En los artículos anteriores nos hemos concentrado en ver los diferentes elementos que componen un grupo de oración, la estructura de un grupo, su inserción a la Renovación Carismática y a la parroquia. Ya no es mas tiempo de conocer un grupo de oración, sino de dejar que el Espíritu Santo actúe en nuestro ser y nos impulse a orar. Por eso deseo concéntrame en que comencemos… o mejor dicho que continuemos orando.
A pesar de los puntos claves que se han desarrollado a través de los años de experiencia en los grupos de oración, debemos retornar a nuestra base, es así que debemos ver como nos enseña Jesús a orar, más aún, cuando Jesús ora, ya nos enseña a orar, pero a su vez, El nos toma donde estamos y, progresivamente, nos conduce al Padre (CIC 2607).
En primer lugar, Jesús nos enseña que para recibir hay que tener fe, por lo tanto del mismo modo que Jesús ora al Padre y le da gracias antes de recibir sus dones, nos enseña esta confianza: "todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido" (Mc 11, 24), "todo es posible para quien cree" (Mc 9, 23) (CIC 2610). La oración de fe no consiste solamente en decir "Señor, Señor", sino en disponer el corazón para hacer la voluntad del Padre (Mt 7, 21). Jesús nos invita a nosotros, al igual que a sus discípulos, a llevar a la oración esta voluntad de cooperar con el plan divino (cf Mt 9, 38; Lc 10, 2; Jn 4, 34). (CIC 2611).
En el Evangelio según San Lucas, encontramos tres condiciones básicas para la oración (insistencia, paciencia y humildad), presentadas en tres parábolas que él nos ha transmitido: La primera, "el amigo importuno" (cf Lc 11, 5-13), invita a una oración insistente: "Llamad y se os abrirá". Al que ora así, el Padre del cielo "le dará todo lo que necesite", y sobre todo el Espíritu Santo que contiene todos los dones. La segunda, "la viuda importuna" (cf Lc 18, 1-8), es necesario orar siempre, sin cansarse, con la paciencia de la fe. La tercera parábola, "el fariseo y el publicano" (cf Lc 18, 9-14), se refiere a la humildad del corazón que ora. "Oh Dios, ten compasión de mí que soy pecador" (CIC 2613).
Finalmente, ya que estamos hablando de los grupos de oración de la RCC, es la importancia de pedir y recibir cada día el Espíritu Santo. Por lo tanto, lo que el Padre nos da cuando nuestra oración está unida a la de Jesús, es "otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad" (Jn 14, 16-17). Esta novedad de la oración y de sus condiciones aparece en todo el discurso de despedida de Jesús (cf Jn 14,23 -16, 27). En el Espíritu Santo, la oración cristiana es comunión de amor con el Padre, no solamente por medio de Cristo, sino también en El: "Hasta ahora nada le habéis pedido en mi Nombre. Pedid y recibiréis para que vuestro gozo sea perfecto" (Jn 16, 24) (CIC 2615).
Por lo tanto, comencemos…, mejor dicho continuemos orando, sabiendo que es el mismo Espíritu el que nos guía y une la intimidad de nuestro ser con Dios. Que los puntos y estructura de los grupos nos sirva de base, pero que jamás reemplacen la presencia poderosa del Espíritu Santo, que en cada momento nos enseña a orar de una manera nueva y nos lleva a vivir una vida de profunda unión con nuestro Padre celestial al igual que lo hizo Jesús, no solo en su oración personal, sino también en su oración comunitaria.
Kathia Arango
RCC de habla hispana de EEUU
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