sábado, 19 de noviembre de 2016

Meditación: Lucas 20, 27-40


Los saduceos se quedaron atónitos. Habían tramado una complicada historia con la idea de sorprender al Señor y obligarlo a reconocer que la idea de la resurrección era un concepto absurdo, pero ¡Jesús les contestó hablándoles del cielo!

Los saduceos le preguntaron sobre los siete hermanos y la única esposa, pero Jesús fue inmediatamente al grano de lo que realmente pensaban ellos, y así desenmascaró la estrechez con que interpretaban las Escrituras, haciéndoles ver que en realidad ellos necesitaban cambiar de mentalidad. Fue como si los saduceos no supieran en realidad qué era lo que querían conseguir, porque no le estaban haciendo preguntas sinceras ni correctas al Señor, preguntas que fueran en esencia importantes.

Sabemos que Jesús trató de ayudar a los saduceos, pero no encontró más que resistencia y corazones endurecidos, porque en realidad ellos no querían escuchar lo que él les decía. Pero no tiene que ser así en nuestro caso. El Señor puede hacernos ver lo que tenemos que cambiar en nuestros conceptos, pero también ablandar nuestro corazón de modo que queramos cambiar.

Por ejemplo, tal vez tú estás convencido de que tu esposa o marido o un amigo tuyo tiene que dejar de hacer algo que te molesta bastante. Pero cuando oras sobre el asunto, te das cuenta de que eres tú el que necesita cambiar y aprender a demostrar más paciencia y comprensión.

O quizás estás rezando por una dificultad que tienes con un vecino tuyo. Tal vez el problema no se resuelve como tú esperabas, pero poco a poco ves que los juicios críticos que tenías sobre él van desapareciendo y logras desarrollar una relación más abierta con esa persona.

O tal vez te pidieron que dieras una mano en tu parroquia y no has visto aún cómo hacerlo, pero el Señor te da la seguridad de que él se hará cargo de ti, porque hace desaparecer tus temores y te ayuda a ver que puedes servir sin dejar de cumplir fielmente tus otras obligaciones.

Ahora que nos acercamos al final del año litúrgico, acepta la posibilidad de que Dios quiera usarte de un modo hasta ahora inesperado. Deja que te sorprenda con una muestra de su amor y su poder transformador.
“Amado Jesús, Señor mío, en ti confío. Ayúdame a no quedarme pensando en lo que deseo que tú hagas y logre ver las cosas maravillosas que en realidad estás haciendo.”
Apocalipsis 11, 4-12
Salmo 144(143), 1-2. 9-10

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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