Dios otorgó al hombre varios dones preternaturales. Antes del pecado el hombre tenia el dominio de sus pasiones, poseía el don de la ciencia, de la inmortalidad, integridad y también del libre arbitrio. Pero, el hombre pecó y perdió esos dones. En el bautismo, el pecado original es borrado, pero queda la concupiscencia, y así en nosotros permanece la lucha.
Existen, -tenemos-, tres enemigos: el diablo, el mundo y nosotros mismos.
El diablo ya fue derrotado por Jesús en la cruz, él sólo nos tienta porque sabe que le resta poco tiempo. Al mundo podemos y logramos vencerlo renunciando a las vanidades y a lo que nos ofrece. Pero el enemigo más difícil de vencer somos nosotros mismos. No podemos perder de vista lo que somos. Nuestra condición humana es pecadora.
Nuestra carne tiene horror del sufrimiento, por eso procuramos los placeres, esto es nuestra concupiscencia. Vivimos en una generación hedonista, una cultura del placer a cualquier precio y de todas formas. Cuando se habla de penitencia y de renuncias nuestra generación encuentra dificultades pues estamos bombardeados y somos conducidos a la búsqueda insaciable del placer.
Toda acción de Dios en nosotros tiene una causa final: el cielo!
Sin embargo existe en nosotros la predisposición al pecado, esa lucha contra el pecado. Cuando tengo conciencia de mi debilidad, entonces es ahí que soy fuerte, porque dejo que Dios obre.
Cuatro remedios contra nuestra concupiscencia:
- Mortificarse en cosas lícitas: no llegar al limite de las satisfacciones permitidas.
- Amar el sufrimiento y la cruz: no buscar el sufrimiento, pero cuando llegue y toque a tu puerta, no lo rechaces porque él te purificará.
- Combate la ociosidad: la ociosidad es la madre de todos los vicios. Como dice el dicho: “cabeza vacía es el taller del diablo”.
- Huye de las ocasiones del pecado: ten el coraje de correrte de todo lo que te esclaviza, pues Dios te hizo para la libertad.
- Considerar el castigo del pecado: reflexionar sobre la dimensión de la pena del pecado.
- Recordar la pasión de Cristo: meditar cuánto sufrió por ti.
- Oración humilde y constante: rezar todos los días.
- Recurrir a los sacramentos: confesarse regularmente, pues la confesión da fuerzas contra los futuros pecados, también comulgar frecuentemente.
- Hazte devoto de Nuestra Señora: reza el Rosario y la Liturgia de las Horas
Sacerdote de la Comunidad Canción Nueva
Prédica durante el Retiro de Carnaval 2017
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