Venciendo aflicciones - Parte II
“Aparta la tristeza lejos
de ti, pues la tristeza mató a muchos y no hay en ella utilidad alguna” Eclesiastico
30, 24-25. Cuando una persona deja de sentirse amada, ella comienza a ser
infeliz. La infelicidad es una venda que, colocada sobre los ojos, nos impide
percibir hasta el bien más evidente.
Sé de la historia de un
hombre que hizo esta experiencia. El caminaba a la orilla del mar, era de noche
y la luna estaba llena. Sólo conseguía concentrarse en sus insatisfacciones y
pensaba “Ah! Si tuviese un auto nuevo, entonces sí que yo
sería feliz! Si tuviese una casa mejor, sería feliz; si tuviese un empleo excelente
con un buen salario, sería feliz; si encontrase a la mujer ideal, sería
verdaderamente feliz… Y, distraído, con sus
pensamientos, acabó tropezando con una caja llena de piedras.
Fue sacando y tirando una a
una las piedritas en el mar cada vez que decía: “Yo sería feliz
si tuviese…” Cuando al fin solo quedó una piedra en la
caja, percibió que se trataba de un diamante preciosísimo. El simplemente tiró
al mar innumerables diamantes sin siquiera detenerse para pensar.
Esto es lo que hacen las
personas que desperdician los días de su vida buscando solo ilusiones.
Infelices por no poseer aquello que juzgan perfecto y que piensan que es la
causa de su realización, deseando lo que no tienen y no valorizando lo que Dios
les dio. Si levantasen los ojos hacia el cielo… si al menos mirasen a su vuelta
y observasen, percibirían que están rodeados de tesoros y cuán cerca están de
la felicidad.
De los problemas y las
cosas desagradables, que constantemente suceden en nuestra vida, Dios se sirve para
desprendernos de este mundo colocándonos en el camino que lleva al Cielo y que
sacia todos nuestros deseos.
Cada día vivido es un
tesoro incalculable, valioso e insustituible. Solo tú puedes aprovecharlo o
lanzarlo al mar.
La infelicidad ciega,
ensucia y envejece a la persona; ella va apagando de a poco la llama de la vida
y amargando la vida de los que le dan hospedaje. Pero Dios puede expulsarla.
¿Quieres que eso haga?
Será un cambio radical en
tu vida!
Solo el agua del Espíritu
Santo puede sacar las manchas de la tristeza y Dios va a derramarlo sobre ti.
Sólo confía y entrégale tu
corazón al Señor; déjalo que lo llene con Su Amor. No tengas miedo de lo que va
a suceder. Será un gran abrazo del Padre que recibe al hijo que vuelve a casa,
lleno de añoranza, después de mucho tiempo.
Marcio Mendes
Del libro “Venciendo Aflicciones. Alcanzando milagros”. Ed. Canção
Nova
Adaptación del original en portugués.
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