miércoles, 28 de febrero de 2024

COMPRENDIENDO LA PALABRA

“Mirad, estamos subiendo a Jerusalén”

En los “Salmos de las subidas” el salmista suspira por Jerusalén y dice que quiere subir a la ciudad santa. ¿Dónde quiere subir? ¿Desea llegar al sol, a la luna, a las estrellas? No. La Jerusalén celeste está en el cielo, allí donde habitan los ángeles, nuestros conciudadanos (Hb 12,22). En esta tierra estamos en exilio, lejos de ellos. En el camino del exilio, suspiramos; en la ciudad exultaremos de gozo.

A lo largo de nuestro viaje encontramos compañeros que ya han visto esta ciudad y nos animan a correr hacia ella. Han provocado que el salmista lance un grito de alegría: “Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor” (Sal. 121,1)... “Iremos a la casa del Señor”: corramos pues, corramos puesto que llegaremos a la casa del Señor. Corramos sin cansarnos; allí no hay cansancio. Corramos hacia la casa del Señor y exultemos de gozo con los que nos han llamado a ir allá, aquellos que han sido los primeros en contemplar nuestra patria. Y de lejos gritan a los que les siguen: “¡Iremos a la casa del Señor; caminad, corred!” Los apóstoles han visto ya esta casa y nos llaman: “¡Corred, caminad, seguidnos! ¡Iremos a la casa del Señor!”

¿Y, qué es lo que responde cada uno de nosotros? “Me alegro por lo que me han dicho: Iremos a la casa del Señor”. Me he alegrado en los profetas, me ha alegrado en los apóstoles, porque todos nos han dicho: “Vamos a la casa del Señor”.



San Agustín (354-430)
obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia
Discurso sobre los Salmos, Sal. 121

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 20,17-28


Evangelio según San Mateo 20,17-28
Cuando Jesús se dispuso a subir a Jerusalén, llevó consigo sólo a los Doce, y en el camino les dijo:

"Ahora subimos a Jerusalén, donde el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas. Ellos lo condenarán a muerte

y lo entregarán a los paganos para que sea maltratado, azotado y crucificado, pero al tercer día resucitará".

Entonces la madre de los hijos de Zebedeo se acercó a Jesús, junto con sus hijos, y se postró ante él para pedirle algo.

"¿Qué quieres?", le preguntó Jesús. Ella le dijo: "Manda que mis dos hijos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda".

"No saben lo que piden", respondió Jesús. "¿Pueden beber el cáliz que yo beberé?". "Podemos", le respondieron.

"Está bien, les dijo Jesús, ustedes beberán mi cáliz. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes se los ha destinado mi Padre".

Al oír esto, los otros diez se indignaron contra los dos hermanos.

Pero Jesús los llamó y les dijo: "Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad.

Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes;

y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo:

como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud".


RESONAR DE LA PALABRA

Entre Jesús y los discípulos había mucha distancia. Las palabras de Jesús llegaban a los discípulos materialmente pero tengo dudas de que ellos las comprendieran en todo su significado. Lo mismo se puede decir entre Jesús y nosotros. Oímos el Evangelio. Incluso podemos decir que lo escuchamos con el corazón abierto, pero no sé si lo terminamos de entender.

La prueba de esto que digo está en el relato del encuentro de la madre de los Zebedeos con Jesús. Tanto si fue la madre como los hijos los que tuvieron la gloriosa idea de solicitar los primeros puestos en el Reino, está claro que no habían entendido nada. Pero vamos a pensar que no hay mal que por bien no venga. La intervención de la madre de los Zebedeos le dio la oportunidad a Jesús a retomar uno de sus temas favoritos y dejarlo más claro si es que era posible: en el Reino no hay poder sino servicio.

Para explicarlo Jesús no repara en decir palabras fuertes: “Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen”. Jesús no hace distingos. Así son los reinos de la tierra. Pero su reino no es de este mundo. Es diferente. En su reino el servicio a los demás es el valor más importante. El que más sirve es el primero de todos. El que quiera ser el primero se tiene que hacer esclavo de los demás. No voy a repetir lo que ya dije en el comentario de ayer: el término “esclavo” no tiene la misma fuerza hoy que dicho en los tiempos de Jesús, cuando la esclavitud era legal y todo el mundo sabía lo que era un esclavo.

En la familia de Jesús, en el Reino y por lo tanto, en la Iglesia, que debería ser la semilla del Reino en el mundo, nos tenemos que hacer esclavos unos de otros, servidores sin límite de tiempo ni esfuerzos, en favor de todos. Y si es en favor de todos, ha de ser necesaria y prioritariamente en favor de los más pobres, los más alejados, los más excluidos.

El ejemplo lo tenemos en el mismo Jesús, que no vino para que le sirvieran sino para dar su vida en rescate por muchos. El rescate era dinero que se ofrecía para conseguir la libertad de los rehenes o prisioneros de guerra. Jesús da la vida para rescatarnos, para devolvernos la libertad, para abrirnos las puertas del Reino, para llevarnos a una nueva manera de vivir: en fraternidad y en servicio mutuo.

Fernando Torres, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA
 

martes, 27 de febrero de 2024

COMPRENDIENDO LA PALABRA

«El que se humilla será enaltecido»

[Santa Catalina oyó que Dios le decía:] Me pides conocerme y amarme a mí, la Verdad suprema. He aquí el camino para quien quiera llegar a conocerme perfectamente y gustarme, a mí la Verdad eterna: no dejes jamás de conocerte a ti misma, y cuando estés abajada en el valle de la humildad, entonces es en ti que me conocerás. Es en este conocimiento que sacarás todo lo que te falta, todo lo que te es necesario. Ninguna virtud tiene calidad en sí misma si no la saca de la caridad; ahora bien, la humildad es la que alimenta y gobierna a la caridad. En el conocimiento de ti misma llegarás a ser humilde, puesto que verás que tú, por ti misma, no eres nada y que tu ser viene de mí puesto que os he amado antes de que existierais. Es a causa de este amor inefable que siento por vosotros que, queriéndoos recrear de nuevo por la gracia, os he lavado y recreado en la sangre que mi Hijo único derramó con un fuego de amor tan grande.

Sólo esta sangre, ella sola, hace conocer la verdad a aquel que ha disipado la nube del amor propio a través de este conocimiento de sí mismo. Es entonces cuando en este conocimiento de mí, el alma se abrasa con un amor inefable, y es a causa de este amor que experimenta un dolor continuo. No un amor que la aflige y la deja seca (lejos de eso, puesto que, bien al contrario, es fecunda) sino porque habiendo conocido mi verdad, sus propias faltas, la ingratitud y ceguera del prójimo, siente por todo ello, un dolor intolerable. Su aflicción es debida a su amor para conmigo, porque si no me amara no se afligiría.


Santa Catalina de Siena (1347-1380)
terciaria dominica, doctora de la Iglesia, copatrona de Europa
Diálogos, c. 4

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 23,1-12


Evangelio según San Mateo 23,1-12
Jesús dijo a la multitud y a sus discípulos:

"Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés;

ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen.

Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo.

Todo lo hacen para que los vean: agrandan las filacterias y alargan los flecos de sus mantos;

les gusta ocupar los primeros puestos en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas,

ser saludados en las plazas y oírse llamar 'mi maestro' por la gente.

En cuanto a ustedes, no se hagan llamar 'maestro', porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos.

A nadie en el mundo llamen 'padre', porque no tienen sino uno, el Padre celestial.

No se dejen llamar tampoco 'doctores', porque sólo tienen un Doctor, que es el Mesías.

Que el más grande de entre ustedes se haga servidor de los otros,

porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado".


RESONAR DE LA PALABRA

Cada vez que leo este Evangelio me sorprende la claridad y la radicalidad con que habla Jesús. No es apenas una forma de hablar. Sus palabras son un puro reflejo de su forma de vivir y actuar. Claridad porque no se entretiene en complicados argumentos ni en citas de autores famosos ni da vueltas sin llegar a decir nada. Sus frases son sencillas, directas. Como decía un antiguo manual de estilo de un periódico famoso: sujeto, verbo y complemento.

No se anda con miramientos. Cuando habla de los letrados y los fariseos dice sin miramientos lo que quiere decir: “haced y cumplid lo que os dicen pero no hagáis lo que ellos hacen porque no hacen lo que dicen”. Más claro, imposible. Y dicho lo importante, un breve comentario explicativo. Y, a continuación otra frase bien directa: “todo lo que hacen es para que los vea la gente”. Una frase perfectamente comprensible en que pone a la luz la hipocresía de fariseos y letrados.

También decía que me sorprende la radicalidad de Jesús. Es una radicalidad que se aplica a la fraternidad. El Reino está marcado por la fraternidad absoluta. Entre sus seguidores no hay “padres” ni “maestros”. Ni siquiera hay que usar esos nombres (¿por qué será que en esto no obedecemos a Jesús?). El que quiera ser el primero debe ser el servidor de todos. Y lo de “servidor” en aquel contexto en que existía la esclavitud tenía un sentido muy fuerte. Jesús les estaba diciendo que entre ellos, los discípulos, unos tenían que hacerse esclavos de otros. Mayor radicalidad imposible.

En realidad, es la misma radicalidad que se encuentra en la primera lectura. Con otro lenguaje pero dice lo mismo: lo que impide tener una buena relación con Dios no es ir o no ir al templo. Lo que permite acercarse a Dios es “buscar la justicia, defender al oprimido, ser abogados del huérfano y defensores de la viuda.” ¿Qué es todo eso sino promover la fraternidad más auténtica comenzando por la inclusión y defensa de los más débiles e indefensos? Cuando comenzamos a actuar así es cuando nuestro corazón blanqueará como la nieve por más negro que lo hayan pintado nuestras malas acciones.

Conclusión: estamos llamados a vivir una fraternidad radical, sin límites. Ahí es donde se juega nuestra relación con Dios, nuestra salvación.

Fernando Torres, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA
 

lunes, 26 de febrero de 2024

COMPRENDIENDO LA PALABRA

¡Que tu misericordia, Señor, repose dentro de mí!

Cuantas veces respira mi pecho, cuantas veces late mi corazón, cuantas veces pulsa la sangre en mi cuerpo, esa cantidad por mil, es el número de veces que deseo glorificar Tu misericordia, oh Santísima Trinidad.

Deseo transformarme toda en Tu misericordia y ser un vivo reflejo de Ti, oh Señor. Que este más grande atributo de Dios, es decir su insondable misericordia, pase a través de mi corazón al prójimo.

Ayúdame, oh Señor, a que mis ojos sean misericordiosos, para que yo jamás recele o juzgue según las apariencias, sino que busque lo bello en el alma de mi prójimo y acuda a ayudarla.

Ayúdame a que mis oídos sean misericordiosos para que tome en cuenta las necesidades de mi prójimo y no sea indiferente a sus penas y gemidos.

Ayúdame, oh Señor, a que mi lengua sea misericordiosa para que jamás hable negativamente de mis prójimos sino que tenga una palabra de consuelo y perdón para todos.

Ayúdame, oh Señor, a que mis manos sean misericordiosas y llenas de buenas obras para que sepa hacer sólo el bien a mi prójimo y cargue sobre mí las tareas más difíciles y más penosas.

Ayúdame a que mis pies sean misericordiosos para que siempre me apresure a socorrer a mi prójimo, dominando mi propia fatiga y mi cansancio. Mi reposo verdadero está en el servicio a mi prójimo. (…)

Que tu misericordia, oh Señor mío, repose dentro de mí.


Santa Faustina Kowalska (1905-1938)
religiosa
Diario, nº 163 (La Divina Misericordia en mi alma, Editorial Padres Marianos, 4ª edic. autorizada Stockbridge, Massachussets 2001, p. 66-67)

Un Tabor Gratuito


Cuando te has olvidado de ti mismo,
cuando te has agotado en el servicio a los últimos,
cuando has vencido la tentación de cualquier apego,
cuando has aceptado el sufrimiento como compañero,
cuando has sabido perder,
cuando ya no pretendes ganar,
cuando has compartido lo que tú necesitabas,
cuando te has arriesgado por el pobre,
cuando has enjugado las lágrimas del inocente,
cuando has rescatado a alguien de su infierno,
cuando te has introducido en el corazón del mundo,
cuando has puesto tu voluntad en las manos de Dios,
cuando te has purificado de tu orgullo,
cuando te has vaciado de tanto acopio superfluo,
cuando te sientes herido...
brilla en ti, gratis, la luz de Dios,
sientes su presencia irradiando frescura primaveral,
y su perfume te envuelve y reanima.
Ya no necesitas otros tesoros.
Dios te acompaña,
te habla, te protege.
Te sientes esponjado en un mar de dicha...
Y si no estás en las nubes,
es un Tabor que se te ofrece gratis,
para que disfrutes ya lo presente
y camines firme y sin temor.
Amén.

Florentino Ulibarri

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 6,36-38


Evangelio según San Lucas 6,36-38
Jesús dijo a sus discípulos:

«Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso.

No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados.

Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes».


RESONAR DE LA PALABRA

La primera lectura nos hace pensar en nuestra historia personal y en la historia de la humanidad (iglesia incluida, naturalmente). Hemos hecho de todo. En nuestro armario guardamos demasiados cadáveres. Esclavitud, colonialismo, opresión de unos pueblos sobre otros, tiranías, abusos, robos, violaciones… No creo que haya cultura o pueblo que pueda chulearse de haber vivido la fraternidad de los hijos de Dios. Todos tenemos momentos oscuros en nuestra historia. La Iglesia no puede tampoco pretender haber sido la santa entre los pecadores. Hemos bendecido guerras, hemos oprimido, hemos excluido, hemos condenado, hemos encubierto. Y todos, vamos a ser sinceros, somos solidarios en el mal. No siempre hemos sido los autores pero sí muchas veces hemos callado y, por tanto, hemos sido cómplices. Como dice el profeta Daniel: “nos abruma la vergüenza”.

Pero también el profeta Daniel dice que “aunque nosotros nos hemos rebelado, el Señor, nuestro Dios, es compasivo y perdona.” Y es verdad. La paciencia de Dios con nosotros es infinita. Y su perdón también. Y su misericordia también. Podemos respirar y levantar la cabeza porque, aunque hemos hecho lo que hemos hecho, Dios, nuestro Dios, es compasivo y perdona.

En el Evangelio Jesús sube un poco-mucho el listón. No se trata solo de darnos cuenta de que nuestro Dios es compasivo y misericordiosos. Hay que ir un poco más allá. Jesús nos invita a ser compasivos y misericordiosos como Dios. Se trata de no juzgar, de no condenar, de perdonar, de dar sin medida. Como Dios no juzga ni condena. Como Dios perdona y da sin medida.

Jesús termina con un pequeño aviso para navegantes: ¡Ojo! Que la medida que uséis, la usarán con vosotros.

Pero no nos debe guiar el temor sino la altura de miras: Jesús nos llama a ser como Dios, compasivos y misericordiosos. Y eso en la vida de cada día, con mis familiares, con mis amigos, con mis compañeros, con la gente de otras razas, pueblos, ideologías, formas de pensar, lenguas, orientación sexual. Porque el amor de Dios es universal. Como su compasión y su misericordia.

Fernando Torres, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA
 

La Iglesia siempre en proceso de reforma

"Cuando Francisco fue elegido, intuimos que otra manera de ser Papa se entronizaba en la Iglesia… Quería realizar reformas en la Iglesia y además de calado. Venía del Sur, del Sur mundial y del Sur eclesial" "La Iglesia ha cambiado siempre y Francisco se ha manifestado de muchas maneras, yo señalo tres: Una Iglesia fraternal, abierta y sinodal"

Por eso, cuando Francisco I fue elegido y salió al balcón a saludar a todos los fieles reunidos en la plaza de San Pedro y les pidió (a ellos) una bendición y que rogaran por él, intuimos que otra manera de ser Papa se entronizaba en la Iglesia. Un Papa, como también ha habido otros, que era consciente de su finitud, de su fragilidad, de que no era el Gran Jefe de la Iglesia católica, sino más sencillamente el Obispo de Roma. «Todo aquel que ejerza un cargo en la Iglesia, que sea vuestro servidor...». Y no para repetirlo sin cesar como si fuera un papagayo, sino para practicarlo de verdad, para ejercerlo sin cesar.

Pronto se vió que Francisco quería realizar reformas en la Iglesia y además de calado. Venía del Sur, del Sur mundial y del Sur eclesial. Y comenzó a realizar cambios y a plantear alternativas doctrinales y de organización. «Eclesia semper reformanda», la Iglesia siempre en proceso de reforma, esto lo tenemos muchos católicos en el ADN de nuestras convicciones religiosas.

Jose María Aguirre Oraa
publicación original: Religión Digital

Buen día, Espíritu Santo! 26022024


 

domingo, 25 de febrero de 2024

CreerTE, EscucharTE y aceptarTE


Por todos nosotros, Él fue entregado.
Romanos 8, 32

Dios nos amó de tal manera que no dudó en dar a su Hijo único. Sin embargo, lo que San Pablo omite en el pasaje de hoy es la persistencia de Dios al darnos a su Hijo. Tampoco menciona la gran resistencia que mostramos al recibir a Jesús como el regalo de Dios para nosotros.

Inicialmente, Dios nos dio a su Hijo como un regalo de paz. María y José lo acogieron con un corazón abierto, al igual que algunos pastores, pero el resto del mundo pareció volverse contra él. Incluso Herodes y todo Jerusalén temieron y se estremecieron ante la noticia de su nacimiento (Mateo 2, 3).

Después, el Padre nos dio a Jesús como un regalo de sabiduría: “Este es mi Hijo amado”, proclamó (Mateo 3, 17). Lo envió para enseñarnos a vivir en amor mutuo. Pero en lugar de recibir a Jesús con humildad, cuestionamos cada uno de sus propósitos, endurecimos nuestro corazón y fuimos lentos para creer.

En el Monte de la Transfiguración, Dios lo presentó como un regalo de gloria: “Este es mi Hijo amado”, dijo de nuevo, añadiendo un ruego apasionado: “Escúchenlo” (Marcos 9, 7). Sin embargo, incluso Pedro no entendió el regalo. Intentó capturar la gloria de Jesús como un recuerdo estático en lugar de una presencia viva.

Dios incluso actuó a través de Pilato para darnos a Jesús, esta vez como el regalo del sacrificio: “¡Aquí tienen a este hombre! …llévenselo y crucifíquenlo ustedes”, exclamó. Ni siquiera sabía que era un instrumento para cumplir la misión de Jesús. Pero una vez más rechazamos este regalo: “¡Crucifícalo!”, respondimos (Juan 19, 6. 15).

El Domingo de Resurrección, Dios nos dio a Jesús de nuevo, esta vez como el regalo del perdón y la redención. Y todos los días desde entonces, sigue ofreciéndonos a Jesús en la humilde forma del pan y el vino: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.”

Jesús está aquí, acéptalo, permite que él transforme tu corazón.

“Señor, te ruego que me ayudes a aceptarte
para que mi alma pueda ser sanada.”

cfr. La Palabra con nosotros
Devocionario católico
Publicación original del 25.02.24

Buen día, Espíritu Santo! 25022024

 

sábado, 24 de febrero de 2024

COMPRENDIENDI LA PALABRA

“Yo os digo: no devolváis mal por mal”

Dice el Señor: "Amad a vuestros enemigos", [haced el bien a los que os odian, y orad por los que os persiguen y calumnian] (Mt 5,44). En efecto, ama de verdad a su enemigo aquel que no se duele de la injuria que le hace, sino que, por amor de Dios, se consume por el pecado del alma de su enemigo. Y muéstrele su amor con obras.

Hay muchos que, cuando pecan o reciben una injuria, con frecuencia acusan al enemigo o al prójimo. Pero no es así, porque cada uno tiene en su poder al enemigo, es decir, al cuerpo, por medio del cual peca. Por eso, bienaventurado aquel siervo(Mt 24,46) que tiene siempre cautivo a tal enemigo entregado en su poder, y se guarda sabiamente de él; porque, mientras haga esto, ningún otro enemigo, visible o invisible, podrá dañarle.



San Francisco de Asís (1182-1226)
fundador de los Hermanos menores
Admoniciones, 9-10

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 5,43-48


Evangelio según San Mateo 5,43-48
Jesús dijo a sus discípulos:

Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo.

Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores;

así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos.

Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos?

Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos?

Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.


RESONAR DE LA PALABRA

Que el amor de Dios es universal no creo que nadie lo vaya a discutir. Llega a todos sin medida y sin límite. Rompe barreras, cualquier barrera que nos podamos imaginar. Para Dios no hay lengua ni cultura ni religión ni status social ni condición sexual. Su amor llega a todos. Tampoco hay una barrera que impida que su amor llegue a algunos en virtud de su bondad o maldad moral. Es así, su amor llega también a los pecadores. Es amor gratuito, creador, incondicional (que significa sin condiciones, que da la impresión de que hay que aclararlo en estos tiempos), ilimitado.

Otra cosa es nuestro amor. Dios sabe de nuestros límites, de nuestra miopía, que nos impide ver lo que está más allá de unos pocos metros de distancia de nuestro yo (tanto físico como mental –lo que está lejos de mi modo de pensar, de creer, de imaginar…–). Por eso Jesús sabe que nos tiene que ir conduciendo por esas sendas del amor reformando algunas de esas afirmaciones que lo han limitado.

Hoy toca una de esas. “Habéis oído que se dijo ‘Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo’. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen”. De golpe, con unas sencillas palabras, nos abre a una nueva dimensión, la del amor universal de Dios. El amor no es para el pequeño círculo de los que piensan como nosotros, de los que creen como nosotros, de los amigos, de los que nos ayudan y se muestran simpáticos con nosotros, de los que tienen nuestra nacionalidad o de los que se comportan bien (de acuerdo con nuestros criterios de lo que es portarse bien). El amor es también para los enemigos. Es la frase con la que se salta una barrera fundamental, y con ella todas las barreras o fronteras imaginables. El amor es para todos, es universal. O, sencillamente, no es amor.

Nos cuesta asimilar esto. No hay más que leer los periódicos o ver la televisión. No hay más que pensar en la vida de nuestras familias. Y, también, en nuestros propios sentimientos. Nos cuesta saltar esta barrera. Nos cuesta abrir el corazón y la mano frente al otro. Pero es que estamos llamados a amar como Dios ama. Sin límites. Sin medida. Incondicionalmente. Hasta que seamos perfectos como nuestro Padre celestial. Es tiempo de intentarlo aunque cueste mucho.

Fernando Torres, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA
 

viernes, 23 de febrero de 2024

ACTA DEL MARTIRIO DE SAN POLICARPO DE ESMIRNA (AÑO 155 D.C.)

ACTA DEL MARTIRIO DE SAN POLICARPO DE ESMIRNA (AÑO 155 D.C.)
En Esmirna el año 155 d.c.

La Iglesia de Dios, establecida en Esmirna, a la Iglesia de Dios, establecida en Filadelfia, y a todas las partes de la Iglesia santa y católica extendida por todo el mundo; que la misericordia, la paz y el amor de Dios Padre y Nuestro Señor Jesucristo sobreabunde en vosotras.

Os escribimos relatándoos el martirio de nuestros hermanos, y, en especial, del bienaventurado Policarpo, quien, con el sello de su fe, puso fin a la persecución de nuestros enemigos. Todo lo sucedido fue ya anunciado por el Señor en su Evangelio, en el cual se halla la regla de conducta que hemos de seguir. Según, El, por su permisión, fue entregado y clavado en la cruz para salvarnos.

Quiso que le imitáramos, y El fue el primero de entre los justos que se puso en manos de los malvados, mostrándonos de ese modo el camino que habíamos de seguir, y así, habiéndonos precedido El, no creyéramos que era demasiado exigente en sus preceptos. Sufrió El el primero lo que nos encargó a nosotros sufrir. Se hizo nuestro modelo, enseñándonos a morir, no sólo por utilidad propia, sino también por la de nuestros hermanos. El martirio, a aquellos que le padecen, les acarrea la gloria celestial, la cual se consigue por el abandono de las riquezas, los honores e incluso los padres.


¿Acaso tendremos por demasiado el sacrificio que hacemos a tan piadoso Señor, cuando sabemos que sobrepuja con creces lo que El hizo por sus siervos, a los que éstos pueden hacer por El? Por tanto, os vamos a narrar los triunfos de todos nuestros mártires, tal como nos consta que tuvieron lugar, su gran amor para con Dios y su paciencia en soportar los tormentos. ¿Quién no se llenará de admiración al considerar cuán dulces les eran los azotes, gratas las llamas del eculeo, amable la espada que los hería y suaves las brasas de las hogueras?

Cuando corriendo la sangre por los costados, con las entrañas palpitantes a la vista, tan constantes estaban en su fe, que aunque el pueblo conmovido no podía contener las lágrimas ante tan horrendo espectáculo, ellos solo estaban serenos y tranquilos. Ni siquiera se les oía un gemido de dolor; y así como habían aceptado con alegría los tormentos, del mismo modo los toleraban con fortaleza. A todos los asistía el Señor en los tormentos, no sólo con el recuerdo de la vida eterna, sino también templando la violencia de los dolores, para que no excediesen la resistencia de las almas.

El Señor les hablaba interiormente y les confortaba, poniéndoles ante los ojos las coronas que les esperaban si eran constantes; e ahí el desprecio que hacían de los jueces, y su gloriosa paciencia. Deseaban salir de las tinieblas de este mundo para ir a gozar de las claras moradas celestiales; contraponían la verdad a la mentira, lo terreno a lo celestial, lo eterno a lo caduco Por una hora de sufrimientos les esperaban goces eternos.

El demonio probó contra ellos todas sus artes; pero la gracia de Cristo les asistió como un abogado fiel. También Germánico, con su valor, infundía ánimos a los demás. Habiendo sido expuestos a las fieras, el procónsul, movido de compasión, le exhortaba a que tuviese piedad al menos de su tierna edad, si le parecía que los demás bienes no merecían ser tenidos en consideración.

Pero él hacía poco caso de la compasión que parecía tener por él su enemigo y no quiso aceptar el perdón que le ofrecía el juez injusto; muy al contrario, el mismo azuzaba a la fiera que se había lanzado contra el, deseoso de salir de este mundo de pecado. Viendo esto el populacho, quedó sorprendido de ver un ánimo tan varonil en los cristianos. Luego todos gritaron: "Que se castigue a los Impíos y se busque a Policarpo”.

En esto, un cristiano, llamado Quinto, natural de Frigia, y que acababa de llegar a Esmirna, él mismo se presentó al sanguinario Juez para sufrir el martirio. Pero la flaqueza fue mayor que el buen deseo. Al ver venir hacia sí las fieras, temió y cambió de propósito, volviéndose de la parte del demonio, aceptando aquello contra lo que iba a luchar. El procónsul, con sus promesas, logró de él que sacrificara.

En vista de esto, creemos que no son de alabar aquellos hermanos que se presentan voluntarios a los suplicios, sino mas bien aquellos que habiéndose ocultado al ser descubiertos, son constantes en los tormentos. Así nos lo aconseja el Evangelio, y la experiencia lo demuestra, porque éste que se presentó, cedió, mientras Policarpo, que fue prendido, triunfó.

Habiéndose enterado Policarpo, hombre de gran prudencia y consejo, que se le buscaba para el martirio, se ocultó. No es que huyera por cobarde, sino más bien dilataba el tiempo del martirio. Recorrió varias ciudades, y como los fieles le dijesen que se diese más prisa, y se ocultase prontamente, él no se preocupaba, como si temiera alejarse del lugar del martirio. Al fin se consiguió que se escondiese en una granja. Allí, noche y día, estuvo pidiendo al Señor le diera valor para sufrir la última pena.

Tres días antes de ser prendido le fue revelado su martirio. Parecióle que la almohada sobre la que dormía estaba rodeada de llamas. Al despertarse el santo anciano dijo a los que con él estaban que había de ser quemado vivo.

Cambió de retiro para estar más oculto, mas apenas llegó al nuevo refugio llegaron también sus perseguidores. Estos buscaron largo rato y no hallándole cogieron a dos muchachos y los azotaron hasta que uno de ellos descubrió el lugar en que se hallaba oculto Policarpo. No podía ya ocultarse aquel a quien esperaba el martirio. El jefe de Policía de Esmirna, Herodes, tenía gran deseo de presentarle en el anfiteatro, para que fuese imitador de Cristo en la Pasión. Además, ordenó que a los traidores se les recompensara como a Judas.

Armado, pues un pelotón de soldados de a caballo, salieron un viernes antes de cenar en busca de Policarpo, con uno de los muchachos a la cabeza no como para prender a un discípulo de Cristo, sino como si se tratara de algún famoso ladrón. Encontráronle de noche oculto en una casa Hubiera podido huir al campo, pero cansado como estaba, prefirió presentarse él mismo a esconderse de nuevo, porque decía. "Hágase la voluntad de Dios; cuando El lo quiso me escondí, y ahora que El lo dispone, lo deseo yo también". Viendo, pues, a los soldados, bajo adonde ellos estaban y les habló cuanto su debilidad se lo permitió y el Espíritu de la gracia sobrenatural le inspiró.

Admiraban los soldados ver en él, a sus años, tanta agilidad y de que en tan buen estado de salud le hubieran encontrado tan pronto. En seguida mandó que les prepararan la mesa, cumpliendo así el precepto divino, que encarga proveer de las cosas necesarias para la vida aun a los enemigos. Luego les pidió permiso para hacer oración y cumplir sus obligaciones para con Dios. Concedido el permiso, oró por espacio de dos horas de pie, admirando su fervor a los circunstantes y hasta a los mismos soldados. Acabó su oración, pidiendo a Dios por toda la iglesia, por los buenos y por los malos, hasta que llegó el momento de recibir la corona de la justicia, que en todo momento había guardado […]

Al entrar en el anfiteatro se oyó una voz del cielo que decía: "Sé fuerte, Policarpo". Esta voz sólo la oyeron los cristianos que estaban en la arena, pero de los gentiles nadie la oyó. Cuando fue llevado ante el palco del procónsul, confesó valerosamente al Señor, despreciando las amenazas del juez.

El procónsul procuró por todos los medios hacerle apostatar, diciéndole tuviera compasión de su avanzada edad, ya que parecía no hacer caso de los tormentos. "¿cómo ha de sufrir tu vejez -le decía- lo que a los jóvenes espanta? Debe jurar por el honor del César y por su fortuna. Arrepiéntete y di: "Mueran los impíos". Animado el procónsul, prosiguió: "Jura también por la fortuna del César y reniega de Cristo". "Ochenta y seis años ha -respondió Policarpo- que le sirvo y jamás me ha hecho mal; al contrario, me ha colmado de bienes, ¿cómo puedo odiar a aquel a quien siempre he servido, a mi Maestro, mi Salvador, de quien espero mi felicidad, al que castiga a los malos y es el vengador de los justos?"

Mas como el procónsul insistiese en hacerle jurar por la fortuna del César, él le respondió: "¿Por qué pretendes hacerme jurar por la fortuna del César? ¿Acaso ignoras mi religión? Te he dicho públicamente que soy cristiano, y por más que te enfurezcas, yo soy feliz. Si deseas saber qué doctrina es ésta, dame un día de plazo, pues estoy dispuesto a instruirte en ella si tú lo estás para escucharme". Repuso el procónsul: "Da explicaciones al pueblo y no a mi".

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Respondióle Policarpo: "A vuestra autoridad es a quien debemos obedecer, mientras no nos mandéis cosas injustas y contra nuestras conciencias. Nuestra religión nos enseña a tributar el honor debido a las autoridades que dimanan de la de Dios y obedecer sus órdenes. En cuanto al pueblo, le juzgo indigno, y no creo que deba darle explicaciones: lo recto es obedecer al juez, no al pueblo".

-"A mi disposición están las fieras, a las que te entregaré para que te hagan pedazos si no desistes de tu terquedad", dijo el procónsul.

-"Vengan a mi los leones -repuso Policarpo- y todos los tormentos que vuestro furor invente; me alegrarán las heridas, y los suplicios serán mi gloria, y mediré mis méritos por la intensidad del dolor. Cuanto mayor sea éste, tanto mayor será el premio que por él reciba. Estoy dispuesto a todo; por las humillaciones se consigue la gloria".

-"Si no te asustan los diente de las fieras, te entregaré a las llamas".

-"Me amenazas con un fuego que dura una hora, y luego se apaga y te olvidas del juicio venidero y del fuego eterno, en el que arderán para siempre los impíos. ¿Pero a qué tantas palabras? Ejecuta pronto en mi tu voluntad, y si hallas un nuevo género de suplicio, estrénalo en mi".

Mientras Policarpo decía estas cosas, de tal modo se iluminó su rostro de una luz sobrenatural, que el mismo procónsul temblaba. Luego gritó el pregonero por tres veces: "Policarpo ha confesado que es cristiano".

Todo el pueblo gentil de Esmirna, y con él los judíos, exclamaron: "Este es el doctor de Asia, el padre de los cristianos, el que ha destruido nuestros ídolos y ha violado nuestros templos, el que prohibía sacrificar y adorar a los dioses; al fin ha encontrado lo que con tantos deseos decía que anhelaba". Y todos a una pidieron al asiarca Filipo que se lanzara contra él un león furioso; pero Filipo se excusó, diciendo que los juegoshabían terminado. Entonces pidieron a voces que Policarpo fuera quemado vivo. Así se iba a cumplir lo que él había anunciado, y dando gracias al Señor, se volvió a los suyos y les dijo: "Recordad ahora, hermanos, la verdad de mi sueño".

Entre tanto, el pueblo […] acude corriendo a los baños y talleres en busca de leños y sarmientos. Cuando estaba ardiendo la hoguera, se acercó a ella Policarpo, se quitó el ceñidor y dejó el manto, disponiéndose a desatar las correas de las sandalias, lo cual no solía hacer él, porque era tal la veneración en que le tenían los fieles, que se disputaban este honor por poder besarle los pies. La tranquilidad de la conciencia le hacía aparecer ya rodeado de cierto esplendor aun antes de recibir la corona del martirio.

Dispuesta ya la hoguera, los verdugos le iban a atar a una columna de hierro, según era costumbre, pero el Santo les suplicó, diciendo: "Permitidme quedar como estoy; el que me ha dado el deseo del martirio, me dará también el poder soportarlo; El moderará la intensidad de las llamas”. Así, pues, quedó libre; sólo le ataron las manos atrás y subió a la hoguera.

Levantando entonces los ojos al cielo exclamó: "Oh, Señor, Dios de los Ángeles y de los Arcángeles, nuestra resurrección y precio de nuestro pecado, rector de todo el universo y amparo de los justos: gracias te doy porque me has tenido por digno de padecer martirio por ti, para que de este modo perciba mi corona y comience el martirio por Jesucristo en unidad del Espíritu Santo; y así, acabado hoy mi sacrificio, veas cumplidas tus promesas. Seas, pues bendito y eternamente glorificado por Jesucristo Pontífice omnipotente y eterno, y todo os sea dado con él y el Espíritu Santo, por todos los siglos de los siglos. Amén".

Terminada la oración fue puesto fuego a la hoguera, levantándose las llamas hasta el cielo […]

Su martirio fue muy superior, y todo el pueblo le llama "su maestro". Todos deseamos ser sus discípulos, como él lo era de Jesucristo, que venció la persecución de un juez injusto y alcanzó la corona incorruptible, dando fin a nuestros pecados. Unámonos a los n y a todos los justos y bendigamos únicamente a Dios Padre Todopoderoso; bendigamos a Jesucristo nuestro Señor, salvador de nuestras almas, dueño de nuestros cuerpos y pastor de la Iglesia universal; bendigamos también al Espíritu Santo por quien todas las cosas nos son reveladas.

Repetidas veces me habíais pedido os comunicara las circunstancias del martirio del glorioso Policarpo, y hoy os mando esta relación por medio de nuestro hermano Marciano. Cuando vosotros os hayáis enterado, comunicadlo a las otras iglesias, a fin de que el Señor sea bendito en todas partes, y todos acaten la elección que su gracia se digna hacer de los escogidos. El puede salvarnos a nosotros mismos por Jesucristo Nuestro Señor y Redentor, por el cual y con el cual es dada a Dios toda gloria, honor, poder y grandeza, por los siglos de los siglos. Amén.

Saludad a todos los fieles; los que estamos aquí os saludamos. Asimismo os saluda Evaristo, que esto ha escrito, os saluda con toda su familia. El martirio de Policarpo tuvo lugar el 25 de abril, el día del gran sábado, a las dos de la tarde. Fue preso por Herodes, siendo pontífice o asiarca Filipo de Trates, y procónsul Stacio Cuadrato. Gracias sean dadas a Jesucristo Nuestro Señor, a quien se debe gloria, honor, grandeza y trono eterno de generación en generación. Amén.

Este ejemplar le ha copiado Gayo de los ejemplares de Ireneo, discípulo de Policarpo. Yo, Sócrates, lo copié del ejemplar de Gayo. Yo, Pionio, he confrontado los originales y lo transcribo por revelación del glorioso Policarpo; como lo dije en la reunión de los que vivían cuando el Santo trabajaba con los escogidos. Nuestro Señor Jesucristo me reciba en el reino.

¿SABES QUIEN ERA SAN POLICARPO?

SAN POLICARPO

OBISPO DE ESMIRNA (+155)

Discípulo de San Juan Apóstol

"Yo puedo mostrar el sitio en el que el bienaventurado Policarpo acostumbraba a sentarse a predicar. Todavía recuerdo la gravedad de su porte, la santidad de su persona, la majestad de su rostro y de sus movimientos, así como sus santas exhortaciones al pueblo. Todavía me parece oírle contar cómo había conversado con Juan y con muchos otros que vieron a Jesucristo, y repetir las palabras que había oído de ellos”. Son palabras de San Ireneo, ilustre discípulo de San Policarpo y futuro obispo de Lyon.

San Policarpo vivió 86 años, y recibió el bautismo ya en su infancia. Había sido discípulo del apóstol San Juan, y tuvo por eso el privilegio de oír en boca de un testigo presencial las descripciones de la vida de Jesús. Más tarde, fue probablemente el mismo San Juan el que encomendó al cuidado episcopal de San Policarpo la grey cristiana de Esmirna.

De este modo, San Policarpo ocupó el episcopado de Esmirna (en la actual Turquía) hacia el 110 d. C. Ya desde el principio, se hizo notar por su fuerte personalidad y por su implacable valentía para confesar la fe cristiana.













Su actitud y carácter quedan claramente reflejados en estas sencillas palabras suyas: “Seamos, pues, imitadores de la pasión de Cristo, y si por causa de su nombre tenemos que sufrir, glorifiquémosle, porque ése fue el ejemplo que Él nos dejó en su propia persona y eso es lo que nosotros hemos creído”.
Martirio

Según podemos saber, gracias a una carta que escribieron los cristianos de Esmirna con razón de su martirio, San Policarpo no se entregó voluntariamente al martirio, pues no se sentía con fuerzas suficientes como para afrontarlo, en parte debido a su elevada edad. En lugar de entregarse, y obedeciendo también a la petición de sus fieles, se escondió en una casa de campo.

Pero finalmente fue delatado por uno de los esclavos, y cuando llegaron los soldados para llevárselo, no opuso ningún tipo de resistencia, sino que aceptó la Voluntad de Dios. Mandó que les dieran de cenar a aquellos que le habían apresado y pidió que le dejaran rezar un rato. Los soldados, viendo su fe y su piedad, se arrepintieron de lo que habían hecho, si bien ya era demasiado tarde.

San Policarpo fue llevado al fin ante el procónsul Decio Cuadrato, que aún le dio la oportunidad de arrepentirse de su fe. El diálogo que mantuvieron fue este: “Declara que el César es el Señor”. Policarpo respondió: “Yo sólo reconozco como mi Señor a Jesucristo, el Hijo de Dios”. Añadió el gobernador: “¿Y qué pierde con echar un poco de incienso ante el altar del César? Renuncia a Cristo y salvarás tu vida”. A lo cual San Policarpo dio una respuesta admirable. Dijo así: “Ochenta y seis años llevo sirviendo a Jesucristo y Él nunca me ha fallado en nada. ¿Cómo le voy yo a fallar a Él ahora? Yo seré siempre amigo de Cristo”.

El procónsul le grita: “Si no adoras al César y sigues adorando a Cristo te condenaré a las llamas”. Y el santo responde: “Me amenazas con fuego que dura unos momentos y después se apaga. Yo lo que quiero es no tener que ir nunca al fuego eterno que nunca se apaga”.

En ese momento, el pueblo, lleno de ira, pidió al procónsul que fuera condenado a morir entre las llamas. Así lo ordenó el procónsul. Lo único que pidió Policarpo es que lo dejaran libre entre las llamas, que no se iba a escapar. Los soldados tan solo le ataron las manos y lo dejaron allí, pasto de las llamas. Los verdugos recibieron la orden de atravesar con una lanza el corazón de San Policarpo. Más tarde, los cristianos pudieron recoger sus huesos.

No hay que olvidar el significado etimológico del nombre “Policarpo”: el que produce muchos frutos de buenas obras (poli, mucho; carpo, fruto).

Disponemos del “Martyrum Polycarpi”, carta dirigida por la Iglesia de Esmirna a la de Filomenum (villa de Frigia) y escrita por testigos oculares del martirio de San Policarpo.

«¿No deberías haber tenido compasión de tu siervo, como yo tuve compasión de ti?»

San Cesáreo de Arlés (470-543)
monje y obispo
Sermón 25; SC 243

¿Cómo es la misericordia humana? Te hace preocuparte por las dificultades de los pobres. ¿Cómo es la misericordia divina? Perdona a los pecadores.

En este mundo Dios tiene frío y hambre en todos los pobres, como él mismo dijo (Mt 25, 40). ¿Qué clase de personas somos? Cuando Dios da, queremos recibir, cuando él pide, ¿nos negamos a dar? Cuando un pobre tiene hambre, Cristo tiene necesidad, como Él mismo dijo: “Tuve hambre y no me disteis de comer” (v.42). Cuidad de no despreciar las penalidades de los pobres, si queréis esperar, sin temor, que vuestros pecados sean perdonados. Lo que recibe en la tierra, lo devuelve en el cielo.

Os hago esta pregunta, amados: ¿qué es lo que queréis, qué es lo que buscáis cuando venís a la iglesia? ¿Qué sino misericordia? Ten misericordia en la tierra y recibirás misericordia en el cielo.

Un pobre os está pidiendo limosna, y vosotros rogando a Dios: él pide una migaja, vosotros pedís la vida eterna. Por eso, cuando vengáis a la iglesia, dad a los pobres toda la limosna que podáis, según vuestras posibilidades.

Buen día, Espíritu Santo! 23022024

 

YO SOY EL PAN DE VIDA - PRIMER SERMON DE CUARESMA - fray CANTALAMESSA


Al comienzo de estos sermones de Cuaresma, volvemos a partir del diálogo entre Jesús y los apóstoles en Cesarea de Filipo:

Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?». Ellos contestaron: «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas». Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo» (Mt 16, 13-16).

De todo el diálogo nos interesa, en este momento, única y exclusivamente la segunda pregunta de Jesús: “¿Quién decís que soy yo?” Sin embargo, no lo tomamos en el sentido en que habitualmente se entiende esa pregunta; es decir, si a Jesús le interesaba saber qué piensa la Iglesia de él, o qué nos dicen de él nuestros estudios teológicos. ¡No! Tomemos esa pregunta cómo debe ser tomada cada palabra que sale de la boca de Jesús, es decir, como dirigida, hic et nunc, a quien la escucha, de forma individual y personal.

Para realizar este examen pediremos ayuda al evangelista Juan. En su Evangelio encontramos toda una serie de declaraciones de Jesús, los famosos Ego eimi, “Yo Soy”, con las que revela lo que piensa él de sí mismo, quién dice ser: “Yo soy el pan de vida”, “Yo soy la luz del mundo”, etc. Repasaremos cinco de estas autorrevelaciones y nos preguntaremos cada vez si él es realmente para nosotros lo que dice ser, y cómo hacer para que lo sea cada vez más.

Será un momento para vivir de una manera especial. Es decir, no con la mirada dirigida hacia afuera, hacia los problemas del mundo y de la Iglesia, como estamos obligados a hacerlo en otros contextos, sino con una mirada introspectiva. ¿Un momento, entonces, íntimo y desapegado y, por lo tanto, considerando todo, egoísta? ¡Lejos de ahí! Es un evangelizarnos para evangelizar, llenándonos de Jesús para después hablar de ello “por redundancia de amor”, como recomendaban a los predicadores las primitivas Constituciones de mi Orden Capuchina; es decir, por convicción íntima, no sólo para cumplir un mandato.

* * *

Empecemos por el primero de estos “Yo Soy” de Jesús que encontramos en el Cuarto Evangelio, en el capítulo sexto: “Yo soy el pan de vida”. Escuchemos primero la parte del relato que más directamente nos interesa:

Le replicaron: «¿Y qué signo haces tú, para que veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: “Pan del cielo les dio a comer”». Jesús les replicó: «En verdad, en verdad os digo: no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo». Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de este pan». Jesús les contestó: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás (Jn 6, 30-35).

Unas palabras sobre el contexto. Jesús previamente multiplicó cinco panes de cebada y los dos peces para alimentar a cinco mil hombres. Luego desapareció para escapar del entusiasmo del pueblo que quiere proclamarlo rey. La multitud lo busca y lo encuentra al otro lado del lago.

En este punto comienza el largo discurso con el que Jesús intenta explicar “el signo del pan”. Quiere dejar claro que hay que buscar otro pan, del cual el material es, de hecho, un “signo”. Es el mismo procedimiento utilizado con la mujer samaritana en el capítulo IV del Evangelio. Allí Jesús quiere llevar a la mujer a descubrir otra agua, más allá de la física que sólo calma la sed por poco tiempo; aquí quiere llevar a la multitud a buscar otro pan, diferente al material que sacia sólo para un día. A la mujer samaritana que pide esa agua misteriosa y espera la venida del Mesías para obtenerla, Jesús responde: “Soy yo quien te hablo” (Jn 4,26). A la multitud que ahora le hace la misma pregunta sobre el pan, él responde: “¡Yo soy el pan de vida!”

Nos preguntamos: ¿cómo y dónde comemos este pan de vida? La respuesta de los Padres de la Iglesia fue: en dos “lugares”, o de dos maneras: en el sacramento y en la Palabra, es decir, en la Eucaristía y en la Escritura. Es cierto que hubo diferentes énfasis. Algunos, como Orígenes y entre los latinos Ambrosio, insisten más en la Palabra de Dios: “Este pan que Jesús parte – escribe san Ambrosio comentando la multiplicación de los panes – significa místicamente la palabra de Dios que aumenta cuando se distribuye. Nos ha dado sus palabras como panes que se multiplican en nuestra boca cuando los saboreamos.” Otros, como Cirilo de Alejandría, enfatizan la interpretación eucarística. Ninguno de ellos, sin embargo, tenía la intención de hablar de una forma excluyendo la otra. Se habla de la Palabra y de la Eucaristía como de las “dos mesas” dispuestas por Cristo. En La Imitación de Cristo leemos:

Pues conozco que tengo grandísima necesidad de dos cosas, sin las cuales no podría soportar esta vida miserable. Detenido en la cárcel de este cuerpo, confieso serme necesarias dos cosas que son, mantenimiento y luz. Dísteme, pues, como a enfermo tu sagrado Cuerpo para alimento del cuerpo, y además me comunicaste tu divina palabra para que sirviese de luz a mis pasos. Sin estas dos cosas yo no podría vivir bien; porque la palabra de Dios es la luz de mi alma, y tu Sacramento el pan que le da la vida. Estas se pueden llamar dos mesas colocadas a uno y a otro lado en el tesoro de la Santa Iglesia.

La afirmación unilateral de una de estas dos formas de comer el pan de vida con exclusión de la otra es el resultado de la división dañina que se produjo en el cristianismo occidental. Del lado católico, la interpretación eucarística había llegado a ser tan preponderante que hizo del capítulo sexto de Juan casi el equivalente del relato de la institución de la Eucaristía. Lutero, en reacción, afirmó que el pan de vida es la palabra de Dios que se distribuye mediante la predicación y se come mediante la fe.

El clima ecuménico que se ha establecido entre los creyentes en Cristo nos permite recomponer la síntesis tradicional presente en los Padres. No hay duda de que el pan de vida nos llega a través de la palabra de Dios y en particular de las palabras de Jesús en el Evangelio. Nos lo recuerda también su respuesta al tentador: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4). Pero ¿cómo no ver en el discurso de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm también una referencia a la Eucaristía? Todo el contexto evoca un banquete: se habla de comida y bebida, de comer y beber, del cuerpo y de la sangre. Las palabras: “Quien no come mi carne ni bebe mi sangre…” recuerdan demasiado las palabras de la institución (“Tomad y bebed, esto es mi cuerpo” y “Tomad y bebed: esta es mi sangre”) para poder negar cualquier relación entre ellas.

Si en la exégesis y en la teología asistimos a una polarización y a veces – decía – a un contraste entre el pan de la palabra y el pan eucarístico, en la liturgia su síntesis se ha vivido siempre pacíficamente. Desde los tiempos más antiguos, por ejemplo en San Justino Mártir, la Misa incluía dos momentos: la liturgia de la Palabra, con lecturas extraídas del Antiguo Testamento y de las “memorias de los Apóstoles”, y la liturgia eucarística con consagración y comunión.

Hoy podemos volver, decía, a la síntesis original entre Palabra y Sacramento. De hecho, debemos, incluso, dar un paso adelante en esta dirección. Este consiste en no limitar el comer la carne y beber la sangre de Cristo únicamente a la Palabra y al sacramento de la Eucaristía, sino en verlo implementado en cada momento y aspecto de nuestra vida de gracia.

Cuando san Pablo escribe: “Para mí vivir es Cristo” (Flp 1,21), no piensa en un momento particular. Para él, Cristo es verdaderamente, en todos los modos de su presencia, el pan de vida; se “come” con la fe, la esperanza y la caridad, en la oración y en todo. El ser humano está creado para la alegría y no puede vivir sin alegría, o sin la esperanza de ella. La alegría es el pan del corazón. Y el Apóstol busca también la verdadera alegría -y exhorta a sus seguidores a buscarla- en el Señor Jesus Cristo: “Gaudete in Domino semper, iterum dico, gaudete”: “Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos” (Flp 4,4).

Jesús es el pan de vida eterna no sólo por lo que da, sino también -y ante todo- por lo que es. La Palabra y el Sacramento son los medios; vivir por él y en él es el fin: ” Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí” (Jn 6,57). En el himno Adoro te devote que ha alimentado la piedad y la adoración eucarística de los católicos durante siglos, hay un verso que es una paráfrasis de estas palabras de Jesús. En el original que muchos de nosotros seguramente recordamos, suena así:

O memoriále mortis Dómini,
Panis vivus vitam praestans hómini,
praesta meae menti de te vívere,
et te illi semper dulce sápere.

Y en Español

¡Memorial de la muerte del Señor!
Pan vivo que das vida al hombre:
Concede a mi alma que de Ti viva
Y que siempre saboree tu dulzura.

* * *

Todo el discurso de Jesús tiende, por tanto, a aclarar qué vida él da: no vida de la carne, sino vida del Espíritu, vida eterna. Sin embargo, no es en esta línea que quisiera continuar mi reflexión en los pocos minutos que me quedan. Respecto al Evangelio siempre hay dos operaciones que hacer, respetando estrictamente su orden: primero la apropiación, luego la imitación. Hasta ahora nos hemos apropiado del pan de vida por la fe, y lo hacemos cada vez que comulgamos. Ahora necesitamos ver cómo ponerlos en práctica en nuestras vidas.

A este fin, nos hacemos una pregunta sencilla: ¿Cómo llegó él, Jesús, a ser pan de vida para nosotros? Él mismo nos dio la respuesta y precisamente en el Evangelio de Juan: “En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12,24). Sabemos bien a qué aluden las imágenes de caer al suelo y pudrirse. En ellas está contenida toda la historia de la Pasión. Debemos intentar ver qué significan esas imágenes para nosotros. De hecho, con la imagen del grano de trigo, Jesús no sólo indica su destino personal, sino él de cada uno de sus verdaderos discípulos.

No se puede escuchar las palabras dirigidas por el obispo Ignacio de Antioquía a la Iglesia de Roma sin conmoverse y sin asombrarse al ver lo que la gracia de Cristo es capaz de hacer en una criatura humana:

Soy el trigo de Dios, y soy molido por las dentelladas de las fieras, para que pueda ser hallado pan puro de Cristo… Rogad al Señor por mí, para que por medio de estos instrumentos pueda ser hallado un sacrificio para Dios. No os mando nada, cosa que hicieron Pedro y Pablo. Ellos eran apóstoles, yo soy un reo; ellos eran libres, pero yo soy un esclavo.

Ante los dientes de las fieras, el obispo Ignacio experimentó otros dientes que le aplastaban, no dientes de las fieras, sino de los hombres: “Desde Siria hasta Roma – escribe – he venido luchando con las fieras, por tierra y por mar, de día y de noche, viniendo atado entre diez leopardos, o sea, una compañía de soldados, los cuales, cuanto más amablemente se les trata, peor se comportan” . Esto tiene algo que decirnos también a nosotros. Cada uno de nosotros tiene, en su entorno, estos dientes de fieras que trituran. Agustín decía que los seres humanos somos “vasos de barro, que nos dañamos unos a otros”: lutea vasa quae faciunt invicem angustias. ¡Debemos aprender a hacer de esta situación un medio de santificación y no de endurecimiento del corazón, de odio y de queja!

Una máxima frecuentemente repetida en nuestras comunidades religiosas dice Vita communis mortificatio maxima: “vivir en comunidad es la mayor de todas las mortificaciones”. No sólo la mayor, sino también más útil y meritoria que muchas otras mortificaciones auto elegidas. Esta máxima no se aplica sólo a quienes viven en comunidades religiosas, sino en toda convivencia humana. Donde se logra de manera más exigente es, en mi opinión, el matrimonio, y debemos sentirnos llenos de admiración ante un matrimonio llevado adelante fielmente hasta la muerte. Pasar toda la vida, día y noche, soportando la voluntad, el carácter, la sensibilidad y la idiosincrasia de otra persona, especialmente en una sociedad como la nuestra, es algo grandioso y, si se hace con espíritu de fe y de amor, ya debería calificarse de “virtud heroica”.

Sin embargo, nos encontramos aquí en el contexto de la Curia, que no es una comunidad religiosa o matrimonial, sino de servicio y trabajo eclesial. Hay muchas oportunidades que no debemos desperdiciar si también nosotros queremos ser molidos para convertirnos en harina de Dios, y cada uno debe identificar y santificar las ocasiones que se le ofrecen en su lugar de servicio. Mencionaré sólo una o dos de ellas que creo que son válidas para todos.

Una oportunidad es aceptar que nos contradigan, renunciar a justificarse y querer tener siempre la razón, cuando la importancia del asunto no lo exige. Otra es aguantar a alguien cuyo carácter, forma de hablar o de actuar nos pone de los nervios, y hacerlo sin irritarnos interiormente, pensando, más bien, que quizás nosotros también somos esa persona para alguien. El Apóstol exhortó a los fieles de Colosas con estas palabras: “Como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro” (Col 3, 12-13). Lo más difícil de “desmenuzar” en nosotros no es la carne, sino el espíritu, es decir, el amor propio y el orgullo, y estos pequeños ejercicios sirven magníficamente para ese propósito.

Lamentablemente hoy existe en la sociedad una especie de dientes que rechinan sin piedad, más cruelmente que los dientes de leopardo de los que hablaba el mártir San Ignacio. Son los dientes de los medios de comunicación y de las llamadas redes sociales. No cuando señalan las distorsiones de la sociedad o de la Iglesia (¡en esto merecen todo el respeto y estima!), sino cuando atacan a alguien por parcialidad, simplemente porque no pertenece a su bando. Con malicia, con intención destructiva, no constructiva. ¡Pobre quien hoy acabe en esta picadora de carne, sea laico o clérigo!

En este caso, es legítimo y necesario hacer valer las razones en los foros apropiados. Si esto no es posible, o se ve que no sirve de nada, sólo le queda al creyente unirse a Cristo azotado, coronado de espinas y a quienes han escupido. En la Carta a los Hebreos leemos esta exhortación a los primeros cristianos que puede ayudar en ocasiones similares: “Recordad al que soportó tal oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo” (Heb 12,3).

Es algo difícil y doloroso, especialmente si está involucrada la propia familia natural o religiosa, pero la gracia de Dios puede hacer – y muchas veces ha hecho – de todo esto una oportunidad de purificación y santificación. Se trata de tener fe en que, al final, como pasó con Jesús, la verdad triunfará sobre la mentira. Y triunfará mejor, quizás, con el silencio que con la autodefensa más agresiva.

* * *

El objetivo final de dejarse moler, sin embargo, no es de carácter ascético, sino místico; no sirve tanto para mortificarse, sino para crear comunión. Esta es una verdad que ha acompañado a la catequesis eucarística desde los primeros días de la Iglesia. Está ya presente en la Didaché (IX, 4), un escrito de la época apostólica. San Agustín desarrolla de manera maravillosa este tema en uno de sus discursos al pueblo. Él compara el proceso que conduce a la formación del pan que es el cuerpo eucarístico de Cristo, y el proceso que conduce a la formación de su cuerpo místico que es la Iglesia. Decía:

Recuerda por un momento lo que fue esta criatura que es el trigo, cuando aún estaba en el campo: la tierra la hizo brotar, la lluvia la alimentó; luego estaba el trabajo del hombre que la llevaba a la era, la trillaba, la aventaba y la colocaba en los graneros; de aquí lo sacó para molerlo y cocerlo y así, finalmente, se convirtió en pan. Ahora pensad en vosotros: no fuisteis y fuisteis creados, fuisteis llevados a la era del Señor, fuisteis trillados… Cuando disteis vuestros nombres para el bautismo, empezasteis a ser molidos con ayunos y exorcismos; luego finalmente llegasteis al agua, fuisteis amasados y os convertisteis en uno; cuando vino el fuego del Espíritu Santo, fuisteis cocidos y os convertisteis en el pan del Señor. Esto es lo que habéis recibido. Por tanto, así como veis que el pan preparado es uno, así también vosotros sed uno, amándonos unos a otros, manteniendo la misma fe, la misma esperanza y la misma caridad.”

Entre los dos cuerpos -el eucarístico y el místico de la Iglesia- no sólo hay semejanza, sino también dependencia. Es gracias al misterio pascual de Cristo operando en la Eucaristía que podemos encontrar la fuerza para dejarnos arraigar, día a día, en las pequeñas (¡y a veces grandes!) circunstancias de la vida.

* * *

Termino con un episodio que realmente sucedió, narrado en un libro titulado “El precio a pagar”, escrito en francés y traducido en muchas lenguas. Sirve, mejor que largos discursos, para darnos cuenta de la fuerza contenida en los solemnes “Yo Soy” de Jesús en el Evangelio y, en particular, de lo que he comentado en esta primera meditación.

Hace unas décadas, en una nación del Medio Oriente, dos soldados, uno cristiano y el otro no, actuaban juntos como centinelas en un depósito de armas. El cristiano sacaba a menudo, a veces incluso de noche, un librito y lo leía, atrayendo la curiosidad y la ironía de su compañero de armas. Una noche, este último tiene un sueño. Se encuentra frente a un arroyo que sin embargo no puede cruzar. Ve una figura envuelta en luz que le dice: “Para cruzarlo necesitas el pan de vida”. Fuertemente impresionado por el sueño, por la mañana, sin saber por qué, pide, o más bien obliga, a su compañero a que le entregue su misterioso libro. (Se trataba, por supuesto, de los Evangelios). Lo abre y cae sobre el evangelio de Juan. Su amigo cristiano le aconseja empezar con el de Mateo, que es más fácil de entender. Pero él, sin saber por qué, insiste. Lee todo de una vez, hasta llegar al sexto capítulo. Pero llegados a este punto es bueno escuchar su historia directamente:

Al llegar al capítulo 6 de repente dejo de leer, atónito, en mitad de una frase. Por un segundo, creo que soy víctima de una alucinación, y miro hacia atrás en este libro, en el lugar preciso donde me detuve… Acabo de leer estas palabras exactas, “el pan de vida”, las mismas que escuché hace unas horas en mi sueño… Releo lentamente este pasaje, en el que este Jesús se dirige a sus discípulos después de haber multiplicado los panes para la multitud, diciéndoles: ” Yo soy el pan de vida, quien a mí viene nunca más tendré hambre.”… Algo extraordinario sucede en seguida en mí, como una violenta explosión que arrasa con todo lo que encuentra a su paso, acompañada de una sensación de bienestar y calidez… Tengo la impresión de estar borracho, mientras surge en mi corazón un sentimiento de fuerza increíble, una pasión casi violenta y amorosa por este Jesucristo de quien hablan los Evangelios.

Lo que esta persona tuvo que sufrir más tarde por su fe confirma la autenticidad de su experiencia. La palabra de Dios no siempre actúa de manera tan explosiva, pero el ejemplo escuchado, repito, nos muestra qué fuerza divina está contenida en los solemnes “Yo Soy” de Cristo que con la gracia de Dios vamos a comentar en esta Cuaresma.



1.Ambrosio de Milán, In Lucam, VI, 86.
2.Imitación de Cristo, IV,11.
3.Lutero, Sobre el Evang. de Juan, 231.
4.Ignacio de Antiochia, Carta a los Romanos, IV,1.
5.Ib. V,1.
6.Augustin, Sermones, 69,1 (PL 38, 440).
7.Augustin, Sermones, 229 (Denis 6) (PL 38, 1103).
8.Joseph Fadelle, Le prix à payer. Les Editions de l’Oeuvre, Paris 2010.