
En la oración, la persona no se encuentra solamente con Dios, sino también consigo misma y comienza a entenderse mejor. En la oración se retiran las caparazones de violencia y negación con que protegíamos nuestras heridas para que Dios pueda sanarlas. La oración es una fuente inagotable de sanación; y por medio de ella, aquel que reza se desenvuelve y madura. El tipo de realización que se consigue por medio de la oración perseverante lleva infaliblemente a un tipo de felicidad que no se derrumba con los reveses de la vida.
¡Pero, presta atención! Existe aquí un secreto: la oración solo es capaz de volver a alguien feliz cuando el primer objetivo de esa persona no es obtener una gracia, sino encontrar a Dios. Cuando se está lleno de Espíritu Santo, felicidad es la consecuencia.
La mayoría de las veces, son dos los obstáculos que impiden experimentar la sanación. El primero es la obstinación en no perdonar a quien me hirió (cfr. Eclo 28, 3). El segundo es no confiar que Dios puede y quiere curarnos.
Para que podamos comprender la importancia de la fe en nuestro proceso de sanación, San Lucas narra lo que sucede a esos dos hombres que padecían lepra:
“Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pesaba a través de Samaría y Galilea.Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia y empezaron a gritarle: «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!».Al verlos, Jesús les dijo: «Vayan a presentarse a los sacerdotes». Y en el camino quedaron purificados.Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz altay se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano.Jesús le dijo entonces: «¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?».Y agregó: «Levántate y vete, tu fe te ha salvado».”Lucas 17, 11-19
Delante del pedido afligido de dos personas enfermas, Jesús responde como diciendo: “Vayan… que todo va a salir bien”. Vale recordar que el ex leproso solo debería presentarse al sacerdote después de curado, para la constatación de la sanación. Los diez tuvieron que ir en fe, sin ninguna evidencia de haber sido escuchados. Tomaron el camino cargando la propia lepra.
“Vayan caminando!”
¡Imagina! Pides la sanación a Jesús y Él te responde: “Anda, comienza a caminar”
Es en el camino que somos curados -cuando hacemos lo que Dios nos manda, y lo obedecemos de manera única y particular. O sea, existen cosas que Dios nos pide y que nadie puede hacer en nuestro lugar. Cada uno de los diez tuvo que andar su camino en fe, apoyados simplemente en la confianza de una promesa. Mil cosas deben haber pasado por la cabeza de cada uno de ellos, miedos, dudas, deseos de no seguir; pero eso no importa, pues la fe se manifiesta en la obediencia. Fue porque obedecieron que recibieron.
Mientras tanto la sanación se completa cuando volvemos a Dios los dones que de Él recibimos. Mira lo que expresan esos versículos: en la matemática del Señor, de cada diez agraciados solamente uno vuelve para agradecer a Dios los dones, las gracias, los favores que recibió.
Ese relato califica a las personas en dos grandes grupos. ¿En cuál de los dos estás tú? ¿En el grupo de aquellos que se olvidaron? ¿O en el grupo de aquellos que vuelven a agradecer? Algunas veces, la gente queda tan encantada con lo que recibió que se olvida de quien lo recibió.
Diez recibieron la sanación, pero solo uno la salvación: “(…) tu fe te ha salvado”. Quien se vuelve a Dios acaba por obtener siempre más. Los diez tuvieron fe suficiente para recibir una gracia: la sanación del cuerpo. Pero hubo uno cuya fe alcanzó la sanación mas significativa, la del corazón.
De cualquier manera mira la importancia de creer y obedecer la Palabra de Dios. Por la fe, fueron sanados. Por fe, uno recibió la salvación. Creer es confiar, depender y obedecer al Señor. Esa palabra también nos revela que la gratitud lleva a la persona a un nivel más excelente de fe. Y la verdadera gratitud nos hace volver a Dios, dar gloria al Señor, poner nuestros dones al servicio de Él, y nos alcanza gracias todavía mayores.
Saber recibir lo que Dios nos da, con respeto y alegría, aún cuando nada tenemos para ofrecer, es la mayor de las retribuciones. Cuántas bendiciones nos rodean todos los días: el don de la vida, nuestra salud, el aire que respiramos, alguien que amamos, alguien que nos ama, el sol que ilumina nuestros pasos y calienta nuestro frío, la florcita que florece y perfuma nuestro camino y tantas cosas más.
¿Sabes cuál es la matemática más difícil de ser aprendida? Es aquella que nos capacita a contar nuestras bendiciones.
Una vez más, confía en Dios. Cuando una persona insiste en pedir su sanación interior, cuando ella persevera en pedir la vida eterna, Dios siempre la escucha; pues pide exactamente lo que Él quiere dar. Si todavía no recibiste, puedes quedar tranquilo que la cuestión es solo una cuestión de tiempo pues no hay dudas de que vas a recibir esa gracia clamada.
Reza conmigo en los próximos minutos pidiendo al Señor que sane tu corazón. Un antiguo y sabio dictado enseña: “Cuando vayas a orar, comienza perdonando” Vamos a vaciarnos de todo lo que puede mantenernos apartados de Dios y rezar:
ORACIÓN DE SANACIÓN INTERIOR POR MEDIO DEL PERDÓN
Señor Jesús, vengo a ti con mis dolores y heridas, pues tu Palabra me anima cuando dice: “al que está perdido, yo buscaré; al desgarrado yo lo conduciré, al herido lo curaré, al enfermo lo restableceré y cuidaré del que esté saludable y vigoroso” (cfr. Ez 34, 16)
Reconozco que traigo en mi resentimientos, recuerdos dolorosos, traumas y heridas de las cuales solo no he conseguido recuperarme. Traigo a Ti mis heridas y también los estragos emocionales que sufrí y los que causé. Y quiero perdonar a todas las personas, absolutamente todas, que, consciente o inconscientemente, de algún modo me perjudicaron, me hicieron sufrir y atraparon mi crecimiento, mis planes, mi futuro.
Señor Jesús, dame coraje y fuerza para eso. Reconozco que necesito liberarme y reconciliarme conmigo mismo. En tu nombre, me perdono por no ser todo lo que me gustaría ser, por ser frágil y limitado. Perdóname por haberme dejado engañar y ser usado por otras personas, por haber perdido oportunidades importantes que habrían cambiado mi vida para mejor. Perdóname por estropear, con mi temperamento difícil, relaciones que eran tan buenas. Me perdono por mis fracasos, por no ser infalible como me gustaría ser, por no conseguir conquistar y mantener el amor de las personas por mi.
Me perdono, en nombre de Jesús, por estropear mi salud con nerviosismos exagerados, por alimentar vicios destructivos, y hoy, con tu gracia, hago las paces conmigo y tomo la decisión de cuidar mejor de mi mismo
Renuncio a todo negativismo y pesimismo, a toda crítica destructiva que hago de mi mismo. Tomo ahora la decisión de no quedarme más poniéndome por debajo de mis pensamientos que solo me acusan y condenan desanimándome. Me acepto como soy, y del modo que estoy, porque es exactamente así que Dios me ama y me acoge.
Señor Jesús, perdono a mi madre por las veces que ella erró conmigo; la perdono por los momentos en que fui injusta y me rechazó. La perdono por las veces en que ella no me oyó, no me comprendió, y me agredió con palabras o físicamente. La perdono por las palabras duras, por las comparaciones, por todas las actitudes que me hicieron dudar de su amor y me causaron tristeza.
Quiero perdonar especialmente la siguiente situación (poner ese momento que necesita ser reconciliado)
Declaro que hoy a los pies de tu cruz, perdono a mi madre y retiro todas las acusaciones que hice pesar contra ella. (Se encuentre tu madre viva o muerta, dile a Jesús que en lo que depende de ti tu madre está libre)
Señor Jesús, perdono a mi padre por las veces que se equivocó conmigo; le perdono por los momentos en que fue injusto, ausente, frio o me rechazó. Le perdono por las veces que el no me oyó, no me comprendió, y me agredió con palabras o físicamente. Perdono su dureza, por las comparaciones, por todas las actitudes que me hicieron dudar de su amor y me causaron tristeza.
Quiero perdonar especialmente la siguiente situación (trae la oración ese momento).
Declaro que hoy a los pies de la cruz, perdono a mi padre y retiro todas las acusaciones que hice pesar contra él. (Se encuentre tu padre vivo o muerto, dile a Jesús que en lo que depende de ti, tu padre está libre)
Divino Espíritu Santo, ven en mi auxilio y ayúdame a recordar a quien preciso perdonar y cuáles son las situaciones dolorosas que en lo más íntimo de mi preciso encontrar liberación, perdón y recibir sanación. (Perdono a mi hermano, a mi hermana por…… y la libero. Perdono a mi esposo, a mi esposa por….. Perdono a mi hijo, a mi hija por….. Perdono a mis abuelos, tíos, primos, novios, amigos, vecinos, profesores, compañeros de trabajo, jefes, etc) por todo y cualquier mal que me hayan causado y me rehúso a vivir condicionado por esas heridas. (Ahora pide al Padre de los Cielos la gracia de perdonar a aquella persona que más sufrimiento te ha causado, aquella persona que más te ha perjudicado y por esa razón tienes tanta dificultad en perdonarla, -aunque todavía sientas tristeza, dolor, o rabia, perdona. Saca ese dolor de dentro de ti. Dios te ayudará)
ORACIÓN DE SANACIÓN
Señor, sana mi corazón, te suplico pues ya no aguanto más llevar una vida tan amarrada y atrapada aún sabiendo que Tú, Señor, ya has garantizado mi liberación. Sana mis heridas interiores, alivia mi dolor y lava toda herida con Tu Santa Sangre. Yo sé que Tú me escuchas, que sondeas bien en el fondo de mi corazón y me conoces como nadie más.
Señor, tú Espíritu Santo está en mi con todo tu poder salvador y estoy en tus brazos llenos de misericordia. Coloca tus manos llagadas sobre mi corazón tan lleno de cicatrices y heridas todavía abiertas, sobre este corazón marcado por recuerdos sufridos y mutilado por la violencia del desamor, y cúrame.
Mira mi fuerza abatida por la tristeza y por la decepción. Coloca tus manos sobre mi cuerpo enfermo y arráncame de toda depresión. (Pide a Dios que te sane de cualquier desequilibrio nervioso, afectivo y sexual, de los recuerdos amargos, resentimientos, heridas, de los dolores causados por los chismes y calumnias. Pide que sane los sentimientos de desánimo, tristeza, soledad, miedo, rechazo, complejo de inferioridad, manías de comparación y ansiedad. Pide también, con tus palabras que el Espíritu Santo te sane de todo sentimiento de muerte, de revuelta, y te libere de cualquier pensamiento de violencia contra ti mismo)
Tú puedes todo, Señor. Puedes curarme. Puedes darme fuerzas para vencer esa enfermedad que tanto me ha desgastado.
Mi Dios, tengo plena convicción que a Ti no te gusta verme sufrir. Te suplico que en este proceso de sanación me des la fuerza y el coraje para superar los momentos de dolor y de cansancio. Jamás me dejes desesperar. En este caminar sana, haz de mi una persona mejor, mas paciente, mas comprensiva, mas amorosa, mas simple y mas digna.
¡Confío en ti, Jesús! Con la certeza de que estás cuidando de mi, te entrego mis preocupaciones, angustias y sufrimientos.
Mi Dios amado, gracias por traer alivio y paz a mi corazón. Gracias por envolverme con tu amor, con tu poder, y con tu Sangre para que el mal no tenga ningún poder sobre mi.
Señor, ¡cuán bueno eres! ¡Muchas gracias!
¡Amén!
Marcio Mendes
30 minutos para cambiar tu día a día.
Adaptación de original en portugués.
Editorial Canción Nueva.
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