Le trajeron entonces a unos niños para que los tocara, pero los discípulos los reprendieron. Al ver esto, Jesús se enojó y les dijo: "Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos. Les aseguro que el que no recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en él". Después los abrazó y los bendijo, imponiéndoles las manos.
Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo (San Jerónimo).
Queridos amigos y amigas:
El mejor modo de comprender las lecturas de hoy es mirando a la Virgen María. Ella es prototipo nítido de lo que en esta Palabra se nos pide. Te invito a que la acojas poniendo la mirada en María. Ella nos dio y nos da la Palabra. La llevó tejida en su corazón y en sus entrañas, la dio a luz para nosotros y, en esa generosa donación, se entregó a sí misma, asumiendo la maternidad que su propio Hijo, en la cruz, le confiaba.
Es hermoso rumiar la Palabra desde el Corazón de María. Es algo muy especial. La Palabra se hace alimento, luz, ternura, exigencia, fuego que hace fuego. Porque, como decía Claret, en el Corazón de María lo que encontramos es el fuego del Espíritu Santo, por ello no hay más que acercarse a su Corazón Inmaculado y Santo para prendernos en ese fuego de amor y arder como chispas en un cañaveral.
Nuestros días están contados. Tenemos un tiempo fijo para amar, nos recuerda la sabiduría del libro del Eclesiástico. El desafío que nos propone Jesús es vivir el regalo del tiempo como lo vive un niño: disfrutando el momento presente, confiados y abandonados en la certeza de un amor que no defrauda, de una alianza eterna que Dios ha tatuado en sus palmas; sin miedo al futuro, dejando que se desborde en cada instante la misericordia de un Dios que pone, cada día, su mirada en nuestros corazones para mostrarnos la grandeza de sus obras. Los días del hombre duran lo que la hierba pero la misericordia del Señor dura desde siempre y por siempre. Revestidos de la fuerza de nuestro Creador que nos hizo a su propia imagen, reconocemos nuestra más íntima identidad: somos, en el Hijo, hijos amados del Padre, ya en el tiempo y por toda la eternidad. Y es que nuestro destino, como el de María y como los niños del Evangelio, es ser tomados en los brazos de Cristo y recibir su bendición.
Y termino la semana confiándote una perla preciosa del corazón de Claret. Consciente de la dificultad y la osadía que entrañaba vivir una plena consagración a Dios en medio del mundo, fuera de la protección del claustro religioso convencional, nos dice a las Hijas del Inmaculado Corazón de María: “… ni tendréis qué temer, ni tendréis por qué espantaros, estaréis dentro del sagrado Corazón de María y esto os bastará” (Libro Fundacional, nº 9. San Antonio María Claret).
No quiero despedirme sin dar las gracias por esta preciosa oportunidad de compartir la PALABRA. Aunque no conozco ni tu nombre ni tu rostro, me siento en comunión contigo. Rezo por ti.
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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