Jesús fue a la región de Judea y al otro lado del Jordán. Se reunió nuevamente la multitud alrededor de él y, como de costumbre, les estuvo enseñando una vez más. Se acercaron algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le plantearon esta cuestión: "¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer?". El les respondió: "¿Qué es lo que Moisés les ha ordenado?". Ellos dijeron: "Moisés permitió redactar una declaración de divorcio y separarse de ella". Entonces Jesús les respondió: "Si Moisés les dio esta prescripción fue debido a la dureza del corazón de ustedes. Pero desde el principio de la creación, Dios los hizo varón y mujer. Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre, y los dos no serán sino una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido". Cuando regresaron a la casa, los discípulos le volvieron a preguntar sobre esto. El les dijo: "El que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra aquella; y si una mujer se divorcia de su marido y se casa con otro, también comete adulterio".
RESONAR DE LA PALABRA
Carolina Sánchez
Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo (San Jerónimo).
Queridos amigos y amigas:
Hoy el Evangelio nos habla de fracasos en el amor (el tema del divorcio que tanto inquietaba a los que acompañaban a Jesús) y, en contraposición, la primera lectura nos hace una bellísima descripción de la verdadera amistad.
La Palabra nos presenta situaciones cotidianas, situaciones humanas ante las que Jesús no puede permanecer ajeno o impasible. En el camino de la vida, tal y como venimos contemplándolo en el Evangelio de Marcos, Jesús nos enseña siempre. Jesús recorre los vericuetos de nuestra existencia junto a nosotros, comparte lo que vivimos y no se escandaliza de nosotros. No lo encontramos “apuntalado” en los lugares oficialmente “religiosos” de su tiempo. El Jesús de Marcos está en continua salida misionera, hacia las periferias de su mundo, para encontrarse con la gente corriente, con la gente de la calle y, por el camino, según su costumbre, nos enseña.
Por vocación, las Hijas del Corazón de María vivimos la consagración en medio del mundo, rodeadas siempre de gente que en su mayoría no comparten nuestra fe, muchos ni siquiera saben el secreto que alienta el afán que nos mueve a estar a su lado, compartiendo angustias y sueños, gozos y tristezas, luchas y derrotas… Y mientras caminamos necesitamos susurrar en lo profundo del corazón: Guíame, Señor, por la senda de tus mandatos…porque ella es mi gozo.
Hoy deseo compartir este jugoso testimonio de Madeleine Delbrel tan en conexión con la Palabra y con el comentario.
“Hay personas a las que Dios toma y las coloca a parte. Hay otras a las que deja en la brecha, a las que no retira del mundo. Son gentes que hacen un trabajo ordinario, tienen un hogar corriente… Gentes con enfermedades y penas comunes. Su casa y sus vestidos son como los de todos, son las personas de la vida cotidiana. Aquellos a quienes uno se encuentra en cualquier calle. Aman la puerta que se abre a la calle. Nosotros, gente de la calle, creemos con todas nuestras fuerzas que esta calle, este mundo en el que Dios nos ha puesto, es para nosotros el lugar de nuestra santidad. El Señor nos ha llamado para derramar en nosotros, por así decirlo, su corazón con todo lo que desea para el mundo entero de hoy y de mañana. Pero, esto amando tiernamente lo que sucede por las calles junto a nosotros. Por este motivo, un viejo café, una plaza, la cola para comprar el pan, un trayecto en metro… son todos lugares o situaciones oportunas, porque el mundo no siempre es un obstáculo para orar por el mundo. Si algunos deben abandonarlo para encontrarlo y alzarlo al cielo, otros deben sumirse en él para alzarse, pero con él, al mismo cielo” (La alegría de creer. Sal Terrae).
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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