«Con la fuerza del Espíritu»
La santa Iglesia es el cuerpo de Cristo: un mismo Espíritu la vivifica, la unifica en la fe y la santifica. Los miembros de este cuerpo son los creyentes, los cuales, todos juntos forman un solo cuerpo gracias a un solo Espíritu y a una sola fe… Así pues, lo que cada uno posee como propio no es sólo para él; porque el que tan generosamente nos concede estos bienes y con tanta sabiduría los reparte quiere que cada cosa sea de todos y todas de cada uno. El que tiene la dicha de recibir un don de la gracia de Dios debe saber que no le pertenece a él solo aunque sólo él lo tenga.
Es por analogía con el cuerpo humano que a la Iglesia, es decir, al conjunto de los creyentes, se la llama cuerpo de Cristo, porque ha recibido el Espíritu de Cristo, cuya presencia en un hombre se indica con el nombre de «cristiano» que Cristo le confiere. En efecto, este nombre designa a los miembros de Cristo, a los que participan del Espíritu de Cristo, a los que reciben la unción de aquel que es el ungido, porque el nombre de cristiano le viene de Cristo, y «Cristo» quiere decir «ungido»; ungido con este aceite de júbilo, que, preferido entre todos sus compañeros (Sal 44,8), recibe en plenitud para compartirlo contados ellos, igual que la cabeza con los miembros del cuerpo. «Es como el aceite que, derramado sobre la cabeza, va bajando por la barba, hasta la franja de su ornamento» (Sal 132,2) para que llegue a todas parte y lo vivifique todo. Cuando aceptas ser cristiano, te conviertes en miembro de Cristo, miembro del cuerpo de Cristo, partícipe del Espíritu de Cristo.
Hugo de San Víctor
Tratado sobre los Sacramentos de la fe cristiana, II, 1-2: PL 176, 415.
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