Jesús dijo a la multitud:
"El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo.
El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas;
y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró."
El Reino de los Cielos se parece también a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces.
Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve.
Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos,
para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes.
¿Comprendieron todo esto?". "Sí", le respondieron.
Entonces agregó: "Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo".
EL REINO DE LOS CIELOS SE PARECE A...
Podemos afirmar que el tema central y principal de la actividad misionera de Jesús es «el Reino» de los cielos o Reino de Dios, que es exactamente lo mismo. Sin embargo, pocos cristianos serían capaces de explicar de qué se trata esto del Reino. Lo más frecuente es relacionarlo con la otra vida, con lo que vendrá después, con el más allá, con el cielo...
Dice el Papa Francisco:
Jesús no se preocupa en explicarlo. Lo enuncia desde el inicio de su Evangelio: «El reino de los cielos está cerca». Sin embargo se refiere a él de manera indirecta, narrando el actuar de un propietario, de un rey, de diez vírgenes tontas que se quedan sin aceite… Prefiere dejarlo intuir, con parábolas y semejanzas, manifestando sobre todo los efectos: el reino de los cielos es capaz de cambiar el mundo, como la levadura oculta en la masa; es pequeño y humilde como un grano de mostaza, que sin embargo se volverá grande como un árbol... y otras como las de hoy.
La intención de Jesús no era darnos detalles sobre la otra vida, y mucho menos abstraernos o evadirnos de «esta» vida, que es lo que en realidad más nos importa ahora. Jesús pretende ayudar a la gente a vivir su vida de aquí desde unas claves que derivan del proyecto amoroso de su Padre Dios: con ilusión, con esperanza, con sentido... Más que hablar de «la otra vida», quiere que «esta vida sea otra», aunque -eso sí es cierto- tenga continuidad, y alcance su plenitud más allá de la muerte.
- El Reino de Dios o de los cielos es «aquello que pertenece a Dios» y que Jesús nos propone como proyecto, como sentido, como objetivo para nuestra existencia. Se trata de todo un «contenedor» de valores que nos vienen de Dios o del cielo... para que construyamos los andamios de nuestra vida personal y de nuestra sociedad aquí en la tierra.
- El Reino de Dios se refiere a cómo son las cosas cuando Dios anda por medio, cómo son las personas cuando se dejan hacer y guiar por Dios. Es decir: cómo es el mundo cuando nada se opone a la voluntad amorosa de Dios. Por eso es lógico identificar el Reino con la persona de Jesús: alguien que es pura y absoluta obediencia y entrega al Padre.
O sea que hablar del Reino es lo mismo que hablar de la «felicidad profunda» a la que aspira cualquier ser humano, y que Dios mismo ha tomado como su primera ocupación y su principal empeño y objetivo para con nosotros. Por eso nos importa mucho conocer cómo es ese Reino de Dios, cómo es ese proyecto de Dios, cómo puedo encontrarme con el Dios que me busca y se preocupa por mi plenitud/felicidad aquí, y también después. ¡Esto sí que es un tesoro, o una perla preciosa!
Las parábolas de hoy nos presentan a dos personajes, que son dos formas de encontrar a Dios y entregarse a Él o ponerse a su servicio, o ser sus cómplices/instrumentos.
- El primero encuentra un tesoro en un campo. No le ha caído llovido del cielo delante de los pies, ni estaba medio tapado detrás de unos arbustos. Estaba, seguramente, trabajando como jornalero, sudando, cavando, «profundizando». Me parece algo relevante. Me atrevo a decir que aquellos que llevan una vida superficial, sin remover la tierra endurecida de cada día, cómoda, a golpe de impulsos y sentimientos, sin «rumiarla» como decían los monjes antiguos... es muy probable que no se encuentre nada.
Este jornalero no dice que estuviera buscando nada, cumplía con sus actividades de cada día. Y de pronto se da cuenta de que tiene allí delante lo que le resolverá toda la vida. Simbolizaría a todos los que, de una manera u otra, con más o menos esfuerzo hemos tenido «la suerte» de encontrarnos con Dios, de conocer a Cristo, de escuchar sus palabras de vida...
Aquel tesoro -como la fe- fue algo recibido: alguien lo puso ahí. Pero podemos apropiárnoslo, podemos hacerlo nuestro, podemos aprovecharlo...
Jesús dice que el que lo encuentra, se llena de alegría. No sé por qué hemos presentado tantas veces una visión de la fe cristiana, de Dios, como alguien triste, que amarga la vida, que impone renuncias y sacrificios, con tantas normas asfixiantes y exigencias imposibles. Que hay que «merecerlo» y ganárnoslo. Pero no es así. Aquel hombre, «por la alegría» de lo que ha encontrado, considerándolo un tesoro muy valioso, no tiene inconveniente en renunciar a otras cosas. Se trata de una renuncia muy especial, pues todo lo que no sea aquel tesoro encontrado, tiene menos valor, o ningún valor. Y está dispuesto a prescindir de lo que sea necesario para que el tesoro sea realmente suyo. Como decía San Pablo: «Todo lo estimo como basura, con tal de conocer a Cristo y el poder de su resurrección». (Flp 3, 8)
Tales renuncias, ese «venderlo todo», no parecen un sacrificio, pues lo que se consigue a cambio vale mucho más. Yo no sé si para muchos la fe, nuestro seguimiento de Jesús, nuestro ponernos en las manos de Dios es algo valioso que nos llene de alegría, tanto, que dejemos de estar tan preocupados y agobiados por cosas que, en el fondo, ni nos llenan, ni nos dan la felicidad, ni nos hacen sentir mejor... a pesar de los muchos esfuerzos y sacrificios que a menudo nos suponen. Quizá sea porque el «tesoro» de nuestro campo, sigue ahí enterrado, sin que sea «nuestro», sin que vivamos de él.
- El otro protagonista de las parábolas es un comerciante que encuentra una perla valiosa. También está en medio de sus tareas cotidianas de compra/venta. Parece que, de nuevo, se insiste en que se puede uno encontrar con lo más importante... sin tener que acudir a sitios raros, a experiencias raras, a esfuerzos costosos.
Ya tenía otras muchas perlas... pero seguía buscando. Ninguna de ellas, ni todas juntas, le llenaban del todo. Aquello no era suficiente. Este personaje es un buscador, como tantos que ha habido en la historia, y también en el día de hoy: No se sienten satisfechos con lo conseguido, aunque pueda ser valioso: ¡Tiene que haber algo más! Y buscan, a veces durante mucho tiempo, incansablemente, en muchos bazares y mercados... Hasta que... un día encuentran algo que merece la pena... Tanto, como para deshacerse de todo lo conseguido y apostar por aquello que acaba de encontrar, para hacerlo realmente suyo.
Es una parábola esperanzadora para todos los buscadores, para los inquietos, para los inconformistas. Según Jesús se acaba encontrando... Pero, como en el caso anterior, no se puede conseguir si no es a base de desprenderse o relativizar de todos los demás. En las cosas de Dios no vale «nadar y guardar la ropa», hacerse con aquella perla... manteniendo todas las demás. Estamos con el primer mandamiento: Amar a Dios sobre todas las cosas. O si se quiere: Poner el proyecto de Dios, los valores de Jesús, su mensaje... por encima de todo lo demás. Jugárselo todo por el Evangelio. Estar más pendiente de los demás, que de mí mismo, mis proyectos, mi propia perfección.
- Concluyendo:
- Hay un tesoro en mi campo. Muy valioso. Pero, quizá, todavía sin desenterrar. Habrá que buscar por ahí dentro, cavar, profundizar...
- Hay una perla preciosa que está a mi alcance. Pero tengo que ponerme a buscar y no conformarme con lo conseguido.
- Que puedo encontrar a Dios, la fe, el sentido de mi vida en medio de mis cosas de cada día. Porque es ahí donde está
- Que merece la pena, que nos llena de alegría... y que necesitamos apasionarnos un poco más con el mensaje de Jesús como para arriesgarnos del todo .
- Y que la alegría profunda es la mejor señal de que he encontrado algo/alguien que realmente merece la pena.
Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
fuente del comentario CIUDAD REDONDA