jueves, 31 de enero de 2019

NO ES POSIBLE VIVIR MEZCLANDO EL BIEN Y EL MAL


Predico esperanza y vida, pero no puedo dejar de decir que, en la Sagrada Escritura y en el Catecismo de la Iglesia Católica consta que, cualquier persona, al realizar una reforma en su casa, debe tomar los escombros, la suciedad, las cosas viejas, estropeadas, y tirarlas hacia fuera. Lo que es viejo es viejo, lo que está estropeado está estropeado, lo que es sucio es sucio; y deben ser descartados para que pueda ser hecho algo nuevo. No se puede vivir mezclando el bien con el mal, porque este último acabará contaminando el primero. Además de expulsar a Satanás y sus ángeles rebeldes, Dios destruirá el pecado y toda la suciedad de este mundo.
Las personas que quieren vivir una vida "más o menos", un cristianismo libre, sin compromiso, viviendo la vida por vivirla, se desmoronan cuando oyen hablar que Dios realizará todo eso, porque al afirmarse en el "más o menos" nunca avanzan y no alcanzan la santidad. No están dispuestos a hacer sacrificios ni a romper con el pecado. Quieren ser de Dios, pero viviendo en el pecado. Gustarían de una vida nueva, pero con todo de la vieja vida. ¡No, eso no se puede!
Cuando se les revelan las verdades de la Biblia, la verdad que es la Verdad, las personas se asustan y buscan justificaciones y excusas para su poca fe. Pero nuestro Dios no es un Dios de disculpas. Él es Él Señor y cumplirá Sus promesas. Es lo que esperamos de Él, es por eso que luchamos. Gastamos la vida, invertimos, evangelizamos, porque creemos en una humanidad nueva y estamos seguros de que eso es verdad de la Biblia y doctrina de la Iglesia.

Tu hermano,
Monseñor Jonas Abib 
Fundador de la Comunidad Canción Nueva
Adaptación del original en portugués


Meditación: Marcos 4, 21-25

Con la misma medida con que ustedes midan, Dios los medirá a ustedes.
Marcos 4, 24

En el Evangelio de hoy, San Marcos relacionó directamente la promesa de Jesús sobre la abundancia con dos exhortaciones a poner atención a la manera como escuchamos sus palabras. Poniendo estas ideas una junto a la otra, el evangelista nos dice que, si tomamos en serio las palabras de Cristo, podemos tener la seguridad de recibir los tesoros que él nos tiene reservados. O bien, para ponerlo en forma negativa, nos exhorta a crecer constantemente en el entendimiento de Jesús, para no perder lo que ya tenemos. La “medida con que midamos” es la manera en que ponemos atención a las palabras de Cristo, y la “medida con que seremos medidos” se refiere a la libertad y la vida que recibimos cuando ponemos en práctica las enseñanzas y mandatos del Señor.

¿Cómo podemos estar seguros de que las palabras de Jesús penetren en nuestro corazón? Una manera de hacerlo es señalar un tiempo regular para estudiar las Escrituras, posiblemente mediante un análisis de la palabra, el estudio de la historia o los antecedentes de un pasaje, o buscando referencias de otros pasajes de la Escritura. Cuando uno estudia la Palabra de Dios de esta manera, la mente se abre para recibir la plenitud y la riqueza de la palabra.

Al mismo tiempo, el Señor quiere que aprendamos a orar y meditar diariamente en su palabra y recibir con fe y alegría lo que él nos dice en el texto bíblico. Esto significa aprender a guardar silencio para escuchar a Dios; significa reposar en la presencia del Señor reflexionando lentamente sobre uno o dos versículos; significa esperar pacientemente en el Señor hasta que nos hable al corazón.

Pero familiarizarse más con la Palabra de Dios no significa solamente dedicarse a leer pasaje tras pasaje. Jesús nos dio su Espíritu Santo para que nos condujera a toda la verdad; por eso podemos confiar que el Espíritu, que es nuestro abogado y consejero, está con nosotros cada vez que leemos con detenimiento, meditamos y estudiamos el texto de la Sagrada Escritura. Si persistimos, él vivificará su palabra en nuestro espíritu y nos colmará de las bendiciones de su presencia y su guía.
“Jesús, Señor y Salvador mío, concédeme la gracia de ponerme en tus manos cuando hago oración, cuando te alabo y cuando presto servicios a los demás.”
Hebreos 10, 19-25
Salmo 24(23), 1-6

fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

Por la mañana... 31012019

Recibe el nuevo día y ofrece lo que vivas para colaborar en la misión de Jesús rezando por la intención del mes. “A ver si atendéis bien. Seréis medidos con la medida con que midáis, y aún con creces, pues al que tiene se le dará, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene.” (Mc 4, 21-25).

Los talentos son para ser puestos al servicio del Señor y de los hermanos. La luz que portas es para que ilumine a otros pues en ella brilla el Señor.
¿Haces crecer tus talentos?
¿Desarrollas tus capacidades?
Padre Nuestro…

Trabajé siempre por amor

san Juan Bosco
Si de verdad buscamos la auténtica felicidad de nuestros alumnos y queremos inducirlos al cumplimiento de sus obligaciones, conviene, ante todo, que nunca olvidéis que hacéis las veces de padres de nuestros amados jóvenes, por quienes trabajé siempre con amor, por quienes estudié y ejercí el ministerio sacerdotal, y no sólo yo; sino toda la Congregación salesiana.

¡Cuántas veces, hijos míos, durante mi vida, ya bastante prolongada, he tenido ocasión de convencerme de esta gran verdad! Es más fácil enojarse que aguantar, amenazar al niño que persuadirlo; añadiré incluso que, para nuestra impaciencia y soberbia, resulta más cómodo castigar a los rebeldes que corregirlos, soportándolos con firmeza y suavidad a la vez.

Os recomiendo que imitéis la caridad que usaba Pablo con los neófitos, caridad que con frecuencia lo llevaba a derramar lágrimas y a suplicar, cuando los encontraba poco dóciles y rebeldes a su amor.

Guardaos de que nadie pueda pensar que os dejáis llevar por los arranques de vuestro espíritu. Es difícil, al castigar, conservar la debida moderación, la cual es necesaria para que en nadie pueda surgir la duda de que obramos sólo para hacer prevalecer nuestra autoridad o para desahogar nuestro mal humor.

Miremos como a hijos a aquellos sobre los cuales debemos ejercer alguna autoridad. Pongámonos a su servicio, a imitación de Jesús, el cual vino para obedecer y no para mandar, y avergoncémonos de todo lo que pueda tener incluso apariencia de dominio; si algún dominio ejercemos sobre ellos, ha de ser para servirlos mejor.

Este era el modo de obrar de Jesús con los apóstoles, ya que era paciente con ellos, a pesar de que eran ignorantes y rudos, e incluso poco fieles; también con los pecadores se comportaba con benignidad y con una amigable familiaridad, de tal modo que era motivo de admiración para unos, de escándalo para otros, pero también ocasión de que muchos concibieran la esperanza de alcanzar el perdón de Dios. Por esto, nos mandó que fuésemos mansos y humildes de corazón.

Son hijos nuestros, y, por esto, cuando corrijamos sus errores, hemos de deponer toda ira o, por lo menos, dominarla de tal manera como si la hubiéramos extinguido totalmente.

Mantengamos sereno nuestro espíritu, evitemos el desprecio en la mirada, las palabras hirientes; tengamos comprensión en el presente y esperanza en el futuro, como conviene a unos padres de verdad, que se preocupan sinceramente de la corrección y enmienda de sus hijos.

En los casos más graves, es mejor rogar a Dios con humildad que arrojar un torrente de palabras, ya que éstas ofenden a los que las escuchan, sin que sirvan de provecho alguno a los culpables.

Cristo está presente en el pobre

Teresa de Calcuta
«La medida que uséis la usarán con vosotros» (Mc 4,24)

A Cristo, estando invisible, no le podemos mostrar nuestro amor; pero nuestros vecinos son siempre visibles y podemos hacer por ellos todo lo que, si Cristo estuviera visible, nos gustaría hacer por él.

Hoy, es el mismo Cristo el que está presente en aquellos que nadie necesita, en los que nadie emplea, que nadie cuida, que tienen hambre, que van desnudos, que no tienen hogar. Parece que son inútiles al Estado y a la sociedad; nadie tiene tiempo para emplear en ellos. Nos toca a nosotros, los cristianos, a vosotros y a mí, dignos del amor de Cristo si nuestro amor es verdadero, nos toca a nosotros ir a su encuentro, ayudarlos; están ahí para que les encontremos.

Trabajar por trabajar; este es el peligro que siempre nos amenaza. Es ahí que intervienen el respeto, el amor y la devoción a fin de que dirijamos nuestro trabajo a Dios, a Cristo. Y por eso intentamos hacerlo de la manera más bella posible.

Dejarse iluminar por Cristo

Francisco de Sales
«Con la medida con que midiereis, se os medirá» (Mc 4,24)

El mandamiento del amor al prójimo es nuevo, porque nuestro Señor ha venido a renovarlo, testimoniando así que quería que fuese mejor observado. También es nuevo porque parece que nuestro Señor lo ha resucitado, igual que se puede llamar un hombre nuevo al que habiendo muerto, resucita... Parece que nuestro Señor nos lo vuelve a dar. Pero quiere que, como cosa nueva, como mandamiento nuevo, sea practicado fiel y fervientemente. También es nuevo por las nuevas obligaciones que tenemos de observarlo...

Y ¿cuáles son estas nuevas obligaciones que ha traído Jesucristo al mundo, para hacernos dóciles a la observancia de este divino precepto? Sin duda son grandes, porque Él mismo vino a enseñárnoslas y no sólo con palabras sino mucho más con el ejemplo; este Maestro divino no ha querido enseñarnos a pintar sin que Él mismo haya pintado antes; no nos ha dado ningún precepto sin haber Él observado antes de dárnoslo.

Y lo mismo, antes de renovar este mandamiento del amor al prójimo, Él nos ha amado y nos ha enseñado con su ejemplo cómo debemos practicarlo, para que no nos excusemos de cumplirlo diciendo que es cosa imposible.

¿Puede parecernos sorprendente que el Amado de nuestras almas quiera que nos amemos como Él nos ha amado, ya que nos ha restablecido en el perfecto parecido que antes teníamos con Él? No se puede dudar de que la semejanza, la imagen de Dios en nosotros antes de la Encarnación del Salvador era muy distante de la verdadera semejanza.

Los colores del retrato eran pálidos y descoloridos, no había sino algunos trazos, como en un cuadro solamente esbozado. Pero al venir nuestro Señor al mundo ha enaltecido de tal manera nuestra naturaleza, que podemos decir con toda seguridad que nos asemejamos perfectamente a Dios, el cual, al hacerse Hombre, se ha hecho semejante a nosotros y nos ha hecho semejantes a Él.

Por tanto, tenemos que levantar el ánimo para vivir según lo que somos e imitar lo más perfectamente posible a quien ha venido a enseñarnos lo que debemos hacer.

Francisco de Sales
Sermón: Dejarse iluminar por Cristo
«Con la medida con que midiereis, se os medirá» (Mc 4,24)
Sermón X, 273

La lámpara no luce para sí, sino para los que viven en tinieblas

Juan Crisóstomo
«La luz es para ponerla en el candelero» (Mc 4,21)

¡No podéis imaginaros cómo me escuece el alma al recordar las muchedumbres, que como imponente marea, se congregaban los días de fiesta y ver reducidas ahora a la mínima expresión aquellas multitudes de antaño! ¿Dónde están ahora los que en las solemnidades nos causan tanta tristeza? Es a ellos a quienes busco, ellos por cuya causa lloro al caer en la cuenta de la cantidad de ellos que perecen y que estaban salvos, al considerar los muchos hermanos que pierdo, cuando pienso en el reducido número de los que se salvan, hasta el punto de que la mayor parte del cuerpo de la Iglesia se asemeja a un cuerpo muerto e inerte.

Pero dirá alguno: ¿Y a nosotros qué? Pues bien, os importa muchísimo a vosotros que no os preocupáis por ellos, ni les exhortáis, ni les ayudáis con vuestros consejos; a vosotros que no les hacéis sentir su obligación de venir ni los arrastráis aunque sea a la fuerza, ni les ayudáis a salir de esa supina negligencia. Pues Cristo nos enseñó que no sólo debemos sernos útiles a nosotros, sino a muchos, al llamarnos sal, fermento y luz. Estas cosas, en efecto, son útiles y provechosas para los demás. Pues la lámpara no luce para sí, sino para los que viven en tinieblas: y tú eres lámpara, no para disfrutar en solitario de la luz, sino para reconducir al que yerra.

Porque, ¿de qué sirve la lámpara si no alumbra al que vive en las tinieblas? Y ¿cuál sería la utilidad del cristianismo si no ganase a nadie, si a nadie redujera a la virtud?

Por su parte, tampoco la sal se conserva a sí misma, sino que mantiene a raya a los cuerpos tendentes a la corrupción, impidiendo que se descompongan y perezcan. Lo mismo tú: puesto que Dios te ha convertido en sal espiritual, conserva y mantén en su integridad a los miembros corrompidos, es decir, a los hermanos desidiosos y a los que ejercen artes esclavizantes; y al hermano liberado de la desidia, como de una llaga cancerosa, reincorporándolo a la Iglesia.

Por esta razón te apellidó también fermento. Pues bien, tampoco el fermento actúa como levadura de sí mismo, sino de toda la masa, por grande que sea, pese a su parvedad y escaso tamaño. Pues lo mismo vosotros: aunque numéricamente sois pocos, sed no obstante muchos por la fe y el empeño en el culto de Dios. Y así como la levadura no por desproporcionada deja de ser activísima, sino que por el calor con que la naturaleza la ha dotado y en fuerza a sus propiedades sobrepuja a la masa, así también vosotros, si os lo proponéis, podréis reducir, a una multitud mucho mayor, a un mismo fervor y a un paralelo entusiasmo.

Juan Crisóstomo
Sobre la Carta a los Romanos: La lámpara no luce para sí, sino para los que viven en tinieblas
«La luz es para ponerla en el candelero» (Mc 4,21)
Homilía 20, 2: PG 51, 174

«Ustedes son la luz del mundo»

Cromacio de Aquilea
«Vosotros sois la luz del mundo» (cf. Mc 1,21)

Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. El Señor llamó a sus discípulos sal de la tierra, porque habían de condimentar con la sabiduría del cielo los corazones de los hombres, insípidos por obra del diablo. Ahora les llama también luz del mundo, porque, después de haber sido iluminados por él, que es la luz verdadera y eterna, se han convertido ellos mismos en luz que disipa las tinieblas.

Siendo él el sol de justicia, llama con razón a sus discípulos luz del mundo; a través de ellos, como brillantes rayos, difunde por el mundo entero la luz de su conocimiento. En efecto, los apóstoles, manifestando la luz de la verdad, alejaron del corazón de los hombres las tinieblas del error.

Iluminados por éstos, también nosotros nos hemos convertido en luz, según dice el Apóstol: En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor; caminad como hijos de la luz e hijos del día; no lo sois de la noche ni de las tinieblas.

Con razón dice san Juan en su carta: Dios es luz, y quien permanece en Dios está en la luz, como él está en la luz. Nuestra alegría de vernos libres de las tinieblas del error debe llevarnos a caminar como hijos de la luz. Por eso dice el Apóstol: Brilláis como lumbrera del mundo, mostrando una razón para vivir. Si no obramos así, es como si, con nuestra infidelidad, pusiéramos un velo que tapa y oscurece esta luz tan útil y necesaria, en perjuicio nuestro y de los demás. Ya sabemos que aquel que recibió un talento y prefirió esconderlo antes que negociar con él para conseguir la vida del cielo, sufrió el castigo justo.

Por eso la esplendorosa luz que se encendió para nuestra salvación debe lucir constantemente en nosotros. Tenemos la lámpara del mandato celeste y de la gracia espiritual, de la que dice David: Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero. De ella dice también Salomón: El precepto de la ley es una lámpara.

Esta lámpara de la ley y de la fe no debe nunca ocultarse, sino que debe siempre colocarse sobre el candelero de la Iglesia para la salvación de muchos; así podremos alegrarnos con la luz de su verdad y todos los creyentes serán iluminados.

La luz que alumbra a todo hombre

Máximo el Confesor
«No se coloca la lámpara bajo el celemín» (Mc 4,21)
La lámpara colocada sobre el candelero, de la que habla la Escritura, es nuestro Señor Jesucristo, luz verdadera del Padre, que, viniendo a este mundo, alumbra a todo hombre; al tomar nuestra carne, el Señor se ha convertido en lámpara y por esto es llamado «luz», es decir, Sabiduría y Palabra del Padre y de su misma naturaleza. Como tal es proclamado en la Iglesia por la fe y por la piedad de los fieles. Glorificado y manifestado ante las naciones por su vida santa y por la observancia de los mandamientos, alumbra a todos los que están en la casa (es decir, en este mundo), tal como lo afirma en cierto lugar esta misma Palabra de Dios: No se enciende una lámpara para meterla debajo el celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Se llama a sí mismo claramente lámpara, como quiera que, siendo Dios por naturaleza, quiso hacerse hombre por una dignación de su amor.

Según mi parecer, también el gran David se refiere a esto cuando, hablando del Señor, dice: Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero. Con razón, pues, la Escritura llama lámpara a nuestro Dios y Salvador, ya que él nos libra de las tinieblas de la ignorancia y del mal.

Él, en efecto, al disipar, a semejanza de una lámpara, la oscuridad de nuestra ignorancia y las tinieblas de nuestro pecado, ha venido a ser como un camino de salvación para todos los hombres: con la fuerza que comunica y con el conocimiento que otorga, el Señor conduce hacia el Padre a quienes con él quieren avanzar por el camino de la justicia y seguir la senda de los mandatos divinos. En cuanto al candelero, hay que decir que significa la santa Iglesia, la cual, con su predicación, hace que la palabra luminosa de Dios brille e ilumine a los hombres del mundo entero, como si fueran los moradores de la casa, y sean llevados de este modo al conocimiento de Dios con los fulgores de la verdad.

La palabra de Dios no puede, en modo alguno, quedar oculta bajo el celemín; al contrario, debe ser colocada en lo más alto de la Iglesia, como el mejor de sus adornos. Si la palabra quedara disimulada bajo la letra de la ley, como bajo un celemín, dejaría de iluminar con su luz eterna a los hombres. Escondida bajo el celemín, la palabra ya no sería fuente de contemplación espiritual para los que desean librarse de la seducción de los sentidos, que, con su engaño, nos inclinan a captar solamente las cosas pasajeras y materiales; puesta, en cambio, sobre el candelero de la Iglesia, es decir, interpretada por el culto en espíritu y verdad, la palabra de Dios ilumina a todos los hombres.

La letra, en efecto, si no se interpreta según su sentido espiritual, no tiene más valor que el sensible y está limitada a lo que significan materialmente sus palabras, sin que el alma llegue a comprender el sentido de lo que está escrito.

No coloquemos, pues, bajo el celemín, con nuestros pensamientos racionales, la lámpara encendida (es decir, la palabra que ilumina la inteligencia), a fin de que no se nos pueda culpar de haber colocado bajo la materialidad de la letra la fuerza incomprensible de la sabiduría; coloquémosla, más bien, sobre el candelero y que alumbre a todos los de casa. Se llama a sí mismo claramente lámpara, como quiera que, siendo Dios por naturaleza, quiso hacerse hombre por una dignación de su amor.

Según mi parecer, también el gran David se refiere a esto cuando, hablando del Señor, dice: Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero. Con razón, pues, la Escritura llama lámpara a nuestro Dios y Salvador, ya que él nos libra de las tinieblas de la ignorancia y del mal.

Él, en efecto, al disipar, a semejanza de una lámpara, la oscuridad de nuestra ignorancia y las tinieblas de nuestro pecado, ha venido a ser como un camino de salvación para todos los hombres: con la fuerza que comunica y con el conocimiento que otorga, el Señor conduce hacia el Padre a quienes con él quieren avanzar por el camino de la justicia y seguir la senda de los mandatos divinos. En cuanto al candelero, hay que decir que significa la santa Iglesia, la cual, con su predicación, hace que la palabra luminosa de Dios brille e ilumine a los hombres del mundo entero, como si fueran los moradores de la casa, y sean llevados de este modo al conocimiento de Dios con los fulgores de la verdad.

La palabra de Dios no puede, en modo alguno, quedar oculta bajo el celemín; al contrario, debe ser colocada en lo más alto de la Iglesia, como el mejor de sus adornos. Si la palabra quedara disimulada bajo la letra de la ley, como bajo un celemín, dejaría de iluminar con su luz eterna a los hombres. Escondida bajo el celemín, la palabra ya no sería fuente de contemplación espiritual para los que desean librarse de la seducción de los sentidos, que, con su engaño, nos inclinan a captar solamente las cosas pasajeras y materiales; puesta, en cambio, sobre el candelero de la Iglesia, es decir, interpretada por el culto en espíritu y verdad, la palabra de Dios ilumina a todos los hombres.

La letra, en efecto, si no se interpreta según su sentido espiritual, no tiene más valor que el sensible y está limitada a lo que significan materialmente sus palabras, sin que el alma llegue a comprender el sentido de lo que está escrito.

No coloquemos, pues, bajo el celemín, con nuestros pensamientos racionales, la lámpara encendida (es decir, la palabra que ilumina la inteligencia), a fin de que no se nos pueda culpar de haber colocado bajo la materialidad de la letra la fuerza incomprensible de la sabiduría; coloquémosla, más bien, sobre el candelero (es decir, sobre la interpretación que le da la Iglesia), en lo más elevado de la genuina contemplación; así iluminará a todos los hombres con los fulgores de la revelación divina.

Máximo el Confesor
Cuestiones a Talasio: La luz que alumbra a todo hombre
«No se coloca la lámpara bajo el celemín» (Mc 4,21)
Cuestión 63: PG 90, 667-670

Si eres luz, vive en la luz

Ignacio de Antioquía
«Si algo se hace oculto, saldrá a la luz» (cf. Mc 4,22)

Procurad reuniros con más frecuencia para celebrar la acción de gracias y la alabanza divina. Cuando os reunís con frecuencia en un mismo lugar, se debilita el poder de Satanás, y la concordia de vuestra fe le impide causaros mal alguno. Nada mejor que la paz, que pone fin a toda discordia en el cielo y en la tierra.

Nada de esto os es desconocido, si mantenéis de un modo perfecto, en Jesucristo, la fe y la caridad, que son el principio y el fin de la vida: el principio es la fe, el fin es la caridad. Cuando ambas virtudes van a la par, se identifican con el mismo Dios, y todo lo que contribuye al bien obrar se deriva de ellas. El que profesa la fe no peca, y el que posee la caridad no odia. Por el fruto se conoce el árbol; del mismo modo, los que hacen profesión de pertenecer a Cristo se distinguen por sus obras. Lo que nos interesa ahora, más que hacer una profesión de fe, es mantenernos firmes en esa fe hasta el fin. Es mejor callar y obrar que hablar y no obrar. Buena cosa es enseñar, si el que enseña también obra. Uno solo es el maestro, que lo dijo, y existió; pero también es digno del Padre lo que enseñó sin palabras.

El que posee la palabra de Jesús es capaz de entender lo que él enseñó sin palabras y llegar así a la perfección, obrando según lo que habla y dándose a conocer por lo que hace sin hablar. Nada hay escondido para el Señor, sino que aun nuestros secretos más íntimos no escapan a su presencia. Obremos, pues, siempre conscientes de que él habita en nosotros, para que seamos templos suyos y él sea nuestro Dios en nosotros, tal como es en realidad y tal como se manifestará ante nuestra faz; por esto, tenemos motivo más que suficiente para amarlo.

Ignacio de Antioquía
A los Efesios: Si eres luz, vive en la luz
«Si algo se hace oculto, saldrá a la luz» (cf. Mc 4,22)
13-15: Funk 2, 197-201

Nada es nuestro

Francisco de Asís
«Al que tiene se le dará; pero al que no tiene,
se le quitará hasta lo que tiene»
Mc 4,25

Bienaventurado el siervo que devuelve todos los bienes al Señor Dios, porque quien retiene algo para sí, esconde en sí el dinero de su Señor Dios (Mt 25,18), y lo que creía tener se le quitará (Lc 8, 18).

Bienaventurado el siervo que no se tiene por mejor cuando es engrandecido y exaltado por los hombres, que cuando es tenido por vil, simple y despreciado, porque cuanto es el hombre delante de Dios, tanto es y no más.

Bienaventurado aquel religioso que no encuentra placer y alegría sino en las santísimas palabras y obras del Señor, y con ellas conduce a los hombres al amor de Dios con gozo y alegría (cf. Sal 50,10).

Bienaventurado el siervo que, cuando habla, no manifiesta todas sus cosas con miras a la recompensa, y no es ligero para hablar (cf. Prov 29, 20), sino que prevé sabiamente lo que debe hablar y responder. ¡Ay de aquel religioso que no guarda en su corazón los bienes que el Señor le muestra (cf. Lc 2, 19. 51) y no los muestra a los otros con obras, sino que, con miras a la recompensa, ansía más bien mostrarlos a los hombres con palabras! Él recibe su recompensa (cf. Mt 6, 2. 16), y los oyentes sacan poco fruto.

Bienaventurado el siervo que atesora en el cielo (cf. Mt 6,20) los bienes que el Señor le muestra, y no ansía manifestarlos a los hombres con la mira puesta en la recompensa, porque el Altísimo en persona manifestará sus obras a todos aquellos a quienes le plazca. Bienaventurado el siervo que guarda en su corazón los secretos del Señor (cf. Lc 2,19.51).

Francisco de Asís
Admoniciones: Nada es nuestro
«Al que tiene se le dará; pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene» (Mc 4,25)
Admoniciones, 18. 2; 19, 1-3; 20, 1-2; 21, 1.3; 28

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 4,21-25.


Evangelio según San Marcos 4,21-25.

Jesús les decía: "¿Acaso se trae una lámpara para ponerla debajo de un cajón o debajo de la cama? ¿No es más bien para colocarla sobre el candelero?
Porque no hay nada oculto que no deba ser revelado y nada secreto que no deba manifestarse.
¡Si alguien tiene oídos para oír, que oiga!".
Y les decía: "¡Presten atención a lo que oyen! La medida con que midan se usará para ustedes, y les darán más todavía.
Porque al que tiene, se le dará, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene".

RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos:

La luz es para que ilumine. Las cosas buenas merecen ser conocidas. Lo que ayuda a la vida necesita hacerse accesible.

Así fue y así es la vida de Jesús. En su tiempo, se mostró a las personas. Recorriendo calles, aldeas y ciudades. Acercándose a los más necesitados. Hablando públicamente. Llamando a un grupo de seguidores, que continuaran dando voz a su palabra y encarnando sus gestos de amor. Aunque muchas veces se apartaba para rezar, escapando así del activismo sin raíces, su vida fue un mostrarse, un exponerse… hasta su último día. En la cruz, Jesús se muestra al mundo como amor entregado, supremo amor.

Por eso, la vida cristiana está llamada a mostrar a este Jesús, con las palabras y con la vida. Sin prepotencia. Pero sin complejos. Aunque una vez Jesús recomendó “que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha” para evitar todo afán de aparentar, otra vez nos dijo: “brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”. El que es Luz (“yo soy la luz del mundo”) nos llama a ser luz (“vosotros sois la luz del mundo”). Brillar con una luz que no es propia, sino reflejo de la luz que recibimos. Como la luna, que refleja la luz del sol. Y a ello somos llamados como Iglesia, como cuando en la noche de Pascua la luz del Resucitado se va transmitiendo a todas las velas de la comunidad reunida. Y a ello somos llamados cada uno en nuestro bautismo, cuando nuestros padres y padrinos encienden una vela del cirio pascual.

Señor Jesús, gracias por ser luz.
Luz que ilumina oscuridades, que calienta frialdades.
Que ayuda a caminar.
Señor Jesús, gracias por llamarnos a ser luz.
Con la luz recibida de ti.
Sin deslumbrar, sino iluminando.
Te ofrezco mi luz, reflejo de tu luz.
Ayúdame a ser luz para otros, 
especialmente para quienes viven en mayor oscuridad.
AMÉN

Nuestro hermano en la fe: 
Luis Manuel Suárez CMF

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

COMPRENDIENDO LA PALABRA 310119


“Que vuestra luz brille ante los hombres.” (cf Mt 5,16)

El evangelio lo puede penetrar profundamente en las conciencias, en la vida y en el trabajo de un pueblo sin la presencia activa de los seglares. Por ello, ya al tiempo de fundar la Iglesia hay que atender sobre todo a la constitución de un maduro laicado cristiano...La obligación principal de los seglares, hombres y mujeres, es el testimonio de Cristo, que deben dar con la vida y con la palabra en la familia, en su grupo social y en el ámbito de su profesión. Es necesario que en ellos aparezca el hombre nuevo, creado según Dios en justicia y santidad verdadera (cf Ef 4,24). Y deben expresar esta vida nueva en el ambiente de la sociedad y de la cultura patria, según las tradiciones de su nación.Tienen que conocer esta cultura, sanearla y conservarla, desarrollarla según las nuevas condiciones y, finalmente, perfeccionarla en Cristo, para que la fe cristiana y la vida de la Iglesia no sea ya extraña a la sociedad en que viven, sino que empiece a penetrarla y transformarla. Únanse a sus conciudadanos con sincera caridad a fin de que en el trato con ellos aparezca el nuevo vínculo de unidad y de solidaridad universal que brota del misterio de Cristo. Siembren también la fe de Cristo entre sus compañeros de trabajo, obligación que tanto más urge cuandto que muchos hombres no pueden oír hablar del evangelio ni conocer a Cristo más que por sus vecinos seglares....
Los ministros de la Iglesia, por su parte, aprecien grandemente el activo apostolado de los seglares. Fórmenlos para que, como miembros de Cristo, sean conscientes de su responsabilidad en pro de todos los hombres; instrúyanlos profundamente en el misterio de Cristo; inícienlos en los métodos prácticos y asístanles en las dificultades...
Observando, pues, las funciones y responsabilidades propias de los pastores y de los seglares, dé toda la Iglesia joven testimonio vivo y firme de Cristo, para convertirse en señal luminosa de la salvación, que nos llegó en Cristo.


Concilio Vaticano II
Ad Gentes: La actividad misionera de la Iglesia, 21

miércoles, 30 de enero de 2019

Buen día, Espíritu Santo! 31012019


LA FE JOVEN


«Esta JMJ ha tenido una fuerte huella mariana, porque su tema eran las palabras de la Virgen al Ángel: “He aquí la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra “(Lc. 1, 38). Fue impresionante escuchar estas palabras pronunciadas por los representantes de los jóvenes de los cinco continentes y, sobre todo, verlas transparentarse en sus rostros. Ver todas las banderas desfilar juntas, danzar en las manos de los jóvenes alegres por encontrarse es un signo profético, un signo que va en contra de la triste tendencia actual de los nacionalismos conflictivos, que levantan muros y se cierran a la universalidad, al encuentro entre los pueblos. Es una señal de que los jóvenes cristianos son levadura de paz en el mundo»

Francisco
Audiencia General 30-01-19
Viñeta. Leonan Faro 



NO SOMOS NOSOTROS LOS QUE DEBEMOS DICTAR LAS ÓRDENES DE DIOS


La sequedad espiritual en la conquista de la humildad, nos hacen entender que todo viene de Dios y en todo dependemos de Él. El amor de Dios hacia nosotros es pura gratuidad. Ese tiempo penoso nos hace comprender que Él es el Señor de los dones y los distribuye según la manera que le parezca, a quien quiera y como quiera.
No somos nosotros quienes debemos dictar las órdenes a Dios, Él es el Señor, Él es Dios. El Señor es libre y nosotros somos Sus siervos. Así Dios nos purifica. Se sufre mucho, pero este es un sufrimiento redentor.
Aprendemos a servirle sin gusto al hacerlo. Aprendemos a buscarlo en todo momento. Aprendemos que nuestros ojos deben estar constantemente fijos en Él.
Así es como Dios fortalece nuestra fe , nos invita a no renunciar a la búsqueda de hacer el bien, enseñándonos el camino de la constancia como Santa Teresa que, a pesar de haber tenido dudas de la presencia de Jesús en la Eucaristía durante años, no dejó de hacer adoraciòn eucarística. Es a través de este ejercicio que se fortalece la virtud. Yo suelo decir a mis hijos en Canción Nueva: "El 10% es inspiración y el 90% es transpiración".

Tu hermano,
Monseñor Jonas Abib 
Fundador de la Comunidad Canción Nueva
Adaptación del original en portugués


¿El Reiki es compatible con el cristianismo?

En respuesta a preguntas concernientes a la validez del Reiki como terapia alternativa, el Comité sobre Doctrina de los Obispos de EEUU emitió un comunicado, Directrices para evaluar el Reiki como terapia alternativa.

Lo que sigue es un resumen del documento de los obispos para ayudar a los servidores de la RCC a responder a preguntas que siguen surgiendo con respecto al Reiki. Para la transcripción completa del texto visiten la web de la Conferencia Episcopal de EEUU (USCCB en sus siglas en inglés).

Sanación por gracia divina y sanación por poder natural
Jesucristo realizó muchas sanaciones físicas y por medio del Espíritu Santo dio el carisma de sanación a su Iglesia a lo largo de los siglos. La sanación divina puede venir a través de los sacramentos, de sacramentales o mediante simples oraciones de sanación.

La Iglesia Católica tiene también una larga historia de cuidar a los enfermos, fundar hospitales e instituciones que utilizan medios naturales de sanación junto con la oración y la confianza en Dios de quien procede toda sanación (ver Si 38,1-8). El hecho de que es posible curarse pode poder divino no quiere decir que no deberíamos utilizar medios naturales que están a nuestra disposición.

Reiki y sanación
El Reiki es una técnica que fue desarrollada en Japón a finales del XIX, por Mikao Usui que estaba estudiando textos budistas. La enseñanza del Reiki afirma que la enfermedad está causada por un trastorno o desequilibrio en la «energía vital» de uno. Para efectuar la sanación el practicante del Reiki coloca sus manos en diversas posiciones sobre el cuerpo humano para facilitar el flujo de esta energía vital universal. Diversas ceremonias utilizando «símbolos sagrados» acompañan la iniciación del practicante del Reiki.

Están aquellos que reclaman que el Reiki no es una religión sino simplemente una técnica que puede ser utilizada por personas de diversas tradiciones religiosas. La bibliografía sobre el Reiki, sin embargo, lo describe a menudo como una sanación espiritual y hace referencias al dios, a la diosa, al «poder sanador divino» y a la mente divina. El Reiki también se describe como «un modo de vida» con cinco preceptos éticos específicos que se deben cumplir.

Hay algunos defensores del Reiki, principalmente enfermeras, que nos harían aceptar el Reiki como un medio natural de sanación. Pero esto obligaría entonces al Reiki a cumplir con los patrones de la ciencia natural. El Reiki no llega a cumplir estos patrones y carece de cualquier credibilidad científica. Algunas personas han intentado identificar al Reiki con la sanación divina conocida por los cristianos, pero están equivocados. Sólo existe una fuente de sanación divina, Jesucristo, y solo a Él dirigimos nuestras oraciones de sanación. María y los santos interceden, pero toda sanación procede de Dios. Añadir simplemente el nombre de Jesús al utilizar el Reiki no altera la esencia natural del Reiki, que no es una oración sino una técnica que es transmitida por el «Maestro de Reiki» al discípulo, y se supone que obtendrá con seguridad los resultados anticipados. Ni la Escritura ni la tradición cristiana hablan del mundo natural basado en «energía vital universal», que está sujeta a la manipulación de seres humanos. Esta visión del mundo, de hecho, es de naturaleza panteística. (El panteísmo es la visión de que la naturaleza misma es dios. Por lo tanto una roca es dios, tú eres dios, la tierra es dios, etc.)

Conclusión
Para un católico creer en la terapia Reiki presenta problemas insolubles. Emplear una técnica que no tiene base científica, o ni siquiera verosimilitud, para tratar la salud propia o ajena es imprudente. 

El Reiki también pone en peligro la salud espiritual de uno. Una persona católica que ponga su confianza en el Reiki estaría obrando en la esfera de la superstición. Tristemente algunos por ignorancia han empleado estas técnicas sin comprender sus implicaciones. Es responsabilidad de todos los maestros católicos y aquellos que tengan liderazgo y autoridad en la Iglesia, comprender claramente los peligros del Reiki, y enseñar de acuerdo y en unidad con el Magisterio.

Los obispos concluyen con una declaración fuerte y clara a todas las instituciones católicas, centros de retiro y capellanes católicos que las técnicas del Reiki son totalmente incompatibles con la enseñanza católica y, por lo tanto, no deben promoverse o apoyarse.

Comisión Doctrinal del ICCRs

No basta



No basta seguir a Jesús, es necesario oír Su catequesis y comprender las razones de nuestra esperanza.

El maestro se sentaba junto a una barca, a la orilla del mar, y contaba historias del Reino de los Cielos usando parábolas, como aquella del sembrador que salió a sembrar la semilla… Jesús iba catequizando.

La catequesis es muy importante en la familia, en la Iglesia… todo cristiano es un catequista: el padre y la madre son catequistas de sus hijos.

Es necesario catequizar como Jesús catequizó, contando historias y enseñando cuales son las razones por la cuales nosotros creemos, esperamos y amamos.

p. Joaozinho
Mc 4, 1-20

Meditación: Marcos 4, 1-20

Jesús se puso a enseñar otra vez junto al lago.
Marcos 4, 1

El Señor está sentado en una barca y enseña a la muchedumbre reunida a la orilla del lago. Los discípulos son oyentes privilegiados de una explicación personal del propio Dios encarnado. Con todo, no consiguen llegar a un entendimiento correcto de la identidad del Mesías, cosa que no ocurrirá sino hasta que llegue la luz de la Pascua.

En la parábola del sembrador, la atención se enfoca de inmediato en la variedad del terreno y su producto. Se proponen tres situaciones desfavorables (la vereda, el terreno pedregoso y las espinas) que anulan la vida de la semilla. En cambio, cuando el terreno es bueno, la semilla produce frutos extraordinarios con una progresión asombrosa: treinta, sesenta y ciento por uno.

Parecería que el Señor esconde bajo el dinamismo de las imágenes la realidad de la situación. Él es el sembrador que ha esparcido la Palabra con toda prodigalidad, a menudo recibiendo a cambio la incomprensión y el rechazo, que le manifiestan no solo los demonios, los maestros de la ley y fariseos, sino sus propios familiares.

Pero junto con tanta adversidad, no faltan los momentos de alegre aceptación, como ha sucedido con los discípulos. Ellos se han demostrado bien dispuestos a seguirlo, aunque no consiguen comprenderle bien todavía. Por eso, alejados de la muchedumbre, en un momento de intimidad familiar, le piden que les explique las parábolas.

Luego comienza un pasaje de difícil interpretación. Da la impresión de que las parábolas favorecen la comprensión del gentío, con su lenguaje vivo en imágenes, pero sin embargo “los que están afuera” permanecen ciegos a la verdad y así se consuma el rechazo de quienes han cerrado los oídos, y sobre todo el corazón, al mensaje cristiano. Solo los discípulos son admitidos al “misterio del Reino de Dios.”

El lenguaje de las parábolas es claro y su sentido fructífero, pero quienes deciden no creer se aíslan de Jesús y de su obra de salvación. Son “los que están afuera”, es decir, se convierten en extraños por decisión personal. Otros, incluso algunos paganos, siguen el ejemplo de los discípulos, deciden creer y así se convierten en “hermanos” de Jesús y pueden gozar de una comprensión que vivifica el alma.
“Amado Señor, no permitas que yo endurezca mi corazón, para que la semilla de tu palabra encuentre allí un terreno propicio y fértil.”
Hebreos 10, 11-18
Salmo 110(109), 1-4
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

Buen día, Espíritu Santo! 30012019



«Ser luz del mundo»

El Amor más grande: Cristo-Luz quiere pasar a través de nosotros
«Ser luz del mundo» (cf. Mt 5,14)
Capítulo 67


Es posible que no sea capaz de fijar mi atención totalmente en Dios durante mi trabajo. Dios no me lo pide de ninguna manera. Con todo, yo puedo desear plenamente y procurar cumplir mi trabajo con Jesús y por Jesús. Hermosa tarea. Ésta es la que Dios quiere. Quiere que nuestra voluntad y nuestro deseo se dirijan a él, a nuestra familia, a nuestros hijos, a nuestros hermanos y a los pobres.

Cada uno de nosotros somos un instrumento pobre. Si observas la composición de un aparato eléctrico, encontrarás un ensamblaje de hilos grandes y pequeños, nuevos y gastados, caros y baratos. Si la corriente eléctrica no pasa a través de todo ello, no habrá luz. Estos hilos somos tú y yo. Dios es la corriente. Tenemos poder para dejar pasar la corriente a través de nosotros, dejarnos utilizar por Dios, dejar que se produzca luz en el mundo o bien rehusar ser instrumentos y dejar que las tinieblas se extiendan.

Arrojar la semilla: un gesto de confianza

Benedicto XVI
Catequesis (extracto), Audiencia General, 12-10-2011

[…] Para hablar de la salvación, se evoca aquí la experiencia que cada año se renueva en el mundo agrícola: el momento difícil y fatigoso de la siembra y luego la alegría desbordante de la cosecha. Una siembra que va acompañada de lágrimas, porque se tira aquello que todavía podría convertirse en pan, exponiéndose a una espera llena de incertidumbres: el campesino trabaja, prepara el terreno, arroja la semilla, pero, como ilustra bien la parábola del sembrador, no sabe dónde caerá esta semilla, si los pájaros se la comerán, si arraigará, si echará raíces, si llegará a ser espiga (cf. Mt13, 3-9; Mc 4, 2-9; Lc 8, 4-8).

Arrojar la semilla es un gesto de confianza y de esperanza; es necesaria la laboriosidad del hombre, pero luego se debe entrar en una espera impotente, sabiendo bien que muchos factores determinarán el éxito de la cosecha y que siempre se corre el riesgo de un fracaso. No obstante eso, año tras año, el campesino repite su gesto y arroja su semilla. Y cuando esta semilla se convierte en espiga, y los campos abundan en la cosecha, llega la alegría de quien se encuentra ante un prodigio extraordinario.

Jesús conocía bien esta experiencia y hablaba de ella a los suyos: «Decía: “El reino de Dios se parece a un hombre que echa la semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo”» (Mc 4, 26-27). Es el misterio escondido de la vida, son las extraordinarias «maravillas» de la salvación que el Señor obra en la historia de los hombres y de las que los hombres ignoran el secreto. La intervención divina, cuando se manifiesta en plenitud, muestra una dimensión desbordante, como los torrentes del Negueb y como el trigo en los campos, este último evocador también de una desproporción típica de las cosas de Dios: desproporción entre la fatiga de la siembra y la inmensa alegría de la cosecha, entre el ansia de la espera y la tranquilizadora visión de los graneros llenos, entre las pequeñas semillas arrojadas en la tierra y los grandes cúmulos de gavillas doradas por el sol. En el momento de la cosecha, todo se ha transformado, el llanto ha cesado, ha dado paso a los gritos de júbilo.

Ángelus (extracto), 15-11-2009

[…] Cristo se compara con el sembrador y explica que la semilla es la Palabra (cf. Mc 4, 14): quienes oyen la Palabra, la acogen y dan fruto (cf. Mc 4, 20), forman parte del reino de Dios, es decir, viven bajo su señorío; están en el mundo, pero ya no son del mundo; llevan dentro una semilla de eternidad, un principio de transformación que se manifiesta ya ahora en una vida buena, animada por la caridad, y al final producirá la resurrección de la carne. Este es el poder de la Palabra de Cristo.

Queridos amigos, la Virgen María es el signo vivo de esta verdad. Su corazón fue “tierra buena” que acogió con plena disponibilidad la Palabra de Dios, de modo que toda su existencia, transformada según la imagen del Hijo, fue introducida en la eternidad, cuerpo y alma, anticipando la vocación eterna de todo ser humano. Ahora, en la oración, hagamos nuestra su respuesta al ángel: “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38), para que, siguiendo a Cristo por el camino de la cruz, también nosotros alcancemos la gloria de la resurrección.

Para abrirnos a la Gracia en miércoles de Gloria

En nuestros camino preparatorio a la llegada del nuevo párroco, volvemos a elevar nuestra oración confiada en este día pidiendo una nueva efusión del Espíritu Santo. Pedimos que sean renovados los corazones de los padres Nicolás y Leonardo, que sean llenos sus corazones de los dones y gracias que el Divino Paráclito regala como preciado tesoro para el crecimiento de la Iglesia.

Pedimos que nosotros, pueblo de Dios que peregrina en Recreo, podamos percibir su acción poderosa moviéndose en nuestros corazones, en nuestros pensamientos, sentimientos y acciones. 

«Una vez salió un sembrador a sembrar»

Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis, n. 15, 25-08-1997
«Una vez salió un sembrador a sembrar » (Mc 4,3)

Esta parábola es fuente inspiradora para la evangelización. « La semilla es la Palabra de Dios » (Lc 8,11). El sembrador es Jesucristo. Anunció el Evangelio en Palestina hace dos mil años y envió a sus discípulos a sembrarlo en el mundo. Jesucristo, hoy, presente en la Iglesia por medio de su Espíritu, sigue sembrando la Palabra del Padre en el campo del mundo.

La calidad del terreno es siempre muy variada. El Evangelio cae « a lo largo del camino » (Mc4,4) cuando no es realmente escuchado; o cae « en pedregal » (Mc 4,5), sin penetrar a fondo en la tierra; o « entre abrojos » (Mc 4,7), sofocándose enseguida en el corazón de muchas personas, distraídas por mil afanes. Pero una parte cae « en tierra buena » (Mc 4,8), en hombres y mujeres abiertos a la relación personal con Dios y solidarios con el prójimo, y da fruto abundante.

Jesús, en la parábola, comunica la buena noticia de que el Reino de Dios llega a pesar de las dificultades del terreno, las tensiones, los conflictos y los problemas del mundo. La semilla del Evangelio fecunda la historia de los hombres y anuncia una cosecha abundante. Jesús hace asimismo una advertencia: sólo en el corazón bien dispuesto germina la Palabra de Dios.

«El que tenga oídos para oír, que oiga»

San Juan Crisóstomo, Homilías sobre san Mateo, n. 44 : PG 57, 467
«El que tenga oídos para oír, que oiga» (Mc 4, 9)

En la parábola del sembrador Cristo nos enseña que su palabra se dirige a todos indistintamente. De la misma manera, en efecto, que el sembrador de la parábola no hace distinción alguna entre los terrenos, sino que siembra en todas direcciones, así también el Señor no hace distinción entre rico y pobre, sabio y tonto, negligente y aplicado, valiente y cobarde, sino que se dirige a todos y, a pesar de que conoce el porvenir, por su parte pone todo lo necesario de manera que puede decir: «¿Qué más debía hacer que no haya hecho?» (Is 5,4)…

Además, el Señor dice esta parábola para alentar a sus discípulos y educarlos a fin de que no se dejen abatir aunque los que acojan la palabra sean menos numerosos que los que no le hacen el menor caso. Es lo que hacía el Maestro mismo, el cual, a pesar del su conocimiento del porvenir, no dejaba de propagar su grano.

Pero me dirás ¿para qué sirve esparcir sobre las espinas, sobre la piedra o al borde del camino? Si se tratara de una semilla o una tierra materiales, ciertamente que no tendría ningún sentido; pero tratándose de las almas y de la Palabra, la cosa es totalmente digna de elogios. Con razón se podría reprochar a un campesino que obrara así: la piedra no se puede convertir en tierra, el camino no puede dejar de ser camino, ni las espinas no ser espinas. Pero en el terreno espiritual es diferente: la piedra puede llegar a ser tierra fértil, el camino no ser pisado por los viandantes y convertirse en un campo fecundo, las espinas pueden ser arrancadas y así dar lugar a que el grano fructifique libremente. Si esto no fuera posible, el sembrador no habría esparcido su grano tal como lo hizo.

“Ser tierra buena…”

San Cesareo de Arlés, Sermones al pueblo, n. 6 passim; SC 175
“Ser tierra buena…” (Mc 4, 8.20)

Hermanos queridos, cuando os exponemos algo útil para vuestras almas, que nadie trate de excusarse diciendo: ” no tengo tiempo para leer, por eso no puedo conocer los mandos de Dios ni observarlos “… Abandonemos las vanas habladurías y las bromas mordaces, y veamos si no nos queda tiempo para dedicar a la lectura de la Escritura santa… ¿Cuándo las noches son más largas, habrá alguien capaz de dormir tanto que no pueda leer personalmente o escuchar a otro a leer la Escritura?… Porque la luz del alma y su alimento eterno no son nada más que la Palabra de Dios, sin la cual el corazón no puede vivir ni ver…

El cuidado de nuestra alma es muy semejante al cultivo de la tierra. Lo mismo que en una tierra cultivada arrancamos por un lado y extirpamos por otro hasta la raíz para sembrar el buen grano, debemos hacer lo mismo en nuestra alma: arrancar lo que es malo y plantar lo que es bueno; extirpar lo que es perjudicial, incorporar lo que es útil; desarraigar el orgullo y plantar la humildad; echar la avaricia y guardar la misericordia; despreciar la impureza y gustar la castidad…

En efecto sabéis cómo se cultiva la tierra. En primer lugar arrancamos las zarzas, echamos las piedras bien lejos, luego aramos la tierra, empezamos de nuevo una segunda vez, una tercera, y por fin sembramos. De igual manera en nuestra alma: en primer lugar, desarraiguamos las zarzas, es decir los malos pensamientos; luego quitamos las piedras, es decir toda malicia y dureza.

En fin labremos nuestro corazón con el arado del Evangelio y el hierro de la cruz, trabajémoslo por la penitencia y la limosna, por la caridad preparémoslo para la semilla del Señor, con el fin de que pueda recibir con alegría la semilla de la palabra divina y producir no sólo treinta, sino que sesenta y cien veces su fruto.

San Cesareo de Arlés, Sermones al pueblo, n. 6 passim; SC 175
“Ser tierra buena…” (Mc 4, 8.20)

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 4,1-20.


Evangelio según San Marcos 4,1-20.

Jesús comenzó a enseñar de nuevo a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que debió subir a una barca dentro del mar, y sentarse en ella. Mientras tanto, la multitud estaba en la orilla.
El les enseñaba muchas cosas por medio de parábolas, y esto era lo que les enseñaba:
"¡Escuchen! El sembrador salió a sembrar.
Mientras sembraba, parte de la semilla cayó al borde del camino, y vinieron los pájaros y se la comieron.
Otra parte cayó en terreno rocoso, donde no tenía mucha tierra, y brotó en seguida porque la tierra era poco profunda;
pero cuando salió el sol, se quemó y, por falta de raíz, se secó.
Otra cayó entre las espinas; estas crecieron, la sofocaron, y no dio fruto.
Otros granos cayeron en buena tierra y dieron fruto: fueron creciendo y desarrollándose, y rindieron ya el treinta, ya el sesenta, ya el ciento por uno".
Y decía: "¡El que tenga oídos para oír, que oiga!".
Cuando se quedó solo, los que estaban alrededor de él junto con los Doce, le preguntaban por el sentido de las parábolas.
Y Jesús les decía: "A ustedes se les ha confiado el misterio del Reino de Dios; en cambio, para los de afuera, todo es parábola,
a fin de que miren y no vean, oigan y no entiendan, no sea que se conviertan y alcancen el perdón".
Jesús les dijo: "¿No entienden esta parábola? ¿Cómo comprenderán entonces todas las demás?
El sembrador siembra la Palabra.
Los que están al borde del camino, son aquellos en quienes se siembra la Palabra; pero, apenas la escuchan, viene Satanás y se lleva la semilla sembrada en ellos.
Igualmente, los que reciben la semilla en terreno rocoso son los que, al escuchar la Palabra, la acogen en seguida con alegría;
pero no tienen raíces, sino que son inconstantes y, en cuanto sobreviene la tribulación o la persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumben.
Hay otros que reciben la semilla entre espinas: son los que han escuchado la Palabra,
pero las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y los demás deseos penetran en ellos y ahogan la Palabra, y esta resulta infructuosa.
Y los que reciben la semilla en tierra buena, son los que escuchan la Palabra, la aceptan y dan fruto al treinta, al sesenta y al ciento por uno".


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos:

Es bueno recordarlo: el sembrador pone todo su empeño; la semilla es buena… donde se juega el fruto, es en la tierra que lo recibe. Si la tierra no está preparada, si es muy dura, si está llena de piedras o de espinos, el fruto no se va a lograr. En cambio, si es una tierra buena, labrada y oxigenada, el fruto será abundante.

Así pasa con la Palabra de Dios.

El Sembrador es Dios. Él está empeñado en que su Palabra dé vida a nuestro mundo. Porque es el Creador, que quiso que surgiera la vida para colmarla de su Vida. Por eso, como el sembrador que cada mañana sale a sembrar, nuestro Dios acompaña su obra y quiere hacer llegar su Palabra hasta los confines del mundo.

La semilla es la Palabra. Una Palabra que nos muestra el querer de Dios: que cada persona se comprenda como fruto de un Amor infinito, y por tanto capaz de amar y ser amada, dejando una huella de amor en nuestro mundo. Llegando a vivir como hijos y hermanos. Aquí y en la eternidad. Tan gran noticia no puede ser guardada, escondida ni ocultada. Por eso esa semilla, con todo su valor, no quiere guardarse en una urna de cristal, sino llegar hasta la tierra y mezclarse con ella, para llegar a producir todo su fruto.

La tierra somos nosotros. Tu corazón y el mío. Un corazón que puede estar descentrado –al borde del camino-, de manera que le entra la Palabra por un oído y le sale por otro. Un corazón que puede estar endurecido –en terreno pedregoso-, de forma que la Palabra no puede echar raíces. Un corazón que puede estar distraído –entre zarzas-, tanto así que la Palabra queda ahogada por otros asuntos que se consideran más urgentes o más importantes. Un corazón, por fin, que puede estar abierto, como el de María, que acoge la Palabra, la acepta y da una cosecha generosa.

Jesús lo quiso explicar de manera sencilla, para que las gentes de su tiempo lo comprendieran. Hoy quizá nos podría otros ejemplos, según el contexto, para hacernos comprender esta misma verdad. Pero el mensaje sería el mismo: Dios quiere que la Palabra dé fruto en nosotros.

Y tú, ¿qué tierra estás siendo últimamente? ¿Qué pasos podrías dar para llegar a ser tierra buena?

Nuestro hermano en la fe: 
Luis Manuel Suárez CMF

fuente del comentario CIUDAD REDONDA