“Volved a mí de todo corazón” (Jl 2,12)
Este tiempo privilegiado del año litúrgico está caracterizado por el mensaje bíblico que se puede resumir en una palabra: ....”Convertios!” La ceremonia sugestiva de la imposición de la ceniza eleva nuestro espíritu hacia la realidad eterna, hacia Dios que es el principio y el fin, el alfa y la omega de nuestra existencia. (Ap 21,6) En efecto, la conversión no es otra cosa que un retorno a Dios, valorando las realidades terrenas a la luz indefectible de la verdad divina. Es una estimación que nos empuja a ver cada vez con más claridad de conciencia que estamos aquí de paso, en medio de las vicisitudes penosas de esta tierra y nos anima a esforzarnos por instaurar el Reino de Dios dentro de nosotros mismos y para que la justicia se establezca en el mundo.
La palabra “penitencia” es también sinónimo de “conversión”. La Cuaresma nos invita a practicar el espíritu de la penitencia, no en un sentido negativo de tristeza y frustración, sino en el sentido de elevar nuestro espíritu, liberándolo del mal, deshacernos del pecado y de todas las influencias que pueden entorpecer nuestro paso hacia la plenitud de la vida. Penitencia como remedio, como reparación, como cambio de mentalidad para disponernos a la fe y a la gracia, pero que supone voluntad, esfuerzo y perseverancia. Penitencia como expresión de un compromiso libre y generoso en el seguimiento de Cristo.
San Juan Pablo II (1920-2005)
papa
Audiencia general 16-02-1983 (Osservatore Romano 17-2-1983
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