Cristo con su esposa, la Iglesia, perdona los pecados
Dos cosas corresponden solo a Dios: el honor de recibir la confesión de los pecados y el otorgar su remisión. Por eso, es únicamente a Dios que hay que confesarlos.
El Todopoderoso y Altísimo, habiendo tomado una esposa débil e insignificante, de esta servidora hizo una reina. (…) Todo lo que es al Padre es al Hijo y todo lo que es al Hijo es al Padre, por su misma unidad de naturaleza. Igualmente, el Esposo ha dado todos sus bienes a la esposa y ha tomado a cargo todo lo que pertenece a la esposa, que ha unido a él y a su Padre. (…)
El Esposo, uno con el Padre y uno con la esposa, ha eliminado en ella todo lo que encontró de extraño, fijándolo a la cruz. Llevó sus pecados sobre el madero, destruyéndolos por el madero. Lo natural y propio de la esposa, él lo ha asumido y revestido. Lo que es propio y divino de él, lo ha dado. (…)
Comparte la debilidad de la esposa y su gemido, todo es común al Esposo y a la esposa: el honor de recibir la confesión de los pecados y el poder de su remisión. Es la razón de esta palabra: “Ve a presentarte al sacerdote” (Mt 8,4).
Isaac de Stella (¿-c. 1171)
monje cisterciense
Sermon 11, 6-13 (PL 194, in “Lectures chrétiennes pour notre temps”, Abbaye d'Orval, 1972), trad. sc©evangelizo.org
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