miércoles, 30 de noviembre de 2016

Con anhelo de esposa y de madre:¡Adviento!

José Cristo Rey García Paredes, cmf

Llega un nuevo Adviento. La Iglesia -¡miles de comunidades esparcidas por todo el mundo!- nuestra iglesia globalizada y localizada, se siente esposa, se siente madre. Aparecen en ella las señales de una impaciente espera. Aguarda. Vela. Se muestra inquieta.
Meditemos sobre el himno que tantas veces repetiremos en este Adviento 2016: “Jesucristo, Palabra del Padre”. Cuando lo entonemos emergerán de nosotros sentimientos nuevos, apasionados.
Jesucristo, Palabra del Padre, luz eterna de todo creyente, ven y escucha la súplica ardiente, ven, Señor, porque ya se hace tarde.
Cuando el mundo dormía en tinieblas, en tu amor tú quisiste ayudarlo y trajiste, viniendo a la tierra,  esa vida que puede salvarlo.Ya madura la historia en promesas, sólo anhela tu pronto regreso; si el silencio madura la  espera, el amor no soporta el silencio.Con María la Iglesia te aguarda con anhelos de esposa y de madre, y reúne a sus hijos en vela, para juntos poder esperarte.Cuando vengas, Señor, en tu gloria que podamos salir a tu encuentro y a tu lado vivamos por siempre, dando gracias al Padre en el Reino. Amén
Silencio y Tinieblas
Es la espera apasionada de la esposa que siente la ausencia de su Esposo, que cuenta los minutos y segundos anhelando su pronto regreso. ¿Qué es la Esposa enamorada sin su Esposo? ¿Qué sentido tiene su soledad, si no está llamada a vivir sola?
¡Qué paradoja! El Esposo, que es la Palabra, guarda silencio. El Esposo, que es la Luz, no aparece y deja dormir el mundo en tinieblas. ¡Silencio! ¡Oscuridad! La Esposa está en vela. Tiene la certeza de que llegará, pero no sabe cuándo. Y por eso, vigila por todo lugar, a toda hora… perdida en las tinieblas y en el silencio.
Adviento no es un ejercicio imaginativo y poético, sin realidad. Basta introducirse en el misterio de la oración para percibir el silencio y la oscuridad; pero hay que introducirse sintiendo lo que pasa en nuestro mundo, lo que pasa en nuestras comunidades y en cada uno de nosotros.
Muchas veces tenemos la impresión de estar solos, ¡muy solos!, ante el peligro. En este último tiempo, ¿no parece estar nuestro mundo como dejado de la mano de Dios? ¡Atentados terroristas, muertes indiscriminadas, inseguridad! Las fiestas se convierten en tragedias. En nuestras naciones, en nuestras iglesias y comunidades sentimos la división, la falta de comunión auténtica… ¿Dónde estará nuestro Señor?
Si todo es Gracia, ¿de dónde nos viene tanta desgracia? Y nosotros mismos, somos también un gran problema: ¿quién nos librará de este cuerpo que nos lleva a la muerte? ¿Quién cambiará el panorama interior de nuestras envidias, nuestra ira, nuestra avaricia, nuestra pereza, nuestra lujuria?
Sí, hay razones, muchas razones para esperar al Esposo.
Madurar en la Espera
Y se pregunta: ¿porqué? ¿porqué esta tensión? La Esposa tiene ya experiencia de estos largos, larguísimos tiempos de oscuridad y silencio. Ella misma se responde;
  • Así madura la historia en promesas
  • El silencio madura la espera
Adviento es tiempo de maduración. Así como rehusamos la fruta todavía verde, pero tenemos la certeza de que pasado un tiempo llegará a sazón y estará “en su punto”, así ocurre con la venida del Esposo. Llegará en el momento adecuado, en ese instante en que será posible el más bello encuentro de Amor.
Esperar en fidelidad, en constancia, sin echarse para atrás, sin entretenerse en otras relaciones, sin quebrar en ningún momento la Alianza, es la respuesta adecuada de la Esposa. ¡Esposa fiel en la espera! Así todo en ella madura, todo en ella se convierte en “puesta apunto” para el encuentro fecundo con el Esposo.
La ausencia del Esposo es pedagogía divina. Durante la ausencia nadie tiene que ocupar el puesto del Esposo, tampoco unos servidores deben imponerse a otros, tampoco hay que dormirse como las jóvenes vírgenes, ni abandonar las propias responsabilidades, como el siervo perezoso de la parábola. El que está ausente, ya está viniendo…
¡También… anhelos de Madre!
La Esposa es también Madre. Unida a su Esposo es fecunda. Tiene hijos e hijas de todas las naciones. Ella espera, los hijos esperan. La Madre los reúne para madurar en la espera. Ser Iglesia es ser comunidad que aguarda, que tiene la certeza de la Palabra y de la Luz: Palabra de la Vida, Luz de la Vida.
Nos preguntamos a veces si la Madre Iglesia no pierde fecundidad, si ya su seno no se va paralizando y no logra la fertilidad de otros tiempos. La unión con su Esposo es siempre el principio regulador de su fecundidad. Una Iglesia enamorada, que anhela unirse de verdad a su Señor, que se entrega a Él y acoge su entrega, será madre feliz de nuevos hijos e hijas. No debe olvidar que el Esposo es Palabra de Vida, Luz de la Vida. Y que la Esposa se convierte así en Madre de la Vida.
En tiempos de infecundidad, cuando los esfuerzos misioneros, pastorales, catequéticos, parecen inútiles, el clamor de la Esposa se hace insistente, súplica ardiente. Ella está segura de ser escuchada, porque tanto la amó el Esposo, que por ella dio la vida, a ella le entregó su Espíritu.
Adviento es tiempo místico, que solo desde el Amor se experimenta.

El icono de la Natividad del Señor

Mariano Sedano, cmf - 
El icono de la Natividad del Señor, del siglo XVI y de procedencia griega, recoge muchas imágenes y símbolos de este misterio tal y como aparece en la iconografía cristiana antigua. En la liturgia oriental encontramos una representación seria y un esquema figurativo cargado de dogmas.

Descripción.
Tres montañas, el cielo estrellado y una cueva en el centro del icono donde está el Niño envuelto en pañales y acompañado de dos animales. Vemos el símbolo de la Trinidad en las tres montañas, la del centro, por posición y volumen mayor, a Cristo, el Verbo de Dios encarnado.
Sobre ella dos grupos de ángeles. El grupo de la izquierda alaba a Dios en el cielo, mientras el de la derecha, dirige su mirada a la cueva, contemplando en silencio al Verbo hecho carne. Un ángel -nuestra derecha- anuncia a los pastores la buena noticia, mientras otro -arriba a la izquierda- parece acompañar a los Magos, que señalan la estrella que los guía. María es el personaje central. Está tumbada en un gran colchón. Viste de púrpura, como Madre del Rey de cielos y tierra, y porta en su manto las tres estrellas, que proclaman su virginidad perpetua.
La expresión figurativa de María, triste y pensativa, expresa que guardaba todo lo sucedido meditándolo en su corazón (Le 2, 6-7.19). También expresa la tristeza de una madre, que no tiene nada mejor que ofrecer a su hijo que una oscura cueva. Su posición en el centro de la montaña, y el color -rojo púrpura- recuerdan a la zarza ardiente del libro del Éxodo.
El Niño de Belén parece estar como muerto, fajado totalmente, hasta el rostro, y tendido sobre algo que no asemeja al pesebre del que hablan los evangelios (Le 2, 7. 12.16). Se trata de una especie de altar. Junto al niño fajado en el pesebre-altar vemos dos animales que están tan cerca, que casi se lo comen. ¿Quiénes son, y de dónde han salido? No están en el relato evangélico, y, sin embargo, el buey y la mu- la no faltan nunca desde las primeras representaciones de la Navidad. Se trata de la interpretación de dos textos bíblicos.
Contenido
Ya en el siglo III, Orígenes decía “Este es el pesebre sobre el que vaticinó el profeta diciendo: “Ha conocido el buey a su dueño y el asno el pesebre de su Señor”. Buey y muía significan la humanidad, la del Israel puro (el buey que lleva el yugo de la ley) y la de los gentiles impuros (que cargan, como el asno, el peso de los ídolos). Son, simbólicamente, los pastores de Belén y los Magos de Oriente: “en ellos, dice San Agustín [pastores y magos] comenzó el buey a conocer a su dueño y el asno a conocer el pesebre de su Señor” (Serm. 204: PL 38, 1037). Los animales parecen comerse al Niño, y es verdad, porque estamos en Belén, que significa “la casa del pan”. San Jerónimo, que vivió y trabajó cerca de la cueva de Belén, nos cuenta que su discípula Santa Paula al contemplar por primera vez la gruta de la Natividad exclamó: “Te saludo, Belén, casa del pan, donde nació el pan bajado del cielo”. Nacimiento y Eucaristía se funden en la imagen del heno, pasto común de buey y muía.
Una vez más, los Padres de la Iglesia dan la clave de estas imágenes. San Ambrosio en el siglo IV escribe: “El buey reconoció a su dueño... Aquel pueblo que antes se alimentaba con heno miserable, que se seca enseguida, recibe ahora el pan que baja del cielo”. Y un siglo después, San Cirilo de Alejandría dirá: “Jesús fue puesto como pábulo en el pesebre para que nosotros, dejando nuestra vida de bestias, volvamos a la razón... y, acercándonos a esta mesa de su pesebre no encontremos ya heno, sino el pan bajado del cielo, el cuerpo que da la vida” (PG 72, 488).
Mensaje.
La extraordinaria aventura de Dios que se hace carne para salvar a toda carne y se hace pan sobre la mesa-pesebre para ser alimento de la humanidad entera, simbolizada en el buey y la muía que se acercan y lo reconocen. Y en el centro, junto a su Hijo, como eclipsando a los demás personajes -el pensativo José, tentado por el diablo en forma de pastor viejo, o las parteras (Salomé y Eva) que bañan (bautizan) al Niño Dios- imagen de María, que guarda el misterio en el corazón y lo medita, dejándose consumir sin consumirse por el ardiente amor por su Hijo y Señor.
Mariano Sedano, cmf
fuente Portal Ciudad Redonda

GALILEA

Angel Moreno - 
“La cosa comenzó en Galilea”
Hoy celebramos la fiesta de san Andrés, hermano de Simón Pedro, motivo para acercarnos, al atardecer, al Lago de Galilea, cuando los pescadores se disponen a faenar, a la hora de la brisa, como cuando el Creador bajó al jardín y llamó a Adán: “¿Dónde estás?”
Tengo fresca la visión del horizonte del mar de Galilea, pues acabo de regresar de la tierra de Jesús,  y la fuerza del viento, que esta vez nos impidió hacer la travesía. Aún percibo la humedad cálida, abrazo hecho experiencia del paso del Señor por la vida de cada discípulo.
Hoy, en este Adviento, resuena al igual que entonces, la voz del Maestro que llama: “Sígueme”. “Vente conmigo”, ocasión propicia para responder como aquellos pescadores.
Es tiempo de andadura, de dejar los aparejos para ascender ligeros, libres, a celebrar la fiesta restauradora de nuestra humanidad.
¡Atrévete a seguir al Nazareno! Te aseguro que no quedarás defraudado. Él nos recomendó: “Volved a Galilea, allí me veréis”.
Fuente: Publicado en el portal Ciudad Redonda

Liturgia Viva al despertar 30112016

Andrés debió ser un buscador de Dios. Primero siguió a Juan el Bautista; después, cuando Juan señaló a Jesús, se cambió a Jesús. Trajo a varias personas o grupos a Jesús: a su hermano Pedro, a algunos griegos que buscaban a Jesús; en la multiplicación de los panes se dio cuenta del muchacho que tenía los panes y los peces y lo acercó a Jesús. La tradición nos dice que fue apóstol en los Balcanes y en el sur de Rusia; es patrono de la Iglesia de Constantinopla. Con Andrés, llevemos a la gente a Jesús.


Buen día, Espíritu Santo! 30112016

Dios y Padre Bueno,
Que sales al encuentro del que te procura,
y abrazas en espera de amor al que deambula,
Bendice nuestras vidas con Tu Presencia.
Bendice cada paso de nuestra existencia,
cada palabra, cada acción.
Que todo tenga el sello de mi pertenencia: Tu Corazón.

Saber que nos amas, que vives en nuestros corazones,
llena de esperanzas cada nuevo despertar.
El miedo y la vacilación dejan paso a la confianza y la alegría.
Te suplicamos que venga Tu Auxilio, nuestro Abogado,
y Santifique nuestro ser.

Abre caminos de bendición en ésta jornada.
Permítenos disfrutar nuestros trabajos y familias
en la seguridad de ése Amor, Tu Amor,
que viene y llega a nosotros en el rostro de un Pequeño Niño.
Que renueva, robustece y sana a través de las manos del que es Hijo;
que abraza y Salva en los brazos extendidos en Cruz del Tres veces Santo.
Amén


UNIDAD

Jesús por la mañana:
“Nuestro corazón desea “algo más”, que no es simplemente un conocer más o tener más, sino que es sobre todo un ser más. No se puede reducir el desarrollo al mero crecimiento económico, obtenido con frecuencia sin tener en cuenta a las personas más débiles e indefensas. El mundo sólo puede mejorar si la atención primaria está dirigida a la persona, si la promoción de la persona es integral, en todas sus dimensiones, incluida la espiritual; si no se abandona a nadie, comprendidos los pobres, los enfermos, los presos, los necesitados, los forasteros (cf. Mt 25,31-46); si somos capaces de pasar de una cultura del rechazo a una cultura del encuentro y de la acogida”. (Papa Francisco) ¿Qué desea tu corazón? ¿Qué puedes hacer para construir la unidad? Ofrece tu día por las intenciones del Papa para este mes.  

Con Jesús durante el día:
“Jesús los llamó y les dijo: Síganme y yo los haré pescadores de hombres” (Mt 4, 19) Jesús nos invita cada día, cada hora, cada minuto a seguirle a hacer suya nuestra vida y ser santos como El. 

Con Jesús por la noche:
Da gracias y pide luz. ¿Haz colaborado a la reconciliación entre los que se encuentran distanciados? Jesús te invita a construir la unidad, a confiar en él y pide luz para captar su desafío de ser pescador de hombres con él.  



Fuente El Evangelio en casa

RESONAR DE LA PALABRA 30112016

Evangelio según San Mateo 4,18-22. 
Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar porque eran pescadores. Entonces les dijo: "Síganme, y yo los haré pescadores de hombres". Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron. Continuando su camino, vio a otros dos hermanos: a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca con Zebedeo, su padre, arreglando las redes; y Jesús los llamó. Inmediatamente, ellos dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron.

RESONAR DE LA PALABRA
¡Buenos días, amigos!

Hoy celebramos a San Andrés, hermano de S. Pedro, los dos apóstoles clave para llevarnos a la unidad de la única Iglesia que Jesús estableció en esta tierra.

Según la tradición, San Andrés es el fundador de la Iglesia de Constantinopla, nombre antiguo de la actual ciudad de Estambul, en Turquía. En noviembre de 2014 el Papa Francisco, sucesor de San Pedro, se reunió con Bartolomé, el actual sucesor de San Andrés, Patriarca de Constantinopla y líder de la Iglesia Ortodoxa. Entre los objetivos del viaje estaba reforzar el camino de la unidad de los cristianos ortodoxos y católicos.

Uno de los momentos más emotivos de aquella histórica visita tuvo lugar en el rezo de las vísperas de la Fiesta de San Andrés, cuando el Papa Francisco le pidió la bendición a Bartolomé y se inclinó ante él para recibirla. El Patriarca, quien en varias oportunidades llamó al Santo Padre "hermano", lo bendijo y le besó.

En el camino hacia la unidad la sangre de los mártires y los sufrimientos diarios de tantos cristianos perseguidos están realizando de un modo silencioso la unidad que Cristo pidió a sus discípulos: católicos y ortodoxos todos mueren por declararse discípulos de Cristo. Los mártires no hacen diferencia de la Iglesia a la que pertenecen, sino que todos dan la vida por Jesús como único Señor.

En los textos bíblicos de este día vemos que el corazón de Pablo no conoce fronteras, él quiere llegar a todas las naciones  anunciando el gran regalo que Jesús trae para toda la humanidad.

Él nos dice: «si confiesas con la boca que Jesús es Señor, si crees de corazón que Dios lo resucitó de la muerte, te salvarás». Y también: «todo el que invoque el nombre del Señor se salvará». Pero, ¿cómo van a invocar al Señor ni no le conocen? Para esto se necesitan misioneros y anunciadores de la Palabra de Dios que lleven adelante la evangelización. Los pasos de los mensajeros que dan buenas noticias de Jesús son muy hermosos.

En el evangelio  que hoy se nos propone vemos a Jesús que llama a sus primeros discípulos. Él los elige. Y la llamada es categórica, la respuesta, rápida e incondicional: ellos responden a su llamado, y dejándolo todo, le siguen.

Con estos rasgos se inaugura un nuevo tipo de seguimiento para nosotros cristianos: es una vocación irresistible y vinculante, un compartir en todo la vida y la misión del Maestro: «los haré pescadores de hombres». Ante Jesús no valen las excusas.

Tu hermano en la fe.
Carlos Latorre
Misionero claretiano
fuente del comentario CIUDAD REDONDA

Meditación: Mateo 4, 18-22


San Andrés, Apóstol

Síganme y los haré pescadores de hombres. (Mateo 4, 19)

Hoy celebramos la fiesta de San Andrés, quien, como su hermano Pedro, fue uno de los doce apóstoles del Señor. Ambos eran simples pescadores que respondieron al llamado de Jesús: dejaron “inmediatamente” sus redes y lo siguieron. Sin duda encontraron en el Señor algo tan atractivo que cuando él los llamó, lo dejaron todo sin dudar.

La respuesta inmediata indica que la invitación que les hizo Jesús debe haber sido muy interesante. El único deseo que tuvieron fue el de seguirlo, porque habían encontrado “a aquel de quien escribió Moisés en la ley y también los profetas” (Juan 1, 45).

El llamado de Jesús al discipulado significa compartir su misión, su visión y sus obras. Los discípulos fueron enviados a predicar la buena nueva del Reino de Dios, un mensaje de arrepentimiento, perdón y liberación de las ataduras del pecado; fueron enviados a destruir el dominio de Satanás y sanar enfermedades y dolencias. Cuando regresaron, Jesús les dijo “Vi a Satanás caer del cielo como el rayo” (Lucas 10, 18).

Nosotros también somos llamados a ser discípulos y a compartir la misión del Señor. Relatando con fe a nuestras familias, amigos y compañeros de trabajo lo que Jesús hace en nuestras vidas, ayudaremos a edificar el Reino de Dios. Debemos dar testimonio de cómo él nos ha sanado de la ceguera espiritual y nos ha mostrado la inutilidad de la vida de pecado; cómo nos ha liberado de la prisión de los hábitos pecaminosos; cómo nos ha revelado su amor en la cruz y nos ha llevado a una íntima comunión con él.

La tradición dice que San Andrés predicó el Evangelio en Bitinia, Escitia y el norte de Grecia, siendo finalmente crucificado. El mismo Espíritu que le dio esta fe viva a Andrés, quiere darnos a nosotros la misma fe, enseñarnos y capacitarnos. A medida que así suceda, nuestra fe crecerá más y se transformará nuestra vida y podremos anunciar el mensaje de la salvación a nuestros familiares, amigos y conocidos. Dios desea obrar ese milagro de fe en todos los que crean en este Adviento
“Espíritu Santo, enséñanos a ser verdaderos discípulos de Jesús, y desistir de todo lo que nos impida llevar el Evangelio de la salvación a un mundo necesitado. Concédenos valor para compartir la nueva vida que hemos recibido.”
Romanos 10, 9-18
Salmo 19(18), 8-11

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

COMPRENDIENDO LA PALABRA 301116

Liturgia bizantina 
Vísperas del 30 de Noviembre
«Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres»

      Cuando has oído la voz del Precursor... cuando el Verbo se hizo carne y trajo la Buena Nueva de salvación a la tierra, tu le seguiste a su casa ofreciéndote a ti mismo como primicia; como primera ofrenda a Aquel que acabas de conocer, y lo muestras a tu hermano como nuestro Dios (Juan 1:35-41): pidiéndole que salve e ilumine vuestras almas...

      Tú abandonas la pesca de peces, por la pesca de los hombres, con la caña de la predicación y el anzuelo de la fe. Has alejado a todos los pueblos del abismo del error, Andrés, hermano del jefe del coro de los Apóstoles, cuya voz suena para instruir a todo el mundo. Ven a iluminar a los que celebran tu dulce recuerdo, a aquellos que están en las tinieblas

      Andrés, el primero de entre tus discípulos, Señor, llamado a imitar tu pasión, y también tu muerte. Por tu cruz ha sacado del abismo de la ignorancia a los que se pierden otra vez, para traerlos a ti. Por eso te que cantamos, Señor de bondad: por su intercesión, da la paz a nuestras almas...

      Alégrate, Andrés, que pregonas por todas partes la gloria de nuestro Dios, (Sal 18,2). Tú el primero, has respondido a la llamada de Cristo y has llegado a ser su íntimo compañero, imitando su bondad, reflejas su claridad en los que moran en las tinieblas. Por eso celebramos tu festividad y cantamos: "A toda la tierra alcanza su pregón, y hasta los límites del orbe su lenguaje» (Sal 18,5).

martes, 29 de noviembre de 2016

No basta con pedir disculpas

Recuerdo ahora el relato de un padre de familia, hombre sensato aunque quizá un poco impulsivo, que un buen día advirtió que la bronca que acababa de echar a uno de sus hijos era desproporcionada e injusta.

No habían pasado más que unos minutos cuando comprendió que había interpretado la situación de un modo totalmente erróneo, y que su reacción había sido impropia y exagerada.

Como era un hombre leal y de principios, se dirigió hacia la habitación de su hijo para disculparse. En cuanto abrió la puerta, lo primero que escuchó fue:

—No quiero perdonarte, papá.

—Lo siento, no me había dado cuenta de que tenías razón. ¿Por qué no quieres perdonarme, hijo?

—Porque hiciste lo mismo la semana pasada.

En otras palabras, venía a decir: «Papá, no pienses que vas a resolver este problema simplemente pidiendo disculpas. Tienes que cambiar.»

Aunque no sea éste un ejemplo especialmente modélico en cuanto al perdón, de este relato puede sacarse una enseñanza importante: no basta con pedir disculpas, es preciso también corregirse y procurar reparar el daño causado.

Sería un error pensar que pidiendo disculpas se arregla todo sin más. El daño que se haya hecho, aunque se perdone, suele tener unas consecuencias que no pueden ignorarse. Por eso la petición de disculpas ha de ir siempre unida a un sincero y eficaz deseo de corregir en ese punto nuestro carácter, rectificar nuestra conducta y compensar de algún modo ese daño.

fuente INTERROGANTES.NET

Lealtad, cercanía

La lealtad, y en primer lugar con los ausentes, es otra cuestión clave en las relaciones humanas. Cuando una persona habla mal de otra a sus espaldas, o revela detalles que alguien le ha manifestado de modo confidencial, además de actuar injustamente en la mayoría de los casos, destruye su propia capacidad para generar confianza. Quizá esa persona busca ganarse la confianza de la otra gracias a esa indiscreción o ese desahogo, pero esa falta de integridad personal está minando en sus cimientos aquella confianza.

Ante los errores o defectos de nuestros amigos o conocidos, la lealtad exige que procuremos —en la medida en que eso sea posible— ayudarles a corregirse. Como es obvio, esto será más fácil cuanto mayor sea nuestra confianza con ellos.

Si no nos resulta posible decirles nada, o se lo hemos dicho y aparentemente no ha habido ningún cambio, no por eso la murmuración y el chismorreo dejan de ser una deslealtad. Sólo cuando lo exija la justicia o el bien de los demás, será legítimo advertir a otros —y siempre extremando la prudencia— de aspectos negativos que hemos observado en una persona.

Cuando hay una buena relación personal, los errores de quienes nos rodean son, si sabemos aprovecharlos, ocasiones excelentes para ayudar lealmente a esas personas a corregirse. Muchas veces, una advertencia sincera y prudente hecha a tiempo es la mejor forma de mostrar el afecto por una persona.

El problema es que muchas veces, cuando ves que habría que hacer una advertencia a alguien, precisamente entonces tu relación con esa persona está bajo mínimos, y no la aceptaría bien... Por eso es importante que haya una buena relación general entre las personas con las que uno trata (dentro de la familia, en el trabajo, con los vecinos, etc.).

Por ejemplo, si en la familia hay unos lazos fuertes entre padres, hijos, hermanos, abuelos, tíos, primos, etc., esa relación puede resultar decisiva en situaciones de mayor dificultad. Sentir y saber que hay muchos otros miembros de la familia que nos conocen y se preocupan por nosotros, aunque quizá vivan lejos, puede suponer una ayuda mutua importante para la convivencia familiar. Si uno de tus hijos, por ejemplo, tiene dificultades para relacionarse contigo en un momento determinado, quizá pueda ayudar a arreglarlo tu cónyuge, un hermano, o una tía, o el abuelo. En una familia unida, cada uno de sus miembros representa una referencia y una ayuda que pueden resultar de vital importancia en el momento más insospechado.

fuente INTERROGANTES.NET

Claridad en las expectativas recíprocas

Muchas relaciones personales se deterioran seriamente por algo tan simple como no haber hablado las cosas en su momento con normalidad, por falta de claridad en las expectativas recíprocas. Quizá a veces nos enfadamos porque no se ha hecho lo que habíamos pedido o deseado, y el problema es simplemente que no se había entendido lo que queríamos. O resulta que molestamos a alguien sin querer, y el problema se reduce a que no sabíamos que con nuestra actitud o nuestra conducta estábamos perjudicando o molestando a esa persona.


Por eso es preciso actuar con la necesaria naturalidad y sencillez, de modo que logremos crear a nuestro alrededor un clima de confianza en el que sea fácil saber qué es lo que cada uno espera de los demás.

Otro ejemplo. A lo mejor un día nos sorprendemos de que tenemos pocos amigos. Es algo que sucede a bastante gente en algún momento de su vida: advierten que su círculo de relación es corto, que hay poca gente que cuente con ellos de modo habitual.

Si eso nos sucede, es preciso recordar que tener verdaderos amigos siempre supone esfuerzo y constancia. Aunque, como es lógico, depende mucho de la forma de ser de cada uno, siempre es preciso vencer inercias, superar pasividades y arrinconar timideces (por cierto que es sorprendente el elevado porcentaje de personas que se consideran tímidas: en nuestro país, del orden del 40% según algunas estadísticas).

¿Y no es un poco antinatural eso de esforzarse para tener amigos, cuando la amistad debe entenderse como algo relajado y natural? La amistad debe ser, efectivamente, algo relajado, natural y gratificante. Sin embargo, la amistad, como tantas otras cosas en la vida que también son naturales y gratificantes, exige, para llegar a ella, superar un cierto umbral de pereza personal, y por eso muchos se quedan encallados en ese obstáculo. El tirón de la pereza puede llevarnos a una vida de considerable aislamiento o pasividad, y eso aunque sepamos bien que superándola nos iría mucho mejor y disfrutaríamos mucho más.

De todas formas, tienes razón en que a veces la causa de las pocas amistades está en algo más de fondo, y hemos de pensar si no vivimos bajo una cierta capa de egoísmo, si no hay una buena dosis de encerramiento en nuestros propios intereses, de refugio en una perezosa soledad.

Quizá tenemos un carácter difícil (o al menos manifiestamente mejorable) y somos de trato poco cordial, o hablamos sólo de lo que nos gusta, o vamos sólo a lo que nos gusta, o nunca nos acordamos de felicitar a nadie en su cumpleaños o en Navidad, ni nos interesamos por su salud o la de su familia, ni hacemos casi nada por estar cerca de ellos en los momentos difíciles.

O quizá ponemos poco interés en todo lo que no nos reporte un claro interés —valga la redundancia—, y aunque efectivamente tengamos una conversación paciente y educada, ponemos en esos casos un interés —exagerando un poco— similar al que se pone al hablarle a un canario en su jaula.

O quizá manifestamos habitualmente una actitud rígida o imperativa, que genera rechazo; o tendemos hacia una beligerancia dialéctica que nos lleva a buscar siempre quedar victoriosos en cualquier conversación, como si fuera una batalla, y encima queriendo dejar claro que hemos ganado; o escuchamos poco y hablamos mucho, y resultamos pesados; o somos demasiado premiosos, o prolijos (no debe olvidarse que el secreto para aburrir es querer decirlo todo); o nos pasamos de obsequiosos, y nuestro trato resulta un poco asediante, o untuoso; o tratamos a los demás con excesiva vehemencia, o con aires de superioridad, como dando lecciones.

Podríamos enumerar muchos otros defectos, pero quizá la clave para contrarrestarlos podría resumirse en algo muy sencillo: esforzarse por ser personas que saben escuchar y que buscan servir a los demás.

Fuente INTERROGANTES.NET

La cuenta bancaria - Carácter y Personalidad


Es probable que la mayor parte de los problemas por los que pasamos las personas, y quizá los que más dolorosamente nos marcan, sean precisamente problemas de relación con otras personas.

Algunos quizá poseen una gran capacidad de relación en su vida profesional, y son altamente estimados y respetados en su trabajo, al que dedican todo el tiempo del mundo, pero está muy deteriorada su relación con su mujer o su marido, o con sus hijos.

En muchas empresas y organizaciones, cuando llegamos a conocerlas de cerca, advertimos que los problemas más graves también suelen provenir de dificultades de relación entre sus máximos responsables, o de ellos con el resto de los integrantes de la entidad.

Lo malo es que, tanto en unos casos como en otros, cuando comprueban que se ha deteriorado su relación con otra u otras personas, muchas veces, en vez de esforzarse por mejorarla, buscan refugio en otros ámbitos de su vida, o en otras relaciones, eludiendo así la grave necesidad de reconstruirlas. De este modo, los problemas se cronifican y son cada vez más difíciles de resolver.

Muchos expertos en relaciones humanas han recurrido, a la hora de abordar estas cuestiones, al símil de la cuenta bancaria emocional.

En una cuenta bancaria ingresamos nuestro dinero, y con ello creamos un depósito. Cuando sacamos el dinero de allí, o hacemos cualquier pago a través de esa cuenta, reducimos parte de ese depósito.

Continuando con este símil, todos tenemos abierta una especie de cuenta emocional con cada una de las personas que tratamos. En esa cuenta efectuamos ingresos mediante la cordialidad, el trato afable, la honestidad, la lealtad, el cariño, etc. A medida que hacemos ingresos en esa cuenta, aquella persona irá acumulando un mayor depósito en relación a nosotros. Cuando actuamos mal respecto a ella, es como si efectuáramos una salida, y el depósito disminuye. Cuando la cuenta de confianza es alta, la comunicación es buena y la relación es grata (en esto sucede también como con los bancos).

Pero si adquirimos la mala costumbre de mostrarnos ingratos y desagradables con esa persona, y traicionamos esa confianza, la cuenta irá bajando hasta llegar a un nivel bajo, incluso hasta ponerse en números rojos. Y si estamos continuamente haciendo equilibrios entre los números negros y los rojos, la relación será tensa y difícil (aquí también sucede como con los bancos); y si estamos habitualmente en números rojos, ya no será simplemente difícil, sino muy difícil.

El problema de muchas empresas e instituciones de todo tipo es que sus miembros funcionan entre ellos precisamente así, con su cuenta emocional en números rojos, o al borde de estarlo. En lugar de una buena comunicación, hay —como mucho— una difícil convivencia entre estilos diferentes, o una crispada tolerancia. Y muchas familias, muchos matrimonios, funcionan también ordinariamente así. Y entre muchos compañeros, vecinos o conocidos, hay también una relación de este género, fácilmente hostil, defensiva, susceptible.

Las buenas relaciones humanas, y sobre todo las más prolongadas —familia, trabajo, amistad, etc.— exigen ingresos continuos en eso que estamos llamando cuenta emocional, porque el desgaste de la vida diaria ya supone siempre un goteo continuo de salidas.

Apliquemos este símil a la relación de unos padres con su hijo. Por ejemplo, si a pesar de que le quieres sinceramente, el trato con un hijo tuyo adolescente se reduce en la práctica a periódicas reconvenciones (ordena tu cuarto, has llegado tarde, vístete como una persona normal, córtate el pelo, baja la basura, a ver si ayudas en casa, baja el volumen de la radio, dónde vas con esas pintas, etc.), más algunas conversaciones insustanciales, unos cuantos consejos (por desgracia, frecuentemente inoportunos), y poco más, entonces, es muy probable que la cuenta emocional con tu hijo esté en números rojos desde hace tiempo.

En esas circunstancias, si tu hijo tiene que tomar una decisión importante, la comunicación con él será tan difícil, y su receptividad tan baja, que toda tu sabiduría, tu experiencia de padre o de madre y tu afán de ayudarle te servirán en ese caso realmente para bien poco.

¿Cuál es la solución entonces? Si es ésa la situación, lo más práctico es salir cuanto antes de los números rojos y llegar pronto a niveles de cierta solvencia emocional en esa relación.

Habrá que tener pequeñas atenciones, mostrar una mayor capacidad de interesarse por él, de escucharle y comprenderle. Habrá quizá que dedicarle más tiempo, y procurar ponerse más en su lugar. Tendrás que hacerle sentir que se le acepta como es, que se le quiere ayudar a mejorar respetando lo más posible sus ideas y su personalidad.

Probablemente no logres mejoras rápidas ni espectaculares, porque quizá hay muchos números rojos y no somos capaces de hacer ingresos tan rápidamente: bien porque tenemos ingresos bajos (poco hábito de preocupación efectiva por los demás); o porque tenemos grandes y arraigados hábitos de gasto (por egoísmo, impaciencia, irascibilidad, susceptibilidad, distancia emocional, etc.); o bien porque somos de carácter cíclico o inestable, y hacemos grandes ingresos hoy pero mañana lo despilfarramos todo tontamente.

Lo malo es que a veces uno no sabe si está acertando o no, porque a lo mejor piensas que estás haciendo ingresos y resulta que estás haciendo una auténtica sangría en esa famosa cuenta... Por eso es importante considerar que en las relaciones humanas no basta con tratar a los demás como quisieras que te trataran a ti, porque quizá hay cosas que a ti te agradan y a esa otra persona no, o cosas que nosotros consideramos triviales pero que para ella son muy importantes.

Hay que asegurar, por ejemplo, que nuestros intentos de acercamiento no se produzcan en momentos inoportunos y generen nuevos rechazos. Y comprobar que no hay una profunda falta de comprensión mutua que haga que esa relación se esté construyendo sobre cimientos minados.

Hacerse cargo de la realidad intelectual y emocional de los demás —cómo piensan y qué sienten—, así como de su capacidad real de superarse —muy relacionada con su fuerza de voluntad—, es decisivo para construir una buena relación (dedicaremos a ese tema el próximo capítulo).

Otras veces, a lo mejor piensas que algo ha sido un error sin más trascendencia, y resulta que él, o ella, le dan una importancia enorme... Hay multitud de pequeños detalles que, aun siendo cosas objetivamente pequeñas, en la subjetividad emocional de la otra persona pueden ser llegar a ser muy grandes.

Pero, por fortuna, ese efecto, que observamos que se produce en sentido negativo ante pequeñas faltas de respeto o consideración, breves enfados, sencillas promesas incumplidas, etc., puede producirse igualmente en sentido positivo ante sencillas muestras de afecto, de reconocimiento, de deferencia, de lealtad, etc.

Cada uno valora de modo especial algunas cosas, y es verdadera muestra de buena convivencia esforzarse por conocerlas y mantenerlas en la memoria para poder así hacerles la vida más agradable. Todo el mundo valora en mucho los detalles, entre otras cosas porque por lo general las personas suelen ser más sensibles de lo que aparentan.

Fuente INTERROGANTES.NET

SOLIDARIDAD

Con Jesús por la mañana:
“Todos queremos la paz. Pero, viendo este drama de la guerra, viendo estas heridas, viendo tanta gente que ha dejado su patria, que se ha visto obligada a marcharse, me pregunto: ¿quién vende armas a esta gente para hacer la guerra? He aquí la raíz del mal. El odio y codicia del dinero en la fabricación y en la venta de las armas”. (Papa Francisco) Pensemos, y desde nuestro corazón digamos también una palabra para esta pobre gente criminal, para que se convierta. ¿Cómo vences la indiferencia ante quien sufre? ¿Qué te pide a ti el Señor ante esta situación?

Con Jesús durante el día:
“Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas de los sabios y prudentes se los ha dado a conocer a sencillos. Sí Padre, así te ha parecido bien” (Lc.10, 21) ¿Es tu corazón sencillo? ¿Alabas al Padre por la profundidad de sus hijos? ¿Prefieres a los pequeños?

Con Jesús en la noche:
Agradece el día. ¿A quiénes tuve en cuenta hoy y le ofrecí mi ayuda? ¿Alguien pasó desapercibido para mí? ¿Qué actitud me gustaría tener frente a los que necesitan?



fuente del comentario El Evangelio en casa

Buen día, Espíritu Santo! 29112016

Señor y Dios Nuestro,
Tú que derramas Tu Gracia sobre aquellos que invocan Tu Santo Nombre,
Tú que alegras y llenas de gozo y optimismo las jornadas,
Tú que despiertas la esperanza dormida.
¡Fortalece las manos débiles,
Robustece las rodillas vacilantes.
Levanta Tu Voz y quiebra sorderas!
Llénanos de Tu Amor, de Tu Fuerza.
Que Tu presencia poderosa sea acogida y sentida en nuestro corazón.
Que sepamos que sólo Tú tienes el Poder, todo poder.
Que ningún miedo, soledad o rencor nos aparte de ti.
Siembra un solo deseo: ser tuyos.
Abre caminos de amor y de bendición para recorrerlos
seguros, en Tu Nombre, Contigo!
Amén.


Evangelio según San Lucas 10,21-24. 
En aquel momento Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar". Después, volviéndose hacia sus discípulos, Jesús les dijo a ellos solos: "¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven! ¡Les aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron!". 
RESONAR DE LA PALABRA
Carlos Latorre, cmf
¡Buenos días, amigos!

El profeta Isaías anuncia de parte de Dios un gran regalo para su pueblo: “brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago. Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de prudencia y sabiduría, espíritu de consejo y valentía, espíritu de ciencia y temor del Señor. Le inspirará el temor del Señor”. La liturgia ha seleccionado estas palabras para la Misa de hoy porque ve en ellas como un anticipo de la plenitud que nos traerá el nacimiento de Jesús. El Espíritu Santo ha estado actuando siempre en la humanidad. Se ha ido manifestando a través de los profetas como nos lo demuestra el texto que leemos hoy. Y  Jesús no sólo lo hará presente a través de sus palabras y acciones, sino que nos lo enviará en toda su plenitud el día de Pentecostés.

En el evangelio de hoy leemos: “En aquel tiempo, lleno de la alegría del Espíritu Santo, exclamó Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien”.

Los discípulos acaban de realizar  la misión que Jesús les ha encomendado recorriendo los pueblos y aldeas de la región. Ellos regresan felices porque todo ha ido bien. Jesús, por su parte, estalla de alegría impulsado por el Espíritu al ver cómo el Reinado de Dios comienza a manifestarse en la acogida y la buena voluntad  de la gente más sencilla y sin prejuicios.

En esta gozosa oración Jesús anuncia que también el hombre o la mujer más humilde puede conocer los secretos más hermosos de la fe cristiana, porque son capaces de mirar con ojos limpios las obras que Jesús realiza.

Yo viví una experiencia muy hermosa visitando hace años a un hombre muy pobre y enfermo en las cuevas del castillo de Jumilla, en España. Me contó su vida llena de sufrimientos hasta verse obligado a vivir  recogido como un animalito solo en aquella  cueva. Como resumen de todo lo que había aprendido en la vida me dijo: “Padre, si alguien me hace un mal, yo siempre le voy a perdonar”. Al oír estas palabras yo sentí como un estremecimiento, como si estuviera escuchando a un santo. No tenía nada de valor alrededor de aquella humilde cama, sólo una fe muy viva en la Palabra de Jesús  clavado en la cruz. Yo había ido a hablarle de la confianza en Dios y del perdón, y era él quien me estaba demostrando que no sólo había entendido el mensaje de Jesús, sino que lo estaba viviendo postrado en aquel catre dentro de una cueva.

Tu hermano en la fe.
Carlos Latorre
Misionero claretiano
fuente del comentario Ciudad Redonda

Ponerse en su lugar

Recuerdo el caso de otro alumno que desde el comienzo del curso me produjo bastante mala impresión. Su actitud era habitualmente negativa, incluso un tanto desafiante. Parecía como si a cada momento tuviera que comprobar hasta dónde estaba dispuesto el profesor a permitir sus pequeñas provocaciones. También tenía dificultades con sus compañeros, entre los que era bastante impopular.



Su talante y su comportamiento en clase llegaron a producirme cierta irritación. A los pocos días de curso, decidí variar el orden que seguía en mis entrevistas con los alumnos nuevos para hablar con él cuanto antes. A la primera ocasión, le llamé. Nos sentamos, y le pregunté cómo se encontraba en su nueva clase.

Los primeros diez minutos fueron por su parte de un mutismo completo, sólo interrumpido por algunos parcos monosílabos. Aunque me esforcé por mostrar confianza, buscando el motivo de su desinterés y sus dificultades de relación con sus compañeros, apenas encontraba respuesta por su parte.

Pasé a preguntarle por cosas más personales, por sus padres, por el ambiente de su casa. Poco a poco, dejaba notar que en realidad sí quería hablar, pero encontraba dentro de sí una barrera.

Finalmente, y sin abandonar ese tono altivo que parecía tan propio suyo, me contestó: «¿Qué cómo van las cosas en mi casa? Pues eso. Fatal. Que se te quitan las ganas de todo. Usted lo ve todo muy fácil, claro. ¿Pero cómo estaría usted si su madre estuviera en cama desde hace dos años, y su padre volviera a casa bebido la mitad de los días? Estaría muy entero, supongo. Pero, lo siento, yo no lo consigo.»

Siguió hablando, al principio con cierto temple, pero a las pocas frases se vino abajo, se le quebró la voz y se echó a llorar.

Una vez roto el hielo, aquel chico abandonó esa actitud postiza de orgullo y de distancia que solía usar como defensa, y se desahogó por completo. Poco a poco fue contando el drama familiar en que estaba inmerso y que le hacía vivir en ese estado de angustia y de crispación. La enfermedad, el alcohol y las dificultades económicas habían enrarecido el ambiente de su casa hasta extremos difíciles de imaginar. A sus catorce años llevaba ya sobre sus espaldas una desgraciada carga de experiencias personales enormemente frustrantes.

No es difícil imaginar lo que sentí en aquel momento. Mi visión de ese chico había cambiado por completo en sólo unos segundos. De pronto, vi las cosas de otra manera, pensé en él de otra manera, y en adelante le traté de otra manera. No tuve que hacer ningún esfuerzo para dar ese cambio, no tuve que forzar en lo más mínimo mi actitud ni mi conducta: simplemente mi corazón se había visto invadido por su dolor, y sin esfuerzo fluían sentimientos de simpatía y afecto. Todo había cambiado en un instante.

Me recordó aquella frase de Graham Greene: Si conociéramos el verdadero fondo de todo tendríamos compasión hasta de las estrellas. Y pensé que muchos de los problemas que tenemos a lo largo de la vida, que suelen ser problemas de entendimiento y relación con los demás, con frecuencia tienen su raíz en que no nos esforzamos lo suficiente por comprenderles.

Cuando oigo decir que los jóvenes no tienen corazón, o que no tienen ya el respeto que tenían antes, siempre pienso que —como ha escrito Susanna Tamaro— el corazón sigue siendo el mismo de siempre, sólo que quizá ahora hay un poco menos de hipocresía. Los jóvenes no son egoístas por naturaleza, de la misma manera que los viejos no son naturalmente sabios. Comprensión y superficialidad no son cuestión simplemente de años, sino del camino que cada uno recorre en su vida.

Hay un adagio indio que dice así: Antes de juzgar a una persona, camina durante tres lunas en sus zapatos. Vistas desde fuera, muchas existencias parecen equivocadas, irracionales, locas. Mientras nos mantenemos fuera, es fácil entender mal a las personas.

Solamente estando dentro, solamente caminando tres lunas en sus zapatos pueden entenderse sus motivaciones, sus sentimientos, aquello que hace que una persona actúe de una manera en vez de hacerlo de otra. La comprensión nace de la humildad, no del orgullo del saber.

fuente: INTERROGANTES.NET

LITURGIA VIVA al despertar 29112016

Dios comenzará de nuevo su Plan con su pueblo por medio del Mesías, por Jesús. Él es el retoño joven que brota de las raíces del tocón de la ciudad de David, y el espíritu de Dios habita  en él. Él traerá paz  – no la paz de resignación pasiva y del status quo-    si no la paz y armonía en un mundo transformado que beneficie incluso a los más pobres; una paz basada en la justicia, solidaridad e integridad. 
En sí mismo Jesús nos mostrará lo que nosotros deberíamos ser y lo que podemos hacer con nuestros talentos humanos, si dejamos a Dios obrar en nosotros, si el espíritu de Dios está presente en nosotros, si aprendemos a pensar con la sabiduría y pensamiento de Dios, si actuamos con su poder, si respetamos el orden y plan del mismo Dios.
Jesús dice que son receptivos de los dones de Dios los que tienen conciencia de su propia indigencia. Con tales personas Jesús puede planear su nuevo comienzo, también hoy, aquí y ahora, en este nuestro Adviento. 


Meditación: Lucas 10, 21-24


“Jesús se llenó de júbilo en el Espíritu Santo.” (Lucas 10, 21)

La Iglesia interpreta que el “renuevo del tronco de Jesé” (Isaías 11, 1) se refiere a Jesucristo, nuestro Señor, sobre quien se ha posado el Espíritu Santo con sus siete dones: espíritu del Señor, espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de piedad y temor de Dios. La presencia del Espíritu Santo es siempre fuente de un gozo inefable en el alma del cristiano, y así sucedió desde el principio.

Cuando Jesús vio que la voluntad del Padre se iba cumpliendo, se llenaba de gozo. San Lucas dice que cuando regresaron los setenta y dos discípulos que Cristo había enviado a proclamar el Reino de Dios, venían jubilosos porque su misión había tenido éxito (Lucas 10, 17), y él compartió aquella alegría regocijándose en el Espíritu y dando gracias al Padre.

Al iniciarse el Adviento, alegrémonos nosotros también con el Señor porque sabemos que Dios se revela a sus hijos fieles, los que confían en él y desean recibir su gracia. Para los que se consideran autosuficientes y rehúsan confiarle su vida a Dios, la verdad les permanece velada.

Sabemos que la mayoría de los seguidores de Jesús no eran los educados ni los intelectuales, sino los sencillos, que fueron aprendiendo a través de las dificultades de la vida. Sin ser ingenuos, recibían la gracia divina y deseaban aprender lo que Dios, mediante el Espíritu Santo, les iba enseñando.

San Pedro es un buen ejemplo de la persona deseosa de aprender. Fue discípulo desde el comienzo, pero sólo al final del ministerio del Señor, declaró públicamente que Jesús era el Mesías (Mateo 16, 16). En respuesta, Jesús le dijo: “Esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre, que está en los cielos.” Pedro quiso recibir la revelación de Dios, y así pudo reconocer y proclamar que Jesús era el Cristo.

¿Qué nos dice el Señor a nosotros? Que no caigamos en la trampa de la autosuficiencia humana y la búsqueda de lo puramente material, sino que tengamos la sencillez y la humildad de reconocerlo a él como Señor y Salvador de nuestra vida.
“Amado Jesús, te pido que me enseñes más de ti. Ayúdame, Señor, a ser fiel a la oración y al estudio de tu Palabra durante este Adviento, para llegar a conocerte cada día mejor.”
Isaías 11, 1-10
Salmo 72(71), 1-2. 7-8. 12-13. 17

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

COMPRENDIENDO LA PALABRA 291116

Beato John Henry Newman (1801-1890), teólogo, fundador del Oratorio en Inglaterra 
«Con motivo de la espera de Cristo». Sermones predicados en varias ocasiones
«Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis»

      Durante siglos, antes que Jesús viniera a la tierra, todos los profetas, uno tras otro, estaban en su puesto de guardia, en lo alto de la torre; todos esperaban atentamente su venida en la oscuridad de la noche. Velaban sin cesar para sorprender el primer albor de la aurora... «Oh Dios, tú eres mi Dios, desde la aurora te busco. Mi alma está sedienta de ti como tierra reseca, agostada, sin agua» (Sl 62,2)... «¡Ah si rompieses los cielos y descendieses! Ante tu faz los montes se derretirían como prende el fuego en la hojarasca... Desde los orígenes del mundo, lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman» (Is 64,1; 1C 2,9).

      Sin embargo, si alguna vez unos hombres han tenido el derecho de atarse a este mundo y de no desinteresarse de él,  fueron ésos servidores de Dios; se les había dado participar de la tierra, y según las mismas promesas del Altísimo, ésa debía ser su recompensa. Pero nuestra recompensa, la que nos concierne, es la del mundo venidero...  También ellos, estos grandes servidores de Dios, a pesar de su valor, han sobrepasado el don terrestre de Dios para atarse a unas promesas más bellas todavía; por esta esperanza han sacrificado lo que tenían en posesión. No se contentaron con menos sino con la plenitud de su Creador; buscaban ver el rostro de su Libertador. Y si para alcanzar esto era preciso que la tierra se quebrara, que los cielos se abriesen, que los elementos del mundo llegaran a disolverse para, al fin, darse cuenta que es mejor que todo se hunda ¡mucho mejor que seguir viviendo sin él! Tal era la intensidad del deseo de los adoradores de Dios en Israel, los que esperaban lo que había de venir... Su perseverancia da prueba de que había alguna cosa que esperar.

      También los apóstoles, una vez que su Maestro vino y se marchó, no se quedaron más cortos que los profetas en la agudeza de su percepción ni en el ardor de sus aspiraciones. Continuó el milagro de perseverar en la espera.

lunes, 28 de noviembre de 2016

SUPERAR EL EGOISMO

Cualquier persona, cuando bucea en su interior y busca en lo mejor de sí misma, encuentra bien nítida esa llamada humana a la entrega desinteresada, a darse a los demás. Educar o educarse en ese impulso generoso de servir a los demás sin esperar nada a cambio, es a todas luces decisivo para llevar una vida verdaderamente humana.

Aunque por fortuna son pocos quienes reivindican el egoísmo como elemento de la propia tabla de valores, no por eso sus efectos dejan de estar presentes de modo constante en la vida de todo hombre: se trata de una pugna que durará toda la vida, y puede decirse que quien no lucha decididamente contra sus tendencias egoístas, se encamina hacia una auténtica quiebra personal.

Igual que una persona generosa encuentra la felicidad haciendo felices a los demás, el egoísta pasa su vida quejándose de que el resto del mundo no se consagra a hacerle feliz a él.

La generosidad y el egoísmo pugnan por lograr el dominio de cada persona, y parece como si esa dominación cristalizara ya desde muy temprana edad. Un niño o una niña con muy pocos años de edad ya distingue bastante bien la generosidad del egoísmo, y hace opciones morales bien concretas. Son decisiones en las que influye mucho el ejemplo que reciben, pues en la educación de los hijos, como en cualquier proceso de formación, los gestos son más importantes de lo que parece: las conductas o actitudes egoístas engendran a su vez otras similares en quienes las observan, pues su capacidad de imitación es grande y los modelos vivos son los que tienen mayor capacidad de persuasión; los comportamientos, las palabras, los gestos, los modos de reaccionar ante sucesos concretos son imitados con rapidez y trasladados a la vida, y así se crea una dinámica que no siempre luego es fácil reconducir.

Por fortuna, sucede lo mismo en sentido positivo. Y por eso es importante que las personas descubran pronto la satisfacción personal que brota de la generosidad, del servicio, del hecho de ayudar a otros. Incluso el trabajo nos satisface verdaderamente sólo cuando vemos que aporta algo, que está contribuyendo a hacer algo positivo para otros.

"La mejor forma de conseguir la realización personal —asegura Víctor Frankl— es dedicarse a metas desinteresadas". La búsqueda egoísta de la felicidad constituye una contradicción en sí misma, puesto que el egoísmo obstruye el camino de la felicidad. Cuando el placer o la comodidad se deben a intereses egoístas, se produce una curiosa paradoja: cuanto más se buscan, tanto más se diluyen; cuanto más se persiguen, tanto más se apartan de nosotros. Querer a los otros es el mejor regalo que podemos hacernos a nosotros mismos, porque ese cariño que damos a los demás revierte en nuestro propio enriquecimiento haciéndonos mejores.

¿Y ser generoso para alcanzar una satisfacción interior no es, en el fondo, una forma solapada de egoísmo? Existe ese riesgo, sin duda, aunque no me parece muy peligroso, puesto que la propia dinámica de la generosidad va mejorando a la persona y purificando su intención y sus intereses.

fuente INTERROGANTES.NET

LITURGIA VIVA al despertar 28112016

La fe del centurión es extraordinaria y sorprendente. Representa simbólicamente a los gentiles que un día serán llamados, ya que el reino está abierto a todos, sin ningún privilegio de raza o cultura. Con Cristo la salvación se ha hecho disponible para cualquier persona de buena voluntad.

Liturgia Viva al amanecer 28112016

La fe del centurión es extraordinaria y sorprendente. Representa simbólicamente a los gentiles que un día serán llamados, ya que el reino está abierto a todos, sin ningún privilegio de raza o cultura. Con Cristo la salvación se ha hecho disponible para cualquier persona de buena voluntad.


Meditación: Mateo 8, 5-11


“Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa.” (Mateo 8, 8)


¡Los seguidores de Jesús no podían creerlo! No sólo el Señor le había hablado al centurión, sino que había sanado a su criado y ahora ponía la fe del romano como ejemplo para que sus discípulos no cayeran en la incredulidad de los “herederos del Reino”, el pueblo escogido de Israel. Jesús trajo su Evangelio para todo el género humano: judíos y gentiles, dignos e indignos, pecadores y justos, porque él es el cumplimiento de lo profetizado por Isaías: que el Monte Santo del Señor sería el más alto de todos y “hacia él confluirán todas las naciones” (Isaías 2, 2), rebosantes de alegría por haber sido invitadas a subir a la casa del Señor (Salmo 122, 1).

¿Qué se necesita para recibir la salvación y la vida de Jesucristo? Bautizarse y tener fe, como el centurión romano, que llamó “Señor” a Jesús porque reconoció que Cristo tenía autoridad incluso sobre la enfermedad. El Señor desea que todos sus seguidores aprendan a poner en práctica esta misma humildad. El Evangelio de Jesús es una invitación al discipulado que sigue vigente hasta el día de hoy. De hecho, el mundo está lleno de gente tan diversa que sólo la fe en Cristo puede unirnos para llegar al banquete celestial. Cada cual debe reconocer su necesidad de Dios, acercarse a la Iglesia y pedirle al Señor la salvación.

Al comenzar este Adviento, reflexionemos en el amor de Dios, que invita a todas las naciones a unirse en Cristo. Escuchemos hoy la llamada del Señor y veamos que la misma invitación se proclama en todo el mundo. Oremos por un nuevo gran derramamiento del Espíritu Santo, para que los habitantes de todas las naciones escuchen la Palabra de Dios y respondan con fe y humildad a la llamada universal que nos presenta el Evangelio de Cristo.

Preparémonos para celebrar la Natividad de Jesús, nuestro Señor, y ver así el cumplimiento de las profecías de que todas las naciones se reunirán en torno al Señor y que él será glorificado en su monte santo.
“Señor, Espíritu Santo, concédenos docilidad para seguir la inspiración del amor de Dios, que nos invita a todos a compartir la fe con los demás e interceder por la conversión de toda la humanidad, para que todas las naciones lleguen a participar en el banquete celestial.”
Isaías 4, 2-6
Salmo 122(121), 1-9

fuente:Devocionario católico la palabra con nosotros