domingo, 20 de noviembre de 2016
SERENIDAD Y DOMINIO PROPIO
Cuentan —me imagino que no será cierto, pero el ejemplo nos vale— que ciertas tribus africanas emplean un sistema verdaderamente ingenioso para cazar monos.
Consiste en atar bien fuerte a un árbol una bolsa de piel llena de arroz, que, según parece, es la comida favorita de determinados monos. En la bolsa hacen un agujero pequeño, de tamaño tal que pase muy justa la mano del primate.
El pobre animal sube al árbol, mete la mano en la bolsa y la llena de la codiciada comida. La sorpresa viene cuando ve que no puede sacar la mano, estando como está abultada por el grueso puñado de arroz.
Es entonces cuando aprovechan los nativos para apresarlo porque, asombrosamente, el pobre macaco grita, salta, se retuerce..., pero no se le ocurre abrir la mano y soltar el botín, con lo que quedaría inmediatamente a salvo.
Creo que, salvando las distancias con este pintoresco ejemplo, a los hombres nos puede pasar muchas veces algo parecido. Quizá nos sentimos aprisionados por cosas que valen muy poco, pero ni se nos pasa por la cabeza abandonarlas para poder ponernos a salvo, quizá porque nos falta dominio propio y estamos —igual que ese pobre mono— como cegados, impedidos para razonar.
Por el contrario, el hombre sereno y que se domina a sí mismo irradia de todo su ser tal ascendiente que sin esfuerzo disipa las dudas de quienes están a su alrededor.
No son rasgos del carácter fáciles de adquirir, ciertamente, pero son tan difíciles como importantes. Lo que se debate es nuestra capacidad para otorgar a la inteligencia y a la voluntad el señorío sobre los actos todos de nuestra vida.
¿Cómo se puede avanzar en eso? Pongamos algunos ejemplos de cómo ir mejorando en dominio de uno mismo.
Para empezar, no hacer muchas declaraciones ni tomar muchas decisiones en medio de las olas encrespadas de la vanidad ofendida, de la ira o de otras pasiones desatadas. Porque en esas situaciones la pasión arrastra a las obras. Obras que, a los cinco minutos, somos los primeros en lamentar. No seamos de aquellos que actúan bajo la influencia de la impresión primera, y demuestran con ello cuán increíblemente débil es su voluntad.
Privarnos de lo que debamos privarnos. Se ha dicho, y con razón, que sólo poseemos realmente aquello de que somos capaces de privarnos. En las comidas, por ejemplo: comer lo que nos sirvan, no llenarse de caprichos, atenerse a los regímenes y horarios de comida, no atiborrarse, etc. Es sorprendente ver cómo muchos hombres y mujeres pierden el dominio de su voluntad en el mismo momento en que se sientan a la mesa.
Aprender a oponerse razonablemente, a decir que no si hay que decir que no, con claridad y firmeza. Algunos confunden el dominio propio con sufrir todo ataque con mansedumbre de cordero y recibir cualquier ofensa sin réplica alguna, y no es eso. Muchas veces habrá que plantarse, pero sin perder la elegancia y la mesura ni olvidar los buenos modales.
fuente Interrogantes.net
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