Homilía: Es Cristo quien elige y convierte
Homilía 4, 1-2 sobre San Pablo
El bienaventurado Pablo que nos reúne hoy ha iluminado al mundo entero. Cuando fue llamado se quedó ciego. Pero esta ceguera hizo de él una antorcha para el mundo. Veía para hacer el mal. En su sabiduría, Dios le volvió ciego para iluminarle para el bien. No solamente le manifestó su poder sino que le reveló las entrañas de la fe que iba a predicar. Había que alejar de él todos los prejuicios, cerrar los ojos y perder las luces falsas de la razón para percibir la buena doctrina, «hacerse loco para llegar a ser sabio» como él mismo dirá más tarde (cf. 1 Cor 3,18). No hay que pensar que esta vocación le ha sido impuesta. Pablo era libre para escoger.
Impetuoso, vehemente, Pablo tenía necesidad de un freno enérgico para no dejarse llevar por la fuga y despreciar la llamada de Dios. Dios, pues, de antemano reprimió este ímpetu, cubriéndolo con la ceguera, apaciguando su cólera. Luego, le habló. Le dio a conocer su sabiduría inefable para que reconociera a aquel que perseguía y comprendiera que no podría resistirse a su gracia. No es la privación de la luz lo que le hizo quedar ciego sino el exceso de ella.
Dios escogió este momento. Pablo es el primero en reconocerlo: «Pero cuando Aquel que me escogió desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo.» (Gal 1,15). Aprendamos, pues, de boca de Pablo, que ni él, ni nadie después de él, ha encontrado a Cristo por su propio espíritu. Es Cristo que se revela y se da a conocer, como lo dice el mismo Salvador: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros» (cf. Jn 15,16).
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