martes, 28 de febrero de 2017

CENIZA

Angel Moreno
La Iglesia, como rito de apertura del Tiempo Cuaresmal, invita a los fieles a la ceremonia de la imposición de la ceniza, a la vez que los llama a la conversión y al encuentro consigo mismos con el símbolo existencial que evocan las palabras: “Recuerda de que eres polvo”. Aunque también hay otra fórmula, quizá más pedagógica y positiva: “Convertíos y creed en el Evangelio”.
Sea una referencia existencial o una llamada a la fe en Jesucristo, en toda la tradición de los maestros espirituales, e incluso en las preguntas más fundantes, siempre aparece la cuestión: ¿Para qué he nacido? ¿Qué sentido tiene mi vida? ¿Qué va a ser de mí? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy?
La ceniza nos lleva al origen bíblico del ser humano, a la tierra, que Francisco de Asís llama hermana – madre tierra. El relato de la creación del Génesis describe el momento en que el Creador tomó arcilla, sopló sobre ella el aliento de vida y formó al ser humano.
De una u otra manera, los maestros espirituales suelen considerar las llamadas postrimerías, entre las que aparece la dura realidad de la muerte y de nuestra desintegración, y no lo hacen de forma morbosa, sino como llamada a la consciencia, a saber valorar en su justa medida el don de la vida.
Somos mortales, la realidad de este mundo pasa. Recordarlo puede producir angustia y miedo a algunos, y prefieren ignorarlo, pero el creyente sabe que el Creador no nos ha hecho para perecer, sino para la vida eterna, y nuestros cuerpos mortales se convertirían en cuerpos gloriosos.
La evocación de nuestro origen biológico, nos lleva también a nuestro origen teologal: somos del Señor, hemos sido hecho por Él y para Él, somos peregrinos, vamos de paso hacia la casa del Padre. Tenerlo presente nos concede sabiduría, sensatez, nos produce responsabilidad y nos concede caminar siempre con la conciencia de fragilidad y de esperanza al mismo tiempo.
Dios nos hizo a imagen de su Hijo, nos plasmó como reflejo de su éxtasis de amor en el rostro de su Hijo amado; no podemos estar hechos para la nada. Nuestro origen es Dios, nuestro destino son sus manos.

EL AVEMARIA

Iris de Paz - 
El Avemaria es la oración más uni­versal de la Iglesia después del Padre­nuestro. Lo es porque recordamos los principios de la redención con la Encar­nación del Elijo de Dios, y nos dirigimos confiadamente a María, la Madre de Jesús y Madre de la Iglesia. Y lo es también por­que ha sido una oración tradicional muy común desde tiempos antiguos.
Su origen
En la liturgia oriental, ya desde el siglo V, encontramos reunidas, como oración a la Virgen, las palabras del ar­cángel Gabriel a María en la Anuncia­ción (Le 1,28) y las de Isabel en la Visi­tación (Le 1,42). Poco después entrará a formar parte en la liturgia occidental. El «Santa María», propia del Occidente cristiano, no aparece hasta mediados del siglo XIV.
En el siglo XVI el Pontifical Roma­no imponía a los padrinos de la confir­mación la obligación de enseñar a sus ahijados, además del Credo y el Padre­nuestro, el Avemaria. Ello tenía sus an­tecedentes en la Edad Media. Las Insti­tuciones del Cister decían: «Que ningún hermano converso tenga libro alguno ni aprenda otra cosa que el Padrenuestro, el Credo, el Salmo Miserere y el Ave­maria».
Estructura
Los cristianos aprendemos el Ave­maria con las primeras palabras. Se reza todos los días al toque del Angelus. Re­piten el Avemaria quienes a diario o con frecuencia rezan el santo rosario. Y se reza en la recomendación del alma del cristiano.
Al rezar el Avemaria nos unimos al saludo del arcángel Gabriel, enviado por Dios, y a Isabel, inspirada por el Espíritu Santo; y también a la Iglesia, que proclama la maternidad divina de María a la par que solicita su podero­sa intercesión para el tiempo presente y para la hora de la muerte de sus hijos.
La universalidad del Avemaria no se basa, pues, en factores meramente sen­timentales, sino en la conciencia de la Iglesia acerca del único y preeminente papel de la Virgen María en la His­toria de la Salvación. Ella es la aurora del Sol de justicia. Madre del Hijo de Dios por la Encarnación, será constitui­da también Madre de la Iglesia al pie de la Cruz.
Al igual que el Padrenuestro tam­bién el Avemaria está dividida en dos partes. Y así como en la primera parte del Padrenuestro se mira a Dios y en la segunda a las necesidades del hombre, análogamente en el Avemaria la primera nos recuerda las grandezas de la Virgen, y en la segunda, apoyada en la anterior, se pide por nuestras necesidades. El Avemaria es himno de alabanza a la Madre de Dios y es súplica de inter­cesión por nosotros: cuando recitamos el Avemaria cantamos las grandezas de María y nos acogemos a su poderosa intercesión y a su corazón maternal.
El Avemaria y los santos
Los santos se han prodigado en ala­banzas del Avemaria. San Bernardo, dice: «El saludarte, oh Virgen María, es un tierno beso para ti: cuantas veces eres salu­dada, otros tantos besos recibes de tus devo­tos...». A juicio de san Alberto Magno «el Avemaria es la puerta del paraíso». Y el gran doctor de la Iglesia, santo To­más de Aquino, decía «estar dispuesto a dar toda su ciencia teológica por el valor de una sola Avemaria».
No son piadosas exageraciones; se basa en la riqueza del Avemaria, contem­plada a la luz del Espíritu Santo y palpa­da en la experiencia cristiana. El Avema­ria es una revelación de los comienzos de nuestra Redención con la Encarnación del Hijo de Dios, cuya luz se prolonga en la contemplación de la función ma­ternal de María en la Iglesia y en los fieles. El Avemaria, es oración, pero es, sobre todo, «vademécum» o compendio del misterio de la Salvación.
Madre del Redentor y Madre de la misericordia
El saludo del ángel a la Virgen nos revela que María es una criatura singu­lar: inmaculada desde su concepción y llena de gracia, por su consentimiento en la Encarnación, es llamada a ser la Madre del Hijo de Dios. Es la de la Ma­dre del Redentor. Una carrera que em­pieza en Nazaret, pero que no se consu­mará hasta el Calvario, cuando oiga de los labios de su Hijo: «Mujer, ahí tienes a tu hijo» (Jn 19,26). Desde esta pers­pectiva percibimos que se trata de una maternidad misericordiosa. La Encar­nación y la Redención no se apoyan más que en el amor misericordioso de Dios: «Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo único para que todo el que crea en El no perezca, sino tenga vida eterna» (Jn 3,16).
En el Avemaria se dan cita el cielo y la tierra, la vida y la muerte, el recuerdo de Dios con la gracia y el poder del pecado en nosotros; la historia de la humanidad con sus grandezas y con nuestra miseria; el alborear de la salvación y su plenitud en María; el valor de la maternidad y el sentido de nuestra vida en Dios, trino y uno.
Recemos con fe y con cariño el Avemaria; es la oración de todos y para todas las circunstancias; es la oración incondicional que arranca de nuestra realidad más profunda: somos pecado­res. Pero siempre podremos levantar el corazón y los labios a la Reina y Madre de misericordia para suplicarle: ¡Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte!

De ganadores y perdedores

Ron Rolheiser (Trad. Benjamin Elcano, cmf)
De ganadores y perdedores
Nuestra sociedad tiende a dividirnos en ganadores y perdedores.  Desgraciadamente, no reflexionamos con frecuencia sobre la manera como  afecta esto a nuestras relaciones mutuas ni lo que significa para nosotros como cristianos.
¿Qué significa? En esencia, que nuestras relaciones mutuas tienden a estar demasiado cargadas de competencia y celotipia, porque nos contagiamos demasiado unos a otros con la presión de hacer más, conseguir más y avanzar más rápido. Por ejemplo, aquí están algunos de los eslóganes que hoy se consideran sabios: ¡Gana! ¡Sé el mejor en algo! ¡Muestra a otros que tienes más talento que ellos! ¡Muestra que eres más sofisticado que otros! ¡No pidas disculpa por ponerte el primero! ¡No seas un perdedor!
Estas frases no son precisamente axiomas inocentes que nos animen a trabajar duro; son virus que nos infectan, de modo que casi todo en nuestro mundo conspira ahora con el narcisismo que hay en nosotros para empujarnos a ganar, para establecernos aparte de otros, para sobresalir, para estar en el primer puesto de la clase, para ser el mejor atleta, para ser el que mejor viste, el de mejor aspecto, el de mayor talento musical, el más popular, el más experimentado, el que más ha viajado, el que más sabe de coches, o de películas, o historia, o sexo, o cualquier cosa. A todo trance nos movemos para encontrar algo en lo que podamos superar a otros. A todo trance tratamos de establecernos de alguna manera aparte y por encima de otros. Ahora esa idea está inculcada en nosotros casi genéticamente.
Y por eso tendemos a formar una equivocada opinión de otros y de nuestra propia idea y proyecto. Estructuramos todo exageradamente con intención de conseguir más y sobresalir. Cuando lo logramos, cuando ganamos, cuando somos mejores que otros en algo, nuestras vidas parecen más llenas; nuestra autoimagen se hincha y nos sentimos seguros e importantes. Por el contrario, cuando no podemos sobresalir, cuando sólo somos un rostro más en medio de la multitud, luchamos por mantener una saludable autoimagen.
De cualquier modo, siempre estamos luchando con desconfianza y desagrado, porque no podemos menos que ver constantemente nuestra propia falta de talento, de belleza y de rendimiento en relación con los éxitos de otros. Y así, a la vez, envidiamos y odiamos a aquellos que poseen talento, belleza, poder, riqueza y fama, exaltándolos en adulación aun cuando secretamente esperamos su fracaso, como la multitud que alaba a Jesús el Domingo de Ramos y luego vocifera pidiendo su crucifixión sólo cinco días después.
Esto nos deja en una situación incómoda: ¿Cómo formamos comunidad entre unos y otros cuando nuestros verdaderos talentos y logros son causa de celos y resentimiento, cuando son fuentes de envidia y armas de rivalidad? ¿Cómo nos amamos unos a otros cuando nuestros espíritus competitivos nos hacen ver unos a otros como rivales?
La comunidad sólo se puede dar cuando podemos permitir que los talentos y logros de otros engrandezcan nuestras propias vidas y podemos dejar que nuestros propios talentos y logros engrandezcan, más que amenacen, a otros. Pero, generalmente, somos incapaces de esto. Estamos demasiado infectados de competitividad para permitirnos no dejar que los logros y talentos de otros nos amenacen y actualicen nuestros propios talentos  como para exaltar las vidas de otros más bien que dejarnos sobresalir.
Como nuestra cultura, también nosotros tendemos a dividir a la gente en ganadores y perdedores, admirando y odiando a aquellos, mirando por encima del hombro a estos, teniéndose constantemente unos a otros por  buenos o malos, tasando los cuerpos, el cabello, la inteligencia, la vestimenta, los talentos y los logros de unos y otros. Pero, mientras hacemos esto, dudamos entre sentirnos deprimidos y empequeñecidos cuando otros nos superan, o inflados y pomposos cuando aparecemos superiores a ellos.
Y esto viene a ser siempre más difícil de superar cuando nos volvemos más obsesionados con nuestra necesidad de sobresalir, ser especiales, ponernos en un asiento superior, llegar a hacernos célebres. Vivimos en una inveterada e incoada celotipia donde los talentos de otros son permanentemente percibidos como amenaza para nosotros. Esto nos deja a la vez ansiosos y menos que fieles a nuestra fe cristiana.
Nuestra fe cristiana nos invita a no compararnos con otros, a no hacer esfuerzos por sobresalir y a no dejarnos ser amenazados por los dones de otro ni celosos de ellos. Nuestra fe nos invita a empalmar un círculo de vida con aquellos que creen que no hay ninguna necesidad de sobresalir o ser especial, y con los que creen que los dones de otros no son una amenaza, sino más bien algo que enriquece todas vidas, incluida la nuestra.
Cuando dividimos a la gente en ganadores y perdedores, entonces nuestros talentos y dones vienen a ser fuentes de envidia y armas de competencia y superioridad. Esto es verdad no sólo para los individuos sino también para las naciones.
Uno de estos eslóganes competitivos de nuestra cultura nos dice: ¡Muéstrame a un buen perdedor y te mostraré a un perdedor!  Bueno, visto a la luz de esto, Jesús fue un perdedor. La gente meneaba la cabeza en el momento de su muerte, y no había ningún anillo de campeonato en su dedo. No tenía buen aspecto a los ojos del mundo. ¡Un perdedor! Pero, en su fracaso, todos nosotros obtuvimos la salvación. ¡Allí hubo una lección!     

Sigamos al Señor que nos da todo

27 de febrero de 2017
Seguir al Señor que nos da todo y no buscar las riquezas. Lo pidió el Santo Padre Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta. Al comentar el Evangelio del día, el Papainsistió en la “plenitud” que Dios nos dona: una plenitud “anonadada” que culmina en la Cruz.
Lectura del santo evangelio según san Marcos (10,17-27):EN aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló ante él y le preguntó:
«Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?».
Jesús le contestó:
«Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre».
Él replicó:
«Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud».
Jesús se quedó mirándolo, lo amó y le dijo:
«Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme».
A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó triste porque era muy rico.
Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos:
«¿Qué difícil les será entrar en el reino de Dios a los que tienen riquezas!».
Los discípulos quedaron sorprendidos de estas palabras. Pero Jesús añadió:
«Hijos, ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios».
Ellos se espantaron y comentaban:
«Entonces, ¿quién puede salvarse?».
Jesús se les quedó mirando y les dijo:
«Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo».

“No se puede servir a dos patrones”,o servimos a Dios o a las riquezas. En la víspera del Miércoles de Ceniza, Francisco subrayó que, en los días que preceden a la Cuaresma, la Iglesia “nos hace reflexionar sobre la relación entre Dios y las riquezas”. De ahí que haya recordado el encuentro entre el “joven rico, que quería seguir al Señor, pero que al final, era tan rico que eligió las riquezas”.
Dios se da totalmente en medida rebosante
El comentario de Jesús – observó el Papa Bergoglio – asusta un poco a los discípulos: “Cuán difícil es que un rico entre en el Reino de los Cielos. Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja”. Hoy – dijo Francisco – el Evangelio de Marcos nos muestra a Pedro mientras pregunta al Señor que será de ellos que han dejado todo. Parece casi – comentó el SantoPadre – que “Pedro le estaba pasando la cuenta al Señor”:
“No sabía qué decir: ‘Sí, éste se ha ido, ¿pero nosotros?’. La respuesta de Jesús es clara: ‘Yo les digo: no hay nadie que haya dejado todo sin recibir todo’. ‘He aquí que nosotros hemos dejado todo’. ‘Recibirán todo’, con aquella medida desbordante con la que Dios da sus dones. ‘Recibirán todo. No hay nadie que haya dejado casa o hermanos, o hermanas, o madres, o padres, o hijos, o campos por mi causa o por causa del Evangelio, que no reciba ya ahora, en este tiempo, cien veces más en casas, hermanos, hermanas, madres, campos, y la vida eterna en el tiempo que vendrá’. Todo. El Señor no sabe dar menos que todo. Cuando Él da algo, se da a sí mismo, que es todo”.
Sin embargo, añadió el Pontífice,“hay una palabra”, en este pasaje del Evangelio, “que nos hace reflexionar: recibe ya ahora en este tiempo cien veces en casas y hermanos, junto a persecuciones”.
El don de Dios es una plenitud anonadada, el estilo del cristiano es la Cruz
Y dijo que esto es “entrar” en “otro modo de pensar, en otro modo de actuar. Jesús se da a sí mismo todo, porque la plenitud de Dios es una plenitud anonadada en la Cruz”:
“Éste es el don de Dios: la plenitud anonadada. Y éste es el estilo del cristiano: buscar la plenitud, recibir la plenitud anonadada y seguir por aquel camino. No es fácil, no es fácil esto. ¿Y cuál es el signo, cuál es la señal de que yo voy adelante en este dar todo y recibir todo? Lo hemos escuchado en la Primera Lectura: ‘Glorifica al Señor con ojo contento. En cada ofrenda muestra tu rostro feliz, con alegría consagra tu diezmo. Da al Altísimo según el don recibido de Él y con ojo contento según tu voluntad’. Ojo contento, rostro feliz, alegría, ojocontento… El signo de que nosotros vamos por este camino del todo y nada, de la plenitud anonadada, es la alegría”.
San Alberto Hurtado ejemplo de alegría en el Señor en medio de las tribulaciones
En cambio – dijo también el Papa – al joven rico “se le oscureció el rostro y se fue entristecido”. “No fue capaz de recibir, de acoger esta plenitud anonadada – añadió – como los Santos o el mismo Pedro la acogieron. Y en medio de las pruebas, de las dificultades, tenían un rostro feliz, ojos contentos y alegría del corazón”. Y éste – evidenció Francisco – “es el signo”. A la vez que concluyó su homilía recordando la figura del Santo chileno Alberto Hurtado:
“Trabajaba siempre, dificultad tras dificultad, tras dificultad… Trabajaba por los pobres… Verdaderamente fue un hombre que trazó un camino en aquel país… La caridad para la asistencia a los pobres… Pero fue perseguido. Tantos sufrimientos. Pero él, cuando estaba precisamente allí, anonadado en la cruz, decía: ‘Contento, Señor, Contento’, ‘Feliz, Señor, feliz’. Que él nos enseñe a ir por este camino, que nos dé la gracia de ir por este camino, un poco difícil, del todo y nada, de la plenitud anonadada de Jesucristo, y decir siempre, sobre todo en las dificultades: ‘Contento, Señor, contento’”
Papa Francisco
Homilia en Santa Marta

El lavará todas nuestras heridas


Un día Jesús fue interrumpido por uno de los doctores de la ley queriendo saber como podía alcanzar al reino de los cielos. Después de recitar la Ley, Jesús lo orienta pero queriendo confundir a Jesús, le pregunta quien seria el prójimo, a quien él debería tratar como a él mismo. Jesús sabiamente le cuenta la parábola del Buen Samaritano.

Un detalle interesante al respecto de esta parábola es que existía un problema entre samaritanos y judíos, ellos eran enemigos, pueblos que no se llevaban bien. Aquel samaritano rompió los prejuicios, la barrera del odio y se propuso ayudar a un ser humano, dejando de lado por el rencor, él tuvo el sentimiento de Dios por aquel hombre caído. ‘

¿Has tragedias en la televisión, personas, niños sufriendo, después de perder seres queridos y has sentido el impulso de ayudarlos? esto es compasión! Pero esto no era natural entre los samaritanos y judíos.

Cuántas veces en la vida somos como este hombre que estaba abandonado en el camino, victimas de un robo que trasciende lo material, alcanzados por tragedias, enfermedades, decepciones y angustias. Pero lo interesante es que podemos ver en la figura del samaritano, a Cristo, que nos socorrió, nos trató y nos sacó de donde estábamos y nos llevó al hospital, la Iglesia.

Asi como ese hombre tuvo sus heridas lavadas, necesitamos ser lavados pero no con aceite y vino, sino con la Preciosa Sangre de Jesús. Dejemos que El nos sane, que Su sangre penetre nuestra historia, curando nuestros corazones. Y más aún, que nosotros también carguemos aceite y vino, para ayudar a los que están caídos, y los llevemos a donde pueden ser curados.

Padre Arlon
Sacerdote de la Comunidad Canción Nueva
Prédica durante el Retiro de Carnaval 2017
adaptación publicación en portal Canción Nueva en español.

No vale la pena volver

En los evangelios encontramos innumerables ejemplos de personas que buscando la verdad en Cristo, cambiaron el rumbo de sus vidas. Es interesante que buscando un verdadero encuentro con Cristo, Dios fue a su encuentro. Cuando esas personas encontraron a Cristo, se dieron cuenta de la verdad y sus vidas nunca más fueron las mismas. Después que encontramos a Jesús, no vale la pena volver atrás, pues la verdad está en nosotros.

Debemos siempre buscar a Jesús, actualizar y revivir nuestro encuentro con El, pues nuestro entendimiento tiene que ser constantemente transformado, pues no vale la pena volver atrás, porque nunca más veremos el mundo con los mismos ojos. Necesitamos purificar al hombre viejo que hay en nosotros, pues la vieja naturaleza quiere volver.

Aun cuando estamos haciendo la obra de Dios, necesitamos constantemente renovar nuestro encuentro con Jesús, porque en las relaciones humanos nos decepcionamos, nuestro orgullo se hiere, por eso necesitamos siempre recordar que encontramos a Jesús y no vale la pena volver atrás.

No vivimos venticuatro horas de buen humor, no vivimos todo el tiempo dispuestos, pero es gracioso como esperamos eso de los otros. Cuando nuestra naturaleza es transformada logramos ser más comprensivos con las debilidades de los otros, a ejemplo de Cristo. Como imitadores de Cristo debemos imitar también su misericordia.

Somos imitadores de Cristo, y en ese camino no vale la pena regresar, sino dejar que nuestra naturaleza sea constantemente transformada por una renovación constante de nuestra conversión. Que hoy nos encontremos con El y no volvamos atrás pues El no nos decepcionará.

Marelena Cardoso
Consagrada de la Comunidad Canción Nueva
Homilia durante el Campamento de Carnaval 2017
adaptación de lo publicado en Canción Nueva (portal en español)

CENIZA - Diccionario Cuaresmal

Angel Moreno - Martes, 28 de febrero de 2017


La Iglesia, como rito de apertura del Tiempo Cuaresmal, invita a los fieles a la ceremonia de la imposición de la ceniza, a la vez que los llama a la conversión y al encuentro consigo mismos con el símbolo existencial que evocan las palabras: “Recuerda de que eres polvo”. Aunque también hay otra fórmula, quizá más pedagógica y positiva: “Convertíos y creed en el Evangelio”.

Sea una referencia existencial o una llamada a la fe en Jesucristo, en toda la tradición de los maestros espirituales, e incluso en las preguntas más fundantes, siempre aparece la cuestión: ¿Para qué he nacido? ¿Qué sentido tiene mi vida? ¿Qué va a ser de mí? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy?

La ceniza nos lleva al origen bíblico del ser humano, a la tierra, que Francisco de Asís llama hermana – madre tierra. El relato de la creación del Génesis describe el momento en que el Creador tomó arcilla, sopló sobre ella el aliento de vida y formó al ser humano.

De una u otra manera, los maestros espirituales suelen considerar las llamadas postrimerías, entre las que aparece la dura realidad de la muerte y de nuestra desintegración, y no lo hacen de forma morbosa, sino como llamada a la consciencia, a saber valorar en su justa medida el don de la vida.

Somos mortales, la realidad de este mundo pasa. Recordarlo puede producir angustia y miedo a algunos, y prefieren ignorarlo, pero el creyente sabe que el Creador no nos ha hecho para perecer, sino para la vida eterna, y nuestros cuerpos mortales se convertirían en cuerpos gloriosos.

La evocación de nuestro origen biológico, nos lleva también a nuestro origen teologal: somos del Señor, hemos sido hecho por Él y para Él, somos peregrinos, vamos de paso hacia la casa del Padre. Tenerlo presente nos concede sabiduría, sensatez, nos produce responsabilidad y nos concede caminar siempre con la conciencia de fragilidad y de esperanza al mismo tiempo.

Dios nos hizo a imagen de su Hijo, nos plasmó como reflejo de su éxtasis de amor en el rostro de su Hijo amado; no podemos estar hechos para la nada. Nuestro origen es Dios, nuestro destino son sus manos.

Fuente Portal Ciudad Redonda - 2017

Salmo 49

Este es mi peligro, Señor, en mi vida de oración, en mis tratos contigo: la rutina, la repetición, el formalismo. Recito oraciones, obedezco las rúbricas, cumplo con los requisitos. Pero a veces mi corazón no está en lo que rezo, y rezo por mera costumbre y porque me da reparo el dejarlo. Voy porque todos van y yo debo ir con ellos, e incluso siento escrúpulo y miedo de que, si dejo de rezar, te desagradará a ti y me castigarás; y por eso voy cuando tengo que ir y digo lo que tengo que decir y canto cuando tengo que cantar, pero lo hago un poco en el vacío, sin sentimiento, sin devoción, sin amor. Cuerpo sin alma.

Y lo peor, Señor, es que a veces pongo precisamente todo el cuidado en los ritos de la liturgia porque he sido negligente en la observancia de tus preceptos. Me fijo en los detalles de tus ceremonias para compensar el haberme olvidado de mi hermano. Me afano en el culto porque he fallado en la caridad. Y me temo que no te hace mucha gracia esa clase de culto.
¿Comeré yo carne de toros,beberé sangre de cabritos?
Sé que no necesitas mis sacrificios, mis ofrendas, mi dinero o mi sangre. Lo que tú quieres es la sinceridad de mi devoción y el amor de mi corazón. Ese amor a ti que se manifiesta en el amor a todos los hombres y mujeres por ti. Ese es el sacrificio que tú deseas, y sin él no te agrada ningún otro sacrificio. Tus palabras son duras, pero son verdaderas cuando me echas en cara mi conducta:
Tú detestas mi enseñanza,y te echas a la espalda mis mandatos.Sueltas tu lengua para el mal,tu boca urde el engaño;te sientas a hablar contra tu hermano,deshonras al hijo de tu madre.Esto haces, ¿y me voy yo a callar?
Lo reconozco, Señor; con frecuencia me he portado mal con mis hermanos; ¿y qué valor pueden tener mis sacrificios cuando he herido a mi hermano antes de llegarme a tu altar? Gracias por decírmelo, Señor; gracias por abrirme los ojos y recordarme cuál es el verdadero sacrificio que quieres de mí. Nada de toros o machos cabríos, de sangre o ritualismo, de rutina o rigidez, sino amor y servicio, rectitud y entrega, justicia y honradez. Servirte a ti en mi hermano antes de adorarte en tu altar.

Y una vez que sirvo y ayudo a mi hermano en tu nombre, quiero pedirte la bendición de que, cuando yo me acerque a ti en la oración, te encuentre también a ti, encuentre sentido en lo que digo y fervor en lo que canto. Libérame, Señor, de la maldición de la rutina y el formalismo, de dar las cosas por supuestas, de convertir prácticas religiosas en rúbricas sin alma. Concédeme que cada oración mía sea un salmo, y, como salmo, tenga en sí alegría y confianza y amor. Que sea yo auténtico con mis hermanos y conmigo mismo, para así poder ser auténtico contigo.
Al que sigue buen caminole haré ver la salvación de Dios.
fuente: Carlos Valles sj

Hacer cosas grandes

Con Jesús por la mañana.
«Cuando somos grandes en humildad, estamos más cerca de lo grande» (Tagore). Cuando busques el último lugar, Dios te dará el primero; cuando busques servir, tu Señor te servirá. No te dejes llevar por la insensibilidad. Elige hoy un gesto de amor que beneficie a alguien que lo necesite. Ofrece esto por la intención del Papa en favor de los "pobres, los refugiados y los marginados"
Con Jesús por la tarde.
«Jesús dijo: "les aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más, y en la edad futura, vida eterna. Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos primeros» (Mc 10,28…31) Tómate este momento, contacta con Jesús y pregúntale ¿qué lugar te doy en mi vida? Repite en la calma de tu interior: "Que Tú seas lo primero para mí".
Con Jesús por la noche.
Vivir en la verdad. ¿Qué experiencias te enriquecen como persona? ¿Qué situaciones te alejan de los demás, de Dios y de ti mismo? ¿Qué has aprendido hoy? Recuerda: la mejor inversión que podemos hacer es vivir en la verdad porque eso nos hacer realmente libres.

Meditación: Marcos 10, 28-31


Muchos que ahora son los primeros serán los últimos. (Marcos 10, 31)

Cuando Jesús despidió al joven rico decepcionado, seguramente sus seguidores no supieron qué más tenían que hacer ellos para entrar en el Reino de Dios. Después de todo, al parecer este joven había hecho todo lo que debía hacer, pero Jesús quería más, e incluso le propuso que renunciara a sus riquezas y lo siguiera. Al escuchar esto, posiblemente pensaron que por mucho que se esforzaran ellos ¡jamás sería suficiente!

El Señor los calmó diciéndoles que los sacrificios que ya habían hecho no eran en vano ni quedarían sin recompensa, porque él conocía bien todo lo que ellos habían dejado atrás y sabía cuántos más sacrificios y vicisitudes tendrían que pasar. Pero, fuera lo que fuera que se les pidiera, Jesús quería asegurarles con absoluta claridad que jamás los abandonaría.

Cristo conoce perfectamente bien los sacrificios que hacemos nosotros. Cada vez que uno decide obedecer sus mandamientos, le está pidiendo a él que viva más intensamente en su interior y que actúe por su medio. Cada vez que nos ayudamos mutuamente y somos solidarios unos con otros, estas acciones son bendiciones para Cristo y también para sus fieles.

Por ejemplo, todas las luchas y conflictos que tenemos con nuestra naturaleza caída, incluso cuando salimos perdiendo, podemos entregárselas al Señor para su gloria eterna y él siempre permanecerá con nosotros, forjando su propia imagen en nuestro ser, para que así entremos de lleno en su Reino.

Entreguémosle, pues, toda nuestra vida al Señor, sin reservarnos nada, porque él ve todo lo que hacemos; y acepta con agrado nuestra decisión de renunciar a la vida antigua, para seguir sus pasos.

En efecto, el Señor ve cada vez que tú rechazas la tentación y cada vez que te sales del camino para ir a ayudar a algún necesitado; él escucha cada oración que tú pronuncias y ve cada vez que luchas contra las inclinaciones de la carne. Nada le pasa desapercibido ni deja pasar nada sin bendecirlo.

Hermano, acude sin demora a nuestro generoso Dios y pon en sus manos todo tu ser y toda tu vida.
“Jesús, Señor y Salvador mío, te doy gracias porque tu amor perfecto echa fuera todo temor y tú sigues siendo fiel incluso cuando yo no lo soy. Ayúdame, Señor, a entregarte todas las situaciones de mi vida para que tú habites más plenamente en mí.”
Eclesiástico 35, 1-12
Salmo 50(49), 5-8. 14. 23

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

COMPRENDIENDO LA PALABRA 280217

San Francisco de Sales (1567-1622), obispo de Ginebra y doctor de la Iglesia 
Introducción a la vida devota, III parte, cap. 15
«El ciento por uno en esta vida»

      Los bienes que tenemos no son nuestros. Dios nos los ha dado y quiere que los hagamos útiles y fructuosos...
Despréndete siempre de alguna parte de tus haberes, dándolos de corazón a los pobres; porque dar de lo que se posee es empobrecerse algún tanto, y, cuanto más des, más pobre serás. Es cierto que Dios te lo devolverá, no sólo en el otro mundo, sino también en éste, porque nada ayuda tanto a prosperar como la limosna; siempre serás pobre de ello. ¡Oh! ¡Santa y rica pobreza la que nace de la limosna!

      Ama a los pobres y a la pobreza, porque, mediante este amor, llegarás a ser verdaderamente pobre, porque, como dice la Escritura, nosotros nos volvemos como las cosas que amamos. El amor hace iguales a los amantes. ¿Quién es débil -dice San Pablo-, que yo no lo sea con él?» Y hubiera podido decir: «Quién es pobre, que yo no lo sea con él?» porque el amor le hacía ser como aquellos a quienes amaba. Si, pues, amas a los pobres, serás verdaderamente amante de su pobreza, y pobre como ellos. Ahora bien, si amas a los pobres, has de andar con frecuencia entre ellos; complácete en hablarles; no te desdeñes de que se acerquen a ti en las iglesias, en las calles y en todas partes. Seas con ellos pobre de palabra, hablándoles como una amiga, pero seas rica de manos, dándoles de tus bienes, ya que eres poseedora de riquezas.

      ¿Quieres hacer más...? No te contentes con ser pobre con los pobres, sino procura ser más pobre que los pobres, ¿De qué manera? «El siervo es menos que su señor». Hazte, pues, sierva de los pobres. Sírveles... con tus propias manos... a costa tuya. Este servicio es más glorioso que una realeza.

Evangelio según San Marcos 10,28-31. 
Pedro le dijo a Jesús: "Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido". Jesús respondió: "Les aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos o campos por mí y por la Buena Noticia, desde ahora, en este mundo, recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos y, campos, en medio de las persecuciones; y en el mundo futuro recibirá la Vida eterna. Muchos de los primeros serán los últimos y los últimos serán los primeros". 



RESONAR DE LA PALABRA
Juan Lozano, cmf

Querido amigo/a:

“No te presentes ante el Señor con las manos vacías”, reza el versículo cuatro del capítulo treinta y cinco del libro de Ben Sirá (Eclesiástico) que leemos hoy en la liturgia de la Palabra. La ofrenda que agrada al Señor, lo que deberíamos presentarle todos los días en nuestra oración es un balance de resultados o al menos de buenas intenciones; es la riqueza del amor la mejor ofrenda que podemos presentar al Señor, porque no hay verdadero culto sin justicia.

Esta primera lectura nos advierte de lo infructuoso de una religión cuando se practica sin correspondencia con la justicia social: de nada vale y para nada aprovecha. Nos recuerda que nuestra relación con Dios no se realiza al margen de los demás, pues somos seres para los demás. A veces podemos estar tentados de tener una relación “a medida” con Dios, muy exclusiva, como si los demás no existieran; pero también en la intimidad, Dios nos pregunta: “¿dónde está tu hermano? ” Ofrenda y justicia, van unidas de la mano.

Y como al Señor nadie lo gana en justicia, Él es tremendamente “injusto” y nos ofrece el ciento por uno. Esta es una proporción injusta, desmedida. Lo justo sería recibir lo que dejamos, pero no cien veces más. En un mundo que somete todo a la relación mercantil, nos cuesta entender que el amor no tiene precio, que no devuelve sólo lo entregado, que no racanea ni mide, sino que se desborda gratuita y generosamente cuando nos introducimos en su dinámica: cien veces más. ¿Has sentido alguna vez que dando has recibido mucho más? ¿Das esperando recibir?

Hoy cerramos un mes. Mañana comenzamos un nuevo tiempo de gracia donde somos llamados a una entrega sin cálculos ni límites. Entremos en el desierto de la Cuaresma con paso firme y decidido, sin olvidar que nos introducimos en la dinámica del amor de Dios, por lo que cuanto más nos entreguemos, más recibiremos. Arriesguémonos.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

lunes, 27 de febrero de 2017

EXPULSANDO LA INFELICIDAD

Venciendo aflicciones - Parte II

“Aparta la tristeza lejos de ti, pues la tristeza mató a muchos y no hay en ella utilidad alguna” Eclesiastico 30, 24-25. Cuando una persona deja de sentirse amada, ella comienza a ser infeliz. La infelicidad es una venda que, colocada sobre los ojos, nos impide percibir hasta el bien más evidente.

Sé de la historia de un hombre que hizo esta experiencia. El caminaba a la orilla del mar, era de noche y la luna estaba llena. Sólo conseguía concentrarse en sus insatisfacciones y pensaba “Ah! Si tuviese un auto nuevo, entonces sí que yo sería feliz! Si tuviese una casa mejor, sería feliz; si tuviese un empleo excelente con un buen salario, sería feliz; si encontrase a la mujer ideal, sería verdaderamente feliz… Y, distraído, con sus pensamientos, acabó tropezando con una caja llena de piedras.
Fue sacando y tirando una a una las piedritas en el mar cada vez que decía: “Yo sería feliz si tuviese…” Cuando al fin solo quedó una piedra en la caja, percibió que se trataba de un diamante preciosísimo. El simplemente tiró al mar innumerables diamantes sin siquiera detenerse para pensar.


Esto es lo que hacen las personas que desperdician los días de su vida buscando solo ilusiones. Infelices por no poseer aquello que juzgan perfecto y que piensan que es la causa de su realización, deseando lo que no tienen y no valorizando lo que Dios les dio. Si levantasen los ojos hacia el cielo… si al menos mirasen a su vuelta y observasen, percibirían que están rodeados de tesoros y cuán cerca están de la felicidad.

De los problemas y las cosas desagradables, que constantemente suceden en nuestra vida, Dios se sirve para desprendernos de este mundo colocándonos en el camino que lleva al Cielo y que sacia todos nuestros deseos.
Cada día vivido es un tesoro incalculable, valioso e insustituible. Solo tú puedes aprovecharlo o lanzarlo al mar.
La infelicidad ciega, ensucia y envejece a la persona; ella va apagando de a poco la llama de la vida y amargando la vida de los que le dan hospedaje. Pero Dios puede expulsarla. ¿Quieres que eso haga?
Será un cambio radical en tu vida!
Solo el agua del Espíritu Santo puede sacar las manchas de la tristeza y Dios va a derramarlo sobre ti.
Sólo confía y entrégale tu corazón al Señor; déjalo que lo llene con Su Amor. No tengas miedo de lo que va a suceder. Será un gran abrazo del Padre que recibe al hijo que vuelve a casa, lleno de añoranza, después de mucho tiempo.

Marcio Mendes
Del libro “Venciendo Aflicciones. Alcanzando milagros”. Ed. Canção Nova

Adaptación del original en portugués.

¿Qué gano con seguir a Cristo?


¿Por qué seguir un camino en que, muchas veces, somos cuestionados y juzgados?

¡Decidiste dejar otras opciones para seguir a Cristo!
¿Pero, qué ganas con eso?
En Filipenses 3, Pablo dice a la comunidad de Filipos que no podemos entrar en el extremo de creer que conseguiremos el Cielo solo por nuestro esfuerzo y mérito, pero tampoco creer que lo conseguiremos solamente por creer en Jesús.
Pablo afirma que alcanzamos el Reino de Dios por el esfuerzo y por la gracia, o sea, ni un extremo ni el otro.

¿Qué títulos tienes? ¿Cuáles de esos títulos pueden apartarte de Dios y no llevarte al cielo? Pablo tenía gran riqueza intelectual, riqueza de bienes, fuerza y vitalidad.
¿Cuáles son tus riquezas?
Todos las tenemos.
¿Qué te hace cambiar el sentido de tu riqueza para alcanzar la salvación de tu alma? ¿Qué te hace elegirlo a Cristo por sobre todas las otras posibilidades?

Es el encuentro personal con Jesús y el bautismo en el Espíritu Santo lo que nos hace decir como Pablo: “Pero todo lo que hasta ahora consideraba una ganancia, lo tengo por pérdida, a causa de Cristo. Más aún, todo me parece una desventaja comparado con el inapreciable conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él he sacrificado todas las cosas, a las que considero como desperdicio, con tal de ganar a Cristo” (Fil 3,8-9)

Los bienes espirituales que recibimos no tienen precio. 
La riqueza espiritual que tenemos, necesita ser compartida. Jesús nos enseña que nuestro poder es servir. Tenemos la fuerza y el poder para cambiar la realidad de nuestra familia y de la sociedad.

¿Los títulos son importantes? Sí.
Podemos cursar la facultad, estudiar, tener conocimientos para evangelizar mejor, pero eso no puede estar por encima de Dios.
De nada sirve tener todo y perder la salvación.
¡Volvamos al Señor!
“Dios no nos quita nada, Él nos da todo lo que nos va a hacer plenamente felices”, dice Benedicto XVI.
Entonces, ¿qué gano por seguir a Cristo? ¡El cielo!
El YouCat nos dice: “El Cielo no es un lugar en el espacio sideral. Es un estado del más allá. El Cielo es donde la voluntad de Dios acontece sin resistencia”. El cielo comienza hoy, dentro de nosotros.

Fernanda Zapparolli
Misionera de la Comunidad Canción Nueva
Prédica durante el Retiro de Carnaval 2017
Adaptación del texto original publicado por el portal en español Canción Nueva

La gracia que sobreabundo en nuestra vida

El tema de mi predicación es sobre la gracia de Dios. Debes tener en claro que estos días que tu estas en Canción Nueva fueron y son días de gracia. Tu eres un agraciado, es decir, un hombre una mujer lleno de gracia de Dios.

La Palabra que me dieron para reflexionar contigo esta en 1 Timoteo 1, 12.
En esta Palabra Pablo nos esta diciendo que Dios confió en Él.
Dios también confía en ti. ¡Eso es una verdad!

Si has experimentado la gracia de Dios, tu ya no eres ni más ni menos.
Quisiera trabajar, reflexionar contigo algunos puntos, para que puedas ser lleno de la gracia de Dios.

Tu necesitas reconocer quien eres, para, entonces, reconocer quien es Dios.

Así como Pablo, necesitas reconocer el Señor, necesitas reconocer quien eres, conocerte de forma positiva, tus virtudes y cualidades. Tal vez tu marca sea el acogimiento. Cuando las personas llegan hasta ti, se te acercan, se sienten bien a tu lado. Pero, ¿que tiene eso que ver con la gracia de Dios? La gracia del Señor esta en el corazón bueno. También tu necesitas reconocer lo que aún no es tan bueno. Reconocer tus debilidades.

El gran problema de los cristianos es que reciben la gracia de Dios y creen que ella aniquila la naturaleza, superponiéndola, pero eso no ocurre, la gracia no quita la naturaleza de las personas.

Tal vez, en estos días de carnaval, has dejado grandes vicios, pero la tendencia esta todavía viva en ti. Tus puntos débiles son los objetos donde Dios quiere trabajar.

Por lo tanto el primer punto para ser lleno de la gracia de Dios es: Reconocerse;
El Segundo punto: aceptarse. Aceptar quien eres.
El tercer punto: integrase. No basta reconocerse ni aceptarse, es necesario integrase.
Adriano Gonçalves
Misionero de la Comunidad Canción Nueva
Prédica durante el Retiro de Carnaval 2017

Configurando el hombre nuevo

Es necesario configurarse a Jesucristo

El demonio procura por todos los medios que no experimentes el abrazo del Padre, hace de todo para que no te asemejes a Cristo. El demonio no está preocupado con quienes están en los carnavales, sino que está preocupado por ti que quieres una vida en Dios.
¡El demonio está interesado en ti! ¡Ten cuidado!

Necesitas salir de aquí, de este encuentro, lleno del Espíritu Santo, renovado y configurado a Jesucristo, para resistir los ataques del demonio.

Hoy, el Señor te está invitando a nacer del Espíritu como Nicodemo, un cristiano “escondido” en medio de los fariseos, pues admiraba a Jesús.
Era un cristiano “disfrazado”. ¿También eres un cristiano disfrazado, “a escondidas”?

El Señor te pide que te configures de acuerdo a Él. Por eso, debes eliminar varios pecados de tu vida, como la inmoralidad sexual, la impureza, los malos deseos, la ganancia, ira, la maldad, palabras indecentes y las mentiras (Col 3,5-10).

La convivencia nos asemeja a las personas con las que convivimos. ¿Quieres parecerte con Jesucristo? El Beato Bartolo Longo dice: “Tal como dos amigos, que se encuentran constantemente, acostumbran a parecerse hasta en los hábitos, así también nosotros, conversando familiarmente con Jesús y con la Virgen, al meditar los misterios del Rosario, viviendo unidos en una misma vida por la comunión, podemos ser, en cuanto sea posible por nuestra pequeñez, semejante a ellos”.

Si amas, piensas y sueñas con Jesús, serás más feliz. Es necesario “cristificar” la vida. Un día una hermana me dijo: “Convertida ya eres, pero necesitas perfeccionarte en las pequeñas cosas”. Tú ya hiciste una experiencia con Jesús, pero es necesario cuidar de lo pequeño, de los pecados del día a día.

Dios nos da herramientas para combatir nuestras tendencias.
El don del temor de Dios nos indica cuando no estamos yendo por el camino adecuado.
La fortaleza nos mantiene firmes.
Necesitamos ser atletas de Cristo, esforzarnos por el ascenso, buscar lo espiritual.
Asemejémonos a Jesús, para ganar la vida eterna y para ser más felices.

Rogéria Moreira
Misionera de la Comunidad Canción Nueva
Prédica durante el Retiro de Carnaval 2017
adaptación del original publicado por el portal Canción Nueva en español.

Intimidad con la Palabra


No se puede ser católico sin tener intimidad con la Palabra de Dios

Siempre es una alegría muy grande poder compartir con quien viene a Canción Nueva, con mis hermanos y mi familia, mi experiencia con Dios.
Cuando recibí los temas de estas prédicas me sentí con mucha responsabilidad, y al acompañar las predicas anteriores me di cuenta que Dios nos está conduciendo por un camino.
Quiero iniciar esta prédica con la  reflexión sobre la Exhortación Apostólica Post sinodal del Papa Emérito Benedicto XVI, Verbum Domini, que habla sobre la realidad de la Palabra de Dios. Es muy importante que estudiemos lo que la Iglesia nos enseña, lo que nos da como dirección.
Dice el documento:
“El hombre es creado por la Palabra y vive en ella, no se puede comprender a sí mismo, si no se abre a este diálogo. La Palabra de Dios revela la naturaleza filial y relacional de nuestra vida. Por gracia, somos verdaderamente llamados a configurarnos con Cristo, el Hijo del Padre, y a ser transformados en El” (§ 22)
En el número 23, del mismo documento leemos:
“En este diálogo con Dios, nos comprendemos a nosotros mismos y encontramos respuestas a las preguntas más profundas que habitan en nuestro corazón. De hecho, la Palabra de Dios no se contrapone al hombre ni mortifica sus anhelos verdaderos, al contrário, los ilumina, purifica y realiza.”
La Palabra de Dios guia al cristiano

¿Cómo debemos colocarnos frente al Dios que nos habla?
¿cómo debemos oír esa Palabra?
Mis hermanos, cuando hacemos un viaje, seguimos un itinerario. A  veces no conocemos el camino entonces, tomamos un mapa, usamos aplicaciones, el GPS.
La Palabra de Dios debe ser para nosotros una guía, pues nos da una dirección.
No se comprende un católico que no tenga intimidad con la Palabra de Dios.
Hoy corremos un gran riesgo, pues hay un modismo enorme, en cada momento se lanza una nueva tendencia sobre nosotros, sobre la sociedad.

La Palabra de Dios, como dice la exhortación, es el único lugar donde el hombre se puede comprender a sí mismo, porque en ella comprendemos que somos hijos de Dios.

Marelena Ribeiro
Consagrada de la Comunidad Canción Nueva
Homilia durante el Campamento de Carnaval 2017
Publicado originalmente por Canción Nueva, portal en español

Experimentando la libertad de hijo

Solo podemos decir que somos libres cuando tomamos conciencia de nuestra esclavitud.




El llamado que Dios nos hace es a la santidad, y nos corresponde a nosotros comprender qué implica ese llamado. En la Palabra de Dios, en Gálatas 5,1, leemos: “Es para la libertad que Cristo nos libertó. Permanezcan firmes y no se dejen amarrar de nuevo al yugo de la esclavitud”.

¿Qué es el yugo? Aquello que, antiguamente, los prisioneros usaban en el cuello. Una madera que ataba a la persona; y presa, no podía hacer nada.

¡Qué horrible es vivir con un yugo, andar con ese peso! Es como esos días que vas al supermercado y compras unas bolsas llenas de naranjas, no tienes auto y habiendo gastado todo, ya sin dinero para pagar un taxi,debes regresar subiendo una ladera, llevando a tu casa todo ese peso. ¡Qué feo!

Eso es lo que el pecado hace con nosotros, coloca un yugo, un peso sobre nosotros. El pecado nos roba la identidad de hijos de Dios. Solo podemos decir que somos libres cuando tomamos conciencia de nuestra esclavitud.

Padre Adriano Zandoná
Sacerdote de la Comunidad Canción Nueva
Prédica durante el Retiro de Carnaval 2017
publicado por Portal Canción Nueva en español

Asume quien eres

Necesitamos comprender quien somos
Dios otorgó al hombre varios dones preternaturales. Antes del pecado el hombre tenia el dominio de sus pasiones, poseía el don de la ciencia, de la inmortalidad, integridad y también del libre arbitrio. Pero, el hombre pecó y perdió esos dones. En el bautismo, el pecado original es borrado, pero queda la concupiscencia, y así en nosotros permanece la lucha.

Existen, -tenemos-, tres enemigos: el diablo, el mundo y nosotros mismos.





El diablo ya fue derrotado por Jesús en la cruz, él sólo nos tienta porque sabe que le resta poco tiempo. Al  mundo podemos y logramos vencerlo renunciando a las vanidades y a lo que nos ofrece. Pero el enemigo más difícil de vencer somos nosotros mismos. No podemos perder de vista lo que somos. Nuestra condición humana es pecadora.

Nuestra carne tiene horror del sufrimiento, por eso procuramos los placeres, esto es nuestra concupiscencia. Vivimos en una generación hedonista, una cultura del placer a cualquier precio y de todas formas. Cuando se habla de penitencia y de renuncias nuestra generación encuentra dificultades pues estamos bombardeados y somos conducidos a la búsqueda insaciable del placer.

Toda acción de Dios en nosotros tiene una causa final: el cielo!
Sin embargo existe en nosotros la predisposición al pecado, esa lucha contra el pecado. Cuando tengo conciencia de mi debilidad, entonces es ahí que soy fuerte, porque dejo que Dios obre.

Cuatro remedios contra nuestra concupiscencia:
  1. Mortificarse en cosas lícitas: no llegar al limite de las satisfacciones permitidas.
  2. Amar el sufrimiento y la cruz: no buscar el sufrimiento, pero cuando llegue y toque a tu puerta, no lo rechaces porque él te purificará.
  3. Combate la ociosidad: la ociosidad es la madre de todos los vicios. Como dice el dicho: “cabeza vacía es el taller del diablo”.
  4. Huye de las ocasiones del pecado: ten el coraje de correrte de todo lo que te esclaviza, pues Dios te hizo para la libertad. 
Tu dignidad más grande es la de ser hijo de Dios, de ser cristiano. También necesitas de estos remedios espirituales
  • Considerar el castigo del pecado: reflexionar sobre la dimensión de la pena del pecado.
  • Recordar la pasión de Cristo: meditar cuánto sufrió por ti.
  • Oración humilde y constante: rezar todos los días.
  • Recurrir a los sacramentos: confesarse regularmente, pues la confesión da fuerzas contra los futuros pecados, también comulgar frecuentemente.
  • Hazte devoto de Nuestra Señora: reza el Rosario y la Liturgia de las Horas 
Padre Roger Luis
Sacerdote de la Comunidad Canción Nueva
Prédica durante el Retiro de Carnaval 2017

No te acostumbres

Con Jesús por la mañana.
«Nos acostumbramos a levantarnos cada día como si no pudiera ser de otra manera, nos acostumbramos a la violencia como algo infaltable en las noticias, nos acostumbramos al paisaje habitual de pobreza y de la miseria caminando por las calles de nuestra ciudad» (Card. J.Bergoglio). Sacude el lastre de la indiferencia y agudiza hoy tu mirada para ver a quien está a tu lado y tenderle una mano amiga. No dejes que se petrifique tu corazón ante las necesidades de los demás. Ofrece este gesto y tu día por la intención del Papa para este mes.
Con Jesús por la tarde.
«Cuando Jesús se puso en camino, un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: "Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna» (Mc 10, 17). ¿Qué cosas o actitudes te impiden darte a Jesús y a los demás? Anímate hoy a ser feliz, desprendiéndote de ti mismo y del egoísmo, mientras renuevas el propósito del día. Repite en tu interior: “Ayúdame a seguirte, Señor”
Con Jesús por la noche.
Ser más consciente. ¿Crees que vas creciendo interiormente? ¿Sientes que aumenta tu esperanza, tu amor y caridad? ¿Qué te llena la vida de plenitud? Entrega esta noche a tu Padre del cielo tus preocupaciones.

Meditación: Marcos 10, 17-27


Cuando un joven rico le preguntó al Señor cuál era la clave de la felicidad eterna, la verdad que tuvo que reconocer fue que, aun cuando parecía tenerlo todo, le faltaba un corazón generoso.

Lamentablemente, el joven no quiso desprenderse de nada. Al parecer, jamás había aprendido el secreto de que dar es mejor que recibir, porque nunca había aprendido que cuando se es generoso, la persona se hace más agradecida de las bendiciones que Dios le ha dado. Toda ocasión en la que uno da con magnanimidad es una demostración de que se ha enriquecido en aquello que realmente importa: compasión, humildad y bondad.

La generosidad también nos demuestra que todos hemos sido creados con igual dignidad y valor, sin importar la condición social, racial ni económica. Finalmente, cuando hacemos algún sacrificio para ayudar a los pequeños del Señor, nuestras acciones llegan al corazón de Dios.

Esto es lo que le sucedió a San Martín de Tours, joven soldado francés que pensaba hacerse cristiano. Un frío día de invierno encontró en la calle a un pordiosero que pedía limosna. Martín se detuvo, rasgó en dos la capa que llevaba y le dio la mitad al mendigo. Esa noche, en sueños, vio a Jesús en el cielo que llevaba la mitad de la túnica que le había dado al mendigo. “Señor —le preguntó un ángel— por qué usas una capa tan raída?” Jesús le contestó: “Mi siervo Martín me la dio.” Dándose cuenta de que al darle su capa al mendigo en realidad había vestido a Cristo, Martín se sintió tocado en el corazón e inmediatamente decidió hacerse cristiano y bautizarse.

¿Cómo se crece en generosidad? Primero, dándole gracias a Dios por su inmensa generosidad; segundo, orando por los necesitados; tercero, buscando ocasiones para ayudar a quien esté atribulado, o por ejemplo, ayudando a un niño o joven con sus tareas, visitando a un enfermo hospitalizado o a un preso, ayudando en un comedor para indigentes o recolectando comestibles y artículos de primera necesidad para los pobres.

Dile al Señor que te llene el corazón de su generosidad y su compasión por el prójimo y así descubrirás tesoros que no se pueden comprar con dinero.
“Jesús, Señor mío, ¿quién puede ser más magnánimo que tú? Concédeme, te ruego, un corazón generoso y compasivo, que sepa tender la mano al necesitado y compartir los bienes que tú me has dado.”
Eclesiástico 17, 20-28
Salmo 32(31), 1-2. 5-7

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

SIGUEME

León XIII (1810-1903), papa 1878-1903 
Carta encíclica “Rerum novarum”, 18-19 (trad. © Libreria Editrice Vaticana)
“Sígueme”

      Los que carezcan de bienes de fortuna, aprendan de la Iglesia que la pobreza no es considerada como una deshonra ante el juicio de Dios y que no han de avergonzarse por el hecho de ganarse el sustento con su trabajo. Y esto lo confirmó realmente y de hecho Cristo, Señor nuestro, que por la salvación de los hombres se hizo pobre siendo rico(2Co 8,9); y, siendo Hijo de Dios y Dios él mismo, quiso, con todo, aparecer y ser tenido por hijo de un artesano, ni rehusó pasar la mayor parte de su vida en el trabajo manual. «¿No es acaso éste el artesano, el hijo de María?» (Mc 6,3).

      Contemplando lo divino de este ejemplo, se comprende más fácilmente que la verdadera dignidad y excelencia del hombre radica en lo moral, es decir, en la virtud; que la virtud es patrimonio común de todos los mortales, asequible por igual a altos y bajos, a ricos y pobres; y que el premio de la felicidad eterna no puede ser consecuencia de otra cosa que de las virtudes y de los méritos, sean éstos de quienes fueren. Más aún, la misma voluntad de Dios parece más inclinada del lado de los afligidos, pues Jesucristo llama felices a los pobres (cf. Lc 6,20), invita amantísimamente a que se acerquen a Él, fuente de consolación, todos los que sufren y lloran (cf. Mt 11,28), y abraza con particular claridad a los más bajos y vejados por la injuria. Conociendo estas cosas, se baja fácilmente el ánimo hinchado de los ricos y se levanta el deprimido de los afligidos; unos se pliegan a la benevolencia, otros a la modestia.
Evangelio según San Marcos 10,17-27. 
Cuando Jesús se puso en camino, un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: "Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?". Jesús le dijo: "¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre". El hombre le respondió: "Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud". Jesús lo miró con amor y le dijo: "Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme". El, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes. Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: "¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!". Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: "Hijos míos, ¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios!. Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios". Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros: "Entonces, ¿quién podrá salvarse?". Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: "Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él todo es posible". 


RESONAR DE LA PALABRA 
Juan Lozano, cmf

Querido amigo/a:

Poco nos falta para comenzar el tiempo de Cuaresma, apenas dos días. De nuevo, este tiempo litúrgico nos ofrece un espacio, un kairós, un tiempo de gracia para renovarnos íntegramente, eso es lo que pretende la conversión: una renovación. Una renovación que afecta a todas las dimensiones de nuestro ser y que realizamos volviendo la mirada a nuestro Dios, ordenando nuestros afectos desordenados y reencontrando la bondad. Se trata de un entrenamiento de alta intensidad en oración y obras de amor que nos ayuda a salir de nuestros egoísmos. Un tiempo de crecimiento.

Las lecturas de este lunes sintetizan muy bien el camino cuaresmal que vamos a comenzar. Por un lado, el libro del Eclesiástico en el capítulo diecisiete, nos recuerda que Dios no desoye ni abandona a ninguno de sus hijos e hijas que se arrepienten; el motivo: Él es misericordioso y su perdón es grande para quienes vuelven a Él. El arrepentimiento implica varias cosas: reconocer el pecado y la injusticia -a veces es lo que más nos cuesta-, abandonarlos, detestar la idolatría y suplicar al Señor desde el corazón. El verdadero arrepentimiento tiene que nacer del corazón, en ocasiones siento que me arrepiento porque lo quiere la razón e intenta convencer al corazón…y ese no es de verdad, se queda a medias. “Retorna al Señor”, “apártate de la injusticia, “reza ante su rostro”, podemos leer en este pasaje del libro.

Por otro, el pasaje del joven rico nos recuerda que el camino de la fe no se limita al cumplimiento de las normas y a obedecer los mandamientos y los preceptos establecidos, sino que va más allá. Jesucristo, a quien seguimos, nos llama a darlo todo, especialmente a liberarnos de las esclavitudes que nos impiden ser en plenitud. En el caso del joven, su atadura era el dinero. En el nuestro… cada uno sabemos que esclavitudes tiene nuestro corazón secuestrado, lejos de Dios. La fe es un camino de liberación y todos tenemos que purgar y soltar los lastres que encadenan nuestra vida. Por aquí va la Cuaresma, el camino de conversión.

Jesús invita, no reprende, por eso miró al joven con cariño, no con odio. Mirando al Señor recordamos que la exigencia no se riñe con la ternura, que el camino de crecimiento espiritual no es una ascesis de amargura, sino un despojarse por amor. Preparémonos para recorrer este camino con amor e intensidad y vayamos pensando en la oración de hoy qué es lo que cada uno de nosotros tenemos que “vender”, soltar, para ser más libres en el Señor.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA