sábado, 30 de junio de 2018

Lo que un padre católico debe enseñar a su hijo

El Papa Francisco dijo en su Exhortación Apostólica La alegría del amor: “La educación de los hijos debe estar marcada por un camino de transmisión de la fe, que se dificulta por el estilo de vida actual, por los horarios de trabajo, por la complejidad del mundo de hoy donde muchos llevan un ritmo frenético para poder sobrevivir. Sin embargo, el hogar debe seguir siendo el lugar donde se enseñe a percibir las razones y la hermosura de la fe, a rezar y a servir al prójimo”.


Así que tenemos una inmensa misión con nuestros hijos, por eso estas ideas de Andrés D' Angelo, caen como ¡anillo al dedo! Andrés es escritor, experto en formación, consejería familiar y padre de familia. Él explica que los padres debemos enseñar a nuestros hijos “que ellos tienen otro Padre, en el Cielo, que los ama y los espera para amarlos para toda la eternidad. Esa enseñanza no es en una ´clase de catecismo´ (cuando cumplan la edad adecuada para entenderlo), no, es una enseñanza que comienza el día que nacen y termina el día que ellos mismos encuentren su camino hacia Dios, y se lo enseñen a la vez a sus hijos, naturales o espirituales. Y pienso que esa enseñanza sobre quién es Dios, tiene que concretarse en algunas cosas que ellos tienen que aprender sí o sí de papá y mamá”. 

Así que a continuación compartimos las ideas que Andrés D' Angelo junto a su esposa, les transmiten a sus hijos para que conozcan a su verdadero Padre:

1. Dios es amor

Esto se aprende viendo amor verdadero, como el que tienen mamá y papá. El amor de mamá y papá da la vida y Dios es una comunidad de amor que da toda vida. De la ternura de mamá se aprende la misericordia divina, y de la firmeza de papá, la justicia divina. Pero sobre todo se aprende que Dios no deja de amarnos nunca, no importa qué difíciles se pongan las circunstancias.

2. La religión es una relación de amor

Así como mamá y papá aman a sus hijos, así Dios nos ama. Pero para tener una relación de amor, es necesario hablar con el Amado, contarle tus problemas y agradecerle tus alegrías. La religión no es una fría lista de prohibiciones, sino una historia de amor hermosa que hay que cultivar todos los días.

3. Sigues a Cristo

Muchas veces vamos a la iglesia porque hay un gran sacerdote, una monjita buenísima o un consagrado que es un campeón y te trata con cariño. Pero hay dificultades y esos “referentes” nos pueden fallar porque son humanos. No seguimos al sacerdote, a la monjita o al consagrado. Seguimos a Jesús, que nunca falla.

4. Hay gente que no ama a Dios

Y hay gente que lo odia. No han llegado a relacionarse con este Padre Amoroso, porque no han aprendido a amar o porque no les han enseñado que Dios es amor. Hay que escucharlos, comprenderlos y convertirse uno mismo en testimonio del amor de Dios.

5. Puedes dudar

¡Por supuesto que la fe admite la duda! Las dudas sobre la fe siempre se tienen que aceptar y agradecer porque nos permiten profundizar un poco más en esa relación de amor que tenemos con nuestro Padre del Cielo. Todos tenemos dudas, todos tenemos derecho a preguntar y a comprender mejor a Dios. Lo mejor de todo es que ese conocimiento nunca termina, porque Dios es infinito amor.

6. Siempre puedes volver a casa

“Dios no se cansa de perdonarnos”, dijo el Papa Francisco. Y verdaderamente no se cansa. ¿Caíste? ¡Levántate! ¿Volviste a caer? ¡Vuelve a levantarte! ¿Te sientes mal por la caída? ¡Dios te ama por tus “levantadas”! ¿No te puedes levantar? ¡Pídele ayuda a tu Padre! ¡Él ama ayudarte y lo alegras con cada una de tus oraciones!

7. La Iglesia somos nosotros
Los edificios son parroquias, catedrales, capillas, etc. Pero la Iglesia somos todos. Especialmente los más pecadores. Muchos grandes santos comenzaron siendo grandes pecadores y encontraron misericordia en la Iglesia se convirtieron en grandes santos. Es importante alegrarnos, como en el Cielo, por cada pecador que se arrepiente y no por noventa y nueve justos que no necesitan penitencia.

8. No todo es tan sencillo como parece

Como la Iglesia está formada por pecadores, yo el primero, hay que comprender a la gente antes que juzgarla. Dios actúa en modos misteriosos y pone pruebas a la gente de las que no podemos saber nada. Nuestro primer deber es estar, como decía San Francisco, “más prestos a consolar que a ser consolados”, porque no todas las preguntas tienen una respuesta simple y directa.

9. Dios no se deja ganar en generosidad

Cuando somos mezquinos, Dios es generoso. Pero cuando somos generosos, Dios es mucho más generoso. Claro que no siempre su generosidad se traduce en bienes materiales, sino en abundancia de dones espirituales. El Papa Francisco dijo que Dios es tan generoso que su generosidad da miedo, y es que a veces nos asustamos por tanta generosidad, y tememos donarnos a Dios, porque Él es mucho más generoso.

10. Dios no siempre está a la vista

Muchas veces Dios juega “a las escondidas”. Es que muchas veces buscamos los consuelos de Dios y no al Dios de los consuelos. Y entonces Dios se esconde, porque es un Dios celoso y no quiere que lo busquemos por los beneficios que nos da, sino por amor verdadero. Si nos pasa que no vemos la mano de Dios en nuestras vidas, es tal vez porque nos alejamos de su amor. ¡Hay que volver a Dios!

Red de Intercesión


Firmes en Dios


Meditación: Mateo 8, 5-17

Los Primeros Santos Mártires de la Iglesia Romana
Yo les aseguro que en ningún israelita he hallado una fe tan grande.
Mateo 8, 10

En esta sección de su Evangelio (capítulos 8 a 9), San Mateo describe el poder sanador de Jesús, relatando las ocasiones en que curó a un leproso, la suegra de San Pedro, dos endemoniados en Gadara, un paralítico, una mujer enferma de hemorragias, dos ciegos y un mudo, e incluso hizo revivir a una niña que había muerto. Parecería que el evangelista se preocupó mucho de dejar perfectamente en claro que Jesús realmente puede curar a todos los que le piden la salud.

Posiblemente ninguno de nosotros tenga una fe tan impresionante como la del centurión, pero lo bueno es que Jesús nos ama tanto a nosotros como a él, y si acudimos a pedirle ayuda, aunque sea en lo más mínimo, su corazón se desborda de amor y nos bendice con lo que necesitemos. Naturalmente, Jesús quiere que tengamos fe, pero prometió ayudarnos aunque tengamos una fe muy pequeña. Basta con reconocer la realidad y decirle: “Yo creo. ¡Ayúdame a creer más!” (Marcos 9, 24). Esta oración es, ya de por sí, una declaración de fe, porque solamente puede decirla alguien que crea que Jesús tiene poder para librarnos de la incredulidad.

Pongamos, pues, toda nuestra confianza en Cristo, porque no tenemos que pasarnos la vida tratando de resolver con nuestras propias fuerzas todas las dificultades que se nos crucen por el camino. El Nombre de Jesús en arameo, Yeshua, significa “Dios salva”, de manera que su propia persona y su misión nos salvan de todo tipo de males, porque él quiere comunicarnos la salud completa y llenarnos de la vida divina.

Sabemos que el Señor está siempre con sus fieles, porque él nos prometió: “Nunca te dejaré ni te abandonaré” (Hebreos 13, 5), de manera que con la poca o mucha fe que tengas, preséntate ante Jesús, cuéntale todas tus alegrías, tus penas, tus planes y tus aflicciones, y pídele que te conceda la salud y la paz. Pide por tus seres queridos, por los necesitados e incluso por tus enemigos. Tal vez no veas los resultados en forma inmediata, pero si sigues pidiendo con fe y perseverancia, el Señor te responderá concediéndote lo que sea mejor para ti y los tuyos, porque lo que el Señor quiere es tu salvación y tu santificación.
“Jesús, Señor mío y Dios mío, te doy gracias por prometerme la salud y la paz, y por llamarme a seguirte como verdadero discípulo tuyo.”
Lamentaciones 2, 2. 10-14. 18-19
Salmo 74(73), 1-7. 20-21
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

Somos todos migrantes

"Ningún ser humano es ilegal. Ningún ser humano es mercancía o producto desechable. Que se amplíen las fronteras del corazón y se quiebren todas las cadenas de discriminación y prejuicio.
Por más respeto, acogida y solidaridad con todos los inmigrantes." # somostodosimigrantes

p. Roger Araujo
Adaptación del original en portugues


CRISTIANOS ADULTOS

Una persona puede simplemente apartarse de la fe porque ha vivido aceptando una visión de la Iglesia, de Cristo, de Dios, totalmente deformada, es decir, falsa. Hay muchas personas que crecen en edad, en conocimiento intelectual e incluso psicológicamente, pero su fe es infantil, no crece con ellos, y acaba resultándoles inútil. ¿Cuándo la fe se hace madura? Responde Merton: “Nuestros ideales han de ser puestos a prueba de la manera más radical. Y esto es algo que no podemos evitar. No solo tenemos que revisar y renovar nuestra idea de la santidad y la madurez cristianas (sin temor alguno a desechar las ilusiones de nuestra infancia cristiana), sino que incluso es posible que tengamos que vérnosla en la vida con ideas inadecuadas de Dios y de la Iglesia. En efecto, tal vez topemos con abusos reales en la vida de los cristianos, en una sociedad que se autodenomina cristiana, e incluso dentro de la misma Iglesia”.
 Thomas Merton


15 Frases del Santo Padre PIO - Frase 8


Buen día, Espíritu Santo 30062018


Ángel Defensor... en la vida del Santo Padre Pío

El Padre Pío se comunicaba intensamente con su Ángel.
Llamaba a su Ángel Angelino.
Y se valía de él para múltiples actividades.



Ángel Defensor
Muchas veces el ángel lo defendía del poder del maligno.

En una carta al padre Agustín del 13 de diciembre de 1912 le dice:
-No hubiera sospechado ni lo más mínimo el engaño de barbazul (el diablo), si mi angelito no me hubiera descubierto el engaño.El compañero de mi infancia trata de aliviarme los dolores que me dan estos apóstatas impuros.
Y él mismo asegura:
-Después de las apariciones diabólicas casi siempre se aparecen Jesús, María o el ángel custodio.

El ángel le decía:
-Defiéndete (del maligno), aleja de ti y desprecia sus malignas insinuaciones y no te aflijas, amado de mi corazón, pues yo estoy junto a ti.
Oh, Señor, ¿qué he hecho yo para merecer tanta amabilidad de mi angelito? Pero no me preocupo de esto. ¿Acaso no es el Señor el dueño para dar sus gracias a quien quiere y como quiere?
Yo soy el juguete del niño Jesús, como él mismo me repite, lo malo es que Jesús ha escogido un juguete de poco valor. Sólo me desagrada que este juguete escogido por Él ensucie sus manos divinas.
Un día le llegó una carta toda ennegrecida por el diablo, que no se podía leer.
Y le escribe al padre Agustín el 13 de diciembre de 1912:
Con ayuda del angelito he triunfado esta vez sobre el pérfido cosaco.El angelito me sugirió que a la llegada de la carta, le echara agua bendita antes de abrirla. Así hice con la última, pero ¿quién puede describir la rabia de Barbazul?
En otra carta al padre Agustín del 5 de noviembre de 1912, le escribía:
El sábado me parecía que los demonios querían acabar conmigo. No sabía a qué santo dirigirme.Me vuelvo a mi ángel y, después de hacerse esperar un poco, al fin viene aleteando en torno a mí y con su angélica voz cantaba himnos a la divina Majestad.Le grité ásperamente de haberse hecho esperar tanto mientras yo estaba pidiéndole su ayuda.Para castigarlo, no quería mirarlo a la cara, quería alejarme y huir de él, pero el pobrecito vino a mi encuentro casi llorando, me agarró para que lo mirara y lo vi todo apenado.Me dijo: “Estoy siempre a tu lado. Estaré siempre junto a ti con amor. Mi afecto por ti no desaparecerá ni con tu muerte.Sé que tu corazón generoso late siempre por nuestro común Amado”. ¡Pobre angelito! Él es demasiado bueno. ¿Conseguirá hacerme conocer el grave deber de la gratitud?

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 8,5-17.

Evangelio según San Mateo 8,5-17. 
Al entrar en Cafarnaún, se le acercó un centurión, rogándole": "Señor, mi sirviente está en casa enfermo de parálisis y sufre terriblemente". Jesús le dijo: "Yo mismo iré a curarlo". Pero el centurión respondió: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque cuando yo, que no soy más que un oficial subalterno, digo a uno de los soldados que están a mis órdenes: 'Ve', él va, y a otro: 'Ven', él viene; y cuando digo a mi sirviente: 'Tienes que hacer esto', él lo hace". Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían: "Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe. Por eso les digo que muchos vendrán de Oriente y de Occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob, en el Reino de los Cielos". en cambio, los herederos del Reino serán arrojados afuera, a las tinieblas, donde habrá llantos y rechinar de dientes". Y Jesús dijo al centurión: "Ve, y que suceda como has creído". Y el sirviente se curó en ese mismo momento. Cuando Jesús llegó a la casa de Pedro, encontró a la suegra de este en cama con fiebre. Le tocó la mano y se le pasó la fiebre. Ella se levantó y se puso a servirlo. Al atardecer, le llevaron muchos endemoniados, y él, con su palabra, expulsó a los espíritus y curó a todos los que estaban enfermos, para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías: El tomó nuestras debilidades y cargó sobre sí nuestras enfermedades. 


RESONAR DE LA PALABRA

Querido amigo/a:
Lo que leemos en el Evangelio de hoy, lo decimos cada vez que celebramos la Eucaristía mirando a Jesús Sacramentado en el Pan que el sacerdote expone ante nuestros ojos en el momento previo de la comunión: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una Palabra tuya bastará para sanarme”.

Esta fe del centurión es la que Jesús admira y nos pone como modelo. Creer. El poder de la fe mueve montañas, cura heridas, hace milagros, porque el amor es la fuerza más potente del mundo. Y creer en Jesús es creer en su Amor sobre nosotros y el resto de la creación.

Por eso, atrévete a tener una fe grande, un corazón muy confiado en Jesús, una mirada profunda que vea más allá de la superficie, una esperanza que nadie la pueda destruir, una luz que ilumine siempre tu camino…, que se cumpla lo que crees. Es el regalo de nuestra fe. Hoy puedes decirle a Jesús con un corazón confiado: “Señor, aumenta mi fe”. Te irá muy bien.

María es el mejor modelo de fe. Ella con su vida nos muestra que quien confía en Dios, no queda nunca defraudado. Incluso en la noche, la fe de María nos ayuda a seguir buscando la luz que encontró el centurión y ha iluminado el camino de tantos hombres y mujeres en la historia. Que ella nos ayude a creer en Su Palabra.

Nuestro hermano en la fe:
Juan Lozano, cmf
fuente del comentario CIUDAD REDONDA

COMPRENDIENDO LA PALABRA 300618

«Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano»

Hoy, en el Evangelio, vemos el amor, la fe, la confianza y la humildad de un centurión, que siente una profunda estima hacia su criado. Se preocupa tanto de él, que es capaz de humillarse ante Jesús y pedirle: «Señor, mi criado yace en casa paralítico con terribles sufrimientos» (Mt 8,6). Esta solicitud por los demás, especialmente para con un siervo, obtiene de Jesús una pronta respuesta: «Yo iré a curarle» (Mt 8,7). Y todo desemboca en una serie de actos de fe y confianza. El centurión no se considera digno y, al lado de este sentimiento, manifiesta su fe ante Jesús y ante todos los que estaban allí presentes, de tal manera que Jesús dice: «En Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande» (Mt 8,10).

Podemos preguntarnos qué mueve a Jesús para realizar el milagro. ¡Cuántas veces pedimos y parece que Dios no nos atiende!, y eso que sabemos que Dios siempre nos escucha. ¿Qué sucede, pues? Creemos que pedimos bien, pero, ¿lo hacemos como el centurión? Su oración no es egoísta, sino que está llena de amor, humildad y confianza. Dice san Pedro Crisólogo: «La fuerza del amor no mide las posibilidades (...). El amor no discierne, no reflexiona, no conoce razones. El amor no es resignación ante la imposibilidad, no se intimida ante dificultad alguna». ¿Es así mi oración?

«Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo...» (Mt 8,8). Es la respuesta del centurión. ¿Son así tus sentimientos? ¿Es así tu fe? «Sólo la fe puede captar este misterio, esta fe que es el fundamento y la base de cuanto sobrepasa a la experiencia y al conocimiento natural» (San Máximo). Si es así, también escucharás: «‘Anda; que te suceda como has creído’. Y en aquella hora sanó el criado» (Mt 8,13).

¡Santa María, Virgen y Madre!, maestra de fe, de esperanza y de amor solícito, enséñanos a orar como conviene para conseguir del Señor todo cuanto necesitamos.

viernes, 29 de junio de 2018

No nos es lícito perder la alegría y la memoria de sabernos rescatados

SANTA MISA Y BENDICIÓN DE LOS PALIOS 
PARA LOS NUEVOS ARZOBISPOS METROPOLITANOS 
EN LA SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCESCO
Plaza de San Pedro
Viernes, 29 de junio de 2018

Las lecturas proclamadas nos permiten tomar contacto con la tradición apostólica más rica, esa que «no es una transmisión de cosas muertas o palabras sino el río vivo que se remonta a los orígenes, el río en el que los orígenes están siempre presentes» (Benedicto XVI, Catequesis, 26 abril 2006) y nos ofrecen las llaves del Reino de los cielos (cf. Mt 16,19). Tradición perenne y siempre nueva que reaviva y refresca la alegría del Evangelio, y nos permite así poder confesar con nuestros labios y con nuestro corazón: «Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre» (Flp 2,11).

Todo el Evangelio busca responder a la pregunta que anidaba en el corazón del Pueblo de Israel y que tampoco hoy deja de estar en tantos rostros sedientos de vida: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?» (Mt 11,3). Pregunta que Jesús retoma y hace a sus discípulos: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Mt 16,15).

Pedro, tomando la palabra en Cesarea de Filipo, le otorga a Jesús el título más grande con el que podía llamarlo: «Tú eres el Mesías» (Mt 16,16), es decir, el Ungido de Dios. Me gusta saber que fue el Padre quien inspiró esta respuesta a Pedro, que veía cómo Jesús ungía a su Pueblo. Jesús, el Ungido, que de poblado en poblado, camina con el único deseo de salvar y levantar lo que se consideraba perdido: “unge” al muerto (cf. Mc 5,41-42; Lc 7,14-15), unge al enfermo (cf. Mc 6,13; St 5,14), unge las heridas (cf. Lc 10,34), unge al penitente (cf. Mt 6,17), unge la esperanza (cf. Lc 7,38; 7,46; 10,34; Jn 11,2; 12,3). En esa unción, cada pecador, perdedor, enfermo, pagano —allí donde se encontraba— pudo sentirse miembro amado de la familia de Dios. Con sus gestos, Jesús les decía de modo personal: tú me perteneces. Como Pedro, también nosotros podemos confesar con nuestros labios y con nuestro corazón no solo lo que hemos oído, sino también la realidad tangible de nuestras vidas: hemos sido resucitados, curados, reformados, esperanzados por la unción del Santo. Todo yugo de esclavitud es destruido a causa de su unción (cf. Is 10,27). No nos es lícito perder la alegría y la memoria de sabernos rescatados, esa alegría que nos lleva a confesar «tú eres el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16).
Y es interesante, luego, prestar atención a la secuencia de este pasaje del Evangelio en que Pedro confiesa la fe: «Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día» (Mt 16,21). El Ungido de Dios lleva el amor y la misericordia del Padre hasta sus últimas consecuencias. Tal amor misericordioso supone ir a todos los rincones de la vida para alcanzar a todos, aunque eso le costase el “buen nombre”, las comodidades, la posición… el martirio.
Ante este anuncio tan inesperado, Pedro reacciona: «¡Lejos de ti tal cosa, Señor! Eso no puede pasarte» (Mt 16,22), y se transforma inmediatamente en piedra de tropiezo en el camino del Mesías; y creyendo defender los derechos de Dios, sin darse cuenta se transforma en su enemigo (lo llama “Satanás”). Contemplar la vida de Pedro y su confesión, es también aprender a conocer las tentaciones que acompañarán la vida del discípulo. Como Pedro, como Iglesia, estaremos siempre tentados por esos “secreteos” del maligno que serán piedra de tropiezo para la misión. Y digo “secreteos” porque el demonio seduce a escondidas, procurando que no se conozca su intención, «se comporta como vano enamorado en querer mantenerse en secreto y no ser descubierto» (S. Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, n. 326).
En cambio, participar de la unción de Cristo es participar de su gloria, que es su Cruz: Padre, glorifica a tu Hijo… «Padre, glorifica tu nombre» (Jn 12,28). Gloria y cruz en Jesucristo van de la mano y no pueden separarse; porque cuando se abandona la cruz, aunque nos introduzcamos en el esplendor deslumbrante de la gloria, nos engañaremos, ya que eso no será la gloria de Dios, sino la mofa del “adversario”.
No son pocas las veces que sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Jesús toca la miseria humana, invitándonos a estar con él y a tocar la carne sufriente de los demás. Confesar la fe con nuestros labios y con nuestro corazón exige —como le exigió a Pedro— identificar los “secreteos” del maligno. Aprender a discernir y descubrir esos cobertizos personales o comunitarios que nos mantienen a distancia del nudo de la tormenta humana; que nos impiden entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y nos privan, en definitiva, de conocer la fuerza revolucionaria de la ternura de Dios (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 270).
Al no separar la gloria de la cruz, Jesús quiere rescatar a sus discípulos, a su Iglesia, de triunfalismos vacíos: vacíos de amor, vacíos de servicio, vacíos de compasión, vacíos de pueblo. La quiere rescatar de una imaginación sin límites que no sabe poner raíces en la vida del Pueblo fiel o, lo que sería peor, cree que el servicio a su Señor le pide desembarazarse de los caminos polvorientos de la historia. Contemplar y seguir a Cristo exige dejar que el corazón se abra al Padre y a todos aquellos con los que él mismo se quiso identificar (Cf. S. Juan Pablo II, Novo millennio ineunte, 49), y esto con la certeza de saber que no abandona a su pueblo.
Queridos hermanos, sigue latiendo en millones de rostros la pregunta: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?» (Mt 11,3). Confesemos con nuestros labios y con nuestro corazón: «Jesucristo es Señor» (Flp 2,11). Este es nuestro cantus firmus que todos los días estamos invitados a entonar. Con la sencillez, la certeza y la alegría de saber que «la Iglesia resplandece no con luz propia, sino con la de Cristo. Recibe su esplendor del Sol de justicia, para poder decir luego: “Vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí” (Ga 2,20)» (S. Ambosio, Hexaemeron, IV, 8,32).

Meditación: 2 Timoteo 4, 6-8. 17-18

San Pedro y San Pablo fueron dos columnas principales de la Iglesia primitiva.

Dotados de un gran don de liderazgo y palabra, los dos se entregaron como oblación a Dios y fueron ejemplo de cómo los discípulos pueden asemejarse a Jesús. A pesar de ser imperfectos, crecieron en grandeza, dando la buena batalla de la fe día a día y fueron testigos fieles hasta su muerte. San Pedro murió crucificado cabeza abajo en Roma. San Pablo fue decapitado más o menos al mismo tiempo, también en Roma.

El martirio de estos dos apóstoles fue la culminación de dos vidas dedicadas a ser testigos (es decir, mártires) de la vida y la obra mesiánica de Jesucristo, nuestro Señor. En ese sentido, todos los días sufrieron pequeños martirios. Pedro dejó su oficio de pescador cuando Jesús lo llamó. Recorrió las escarpadas y tortuosas sendas entre Galilea y Judea, lidió con multitudes, y aprendió a amar sirviendo a sus amigos discípulos. Pero lo principal es que dio prioridad a las instrucciones y necesidades de Jesús por encima de las suyas. No siempre actuó de la manera correcta, pero continuó siguiendo y sirviendo fielmente al Señor.

Pablo también le entregó al Señor su carrera, su prestigio y los planes de su vida. A diario se dedicaba a servir, aun estando cansado, enfermo o malherido, en peligro o en prisión. Renunció a su reputación de ser uno de los más brillantes fariseos y acérrimo perseguidor de la secta del Nazareno. Se había hecho planes, pero los cambió bajo la guía del Espíritu Santo, y decidió escuchar y obedecer al Señor, aun cuando sus emociones e intelecto se oponían rotundamente.

Pocos de nosotros hemos sido martirizados como lo fueron San Pedro y San Pablo, pero cada día se presenta una oportunidad para morir a uno mismo, para compartir el Evangelio, para cuidar a otros, para mantenernos firmes en la fe. Si aceptamos nuestros pequeños “martirios” diarios, podemos acercarnos más a Jesús y ser más santos: cerrar las redes sociales para leer un libro a un niño; apagar el televisor para leer la Biblia; arriesgarnos a ser rechazados por ofrecernos a rezar por algún enfermo. Jesús es glorificado cuando damos testimonio de él aceptando estos pequeños martirios.
“Señor mío Jesucristo, gracias por las oportunidades que me das para llegar a ser más como tú. Confío en que estás a mi lado y me fortaleces.”
Hechos 12, 1-11
Salmo 34(33), 2-9
Mateo 16, 13-19
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

ÉL ME QUIERE COMO SOY

Escuché una historia sobre un niño en una Comunión especial en la iglesia de París: después del servicio había una reunión familiar con té y café. El tío del niño fue a ver a la madre y le dijo: “¿No fue un servicio hermoso? Lo único triste es que él no comprendió nada.” Con lágrimas en sus ojos, el niño dijo: “No te preocupes mamá, Jesús me quiere como soy.” Él sabía que no tenía que ser como los otros querían que él fuera, que estaba bien ser simplemente él mismo con su discapacidad, su fragilidad, y todo lo que él era.
Jean Vanier, Al encuentro del otro


15 Frases del Santo Padre PIO - Frase 7


Buen día, Espíritu Santo 29062018



Ángel Chofer... en la vida del Santo Padre Pío

El Padre Pío se comunicaba intensamente con su Ángel.
Llamaba a su Ángel Angelino.
Y se valía de él para múltiples actividades.




Ángel Chofer
No faltaron casos en los que su ángel tuvo que ayudar a quienes se dormían al volante o velar para que no les pasara ningún accidente.

El señor Piergiorgio Biavate tuvo que viajar en su coche de Florencia a San Giovanni Rotondo.
A medio camino se sintió cansado y se quedó un rato en una estación de gasolina para tomar un café. Después continuó el viaje.
Dice el protagonista:
Sólo recuerdo una cosa, encendí el motor y me puse al volante, después no me acuerdo de nada más. No recuerdo ni un segundo de las tres horas pasadas manejando al volante.Cuando ya estaba frente a la iglesia de san Giovanni Rotondo, alguien me sacudió y me dijo: “Ahora toma tú mi puesto”.El padre Pío, después de la misa, me confirmó: “Has dormido durante todo el viaje y el cansancio lo ha tenido mi ángel, que ha manejado por ti”.
Atilio de Sanctis, abogado ejemplar, contó un hecho que le ocurrió a él mismo:
El 23 de diciembre de 1948 debía ir de Fano a Bolonia con mi mujer y dos de mis hijos (Guido y Juan Luis) para traer al tercer hijo, Luciano, que estaba estudiando en el colegio Pascoli de Bolonia.Salimos a las seis de la mañana, pero, como no había dormido bien, estaba en malas condiciones físicas. Guié hasta Forlí y cedí el volante a mi hijo Guido. Una vez que recogimos a Luciano del colegio, nos detuvimos algo en Bolonia y decidimos volver a Fano.A las dos de la tarde, después de haber cedido el volante a Guido, quise guiar otra vez.Una vez pasada la zona de san Lorenzo, noté mayor cansancio. Varias veces cerré los ojos y cabeceé. Quise dejar el volante a Guido, pero se había dormido.Después, ya no me acuerdo de nada. A un cierto momento recobré el conocimiento bruscamente por el ruido de otro coche.Miré y faltaban sólo dos kilómetros para llegar a Imola. ¿Qué había sucedido?Los míos estaban charlando tranquilamente. Les expliqué lo sucedido. No me creían. ¿Podían creer que el auto había ido solo?Después admitieron que yo había estado inmóvil un largo rato y no había respondido a sus preguntas ni intervenido en la conversación.Hecho el cálculo, mi sueño al volante había durado el tiempo empleado en recorrer unos 27 kilómetros.Dos meses después, el 20 de febrero de 1950, volví a san Giovanni Rotondo y le pedí una explicación al padre Pío, que me respondió: “Tú dormías y tu ángel guiaba el coche. Sí, tu dormías y tu ángel guiaba el coche”.

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 16,13-19.

Evangelio según San Mateo 16,13-19. 
Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?". Ellos le respondieron: "Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas". "Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?". Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Y Jesús le dijo: "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo". 


RESONAR DE LA PALABRA

Querido amigo/a:

“Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” A Pedro y Pablo les costó entenderlo, pero al final conocieron al Maestro y respondieron a esa pregunta con la entrega de su propia vida hasta el final. Qué bonita forma de contestar a esta pregunta, con los hechos, con la vida, no con las ideas o teorías. Evidentemente necesitamos razonar la fe y estudiarla, conocer al Jesús histórico, su contexto, empaparnos de una buena cristología… Todo ello es necesario. Pero la pregunta que nos hace Jesús se contesta con la entrega.

Los dos tuvieron debilidades: un perseguidor de cristianos, cuya vida dio la vuelta como un calcetín tras un proceso tumbativo de conversión; y un pescador impulsivo de Galilea, que reculó en el momento de la prueba, pero que cuando experimentó el perdón de Jesús, se entregó a Él sin condiciones y recibió el encargo de presidir la Iglesia. Eran normales, como nosotros; pecadores, también como nosotros. Sin embargo, lo que les hizo grandes fue dejarse llevar por la iniciativa del Señor, responder a la llamada. San pablo con Ananías, el instrumento que puso el Señor para acompañar y guiar a Pablo en su proceso de conversión. San Pedro, con la convivencia y vida junto a Jesús y resto de discípulos, aprendiendo en comunidad a vivir el Evangelio que el Señor les iba enseñando con sus palabras y acciones.

En esta solemnidad podríamos celebrar sus vidas por separado, pero la Iglesia los recuerda juntos para unir el afán misionero de Pablo con el ministerio de ser la cabeza de gobierno de la Iglesia. Una iglesia organizada en comunión cuya razón de ser es anunciar a Jesús.

También nosotros queremos responder a la llamada del Señor como lo hicieron estos grandes hombres de nuestra Iglesia, porque nuestra vocación, como nos recuerda el Papa es la santidad, es decir, crecer en la entrega y amor al Señor hasta darlo todo por Él, como hicieron San Pedro y San Pablo. Que ellos intercedan por nosotros, por la misión de la Iglesia y por el ministerio petrino del Papa Francisco, que el Señor lo siga alentando con su amor y gracia.

Nuestro hermano en la fe:
Juan Lozano, cmf

 fuente del comentario CIUDAD REDONDA

COMPRENDIENDO LA PALABRA 290618

“Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.”

    En este Año Santo nos os hemos invitado a cumplir, materialmente o en espíritu y por la intención, un peregrinaje a Roma, al corazón de la Iglesia católica. Con todo, es demasiado evidente que  Roma no constituye el término de nuestro peregrinaje en el tiempo. Ninguna ciudad santa de aquí abajo es nuestra meta. Ésta está oculta más allá de este mundo, en el corazón del misterio de Dios, todavía invisible para nosotros... Para los apóstoles Pedro y Pablo, Roma ha sido este término, donde los santos han derramado su sangre como último testimonio.

    La vocación de Roma estriba de los apóstoles; el ministerio que nos toca ejercer desde aquí es un servicio a favor de la Iglesia universal e incluso de toda la humanidad. Es un servicio irremplazable, ya que, según el beneplácito de su sabiduría, Dios colocó Roma, la ciudad de Pedro y de Pablo en el itinerario que conduce a la Ciudad Eterna, porque confió a Pedro las llaves del Reino de los cielos. Pedro unifica en su persona el colegio de todos los obispos. Lo que queda aquí en Roma, no por la voluntad del hombre, sino por una providencia libre y misericordiosa del Padre, del Hijo y del Espíritu, es la “solidez de Pedro”, como la define San León Magno: Pedro no cesa de ocupar su sede; conserva una participación plena en el ministerio de Cristo, Soberano Pontífice. La estabilidad propia de la piedra que él ha recibido de la piedra angular que es Cristo (1Cor 3,11), una vez establecido como Pedro-Piedra, (Mt 16,16) la transmite a todos sus sucesores.


Beato Pablo VI, papa 1963-1978 
Exhortación sobre la alegría cristiana, l975

jueves, 28 de junio de 2018

ENFERMEDAD ESPIRITUAL ?

El pensar que un aumento de la práctica religiosa (“resurgimiento religioso”) suponga necesariamente que la sociedad se esté abriendo realmente a Dios. “! No lo aseguremos tan a la ligera!” Al contrario. “El mero hecho de que las personas estén asustadas e inseguras, se aferren a eslóganes optimistas, acudan con más frecuencia a la iglesia y busquen pacificar sus atribuladas almas mediante máximas estimulantes y humanitarias, no es en modo alguno índice de que nuestra sociedad esté volviéndose “religiosa”. De hecho puede que sea un síntoma de enfermedad espiritual”.
 Thomas Merton


La oración todo lo cambia


Meditación: Mateo 7, 21-29

No todo el que me diga: ‘¡Señor, Señor!’,
entrará en el Reino de los cielos,
sino el que cumpla la voluntad de mi Padre.
Mateo 7, 21


No hay duda de que la meta más importante de la vida humana es conocer a Dios. Fuimos creados para la vida eterna y todos compareceremos ante el tribunal de Cristo para ser juzgados, “para que cada uno reciba lo que le corresponda, según lo bueno o lo malo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo” (2 Corintios 5, 10).

Es cierto que en la vida podemos decidir por nosotros mismos lo bueno y lo malo, y quizá llegar a ser reconocidos como ciudadanos rectos, pero a menos que tratemos de conocer y hacer la voluntad de Dios, tal vez Jesús tenga que decirnos al final: “Jamás te conocí.” Esta es la razón por la cual la Iglesia señala constantemente los peligros de la Nueva Era, el ocultismo, el humanismo secular o cualquier otra filosofía similar que prometa algún tipo de “realización” aparte de Jesús. Esas creencias, que parecen tan razonables, inofensivas y atractivas, son por lo general sutilmente contrarias a la verdad del Evangelio del Señor.

Entonces, ¿cómo podemos saber si estamos haciendo la voluntad del Padre, y no sólo diciendo “Señor, Señor” (Mateo 7, 21)? En otra ocasión, Jesús explicó lo que es verdaderamente necesario: “La obra de Dios consiste en que crean en aquel a quien él ha enviado” (Juan 6, 29). Esto es lo que San Mateo quería que quedara grabado en el corazón de los creyentes al escribir el Sermón de la Montaña pronunciado por Jesús. Cristo lo es todo. La fe en él nos transforma por completo y nos permite conocer al Padre. La experiencia diaria que tengamos de él en la oración nos levantará de lo ordinario, para elevarnos a la bienaventuranza de la vida en el Espíritu.

Jesús desea que lo conozcamos, para que tengamos una relación de íntima confianza y amor con él. Todo lo que nos pide es que le supliquemos humildemente: “Yo creo. ¡Ayúdame a creer más!” (véase Marcos 9, 24). Si le decimos honestamente a Cristo que creemos en él y le pedimos que se nos revele más claramente, podremos experimentar el poder de su amor y su presencia de un modo palpable. Este es el corazón del cristianismo.
“Amado Señor Jesús, concédenos la gracia de ser constructores prudentes de tu Reino, bien arraigados y cimentados en tu amor, para que sepamos resistir cualquier tormenta, sabiendo que tú estás siempre con nosotros.”
2 Reyes 24, 8-17
Salmo 79(78), 1-5. 8-9
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

15 Frases del Santo Padre PIO - Frase 6


La devoción a San Miguel del Santo Padre Pío

LA VENERACIÓN DEL PADRE PÍO AL ARCÁNGEL MIGUEL TUVO UN GRAN IMPULSO EN JULIO DE 1917

Además de la devoción a la Virgen María, el Padre Pío era un gran devoto del Arcángel San Miguel.

A quien recomendaba mencionar en sus súplicas e incluso imponía la peregrinación a la gruta de Gargano como penitencia, a quienes iban a confesarse.

Y cada año hacía una cuaresma preparatoria para la fiesta del Arcángel. Pero desde el 3 de julio de 1917 su devoción hacia el Príncipe de la Milicia Celeste tuvo un impulso más claro y mayor.

El 3 de julio de 1917, el Padre Pío peregrinó a la Gruta de Gargano para venerar a San Miguel, y de esta peregrinación surge el prodigio del agua que no moja al Padre Pío.

San Pio de Pietrelcina quedó prosternado, en devota y profunda meditación a los pies del altar de San Miguel. Todo y a todos los confió a San Miguel.

EL DEVOTÍSIMO DE SAN MIGUEL ARCÁNGEL PEREGRINA AL MONTE SANT ANGELO

Con anterioridad a esta peregrinación había experimentado repetidas veces la protección del Arcángel en sus luchas contra satanás, en Pietrelcina o en el convento de Santa Ana, en Foggia.

Muchas veces había deseado hacer la misma peregrinación que había llevado a cabo, siglos antes, su seráfico Padre san Francisco.

Manifestó este deseo a su superior, el padre Paulino de Casacalenda.

Y éste, apenas los seminaristas terminaron los exámenes, organizó el viaje al Monte Sant’Angelo.

Lo hizo en honor del Patrono de la provincia religiosa capuchina de Foggia, tanto para premiar a los colegiales como para complacer al Padre Pío.

La comitiva, formada por el venerado Padre, por Nicolás Perrotti, Vicente Gisolfi, Rachelina Russo y los 14 seminaristas, se dirigió desde San Giovanni Rotondo hacia el Monte Sant’Angelo, a las 3 de la mañana del día señalado.

El Padre Pío hizo a pie un buen trecho del recorrido, pero después, a causa de la enfermedad que padecía, fue obligado a subirse a una carreta.

Cuando despuntaba el sol, caminó algunos pasos a pie para desentumecer las piernas y entonó el santo Rosario, intercalando devotos cantos en honor de la Virgen y de san Miguel.

Al entrar en el santuario, se emocionó profundamente.

De repente, al recordar lo que le había sucedido en aquel lugar al Poverello de Asís, que, juzgándose indigno de entrar en la Gruta, se detuvo a la puerta.

Y pasó allí la noche entera ensimismado en oración, se arrodilló y, envuelto en lágrimas, besó con respeto y gran humildad el umbral de la Gruta.

Después, y una vez escuchada la explicación del canónigo sacristán, que le mostró la TAU grabada por san Francisco, entró y se postró de rodillas a los pies del altar de san Miguel, en devota y profunda meditación.

Rezó por él, por la provincia religiosa capuchina, por la Iglesia, por la paz en el mundo, por todos sus hermanos de religión y por los soldados expuestos al peligro de la guerra. Todo y a todos encomendó a san Miguel.

EL AGUA QUE NO LO MOJABA
De la roca de arriba caían de continuo, fruto de la gran humedad, gruesas gotas de agua.

Con gran sorpresa de los seminaristas, que enseguida testimoniaron el singular suceso, el Padre Pío permaneció sin mojarse.
Uno de los colegiales, queriendo hacer una prueba, se colocó junto al venerado Padre, pero muy pronto quedó bañado por el agua.

El Padre Pío permaneció largo rato concentrado en la oración y totalmente ajeno a la realidad.

Desde aquel día su devoción al Príncipe de los ejércitos celestiales experimentó un sensible y fuerte impulso.

Cada año hacía una cuaresma de preparación para la fiesta del Arcángel.

A las almas que se acercaban a él, el Padre Pío les hablaba siempre del poder de san Miguel. Eran continuas sus invitaciones a dirigirse con confianza a este glorioso Arcángel, sobre todo en las tentaciones.

A los fieles que se acercaban a San Giovanni Rotondo el venerado Padre les animaba a continuar la peregrinación hasta el Monte Sant’Angelo, para venerar a san Miguel en su santuario.

Con frecuencia esta invitación era la “penitencia sacramental” que imponía al final de la confesión.

Además, si sabía de alguien que iba a marchar al Monte Sant’Angelo, le pedía para sí una oración a san Miguel.

Red de Intercesión


Buen día, Espíritu Santo! 28062018


Ángel Proveedor... en la vida del Santo Padre Pío

Ángel Proveedor
En una oportunidad el padre Pío, vestido de militar, no tenía para pagar el billete del autobús para ir a su pueblo y el ángel lo pagó por él.
  • Era el año 1917, en plena guerra mundial.
  • El padre Pío había ido a Nápoles para el control de su salud en el hospital militar.
El 6 de noviembre le dieron licencia por ocho días. Fue a la estación y sacó gratis el billete en tren de Nápoles a Benevento. Tenía una lira de dieta para el viaje.
Él dice:
A la salida del hospital, atravesé una plaza donde había mercado.Me detuve un poco para observar lo que vendían y se me acercó un hombre que vendía sombrillas de papel por una lira, pero no podía quedarme sin nada, pues debía pagar el viaje (de Benevento a Pietrelcina).Seguí caminando y vino otro vendedor de sombrillas por 50 céntimos.Viendo a aquel hombre que tanto me insistía para llevar el pan a sus hijos, le tomé una y le di 50 céntimos. Él, feliz, se fue.Yo estaba cansado y afiebrado. El tren llegó a Benevento con mucho retraso.Apenas bajé del tren fui a la estación para tomar el autobús para Pietrelcina, pero ya había salido.Tuve que hacer noche en Benevento y pensé en quedarme en la estación para no importunar a los amigos que conocía.
Busqué un lugar en la sala de espera, pero estaba llena de gente. La fiebre aumentaba cada vez más y no tenía fuerzas ni para tenerme en pie.Cuando me cansaba de estar quieto, caminaba un poco dentro y fuera de la estación.El frío y la humedad penetraban en mis huesos y así pasaron muchas horas.Me vino la tentación de entrar en el bar de la estación, porque allí el local estaba caliente, pero estaba lleno de oficiales y soldados, esperando trenes y cada uno gastaba su consumo.Yo solo tenía 50 céntimos y pensaba: “Si entro, ¿cómo hago?”.El frío se hacía sentir cada vez más y la fiebre me consumía. Eran las dos de la mañana y no había ni un sitio vacío en la sala de espera ni para echarme a descansar en el suelo.Me encomendé a Dios y a nuestra Madre celeste.No pudiendo aguantar más, entré en el bar. Las mesas estaban ocupadas y esperaba con ansia que alguno se levantara para dejarme un sitio vacío.Hacia las tres y media llegó el tren Foggia-Nápoles, y varias mesas quedaron vacías, pero por mi timidez no me dio tiempo para ocupar ni siquiera una silla.Yo pensaba: “No tengo dinero ni para consumir más de un café y, si me siento, ¿qué ganaría este pobre propietario que se pasa toda la noche trabajando?”.A las cuatro llegaron algunos trenes y quedaron dos mesas vacías. Me acomodé en un rincón, esperando que no lo notaran los camareros.Después de unos minutos, llegaron un oficial y dos suboficiales y se sentaron en la mesa vecina.De inmediato se acercó el camarero y también a mí me preguntó qué quería. Tuve que pedir un café.Los tres tomaron algo y de inmediato se fueron, pero yo me decía: “Si lo bebo pronto, tendré que salir y quiero que el café me dure hasta que llegue el autobús”.Cuando el camarero me miraba, trataba de mover la cucharilla como para mover el azúcar en el café.
Por fin llegó la hora, me levanté y fui a pagar. El camarero me dijo gentilmente: “Gracias, militar, pero todo está pagado”.Pensé: “Como el camarero es anciano, quizás me conoce y me quiere hacer una cortesía”. También pensé: “¿Habrá pagado el oficial?”. De todos modos lo agradecí y salí.Llegué al lugar del autobús y no encontré a ninguna persona conocida que me prestara para pagar el billete de Benevento a Pietrelcina, sólo tenía 50 céntimos y el billete costaba 1.80.
Confiando en la providencia de Dios, subí al autobús y tomé lugar en uno de los últimos lugares para poder hablar con el cobrador y asegurarle que pagaría el porte a la llegada.A mi costado tomó lugar un hombre grande, de bello aspecto. Tenía consigo una maletita nueva y la apoyó sobre sus rodillas.Partió el autobús y el cobrador se iba acercando a mi puesto. El señor que estaba a mi lado sacó de su maletín un termo y un vaso, echando en el vaso café con leche bien caliente. Me lo ofreció, pero, agradeciéndoselo, traté de no aceptar.Dada su insistencia, acepté mientras él se servía en el vaso del mismo termo.En ese momento llegó el cobrador y nos preguntó adónde íbamos. Todavía no había abierto yo la boca, cuando el cobrador me dijo: “Militar, su billete a Pietrelcina ya ha sido pagado”.Yo pensé: “¿quién lo habrá pagado?”. Y le agradecí a Dios por aquel que había hecho esa buena obra. Por fin llegamos a Pietrelcina.Varios pasajeros bajaron y también bajó antes que yo el señor que estaba a mi lado. Cuando me doy la vuelta para saludarlo y agradecerle, no lo vi más.Había desaparecido como por encanto. Caminando, me volví varias veces en todas las direcciones, pero no lo vi más.
El padre Pío contaba muchas veces este suceso a sus hermanos, reconociendo que aquel joven había sido su ángel de la guarda.

Otro caso que también podemos anotar es el haber dado pan para comer a toda la Comunidad.

Era el año 1941, durante la segunda guerra mundial. El pan estaba racionado y cada día iban a pedir comida unos 15 pobres del lugar.

El Superior, padre Rafael, refiere que a la hora de la comida del mediodía no había pan para los 10 religiosos ni para los pobres.

Dice:
Fuimos al comedor y comenzamos a comer la menestra, mientras el padre Pío estaba orando en el coro.De pronto, aparece el padre Pío con bastante pan fresco. Lo miramos sorprendidos y yo le digo: “Padre Pío, ¿de dónde ha sacado este pan?”.Me responde: “Me lo ha dado una peregrina de Bologna en la puerta”.Le respondo: “Gracias a Dios”. Ninguno de los religiosos dijo una palabra: Habían comprendido.
Habían entendido que era un milagro patente que Dios hizo por sus oraciones y, aunque no lo dijo, podemos suponer que lo hizo por medio de su ángel.