Marcos 4, 1
El Señor está sentado en una barca y enseña a la muchedumbre reunida a la orilla del lago. Los discípulos son oyentes privilegiados de una explicación personal del propio Dios encarnado. Con todo, no consiguen llegar a un entendimiento correcto de la identidad del Mesías, cosa que no ocurrirá sino hasta que llegue la luz de la Pascua.
En la parábola del sembrador, la atención se enfoca de inmediato en la variedad del terreno y su producto. Se proponen tres situaciones desfavorables (la vereda, el terreno pedregoso y las espinas) que anulan la vida de la semilla. En cambio, cuando el terreno es bueno, la semilla produce frutos extraordinarios con una progresión asombrosa: treinta, sesenta y ciento por uno.
Parecería que el Señor esconde bajo el dinamismo de las imágenes la realidad de la situación. Él es el sembrador que ha esparcido la Palabra con toda prodigalidad, a menudo recibiendo a cambio la incomprensión y el rechazo, que le manifiestan no solo los demonios, los maestros de la ley y fariseos, sino sus propios familiares.
Pero junto con tanta adversidad, no faltan los momentos de alegre aceptación, como ha sucedido con los discípulos. Ellos se han demostrado bien dispuestos a seguirlo, aunque no consiguen comprenderle bien todavía. Por eso, alejados de la muchedumbre, en un momento de intimidad familiar, le piden que les explique las parábolas.
Luego comienza un pasaje de difícil interpretación. Da la impresión de que las parábolas favorecen la comprensión del gentío, con su lenguaje vivo en imágenes, pero sin embargo “los que están afuera” permanecen ciegos a la verdad y así se consuma el rechazo de quienes han cerrado los oídos, y sobre todo el corazón, al mensaje cristiano. Solo los discípulos son admitidos al “misterio del Reino de Dios.”
El lenguaje de las parábolas es claro y su sentido fructífero, pero quienes deciden no creer se aíslan de Jesús y de su obra de salvación. Son “los que están afuera”, es decir, se convierten en extraños por decisión personal. Otros, incluso algunos paganos, siguen el ejemplo de los discípulos, deciden creer y así se convierten en “hermanos” de Jesús y pueden gozar de una comprensión que vivifica el alma.
“Amado Señor, no permitas que yo endurezca mi corazón, para que la semilla de tu palabra encuentre allí un terreno propicio y fértil.”
Hebreos 10, 11-18
Salmo 110(109), 1-4
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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