San Clemente I
Si se mantienen firmes, conseguirán la vida. (Lucas 21, 19)
Hoy, las palabras del Señor nos llegan al corazón de una manera penetrante, como que se clavan en el alma y nos hacen pensar: ¿Por qué es tan importante la perseverancia? ¿Por qué la salvación depende del ejercicio de esta virtud?
No se trata de que el Señor nos haga difícil el camino de la fe y la santidad. No, quienes nos ponen obstáculos son el demonio, el pecado, nuestras propias inclinaciones desviadas y el egoísmo acendrado que todos llevamos dentro, los afanes de riqueza o influencia, las envidias y todos los males que son piedras de tropiezo en el camino del cristiano.
A estas cosas es a lo que tenemos que poner más atención. Sí, en el mundo encontraremos persecución, como ya la hay y violenta en muchos lugares del mundo, incluso, aquí en nuestras sociedades occidentales, el espectro del anticristianismo también empieza a levantar su horrible cabeza. Con todo, el Señor nos ha prometido: “Yo les daré palabras tan llenas de sabiduría que ninguno de sus enemigos podrá resistirlos ni contradecirlos en nada”.
Pero lo más peligroso es, en realidad, el enemigo que llevamos dentro: nuestra propia tendencia al pecado. En efecto, el Reino de Dios es de quienes defienden el santo nombre de Jesucristo, los que luchan con valor en esa “bellísima guerra de paz y de amor”, como decía San Josemaría Escrivá.
La promesa de Cristo es clara: “Si se mantienen firmes, conseguirán la vida”, y lo que nos salva es la fe en su cruz. La fuerza del amor es la que nos permite a cada uno aceptar con paciencia y alegría la voluntad perfecta de Dios, cuando ésta es diferente de nuestra miope voluntad humana.
Aquí es donde hay que perseverar, insistir y mantenerse en la fe y en la convicción de que seguir a Cristo es la única forma de avanzar por el camino de la salvación. La perseverancia engendra la paciencia, que va mucho más allá de la simple resignación, y la paciencia ayuda a entender que la cruz, mucho más que dolor, es una muestra clara y rotunda de un amor perfecto, magnánimo y redentor.
“Amado Jesús, quiero seguir tus pasos todos los días de mi vida. No permitas que mis malas inclinaciones me aparten de ti y, si llego a verme perseguido o discriminado, concédeme paciencia, valentía y perseverancia.”Apocalipsis 15, 1-4
Salmo 98(97), 1-3. 7-9
fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros
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