“Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa.” (Mateo 8, 8)
¡Los seguidores de Jesús no podían creerlo! No sólo el Señor le había hablado al centurión, sino que había sanado a su criado y ahora ponía la fe del romano como ejemplo para que sus discípulos no cayeran en la incredulidad de los “herederos del Reino”, el pueblo escogido de Israel. Jesús trajo su Evangelio para todo el género humano: judíos y gentiles, dignos e indignos, pecadores y justos, porque él es el cumplimiento de lo profetizado por Isaías: que el Monte Santo del Señor sería el más alto de todos y “hacia él confluirán todas las naciones” (Isaías 2, 2), rebosantes de alegría por haber sido invitadas a subir a la casa del Señor (Salmo 122, 1).
¿Qué se necesita para recibir la salvación y la vida de Jesucristo? Bautizarse y tener fe, como el centurión romano, que llamó “Señor” a Jesús porque reconoció que Cristo tenía autoridad incluso sobre la enfermedad. El Señor desea que todos sus seguidores aprendan a poner en práctica esta misma humildad. El Evangelio de Jesús es una invitación al discipulado que sigue vigente hasta el día de hoy. De hecho, el mundo está lleno de gente tan diversa que sólo la fe en Cristo puede unirnos para llegar al banquete celestial. Cada cual debe reconocer su necesidad de Dios, acercarse a la Iglesia y pedirle al Señor la salvación.
Al comenzar este Adviento, reflexionemos en el amor de Dios, que invita a todas las naciones a unirse en Cristo. Escuchemos hoy la llamada del Señor y veamos que la misma invitación se proclama en todo el mundo. Oremos por un nuevo gran derramamiento del Espíritu Santo, para que los habitantes de todas las naciones escuchen la Palabra de Dios y respondan con fe y humildad a la llamada universal que nos presenta el Evangelio de Cristo.
Preparémonos para celebrar la Natividad de Jesús, nuestro Señor, y ver así el cumplimiento de las profecías de que todas las naciones se reunirán en torno al Señor y que él será glorificado en su monte santo.
“Señor, Espíritu Santo, concédenos docilidad para seguir la inspiración del amor de Dios, que nos invita a todos a compartir la fe con los demás e interceder por la conversión de toda la humanidad, para que todas las naciones lleguen a participar en el banquete celestial.”Isaías 4, 2-6
Salmo 122(121), 1-9
fuente:Devocionario católico la palabra con nosotros
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