¡Puedo todo en Jesús que me fortifica!
¿Cuál es el modo de fortificar nuestra debilidad? Con el amor. (…) Tenemos que poner nuestro afecto, deseo y amor, en un ser más fuerte que nosotros, es decir, en Dios. En Él encontramos toda nuestra fuerza.
Nuestro Dios nos ha amado sin ser amado. Desde que el alma ha encontrado y gustado un tan tierno amor, más fuerte que todo lo que es fuerte, sólo lo puede buscar y desear a él. Fuera de él, el alma no pide ni quiere nada. Ella es fuerte porque está apoyada y fijada sobre lo firme e inamovible. Pase lo que pase, no cambia y sigue siempre las huellas y movimientos de Aquel que ama. Como el alma tiene su corazón y voluntad unidos a él, ve perfectamente que Cristo, siendo Hijo de Dios, amó la pena y la humillación. Fue entre los hombres un Cordero humilde, tierno y despreciado.
Por eso sus servidores se alegran de seguir este camino, huyen y detestan lo que es contrario. Han devenido uno con Dios, por eso aman lo que Dios ama y detestan lo que él detesta. Reciben una fuerza tan grande que nada los puede perjudicar. Son como verdaderos caballeros que ven las grandes tempestades sin inquietarse. No temen, porque no han puesto la confianza en ellos mismos, sino que depositaron su esperanza y fe en Dios. Lo aman porque es fuerte y quiere y puede socorrerlos. Entonces, como san Pablo, confiesan con gran humildad: “Puedo todo por Jesús crucificado, que está en mí y me fortifica” (cf. Flp 4,13).
Santa Catalina de Siena (1347-1380)
terciaria dominica, doctora de la Iglesia, copatrona de Europa
Carta 27, al cardenal Jacobo Orsini (Cartas, I, Téqui, 1976), trad. sc©evangelizo.org
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