lunes, 21 de noviembre de 2016

RESONAR DE LA PALABRA 21112016

Evangelio según San Lucas 21,1-4. 
Levantando los ojos, Jesús vio a unos ricos que ponían sus ofrendas en el tesoro del Templo. Vio también a una viuda de condición muy humilde, que ponía dos pequeñas monedas de cobre, y dijo: "Les aseguro que esta pobre viuda ha dado más que nadie. Porque todos los demás dieron como ofrenda algo de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir." 

RESONAR DE LA PALABRA
Severiano Blanco, cmf
Presentación de María. Ap 14,1-5; Lc 21,1-4.

Queridos Hermanos:

Entramos en la última semana del Año Litúrgico; el próximo domingo iniciaremos ya el tiempo de Adviento. Y los textos de las celebraciones intentan situarnos también “al final”, en lo último de la existencia personal y de la historia humana y del cosmos. Ayer, fiesta de Jesucristo Rey del Universo, le contemplábamos justamente como Señor de cuanto existe, como “el punto Omega”, aquel hacia el cual tiende todo: “Todo fue creado por él y para él”, nos dice un himno cristológico antiquísimo, incluido en la carta a los Colosenses (Col 1,16).

En esta semana, la primera lectura se tomará todos los días del Apocalipsis, libro compuesto en un estilo literario muy peculiar, casi siempre simbólico, pero no oscuro. En el lenguaje corriente el adjetivo “apocalíptico” suele usarse mal. Es una palabra griega que significa sencillamente manifestación, revelación. Y el género literario apocalípticos no es de amenaza, desgracias y destrucción, sino todo lo contrario; los escritos apocalípticos del Antiguo y Nuevo Testamento tienen siempre finalidad consoladora, pues surgieron para suscitar esperanza en medio de situaciones de sufrimiento. Lo que se revela en ellos es el proyecto paternal de Dios de llevar a sus elegidos al gozo desbordante e interminable, que en el texto de hoy se nos dibuja como una solemne liturgia festiva. Los creyentes aparecen inmersos en un ambiente de adoración, canto, música… en la gratificante presencia de Dios y del Cordero vencedor…

Todo nos habla del triunfo final del bien, de que a éste se reserva la última palabra. Lo cantamos en un himno litúrgico actual: “que, si arduos son nuestros caminos, sabemos bien a dónde vamos”. Exactamente ese era es el mensaje dirigido a la comunidad perseguida de Patmos, isla en que surge el Apocalipsis; y es el mensaje a las de nuestro tiempo, a veces perseguidas cruentamente (próximo Oriente), o sencillamente despreciadas, ridiculizadas, a veces calumniadas… (Occidente). No perdamos de vista lo que nos aguarda.

El texto de Lc 21 es bastante heterogéneo con el de Apocalipsis; se trata de una anécdota edificante, independiente incluso de su contexto actual en el evangelio, pero muy del gusto del este evangelista. Él suele subrayar los elogios de Jesús para con los marginados, entre los cuales estaba la mujer; y también le caracteriza su insistencia en la práctica de la limosna. El pasaje, por tanto, no puede ser más lucano. Pero leído junto al Apocalipsis adquiere una nueva connotación: el mundo futuro ya está presente en el actual. Hay corazones compasivos, solidaridad, y presencia de un Mesías que se alegra con esa realidad... Se cumple lo de otro cántico bien conocido: “cuando el pobre nada tiene y aún reparte…va Dios mismo en nuestro mismo caminar”. La gran promesa del Apocalipsis es la aparición de la ciudad de los elegidos en la que Dios convivirá con ellos (Ap 21,3). El texto evangélico nos muestra, con un ejemplo bien sencillo, que eso ya es realidad.

Tu hermano
Severiano Blanco cmf
fuente del Comentario CIUDAD REDONDA

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