«Encontrareis vuestro descanso»
Por lo tanto, los que se quejan de la aspereza de este yugo, quizás es porque, o no abandonaron plenamente el gravísimo yugo de la concupiscencia mundana, o, abandonándolo, volvieron a tomarlo con mayor confusión suya... ¿Qué hay más dulce o qué más tranquilo que no angustiarse por los torpes movimientos de la carne...?
En fin, ¿qué hay tan próximo a la tranquilidad divina como no conmoverse por las injurias recibidas, ni asustarse por ningún daño o persecución; tener igual constancia en los sucesos prósperos que en los adversos y tratar igual al amigo y al enemigo, haciéndose semejante al que "hace salir su sol sobre buenos y malos, y deja caer la lluvia sobre justos e injustos»? (Mt 5,45).
Todo esto se encuentra en la caridad, y no se halla sino en la caridad. En ella está la verdadera tranquilidad, la verdadera suavidad, porque ella es el yugo del Señor, y si la tomamos invitados por el Señor, encontraremos descanso para nuestras almas, pues "el yugo del Señor es suave y ligera su carga». Por último, "la caridad es paciente, es benigna, no tiene celos, no obra mal, no se infla, no es ambiciosa" (1Co 13,4-5).
Las demás virtudes son para nosotros, o como vehículo para el cansado, o como viático para el caminante, o como linterna para alumbrar en la oscuridad, o como arma para los que luchan; mas la caridad, aunque como las restantes virtudes es necesaria para todos, sin embargo, es descanso en especial para el fatigado, morada para el caminante, plenitud de claridad para el que llega y perfecta corona para el vencedor.
San Elredo de Rieval (1110-1167)
monje cisterciense
El espejo de la caridad, I, 30-31 (Traducción: P. Germán Díez Martínez, o.e.s.o.)
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