Mateo 20, 28
Santiago y Juan eran leales seguidores de Jesús. Probablemente habrían hecho cualquier cosa que él les pidiera, aunque en realidad no sabían qué iba a hacer el Señor. El hecho de pedirle que en el cielo ellos se sentaran cada uno a su lado es prueba de que sus valores estaban demasiado influenciados por el aquí y el ahora, donde los afanes de dinero, placer y prestigio sustituyen la búsqueda de Dios. Y lo que pedían los hermanos era precisamente lugares de honor y poder.
Dice el obispo Mons. Roberto Barron: “El poder no es, en sí mismo, algo malo. Y lo mismo puede decirse en el caso del honor. Santo Tomás de Aquino dijo que el honor es la bandera de la virtud, un modo de señalar a otros que vale la pena prestar la atención a algo.
“Pero, entonces, ¿cuál es el problema? El problema es que están exigiendo estas dos cosas con un espíritu erróneo. El ego no deseará utilizar el poder para cumplir los propósitos de Dios, ni tampoco en servicio de la verdad, la belleza y la bondad, sino para su propio engrandecimiento y defensa. Cuando se busca el honor por el honor mismo, o para hinchar el ego, también se vuelve peligroso.
“¿Cuál es la salida? Jesús nos lo dice: ‘El que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes, y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo.’ Cuando sirves a otros, cuando te conviertes en el último, entonces accedes al poder de Dios y buscas honrar a Dios.”
Cada año durante la Cuaresma, la Iglesia, en su sabiduría, nos ofrece la oportunidad de aprender esta lección, la oportunidad de reenfocar la mirada en Cristo y refirmar la voluntad de vivir no ya para nosotros mismos, sino para el Señor. Y esta lección nos ayuda a entrar en esta temporada con un corazón bien puesto, un espíritu de docilidad, de humildad y el deseo de servir al Señor y al prójimo. Así aprenderemos a morir a nosotros mismos y adoptar una vida de servicio, confianza y obediencia al Padre. ¿Cuál es el secreto de morir a sí mismo? En realidad, no es complicado; solamente hay que tomar la firme determinación de hacer todo lo que uno hace “como para el Señor” y para nadie más. Este es el secreto; así nos acercaremos más al Señor y haremos su voluntad.
“Gracias, amado Señor, porque en la cruz nos diste la muestra de amor más sublime de todas. Concédeme tu gracia, Señor, para tener un corazón dispuesto a hacer tu voluntad.”
Jeremías 18, 18-20
Salmo 31(30), 5-6. 14-16
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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