El icono de la Natividad del Señor, del siglo XVI y de procedencia griega, recoge muchas imágenes y símbolos de este misterio tal y como aparece en la iconografía cristiana antigua. En la liturgia oriental encontramos una representación seria y un esquema figurativo cargado de dogmas.
Descripción.
Tres montañas, el cielo estrellado y una cueva en el centro del icono donde está el Niño envuelto en pañales y acompañado de dos animales. Vemos el símbolo de la Trinidad en las tres montañas, la del centro, por posición y volumen mayor, a Cristo, el Verbo de Dios encarnado.
Sobre ella dos grupos de ángeles. El grupo de la izquierda alaba a Dios en el cielo, mientras el de la derecha, dirige su mirada a la cueva, contemplando en silencio al Verbo hecho carne. Un ángel -nuestra derecha- anuncia a los pastores la buena noticia, mientras otro -arriba a la izquierda- parece acompañar a los Magos, que señalan la estrella que los guía. María es el personaje central. Está tumbada en un gran colchón. Viste de púrpura, como Madre del Rey de cielos y tierra, y porta en su manto las tres estrellas, que proclaman su virginidad perpetua.
La expresión figurativa de María, triste y pensativa, expresa que guardaba todo lo sucedido meditándolo en su corazón (Le 2, 6-7.19). También expresa la tristeza de una madre, que no tiene nada mejor que ofrecer a su hijo que una oscura cueva. Su posición en el centro de la montaña, y el color -rojo púrpura- recuerdan a la zarza ardiente del libro del Éxodo.
El Niño de Belén parece estar como muerto, fajado totalmente, hasta el rostro, y tendido sobre algo que no asemeja al pesebre del que hablan los evangelios (Le 2, 7. 12.16). Se trata de una especie de altar. Junto al niño fajado en el pesebre-altar vemos dos animales que están tan cerca, que casi se lo comen. ¿Quiénes son, y de dónde han salido? No están en el relato evangélico, y, sin embargo, el buey y la mu- la no faltan nunca desde las primeras representaciones de la Navidad. Se trata de la interpretación de dos textos bíblicos.
Contenido
Ya en el siglo III, Orígenes decía “Este es el pesebre sobre el que vaticinó el profeta diciendo: “Ha conocido el buey a su dueño y el asno el pesebre de su Señor”. Buey y muía significan la humanidad, la del Israel puro (el buey que lleva el yugo de la ley) y la de los gentiles impuros (que cargan, como el asno, el peso de los ídolos). Son, simbólicamente, los pastores de Belén y los Magos de Oriente: “en ellos, dice San Agustín [pastores y magos] comenzó el buey a conocer a su dueño y el asno a conocer el pesebre de su Señor” (Serm. 204: PL 38, 1037). Los animales parecen comerse al Niño, y es verdad, porque estamos en Belén, que significa “la casa del pan”. San Jerónimo, que vivió y trabajó cerca de la cueva de Belén, nos cuenta que su discípula Santa Paula al contemplar por primera vez la gruta de la Natividad exclamó: “Te saludo, Belén, casa del pan, donde nació el pan bajado del cielo”. Nacimiento y Eucaristía se funden en la imagen del heno, pasto común de buey y muía.
Una vez más, los Padres de la Iglesia dan la clave de estas imágenes. San Ambrosio en el siglo IV escribe: “El buey reconoció a su dueño... Aquel pueblo que antes se alimentaba con heno miserable, que se seca enseguida, recibe ahora el pan que baja del cielo”. Y un siglo después, San Cirilo de Alejandría dirá: “Jesús fue puesto como pábulo en el pesebre para que nosotros, dejando nuestra vida de bestias, volvamos a la razón... y, acercándonos a esta mesa de su pesebre no encontremos ya heno, sino el pan bajado del cielo, el cuerpo que da la vida” (PG 72, 488).
Mensaje.
La extraordinaria aventura de Dios que se hace carne para salvar a toda carne y se hace pan sobre la mesa-pesebre para ser alimento de la humanidad entera, simbolizada en el buey y la muía que se acercan y lo reconocen. Y en el centro, junto a su Hijo, como eclipsando a los demás personajes -el pensativo José, tentado por el diablo en forma de pastor viejo, o las parteras (Salomé y Eva) que bañan (bautizan) al Niño Dios- imagen de María, que guarda el misterio en el corazón y lo medita, dejándose consumir sin consumirse por el ardiente amor por su Hijo y Señor.
Mariano Sedano, cmf
fuente Portal Ciudad Redonda
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