Entra a tomar parte en la alegría de tu señor.
(Mateo 25, 21)
La parábola que leemos en el Evangelio de hoy es parte de una serie de enseñanzas de Jesús que describen dos condiciones decisivas del corazón: aquella de los que aceptan las palabras de Cristo y las cumplen, y la de quienes optan por rechazarlas. La vida espiritual de los primeros crece mediante la fe y da mucho fruto; la de los otros es estéril y el fruto que producen no es verdadero ni duradero.
La parábola de los talentos explica muy claramente esta comparación. El servidor bueno y fiel mereció el elogio y la recompensa de su señor. En este caso, la palabra “fiel” significa digno de confianza, honesto y dispuesto a asumir riesgos con tal de complacer a su patrón. Las palabras del amo al servidor necio y perezoso fueron severas e inflexibles, porque ordenó que lo arrojaran a la más densa oscuridad. Estas palabras nos parecen casi despiadadas, pero debemos recordar que Dios es santísimo, lleno de bondad, amor y justicia, y digno de absoluta obediencia y fidelidad.
En Cristo tenemos todo lo que necesitamos para producir un fruto abundante, como lo dice san Pablo: “Ustedes no viven en tinieblas, sino que son hijos de la luz y del día, no de la noche y las tinieblas” (1 Tesalonicenses 5,5). Como hijos de la luz, recibimos la iluminación de Cristo y podemos seguir recibiéndola cada día para vivir con amor y servir a Dios y a nuestros hermanos en la fe. Por eso, es importantísimo escuchar a Dios en la liturgia y en la diaria oración privada; de otro modo la vida espiritual se seca, muere y no da fruto.
El Evangelio nos apremia a mantenernos vigilantes (Mateo 25, 13), a actuar con fe y estar dispuestos a arriesgar la vida por Dios; es preciso que cada uno ejercite su propia voluntad para asemejarse a Dios. No podemos ser pasivos o indiferentes y al mismo tiempo esperar frutos espirituales. En esta parábola, se nos insiste en algo que no nos gusta escuchar: hay que luchar bien en el combate, correr hasta la meta, y perseverar en la fe (2 Timoteo 4, 7). Así daremos toda clase de buen fruto en la vida para la mayor gloria de Dios.
“Amado Salvador mío, concédeme tu fortaleza, Señor, para usar bien los talentos que me has dado y trabajar para la construcción de tu Reino en la tierra.”
1 Tesalonicenses 4, 9-11
Salmo 98 (97), 1. 7-9
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros