Jesús había comenzado a enseñarles a sus discípulos lo que significaba ser seguidores suyos. Tras advertirles que pronto tendría que morir, pero que luego resucitaría (Marcos 8, 31), Jesús llamó a Pedro, Santiago y Juan y les ofreció una visión de la gloria venidera.
El anuncio de su Pasión, Muerte y Resurrección había dejado perplejos y preocupados a los discípulos, totalmente desorientados y desanimados; por eso, les hizo presenciar su Transfiguración, porque la visión de la divinidad les daba una fugaz muestra del Reino celestial.
Jesús había dicho que sus seguidores debían seguir sus pasos, tomar su cruz e imitar a su Maestro (Marcos 8, 34-39); sin embargo, para que no se sintieran agobiados por la perspectiva de grandes sufrimientos, persecución y muerte, les mostró algo de la vida gloriosa que ya les pertenecía a todos sus fieles seguidores. De esta manera, tranquilizaba a los discípulos y los alentaba a no desfallecer.
San Anastasio el Sinaíta urgía a los cristianos de su época con estas palabras: “Sean como Pedro, arrobado en la visión, ajeno a este mundo y a los atractivos terrenales. Dejen atrás la carne y acérquense al Creador, a quien Pedro dijo en éxtasis: ‘Señor, qué bueno que estemos aquí’” (Sermón sobre la Transfiguración del Señor).
Es bueno que nosotros estemos aquí también, a solas con el Señor, apartados de los atractivos y afanes del mundo. Somos discípulos de Jesús, que continúan aprendiendo lo que significa ser seguidores suyos. Necesitamos recibir diariamente la enseñanza de Cristo y “escuchar la voz de Dios que nos llama desde la cima de la montaña… debemos ir de prisa [hasta allí] como Jesús” (San Anastasio, Sermón), porque necesitamos su instrucción, su consuelo y su fortaleza, para que así experimentemos ahora mismo una parte de la plenitud que conoceremos cuando el Señor regrese en toda su gloria.
Cada día nos llama el Padre para que nos dejemos renovar por su Hijo: en la Eucaristía, en la oración personal, en la lectura bíblica o en el silencio de su presencia. En medio de las muchas ocupaciones, los trabajos, la confusión y los afanes de nuestros días, ciertamente es bueno permanecer unidos a Jesús.
“Jesús, amado Salvador, no hay felicidad más grande que estar en comunión contigo y vivir en tu luz. Ayúdanos a cumplir fielmente tus mandamientos y vivir según el amor y la verdad, y jamás apartarnos de ti.”Hebreos 11, 1-7
Salmo 145(144), 2-5. 10-11
fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros
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