Muchos que ahora son los primeros serán los últimos. (Marcos 10, 31)
Cuando Jesús despidió al joven rico decepcionado, seguramente sus seguidores no supieron qué más tenían que hacer ellos para entrar en el Reino de Dios. Después de todo, al parecer este joven había hecho todo lo que debía hacer, pero Jesús quería más, e incluso le propuso que renunciara a sus riquezas y lo siguiera. Al escuchar esto, posiblemente pensaron que por mucho que se esforzaran ellos ¡jamás sería suficiente!
El Señor los calmó diciéndoles que los sacrificios que ya habían hecho no eran en vano ni quedarían sin recompensa, porque él conocía bien todo lo que ellos habían dejado atrás y sabía cuántos más sacrificios y vicisitudes tendrían que pasar. Pero, fuera lo que fuera que se les pidiera, Jesús quería asegurarles con absoluta claridad que jamás los abandonaría.
Cristo conoce perfectamente bien los sacrificios que hacemos nosotros. Cada vez que uno decide obedecer sus mandamientos, le está pidiendo a él que viva más intensamente en su interior y que actúe por su medio. Cada vez que nos ayudamos mutuamente y somos solidarios unos con otros, estas acciones son bendiciones para Cristo y también para sus fieles.
Por ejemplo, todas las luchas y conflictos que tenemos con nuestra naturaleza caída, incluso cuando salimos perdiendo, podemos entregárselas al Señor para su gloria eterna y él siempre permanecerá con nosotros, forjando su propia imagen en nuestro ser, para que así entremos de lleno en su Reino.
Entreguémosle, pues, toda nuestra vida al Señor, sin reservarnos nada, porque él ve todo lo que hacemos; y acepta con agrado nuestra decisión de renunciar a la vida antigua, para seguir sus pasos.
En efecto, el Señor ve cada vez que tú rechazas la tentación y cada vez que te sales del camino para ir a ayudar a algún necesitado; él escucha cada oración que tú pronuncias y ve cada vez que luchas contra las inclinaciones de la carne. Nada le pasa desapercibido ni deja pasar nada sin bendecirlo.
Hermano, acude sin demora a nuestro generoso Dios y pon en sus manos todo tu ser y toda tu vida.
“Jesús, Señor y Salvador mío, te doy gracias porque tu amor perfecto echa fuera todo temor y tú sigues siendo fiel incluso cuando yo no lo soy. Ayúdame, Señor, a entregarte todas las situaciones de mi vida para que tú habites más plenamente en mí.”Eclesiástico 35, 1-12
Salmo 50(49), 5-8. 14. 23
fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros
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