«Estos son mi madre y mis hermanos» (Mc ,).
El Evangelio nos enseña el rostro más bello de Cristo: su vida y la enseñanza que nos ha dado a través de su palabra y de su propio ejemplo. Conocer a Cristo bajo esta forma es lo que constituye, en la vida presente, la piedad de los cristianos… Por eso Pablo, sabiendo que «la carne no sirve para nada sin el Espíritu que la vivifica» (Jn 6,63), no quiere ya conocer a Cristo según la carne (2C 5,16) sino sólo vivir para aquel que es Espíritu vivificante (1C 15,45).
Ahora bien, parece que María comparte este mismo sentimiento cuando, deseando hacer penetrar en los corazones de todos al Amado nacido de su seno, al Amado de sus deseos, le describe no según la carne sino según el Espíritu. Parece que, con Pablo, quiere decir: «Si alguna vez juzgamos a Cristo según tales criterios, ahora ya no» (2C 5,16). Efectivamente, desea ella también formar a su Hijo único en todos sus hijos de adopción. Por eso, aunque hayan ya sido engendrados a través de la palabra de la verdad (St. 1,18), María sigue igualmente engendrándolos cada día a través de los deseos y la solicitud de su ternura maternal, hasta que alcancen «el estado del Hombre perfecto, a la medida de la plenitud» de su Hijo (Ef 4,13), ella que una vez por todas lo engendró y dio a luz…
De esta manera nos hace el elogio del fruto de su seno: «Yo soy la madre del bello amor, del temor y del conocimiento, la madre de la santa esperanza» (Sir 24,24 Vulg). -¿Es pues éste tu Hijo, Virgen de las vírgenes? ¿Es éste tu Amado, oh tú, la más bella de las mujeres? (Ct 5,9). – Sí, ciertamente, así es mi Amado, es mi hijo, oh hijas de Jerusalén (v 16). Mi Amado es él mismo el bello amor, y en el que nace de él mi Amado es el bello amor, el temor, la esperanza y el conocimiento».
Beato Guerrico de Igny, abad
Homilía: Sermón 2º para la Natividad de María, 3-4.
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