viernes, 23 de agosto de 2019

COMPRENDIENDO LA PALABRA 230819


«Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón»

Hemos recibido de Dios la natural tendencia a hacer lo que él manda y no nos podemos revelar como si nos pidiera una cosa totalmente extraordinaria, ni enorgullecernos como si diéramos más de lo que se nos ha dado... Al recibir de Dios el mandamiento del amor, inmediatamente, desde nuestro origen, poseemos la facultad natural de amar. Esta información no nos viene desde fuera de nosotros mismos; cada uno, por sí mismo, puede darse cuenta que, naturalmente, buscamos lo que es bueno...; sin que nadie nos lo enseñe, amamos a nuestros allegados por la sangre o por matrimonio; en fin, que gustosos manifestamos nuestra benevolencia a nuestros bienhechores.

Ahora bien ¿hay algo más admirable que la belleza de Dios?... ¿Hay un deseo más ardiente que la sed provocada por Dios en el alma purificada, que clama con sincera emoción: «El amor me ha llagado»? (Ct 2,5)... Esta belleza es invisible a los ojos del cuerpo; tan sólo el alma y la inteligencia pueden captarla. Cada vez que ha iluminado a los santos, ha dejado en ellos el aguijón de un gran deseo, hasta tal punto que han exclamado: «Ay de mí que mi destierro se alarga» (Sl 119, 5), «¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios?» (Sl 41,3) y « Quisiera marcharme y estar con Cristo» (Flp 1,23). «Mi alma tiene sed del Dios vivo» (Sl 41,3)... Es así que los hombres, naturalmente, aspiran a lo bueno. Y lo que es bueno es también soberanamente amable; ahora bien, Dios es bueno; todo busca lo bueno; así pues: todo busca a Dios...

Si el afecto de los niños por sus padres es un sentimiento natural que se manifiesta en los instintos de los animales y en la disposición de los hombres a amar a su madre desde la más tierna edad, no seamos menos inteligentes que los niños, ni más estúpidos que las bestias salvajes: no nos quedemos delante de Dios que nos ha creado como si fuéramos unos extraños sin amor. Aunque no hubiéramos aprendido a través de su bondad lo que él es, aún así deberíamos, por el único motivo de ser creados por él, amarlo por encima de todo, y tenerle siempre en el recuerdo como los niños lo tiene con su madre.


San Basilio (c. 330-379)
monje y obispo de Cesárea en Capadocia, doctor de la Iglesia
Grandes Reglas, Q. 2

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