San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia
Sermón sobre el salmo 130, § 3
«El pueblo entero estaba pendiente de sus labios»
Oramos en el templo de Dios cuando oramos en la paz de la Iglesia, en la unidad del Cuerpo de Cristo, porque el Cuerpo de Cristo está constituido por la multitud de creyentes repartidos por toda la tierra... Para ser escuchado es en este templo que se debe orar «en espíritu y en verdad» (Jn 4,23), y no en el Templo material de Jerusalén. Éste no era más que la «sombra de lo venidero» (Col 2,17), por eso quedó hecho una ruina... Este templo que cayó no podía ser la casa de oración de la que se había dicho: «Mi casa se llamará casa de oración para todos los pueblos» (Mc 11,17; Is 56,7).
¿Es que, en realidad, los que quisieron hacer de ella «una cueva de bandidos» fueron la causa de su caída? De la misa manera que los que en la Iglesia llevan una vida desordenada, los que, tanto como pueden, buscan hacer de la casa de Dios una cueva de bandidos, éstos no van a derrumbar ese templo. Tiempo vendrá en que serán echados fuera con el látigo de sus pecados. Esta asamblea de fieles, templo de Dios y Cuerpo de Cristo, no tiene sino una sola voz y canta como un solo hombre... Si queremos, esta voz es la nuestra; si queremos, al oír cantar, cantamos también en nuestro corazón.
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